Durante cerca de tres décadas, el mundo se ha estado preguntando acerca de las implicaciones del ascenso de China. Al irrumpir el debate a mediados de los años noventa, la atención se centraba en su rápido crecimiento económico y en su integración en las estructuras multilaterales. La adhesión a la OMC en 2001 marcó un antes y un después, poniendo en marcha el proceso que—acelerado por el diferencial de crecimiento entre Occidente y la República Popular durante la crisis financiera global—, terminaría haciendo de China el gigante económico que es hoy. En contra de lo esperado por Estados Unidos, su modernización económica no ha conducido a la liberalización de su sistema político. Pero tampoco se ha contentado con ser una mera potencia comercial e industrial. Desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, China ha manifestado su intención de ser asimismo una potencia militar, y proyectar sus normas y valores frente a los principios liberales que sirvieron de base al orden internacional construido tras la segunda guerra mundial.
Las ambiciones globales declaradas por Pekín, el lenguaje más agresivo de su diplomacia durante la pandemia, y sus acciones de coerción y presión sobre quienes se oponen a sus puntos de vista, parecen haber resuelto muchas de las dudas mantenidas por los observadores sobre sus objetivos. Quizá no acierten del todo quienes afirman que su pretensión es la de sustituir a Estados Unidos como principal potencia, pero los indicios son cada vez más claros de que China quiere rehacer el mapa geopolítico, situarse en el centro de un nuevo esquema de globalización, liderar las nuevas fronteras tecnológicas, y promover su modelo autoritario en el mundo emergente como alternativa a la democracia.
Son preferencias todas ellas consideradas como indispensables por los dirigentes chinos para asegurar su prioridad absoluta, que no es otra que el mantenimiento del Partido Comunista en el poder y completar la tarea del rejuvenecimiento nacional (fuxing). China necesita para ello seguir creciendo, y ese es un imperativo que requiere, por un lado, la reorientación de su economía hacia los servicios y la innovación y, por otro, invertir la relación con el mundo exterior. Para reforzar su autonomía, China debe disminuir su dependencia tecnológica y de recursos de otras naciones, pero hacer al mismo tiempo que los demás pasemos a depender en mayor grado de la República Popular.
Teorizar sobre el poder y las intenciones chinas es una obligación de gobiernos y analistas, que siempre llevará a conclusiones contrapuestas. De ahí la especial utilidad de aquellos trabajos que se acercan más al terreno para examinar y acumular datos sobre la realidad de las capacidades chinas, así como sus acciones concretas en distintos países y regiones del planeta. La reacción local es también un interesante indicador de las dificultades con que se va a encontrar Xi si quiere realizar su “sueño chino”.
Éste es el enfoque seguido por dos libros excelentes de reciente publicación. The World According to China (Polity Press, 2022), de Elizabeth Economy, estudia de forma sistemática el giro producido en la política exterior china en los últimos años. La autora, responsable de China en el Council of Foreign Relations durante muchos años, y en la actualidad en la Hoover Institution en Stanford, identifica las principales claves que guían la acción de Xi, como concluir la reintegración nacional (es decir, la reunificación de Taiwán), la Ruta de la Seda como instrumento multidimensional, la expansión estratégica en su periferia marítima, los esfuerzos por acelerar el control de la industria mundial de semiconductores, o la “colocación” de nacionales chinos en organizaciones multilaterales estratégicas. Economy afirma sin dudar que el propósito de Xi no es otro que el de reordenar en su integridad el sistema internacional.
Una aproximación diferente es la seguida por la periodista canadiense nacida en Hong Kong Joanna Chiu. En China Unbound: A New World Disorder (Anansi Press, 2021), Chiu no abruma por la exhaustividad de los datos; ofrece más bien, en forma de extensos reportajes de investigación, una descripción de los movimientos chinos en distintas naciones, prestando especial atención a las operaciones de influencia en los círculos políticos y empresariales de dichos países. Canadá y Australia son dos casos reveladores, como lo son también su examen de Grecia o de la comunidad uigur en Turquía. Maravillosamente escrito, entre la inmensa literatura sobre el ascenso de China pocos libros como éste permiten hacerse una idea más completa del modo en que Pekín está actuando más allá de la competición con las grandes potencias.