Hace 30 años, el fin de la Guerra Fría y la implosión de la URSS dejaron a India desorientada y sola en el mundo. Al desaparecer la Unión Soviética perdió a su principal socio diplomático, económico y militar, mientras tenía que hacer frente a un Pakistán hostil y a una China en ascenso. La guerra del Golfo puso además en peligro sus importaciones de petróleo—la mitad procedía de Irak y Kuwait—, así como las remesas de las decenas de miles de trabajadores indios en la región. La doble crisis diplomática y económica con que se encontró condujo a un giro histórico (de calado no muy diferente del realizado por Alemania estos días): por un lado abandonó la autarquía para abrirse al exterior, y—por otro—decidió acercarse a las economías en crecimiento de Asia oriental y convertirse en una potencia nuclear.
Tres décadas más tarde, la invasión rusa de Ucrania sitúa a Delhi ante una encrucijada que podría motivar una nueva reorientación estratégica. La guerra ha colocado a India en una incómoda posición, al verse obligada a elegir entre Washington o Moscú. Para sorpresa de muchos, la opción de la mayor democracia del mundo ha consistido en abstenerse—en tres ocasiones hasta la fecha—en el Consejo de Seguridad, y en no apoyar las sanciones. La historia explica en parte ese comportamiento, pero también los dilemas geopolíticos que se abren para el gobierno de Narendra Modi como consecuencia de la agresión de Putin.
India no protestó contra la invasión rusa de Hungría en 1956 ni la de Checoslovaquia en 1968; tampoco contra la anexión de Crimea en 2014. Moscú siempre apoyó por su parte a Delhi en sus conflictos con China y con Pakistán. Aunque desde mediados de los años noventa, Estados Unidos e India han construido una relación cada vez más estrecha, ésta no puede llegar en ningún caso a convertirse en una alianza formal: por diversos motivos, además de por sus vínculos históricos, India no puede permitirse romper abiertamente con Moscú.
Una razón es el hecho de que más de la mitad del equipamiento militar indio procede de Rusia. Su mantenimiento se traduce en una subordinación a esta última por sus necesidades de seguridad. El sistema de defensa aérea S-400 que le proporciona Moscú, decisivo para su estrategia de disuasión frente a China y Pakistán, carece de equivalente entre otros suministradores. El programa de submarinos nucleares indio tampoco existiría sin la ayuda rusa.
Por su tradición y cultura estratégica, India no puede aparecer como completamente alineada con Estados Unidos y Occidente: es defensora, ante todo, de un orden multipolar. Pero sus malabarismos dialécticos de las dos últimas semanas—ni apoyar la invasión ni adoptar una posición antirrusa—derivan igualmente de sus imperativos estratégicos. Tras la retirada norteamericana de Afganistán, Washington ha dejado de ser un actor relevante en Eurasia, lo que deja a Rusia como la única esperanza india de que China no se consolide como potencia hegemónica en Asia.
Los efectos de la guerra pueden hacer más evidentes, sin embargo, los inconvenientes de su asociación con Moscú. En primer lugar, el conflicto puede hacer a Rusia más dependiente de China, neutralizando su valor como elemento de contraequilibrio. India observa también con inquietud el acercamiento ruso a Pakistán: Imran Khan se encontraba en Moscú—en la primera visita de un jefe de gobierno paquistaní en 23 años—la víspera de la invasión de Ucrania (visita aparentemente promovida por Pekín). Tampoco tranquilizan a Delhi los encuentros que Rusia mantiene con los talibán (con frecuencia junto a China y Pakistán), ni el apoyo militar que Moscú está prestando a los generales birmanos, complicando así el desafío de los grupos insurgentes en sus provincias del noreste fronterizas con Myanmar. La reticencia a romper vínculos con Rusia puede, por último, obstaculizar el desarrollo de la asociación estratégica con Estados Unidos y sus aliados (India es uno de los miembros del QUAD), cuyas capacidades necesita frente a China.
Las contradicciones de su posición harán difícil mantenerla durante mucho tiempo. Tras la agresión a Ucrania, India podrá concluir que, lejos de contribuir a aumentar su autonomía estratégica, Putin ha limitado más bien sus opciones, creándose una situación de dependencia que ahora conviene corregir.