Home Asia INTERREGNUM: Xi: ¿un camino sin salida? Fernando Delage

INTERREGNUM: Xi: ¿un camino sin salida? Fernando Delage

por: 4ASIA
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La agencia oficial de estadísticas confirmó la semana pasada que la economía china ha entrado en un período de deflación, lo que se suma a otros indicadores en descenso. Por sexto mes consecutivo, las exportaciones cayeron en octubre un 6,4 por cien, a la vez que se contrajo la producción industrial. La inversión extranjera ha registrado por su parte—en el tercer trimestre del año—el primer saldo negativo en décadas: 11.800 millones de dólares. El desempleo juvenil alcanzó el 21,3 por cien en junio, fecha desde la que el gobierno ha dejado de dar cifras actualizadas. La deuda total del país se estima en el 281,5 por cien del PIB. En un contexto aún marcado por los efectos de la pandemia, además de por la crisis del sector inmobiliario y las tensiones geopolíticas, los esfuerzos de las autoridades no logran estimular la demanda.

Pero las causas del deterioro de las perspectivas económicas quizá tengan más que ver con la política, como parecen confirmar una desconfianza cada vez mayor en la estrategia seguida por el presidente Xi Jinping y, por extensión, en su liderazgo. Aunque los desafíos estructurales que afronta la economía china son bien conocidos desde hace más de una década (en particular, el recurso a la deuda para invertir en infraestructuras y viviendas, y el reducido porcentaje que representa el consumo en el PIB), la obsesión por el control ha bloqueado los ajustes necesarios.

Justamente se cumplen ahora diez años de la Tercera Sesión Plenaria del XVIII Comité Central, en la que, con sólo unos meses en el poder, Xi presentó un ambicioso plan de reformas que tenía como motivación extender el papel del mercado en la economía como base de un nuevo modelo de crecimiento. Es posible, piensan algunos, que fuera un plan al que Xi se comprometió para lograr su elección al frente del Partido Comunista. Su opción personal—reiterada en el XX Congreso hace un año—pasa en realidad por incrementar, no por reducir, el intervencionismo estatal. Las consecuencias de su aproximación están a la vista. Datos macroeconómicos negativos; una Ruta de la Seda cuyos objetivos hay que recortar en su décimo aniversario; y un notable fracaso en su doble propuesta de “circulación dual” y “prosperidad común”: la prioridad por la seguridad se ha impuesto sobre el desarrollo y ha hecho caer la inversión extranjera, mientras que los índices de desigualdad, lejos de menguar, se agrandan.

El país, dijo recientemente Xi, avanza hacia el “rejuvenecimiento nacional” y el “desarrollo de alta calidad”. No parece ser esa la opinión de los observadores; tampoco de muchos miembros del Partido. La idea de que el proceso político chino pueda estar a la deriva ha cobrado nueva fuerza tras el reciente fallecimiento del exprimer ministro Li Keqiang. El contraste entre su talante e inclinación reformista y la manera de gobernar de Xi ha resultado evidente para numerosos ciudadanos, cada vez más inquietos sobre su futuro. Al margen de las teorías conspirativas que rodean la inesperada muerte de Li, con su desaparición han trascendido los enfrentamientos en la cúpula del Partido, algunos de los cuales pudieron estallar en el cónclave del pasado verano en la playa de Beidaihe, según informó hace un par de semanas el diario Nikkei Asia.

El dogmatismo y arrogancia de Xi no sólo se ha traducido en una errónea política económica. El cese, aún no explicado, de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa—ambos hombres de su confianza—, así como de altos cargos del ejército, por no hablar de la humillación de la que fue objeto su antecesor, Hu Jintao, en el último Congreso, podrían haber conducido a la imposición por parte de las “viejas glorias” de la organización de ciertos límites a su poder. Por no hablar, claro está, de una política exterior que ha complicado enormemente el entorno geopolítico chino al consolidar la coalición de socios y amigos de Estados Unidos. Mientras Xi insiste en la imprescindible misión del Partido Comunista como escudo contra el caos, más de uno empieza a preguntarse si no será él la causa de los problemas. Las llamadas internas de atención quizá expliquen que haya aceptado la invitación hecha por el presidente Biden para verse esta semana en San Francisco.

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