INTERREGNUM: Trump, agente del caos. Fernando Delage

Lejos de inaugurar una nueva era dorada para Estados Unidos, como anunció el 2 de abril, lo más probable es que el presidente Trump acelere la pérdida de influencia de su país. Si su desdén hacia las alianzas provocará un reajuste en la arquitectura de seguridad internacional al ganarse la desconfianza de sus socios, la voladura del sistema multilateral de comercio conduce a Estados Unidos a otro camino sin salida. ¿O es que no hay suficientes ejemplos históricos sobre los resultados de la autarquía? Aunque nadie se librará del daño hecho por Trump a las reglas e instituciones que han sostenido la estabilidad mundial durante décadas, unos están más preparados que otros para aprovechar las actuales circunstancias de cambio a su favor.

Tal es el caso de China. Al sumar los nuevos aranceles a los ya existentes, el total que se le ha impuesto supera el cien por cien. Sin embargo, las autoridades chinas no transmiten el mismo nivel de alarma que los europeos. Son tarifas que les perjudican, como también lo hará la escalada que seguirá a su respuesta (el mismo porcentaje marcado por la administración norteamericana). Pero la República Popular lleva años preparándose para este tipo de escenarios, minimizando su vulnerabilidad y multiplicando sus opciones. Si bien es un esfuerzo que antecede al primer mandato de Trump, la estrategia de “decoupling” de este último y las sanciones tecnológicas de Biden, después, dieron un impulso aún mayor al proceso, paralelo en cualquier caso a la adopción de una firme reacción a cada nuevo paso que dé Washington.

Además de contar con un enorme ahorro que puede orientar a estimular el consumo interno, China dirige hoy a Estados Unidos menos del 15 por cien de sus exportaciones (frente al casi 20 por cien de 2017). Los logros de sus compañías tecnológicas son asimismo innegables. Las sanciones norteamericanas que trataban de impedir el acceso chino a semiconductores punta y a los equipos para producirlos no han impedido el salto dado por firmas como Huawei, mientras que DeepSeek ha demostrado, a una fracción del coste de otros modelos de inteligencia artificial, la capacidad para competir con Estados Unidos al más alto nivel de innovación.

Existe el temor, por otra parte, de que, como consecuencia de las barreras establecidas por la Casa Blanca, China pretenda redirigir sus productos a otros mercados, ya inquietos por la competencia que representa la República Popular. Una solución consistiría en hacerlo a través de terceros, pero el alcance global de las medidas de Trump puede complicar esa posibilidad: el muro existe para todos y en todas partes. Otro efecto de la presión del presidente norteamericano, con notables ventajas estratégicas a medio y largo plazo para los intereses chinos, puede traducirse en la reorientación por la República Popular del mapa de sus relaciones económicas, ofreciéndose a invertir en el sector industrial de los países socios en vez de inundarlos con sus exportaciones. Tenga intención o no de sustituir el vacío dejado por Estados Unidos, la influencia de China se extendería de manera exponencial, en particular en el mundo en desarrollo.

No menos importante es la atención prestada por la República Popular al interés de otros Estados vecinos por profundizar en la integración regional como respuesta al golpe tarifario de Trump. Con su compromiso de fortalecer las cadenas de valor y facilitarles el acceso a su mercado, Pekín se consolidaría como socio económico de confianza, en contraste con Washington. Las señales de cooperación trilateral con Japón y Corea del Sur tras el encuentro, el 30 de marzo, de sus ministros de Comercio han sido una notable indicación en ese sentido, como lo será igualmente la gira de Xi Jinping por el sureste asiático este mismo mes, durante la que visitará Vietnam, Malasia y Camboya.

“Caos bajo el cielo; la situación es excelente”, solía decir Mao Tse-tung. Mientras unos crean el caos, otros se encuentran ante una gran oportunidad.

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