Washington.- Desde que Moon Jae-in se convirtió en presidente de Corea del Sur el pasado mayo, se abrigaba la esperanza de que, con su llegada, llegarían tiempos de cambios y más negociación con Corea del Norte. Moon tiene una larga experiencia en la negociación de éste incrustado conflicto y una reputación conciliadora. Por eso se contemplaba la posibilidad de alcanzar algún camino de salida a la crisis.
La prueba de esto la vimos previa a los Juegos Olímpicos. Fue Moon quién medió para que Corea del Norte participara, y quien haciendo uso de tácticas diplomáticas sentó en el palco presidencial al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, a tan sólo 3 sillas de la hermana de Kim Jon-un. Y ahora también es gracias a él y la vía diplomática que ha abierto con Pyongyang que se ha conseguido que el líder norcoreano acepte un encuentro con Trump para negociar la situación, al que su impulsividad natural le apresuró a hacer público, incluso antes de consultar y/o informar al Departamento de Estado.
Bill Clinton fue el anterior presidente que consideró seriamente viajar a Pyongyang y sentarse a negociar con Corea del Norte a finales del 2000. Visita que no se materializó debido a que, en la avanzada presidencial, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright, discutió con Kim Jong-il sobre la posibilidad de que se deshicieran de los misiles que poseía hasta ese momento, concesión que los norcoreanos no aceptaron. Aun cuando estaban dispuestos a dejar de vender misiles y parar el avance de su carrera misilística.
Posteriormente, en la Administración George Bush los esfuerzos se centraron básicamente en continuar con la política Clinton, y Colin Powell, el secretario de Estado de ese momento, consiguió unificar “the six party talk”, o el grupo de los seis, conformado por Estados Unidos, las dos Coreas, Japón, China y Rusia, grupo de negociación multilateral creado en 2003 con el objetivo de desmantelar el programa nuclear de norcoreano. Pero que pereció en 2009, en cuanto que Pyongyang se retiró, según Kelsey Davenport, director de política de no proliferación.
La Administración Obama, a pesar de su explícita apertura a dialogar e intentar conciliar posiciones con los enemigos se mantuvo en una posición similar a sus antecesores ante la crisis coreana. Aunque Hillary Clinton, como secretaria de Estado, visitó Corea del Norte para conseguir la liberación de unos presos estadounidenses a cambio de ayudas y concesiones al régimen. Lo que marca una vez más una diferencia con la Administración Trump, qué desde el principio ha sido directa y ha jugado a la confrontación con Pyongyang más que a la negociación. Trump es un presidente cuya espontaneidad e imprudencias parece haberle puesto en una situación favorable, al menos en este momento. Así, mientras, las maniobras militares estadounidenses y surcoreanas siguen llevándose a cabo y las sanciones seguirán vigentes.
Kim Jon-un no es irracional, por el contrario tienen una estrategia perfectamente definida que consistiría en afianzar su capacidad nuclear para conseguir precisamente esto, que los tomaran en serio y poder negociar en el momento que a ellos les ha venido bien, según Suzanne DiMaggio (directora del dialogo entre USA y Corea del Norte) y la que hizo posible el primer encuentro en mayo del 2017 en Oslo entre representantes de la Administración Trump y del Régimen norcoreano).
DiMaggio afirma también el hecho de que Trump aceptara la invitación a reunirse, pone en ventaja al régimen de Pyongyang. Es lo que han querido durante años, un encuentro con líderes democráticos del primer mundo. Estados Unidos ha aceptado sin haber conseguido nada a cambio.
Washington sigue con una política exterior difusa. Por un lado, sigue sin tener embajador en Seúl. El mejor candidato, Victor Cha, el americano con más conocimiento y experiencia en la península coreana según muchas fuentes, ex asesor de Bush además de profesor de Georgetown, fue descartado por la Casa Blanca, porque se opuso en una reunión a un ataque militar a Corea del Norte. Cha contaba con el plácet de Seúl para ser embajador, incluso antes de haber sido solicitado por Washington. Mientras que el secretario de Estado, Rex Tillerson, admitía desde África que no sabía de los avances con Pyongyang. Todos estos cambios son una muestra de la manera de ejecución de esta Administración, la desconexión entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
Sin embargo, sentarse a hablar en diplomacia es siempre positivo, es la vía deseada que podría alejar las confrontaciones o, al menos de momento, una salida militar que traería tragedia y dolor. Pero no podemos dar por hecho el encuentro; con el carácter volátil de cada uno de los personajes en ambos lados del Pacífico hay que esperar a ver cómo evolucionan los preparativos a tan esperado momento, y sobre todo si desde éste lado, Trump no dice alguna imprudencia que acabe dándole la coartada al adversario para cancelar el encuentro. (Foto: Mark Scott Johnson)