La reciente celebración de las cumbres anuales en torno a la ASEAN ha puesto de relieve la consolidación del sureste asiático como uno de los principales espacios de competición entre Estados Unidos y China. La consecuencia es que los dos gigantes sitúan a los países de la subregión ante un complejo dilema: cómo aprovechar las oportunidades económicas que representa la República Popular y, a un mismo tiempo, reforzar la presencia de Washington como contrapeso de Pekín. El agravamiento de la rivalidad entre ambas potencias obliga a los Estados miembros a tomar partido por uno u otro, en un contexto en el que el aumento de la influencia china, y sus ambiciones cada vez más explícitas, han transformado el entorno de estabilidad del que tanto se beneficiaron durante varias décadas.
De la relevancia de la cuestión da idea la simultánea publicación de varios libros sobre esta parte del continente, tradicionalmente subordinada—en el terreno geopolítico—a los problemas del noreste asiático. Dos de los periodistas que mejor conocen la zona, Sebastian Strangio y Murray Hiebert—este último analista en la actualidad en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (CSIS)—ofrecen en sus trabajos, por cierto con títulos coincidentes (In the Dragon’s Shadow: Southeast Asia in the Chinese Century, Yale University Press, 2020; Under Beijing’s Shadow: Southeast Asia’s China Challenge, Rowman & Littlefield, 2020, respectivamente), un recorrido país por país con el fin de observar sobre el terreno la realidad del nuevo poder chino. Combinando esa mirada directa con un examen de los antecedentes históricos de la relación bilateral de cada uno de los Estados miembros de la ASEAN con China, y un detallado análisis de las implicaciones económicas y estratégicas de los movimientos chinos, el resultado es—en ambos casos—una extraordinaria aproximación a un grupo de naciones que, como bloque, constituyen la quinta economía del planeta y se encuentran justamente en la intersección de ese espacio que llamamos Indo-Pacífico.
Las aportaciones de Strangio y Hiebert, aunque dirigidas a un público general, en nada desmerecen—por la profundidad de sus análisis y la calidad de su escritura—de los libros de dos eminentes expertos, Donald Emmerson y David Shambaugh, que, sin perder de vista la perspectiva de cada país sobre su interacción con Pekín, parten de un enfoque más transversal en coherencia con su perspectiva académica. The Deer and the Dragon: Southeast Asia and China in the 21st Century (Stanford University Press, 2020) es un trabajo colectivo en el que, como editor, Emmerson, profesor en Stanford y uno de los mayores especialistas en el sureste asiático, ha reunido a una docena de sus colegas para ofrecer un estudio de primer nivel. Shambaugh, profesor en la universidad George Washington y uno de los grandes expertos americanos en China, realizó por su parte una reciente estancia de investigación en la región que le permitió examinar de primera mano la situación y contrastar lo que las élites políticas e intelectuales del sureste asiático piensan de la rivalidad entre los dos grandes. El resultado es un libro (Where Great Powers Meet: America and China in Southeast Asia, Oxford University Press, 2020) en el que, de manera más sistemática que los anteriores, examina el cambio en el equilibrio de poder entre Washington y Pekín.
Pese a las diferencias de enfoque y perspectiva, son numerosos los puntos de coincidencia de estos cuatro excelentes trabajos. Ninguno niega el peso abrumador de China ni la percepción de aparente inevitabilidad de su primacía. Todos reconocen la decepción local con unos Estados Unidos cuya influencia y credibilidad se han visto dañadas en los últimos años. Coinciden igualmente en lo erróneo de la creencia de que Pekín cuenta con un plan perfectamente diseñado para la región: los actores chinos son diversos, no siempre coordinados, ni sus intereses compartidos. En último término, el poder chino podrá debilitar a la ASEAN como grupo, pero estos autores concluyen que los miembros de la organización no han abandonado su objetivo de independencia y autonomía, que persiguen bien buscando nuevos socios—como Japón o India—, bien recurriendo a propuestas diplomáticas que revelan su margen de maniobra pese a sus menores capacidades y, sobre todo, su firme determinación de impedir que el futuro del sureste asiático dependa tan sólo de Washington y Pekín.