INTERREGNUM: India en una Asia post-americana. Fernando Delage

En su reciente gira asiática, el presidente de Estados Unidos intentó revitalizar la relación con los países de la ASEAN, fortalecer la alianza con Japón y Corea del Sur, y minimizar las tensiones con China. Sólo días después recibió en la Casa Blanca —primera vez que ocurría— a los líderes de las cinco repúblicas de Asia central. Pendientes  de la próxima publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional de su segundo mandato, estos movimientos de Trump son los únicos indicios que tenemos hasta la fecha de un giro en la política norteamericana hacia Asia. Aunque en todos los encuentros se ha hecho evidente el interés de Washington por recuperar influencia en la región y, más concretamente, por el suministro de minerales críticos, lo cierto es que Trump declinó incorporarse a las procesos económicos multilaterales y tampoco logró despejar las dudas sobre la credibilidad de sus compromisos de seguridad.

Pero si hay un hecho que resulta especialmente llamativo es la ausencia de India, tanto en su viaje como en sus discursos. Seguramente no fue casualidad por ello que el primer ministro indio no asistiera a la cumbre de la ASEAN en Malasia, donde hubiera coincidido con Trump. Este último, en su primer encuentro con Narendra Modi tras su toma de posesión, le prometió visitar oficialmente su país este otoño para asistir a la cumbre anual del Quad (que Delhi preside en 2025). Pero ni India ni el Quad son ya prioritarios para el presidente norteamericano. La gran apuesta estratégica por India que arrancó hace dos décadas durante la administración Bush sobre la base de la convergencia natural entre las dos mayores democracias del planeta, para ser más tarde un pilar central del Indo-Pacífico como construcción geopolítica, puede haber concluido. La dinámica y el contexto de la relación bilateral son hoy otros.

El acercamiento de la Casa Blanca a Pakistán (al que apoyó tras su choque militar con India en mayo, y con el que firmó Trump en septiembre un acuerdo sobre tierras raras), los aranceles del 50 por cien impuestos a las importaciones indias, y el silencio sobre el Quad durante su gira por Asia, revelan, en efecto, que, para Washington, Delhi ha dejado de ser un elemento relevante en su política hacia la región. Si la razón última es la intención de llegar a un gran pacto con China, se desconoce aún. Entretanto, el desafío para India, uno de los pocos países del mundo donde se recibió positivamente la reelección de Trump, no es menor. Si opta por maximizar su autonomía —lo que puede conducir a revitalizar los vínculos con Rusia, el Sur Global e incluso China—, las relaciones con Estados Unidos se complicarán aún más. Si cede a las presiones norteamericanas, Modi aceptaría un estatus de subordinación que obstaculizaría sus ambiciones internacionales, además de obligarle a afrontar una mayor oposición interna a su estrategia diplomática. En cualquiera de los dos casos habrán desaparecido la confianza mutua y los objetivos compartidos que sostuvieron la aproximación entre las dos potencias durante los últimos años.

Sus capacidades continuarán, no obstante, en aumento. Hacia finales de esta década, India superará a Japón para convertirse en la segunda economía asiática y la tercera del mundo. Su transformación económica ha ido acompañada del incremento del gasto en defensa —que le ha proporcionado el tercer mayor ejército del planeta— y del rápido crecimiento de sus recursos tecnológicos y digitales. Con el aumento de su poder y la voluntad política de situarse entre los grandes, su situación en el centro de Asia y en el corazón del océano Índico hacen de India una variable decisiva del equilibrio regional de poder, como analiza en su último libro el prestigioso analista C. Raja Mohan (India and the Rebalancing of Asia, Routledge, 2025). La cuestión, como concluye Mohan, es que sepa ajustarse de manera eficaz a los cambios en curso para poder maximizar su margen de maniobra.

Scroll al inicio