La llegada del COVID-19 fue inesperada, pero en una primera fase parecía un problema ajeno, una situación desafortunada que no despertó una gran preocupación más allá de China y sus países aledaños. Pero pronto los gobiernos del mundo comenzaron a darse cuenta de que habían subestimado el riesgo con la expansión de casos por el planeta a una velocidad también sorprendente -de 2,3 contagios por cada individuo positivo-. Muchas otras complicaciones derivadas comenzaron a surgir y entre las más dramáticas después de los fallecimientos y el colapso hospitalario se constató la escasez de los suministros médicos.
Los suministros médicos como mascarillas, batas de protección, guantes, entre otros, son esenciales para la atención de cualquier paciente; pero un paciente infectado de una enfermedad respiratoria altamente contagiosa requiere de un equipamiento especial y la protección del personal sanitario se convierte en fundamental para poder combatir la enfermedad.
Esta pandemia ha dejado ver otras de las debilidades del llamado primer mundo que, a pesar de contar con empresas locales de suministros en cada país, muchas de ellas tienen sus centros de producción en China y el gobierno chino, desde enero, decidió acaparar la producción interna para uso propio.
Un ejemplo en los Estados Unidos es la empresa de suministros médicos “Dealmed” con sede en New Jersey, que distribuye una alta cantidad de ese tan necesario material y que a principios de marzo se vio obligada a admitir que la producción de sus mascarillas en China está quedándose en el gigante asiático por órdenes del gobierno chino para consumo interno, dejando a parte de la costa este de los Estados Unidos en una situación de alta vulnerabilidad en medio de la peor crisis sanitaria de esta era.
En un intento por equilibrar la demanda, una empresa de producción de mascarillas en el Estado de Georgia ha redoblado la producción por los siguientes nueve meses, pero tal y como sus directivos expresaban ni siquiera así se puede cubrir la alta demanda. Lo que ha hecho que políticos como el gobernador de Nueva York despertara un debate sobre el peligro que representa que la producción de este tipo de productos, así
como muchos de los principios activos de los medicamentos, se fabriquen fuera de los Estados Unidos, pues ello comprometería tremendamente la seguridad nacional de cualquier país.
China es el productor mundial por excelencia de máscaras médicas del mundo y obviamente la demanda de este producto se ha visto exponencialmente incrementada a causa del COVID-19. Pero la escasez de suministros médicos está presente básicamente en todo los países a día de hoy, por lo que en marzo la Organización Mundial de la Salud hacía un llamamiento a empresas y gobiernos para aumentar el 40% de la producción de suministros médicos, reconociendo que la escasez de estos pone en peligro la vida del personal médico y sanitario en primera línea.
Mientras las grandes economías del mundo buscan mecanismos de supervivencia de esta crisis, China aprovecha el momento para congraciarse y donar el tan codiciado material médico a terceros países, en un intento por ocultar la culpa de sus mentiras y de no haber tomado a tiempo las medidas necesarias, el no haber informado antes de la gravedad del virus y de encubrir sus números, que después de ver lo que está sucediendo en cualquier lugar al que ha llegado el virus, ha quedado demostrado que las cifras – tanto de contagios como de decesos- aportadas por Beijing no son las auténticas.
Esta pandemia va a marcar un antes y un después en la historia del mundo. Aunque aún sea apresurado enumerar los cambios producidos, son inminentemente inevitables. En enero en esta misma columna advertimos del impacto negativo del brote en el sector turístico mundial, así como posteriormente se han visto las tremendas caídas en Wall Street, el inmenso número de empresas a la deriva y el desempleo, Pero más allá de todo esto, el impacto social quedará presente durante varias generaciones. Y el precio que deberá pagar China por no haber sido honesta también le tocará asumirlo, en su momento. Pero por ahora se está dando un debate sobre la guerra de los suministros médicos y la necesidad de buscar alternativas. Tal vez llegó la hora de que países como los de Europa y los Estados Unidos revisen sus lugares de producción como parte de una estrategia de seguridad nacional y supervivencia frente a una emergencia como la que se está viviendo. Una situación en la que a través del dolor y no poder dar respuestas congruentes con su desarrollo se han visto sumidos en un desolador escenario en la que tanto los ciudadanos como los sanitarios están desprovistos de protección frente a la amenaza, no por falta de recursos para adquirir los suministros sino por haberse puesto en las manos de su principal competidor, China.