La OTAN, reunida en Washington para celebrar el 75 aniversario de su fundación esa misma ciudad en 1949, ha subido su nivel de alerta sobre China. Hasta ahora, como más o menos consenso, la doctrina general en Occidente sobre China es que la potencia asiática constituye un riesgo pero no una amenaza inmediata. Ahora, sin cambiar radicalmente esa percepción oficial, la Alianza considera que existe una amenaza china real que debe ser abordada con atención.
China está siendo un apoyo económico básico para que Rusia pueda mantener su esfuerzo bélico en Ucrania comprando gas ruso y dándole facilidades a Moscú en operaciones económicas triangulares que permitan burlar las sanciones y los bloqueos occidentales. Y, la vez, China mantiene una política agresiva más allá de sus mares territoriales, frente a Filipinas y Japón, además de sus crecientes provocaciones respecto a Taiwán, sin dejar ser un socio de Corea del Norte. Es verdad que el Indo Pacífico no es un área de actuación de la OTAN pero sería demasiado ingenuo no tener cuenta las repercusiones, económicas, militares y políticas, que tendría para Occidente un conflicto de alta intensidad en aquella región. De ahí las variadas alianzas que las democracias occidentales han venido tejiendo con sus aliados regionales.
China sigue cabalgando sus contradicciones entre sus necesidades, su propaganda y sus obsesiones y cuando las decisiones las toma un caudillo apoyado en un partido de raíz totalitaria las posibilidades de conflicto aumentan y pueden ser producto no buscado de errores, precipitaciones o cálculos equivocados.
En la agenda de la reunión de Washington, China no era una prioridad porque el punto más crítico para la seguridad internacional está en Europa, concretamente en Ucrania y alrededores debido a la agresión y la amenaza del régimen de Putin. Pero China, como el Sahel, son zonas potencialmente desestabilizadoras a las que la Aliana está obligada a prestar atención.