Tokio.- El increíble archipiélago llamado Japón está repleto de tradiciones, como pocos lugares en el planeta. Tradiciones ancestrales que han configurado una rica cultura en donde se dedica largo tiempo a actividades ordinarias, la elaboración minuciosa de objetos, alimentos, o incluso la prestancia de sus ciudadanos, sin aparentes excesos, pero inmaculadamente cuidado.
En Japón nada es casual o circunstancial. Todo lleva una especie de protocolo previamente concebido, como el ritual del té, que se remonta a la llegada del budismo desde China en el siglo IX. Pero al que los japoneses le incorporaron sus delicadas artes y lo hicieron aún más ceremonioso, agregándole unos diminutos pastelitos exquisitamente elaborados y decorados que se sirven junto al té para balancear el amargor de la bebida. Siempre en busca de la armonía.
El ritual de la elaboración de las comidas. Los alimentos son servidos en porciones minúsculas, cortados artísticamente y colocados por separados en pequeños platitos. Por lo que se come una gran variedad de proteínas y vegetales acompañados de arroz. Se intenta aprovechar todo de los alimentos, en el caso del pescado, la piel y las espinas son molidas para poder ser consumidas, optimizando al máximo los productos, mientras se extraen todas las vitaminas y beneficios de éstos.
Así mismo sucede con el espacio. En una nación de 127 millones de habitantes y tan sólo 374.744 km2 de extensión territorial, compuestas además por islas, la optimización del espacio es crítica y los japoneses son maestros en la practicidad y aprovechamiento milimétrico sin perder la estética y el buen gusto.
La tercera economía más grande del mundo ha invertido enormes cantidades en su transporte público, que conecta el país de un extremo al otro, a través de una gran variedad de vías férreas. Japón tuvo su primera locomotora de vapor en 1872, y a partir de entonces no ha hecho más que sumar trenes a su colección. En la década de los sesenta incorporó los trenes de alta velocidad que, a día de hoy, pasan con frecuencia de tres minutos. Son los trenes más seguros del mundo, pues no tienen registros de accidentes en su historia. Y porsi fuera poco, el margen de retraso, si lo hubiera, sería de unos 8 segundos. Lo que es otro ejemplo de la exactitud y absoluta precisión en la que se maneja la sociedad.
La limpieza y el orden son probablemente los valores más arraigados en la población. Un gran culto por la pulcritud invade las calles de las metrópolis, estaciones gigantes de trenes por las que transitan millones de viajeros diarios, con suelos blancos. Ausencia de cestos de basura en las calles. Lavabos públicos en cada esquina inmaculadamente limpios, casi surrealista. Junto con un comportamiento social profundamente civilizados, restaurantes llenos de gente en los que nadie levanta el tono de voz, para no molestar al vecino. Cubículos en las calles para los fumadores, que limitan el espacio del humo a una habitación para no incomodar al transeúnte no fumador.
La sociedad japonesa parte del respeto y la consideración al próximo, siendo estos principios los que rigen las normas de comportamiento social. Así como mostrar agradecimiento es otro valor profundamente afincado en los ciudadanos, para expresarlo acompañan las palabras con una reverencia en señal de respeto y apego a esas tradiciones que comenzamos explicando al principio del texto.
El Wabi-sabi (侘・寂) es un término filosófico que describe el concepto de la belleza de la imperfección. Los japoneses aprecian la complejidad de la vida real a través de la imperfección. Y tienen muy internalizado la estética minimalista conjugada con la naturaleza, tal y como es. Yo me permito agregar además que, aceptan la belleza de la imperfección, mientras que trabajan con riguroso cuidado para aportar perfección a esa imperfección, siempre en busca del equilibrio y la armonía.