No cabe duda de que el mundo ha cambiado mucho en los últimos años. El desolador escenario post segunda guerra mundial, y post guerra de las dos Coreas dejó la necesidad de reconstruir no sólo los escombros que dejan los conflictos armados, sino también dejó el escenario idóneo para establecer alianzas de no agresión, tratados de cooperación y acuerdos de supervivencia entre distintos Estados. Me atrevo a decir que fue la época de oro de la diplomacia, la creación de la ONU, la OTAN y de un importante número de acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Australia y, más recientemente, Filipinas y Taiwán. Todo para establecer un orden mundial donde la paz y el respeto a las reglas fundamentales del juego sería el norte. Los tiempos son otros y la versión trumpiana de la diplomacia apuesta por cambiar significativamente las reglas del juego e incluso los actores y aliados del mismo.
La reciente llamada telefónica entre el primer ministro australiano y el presidente estadounidense deja un clima de absoluta perplejidad, después de que el mismo presidente Trump aprovechara la oportunidad para alardear de su victoria electoral, atacara el acuerdo previamente establecido entre ambos Estados en materia de refugiados y calificara la llamada como la peor de todas las que ha hecho en pleno desarrollo de la misma, de acuerdo al Washington Post.
Australia, junto a Estados Unidos y otros tres países, componen una estrecha alianza con uno de los acuerdos con menos repercusión pública, en la que sus miembros desde hace más de 70 años han construido una infraestructura de vigilancia global e intercambian información en materia de espionaje. Las agencias de inteligencia de Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos mantienen una relación muy estrecha basada en la confianza y la reciprocidad. Además de que las relaciones económicas y de intercambio turístico entre Australia y América son también muy amplias.
Una vez más, este comportamiento presidencial pone en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos y la estabilidad en Asia. El Wall Street Journal organizó la semana pasada un evento en Washington en donde se analizó la relación bilateral con China. Contó con la presencia de dos congresistas expertos en seguridad nacional y en relaciones exteriores. Ambos parlamentarios coinciden en que el TPP está muerto y que estamos en un nuevo tiempo, en una era de acuerdos bilaterales. La anulación del TPP favorece a China, lo que pone a Beijing en una situación privilegiada de liderazgo regional. Sin embargo, insistieron en que Estados Unidos tiene herramientas para presionar a China, pues China necesita de los Estados Unidos y, por lo tanto, se podría llegar a acuerdos comerciales más justos para ambas economías.
En dicho evento se habló con mucha preocupación de Corea del Norte y, sin poder dar datos precisos pues nadie los conoce, se afirmó que Pyongyang tendrá el misil balístico intercontinental listo en poco tiempo. Razón por la que se deberían imponer más sanciones para acorralarlos. «…Nació como un monstruo y fue creado por oficiales soviéticos que parecían tener poca idea sobre la creación de un estado. Ellos convirtieron a Kim II-sung en un líder, pero cuando se dieron cuenta de que inspiraban poco respeto al público, levantaron en torno a él un culto a la personalidad de corte estalinista, de modo que el país acabó siendo gobernado por un rey dios, algo como los reyes de Corea antes de la ocupación japonesa». Esa es la descripción de este país, en palabras del ex-embajador inglés John Everand en Corea del Norte entre 2006 y 2008.
La situación interna de Corea del Norte es deplorable: aislamiento, hambruna, precariedad, por lo que imponiendo más sanciones se podría agudizar la crisis, y Kim Jong Un no podría pagar a sus generales, que son los que ayudan a mantener el régimen. Y tal y como quedó demostrado en Alemania oriental, sería la solución para acabar con este dictador.
En la discusión también se planteó que los Estados Unidos tienen la capacidad tecnológica de bombardear con emisiones radiofónicas u otros medios a la población de Corea del Norte con información de cómo se vive en Seúl y otros lugares desarrollados, como estrategia desestabilizadora del régimen. Y lo mismo se podría hacer en China, si se planteara la necesidad de presionar a Beijing con su colaboración estratégica en la región, sobre todo con Corea del Norte, a los que China suministra muchos de los productos que consumen. Pero tal y como los parlamentarios enfatizaron, no es en interés estadounidense desestabilizar un país como China.
Mientras el mundo intenta descifrar los códigos de la nueva administración Trump, da la sensación de que sencillamente responden al particular modo de relacionarse de este líder, donde al parecer la diplomacia no conoce su propósito sino los simples caprichos de quien lleva ahora las riendas de la nación.