Con la celebración del Día Nacional el 1 de octubre, comenzó en China un período de exaltación de Xi Jinping que se extenderá hasta la confirmación de su nombramiento para un tercer mandato como secretario general por parte del XX Congreso del Partido Comunista, cónclave que arrancará el día 16 para concluir una semana más tarde. Habrá que esperar, por otro lado, hasta la reunión de la Asamblea Popular Nacional en marzo del año próximo para que reciba igualmente la prolongación de su mandato como presidente de la República Popular.
Ausente de la vida pública desde su regreso de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai celebrada en Samarkanda el 15 de septiembre, Xi reapareció el martes pasado, cuando—junto a los seis restantes miembros del Comité Permanente del Politburó—, inauguró una exposición sobre los logros de su primera década en el poder. Para varios de sus acompañantes fue uno de sus últimos actos en el cargo. El Congreso renovará la composición del Comité Central, y por tanto del Politburó y su Comité Permanente, en lo que será la indicación más clara del poder de Xi. Por razones de edad (haber cumplido 68 años) dos miembros del Comité Permanente serán sustituidos, pero se especula tanto sobre la posibilidad de la reducción del órgano a cinco dirigentes (a lo largo de la historia de la República Popular su composición ha oscilado entre cinco y nueve miembros), como por bajar la edad límite a 67, lo que significaría la retirada de otros tres miembros actuales, incluido el primer ministro, Li Keqiang.
Puede ocurrir, por tanto, que permanezca Xi como único líder de la quinta generación de dirigentes (después de las encabezadas por Mao Tse-tung, Deng Xaioping, Jiang Zemin y Hu Jintao). Pero si se mantiene en el poder, como parece previsible, hasta el XXII Congreso en 2032, tampoco su sucesor se encontrará entre quienes se incorporen en esta ocasión a los órganos de dirección. Se producirá un salto directo a la séptima generación, representada por líderes nacidos en la década de los setenta y que aún no han escalado en la jerarquía de la organización más allá del puesto de viceministros. La renovación de las elites del Partido es la principal función del Congreso, que también se espere nombre a Xi presidente del mismo—es un título que sólo ocupó Mao Zedong con anterioridad, y que realmente poco añade a su poder personal—, y que refuerce en los estatutos su doctrina política (oficialmente, el “Pensamiento de Xi Jinping sobre Socialismo con Características Chinas para la Nueva Era” ) como fuente de autoridad.
Si se confirma, la marcha de Li certificaría que Xi se ha impuesto sobre todas las facciones internas (las Juventudes Comunistas, grupo del que proceden tanto Li como el anterior secretario general, Hu Jintao, ha sido virtualmente neutralizado por el actual presidente), pero crea también nuevos interrogantes sobre el futuro curso económico de la nación, competencia tradicional de los primeros ministros. Leal al Partido, Li ha silenciado su oposición a la política de covid-cero, una de las causas de los negativos indicadores económicos registrados por el país.
Esa política, sumada a las crecientes dificultades del sector inmobiliario, pueden conducir—según las estimaciones del Banco Mundial—a un crecimiento de apenas el 2,8 por cien en 2022 (frente al 8,1 por cien del año anterior). De confirmarse, por primera vez desde 1990 China registrará un crecimiento inferior al del resto de Asia (que será de un 5,3 por cien, duplicando el 2,6 por cien de 2021). Es una cifra que se aleja del 5,5 por cien de aumento del PIB que el gobierno se había fijado oficialmente como objetivo, y que suponía el menor índice de crecimiento anual en tres décadas. Las perspectivas han empeorado no obstante en los últimos meses.
Todo apunta a que esta pérdida de dinamismo económico es reflejo de problemas estructurales, difíciles de corregir mediante el recurso a meros instrumentos fiscales y monetarios. China afronta el entorno económico más complejo desde el lanzamiento de la política de reformas a finales de la década de los setenta, lo que puede complicar los próximos años de mandato de Xi. El culto a su personalidad y la recentralización ideológica—acompañados ambos elementos por una creciente hostilidad hacia los empresarios privados—no servirá eternamente para ocultar los problemas de fondo.