Un efecto de la virtual suspensión de los contactos al más alto nivel entre China y Estados Unidos es que Pekín se ha volcado en su atención a dirigentes de otros paises. A la sucesión de visitantes europeos y asiáticos se han sumado asimismo en tiempos recientes un considerable número de líderes de África, Oriente Próximo y América Latina, dando una clave sobre cómo la República Popular está respondiendo a las tensiones con Washington. La semana pasada fue el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los principales representantes del Sur Global, quien visitó a Xi Jinping.
Desde su regreso a la presidencia, Lula ha dado un nuevo impulso a la política exterior brasileña, persiguiendo tanto objetivos políticos como económicos. Aspira a que el gigante del subcontinente juegue en la liga de los grandes y a promover la atracción de inversiones y comercio, dejando atrás el periodo de relativo aislamiento internacional causado por su antecesor, Jair Bolsonaro. China es uno de los principales socios que puede ofrecerle lo que busca, mientras Brasilia contribuye a su vez a las pretensiones exteriores de Pekín. Ambos países defienden un orden multipolar y unas estructuras multilaterales que no estén lideradas por Occidente.
“Queremos elevar el nivel de la asociación estratégica entre nuestros países, expandir los intercambios económicos y, junto con China, equilibrar la geopolítica global”, dijo Lula durante su visita. Los dos gobiernos firmaron más de una docena de acuerdos por valor de 10.000 millones de dólares, destinados a las inversiones en infraestructuras; al fomento del comercio (que el pasado año superó los 150.000 millones de dólares: China atrajo el 27 por cien de las exportaciones brasileñas); o a la construcción de satélites, entre otras áreas. Lula también visitó la sede de Huawei, la conocida empresa de telecomunicaciones sujeta a sanciones norteamericanas. La pertenencia compartida al grupo de los BRICS—junto a India, Rusia y Suráfrica—también explica varios de sus mensajes. En un discurso pronunciado en Shanghai, sede del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (que por cierto estará dirigido durante los próximos años por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff), Lula hizo hincapié en la necesidad de sustituir al dólar como principal divisa de referencia.
Las palabras del líder brasileño a favor de una nueva dinámica geopolítica que permita transformar las reglas e instituciones de la gobernanza global coinciden con la reorientación de la diplomacia china hacia el mundo emergente. Considerando que la globalización de corte occidental está llegando a su fin, y que sus intereses y ambiciones nacionales demandan la prioridad de los objetivos políticos y de seguridad sobre los económicos, Pekín intenta avanzar en la construcción de un orden global paralelo, libre de toda interferencia de las democracias liberales.
Brasil no puede permitirse, sin embargo, una posición hostil hacia Estados Unidos. Tampoco puede obviar las consecuencias de la creciente presencia china en América Latina. De manera no muy diferente a cómo la República Popular tensiona las relaciones entre Estados Unidos y Europa, también complica, en efecto, las relaciones entre Brasil y sus vecinos, así como el desarrollo de la integración suramericana, una de las preferencias estratégicas de Lula. El aumento de los intercambios entre China y los Estados latinoamericanos se ha traducido en una caída del comercio intrarregional, una tendencia que afecta igualmente a los intereses europeos. Si Bruselas no avanza en la firma de un acuerdo con Mercosur, el grupo al que pertenecen las principales economías suramericanas y con el que se negocia un pacto comercial desde hace 23 años, la región quedará sujeta a una aún mayor influencia china, desplazando a las empresas europeas.