Washington.- Con la victoria de López Obrador en México el panorama internacional podría sufrir un cambio de dirección. Con un populista de izquierdas en México y uno de derechas en Washington, las áridas relaciones entre ambas naciones podrían salir del oscuro hueco en el que se encuentran. Aunque no hay que olvidar que Peña Nieto continuará en el poder hasta el 1 de diciembre, es poco probable que la Administración Trump intente negociar con el saliente gobierno, si bien el Departamento de Estado en su felicitación oficial al nuevo líder mexicano insistía en que seguirán trabajando con el actual gobierno, lo que puede ser interpretado como un gesto diplomático cotidiano, más que una demostración genuina de interés.
John Bolton, uno de los más controvertidos asesores de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, afirmaba que “Trump está ansioso por reunirse con López Obrador y que la relación entre ambos líderes puede dar resultados sorprendentes”.
El elemento nacionalista está vigorosamente presente tanto en Trump como en López Obrador, quienes se consideran asimismo como una especie de salvadores de sus naciones, según su propia versión de país y cómo explican la gestión que llevan o llevarán a cabo, elemento que podría ponerlos en un lugar de entendimiento mutuo. Ambos líderes han centrado sus esfuerzos en una necesaria transformación del modelo anterior -de acuerdo a su opinión-.
Sin embargo, ese mismo elemento llevado al extremo podría ser detonante de conflictos entre ambos. Vanda Felbab-Brown, experta del Brooking Institute, analiza los paralelismos entre ambos líderes y asegura que las formas son sorprendentemente parecidas entre su estilo político y de concepción del Estado. Con una retórica frecuentemente agresiva, ambos odian perder batallas políticas. Atacan a quienes los critican, realizan férreas críticas a los medios de comunicación, desprecian las ONGs y a la sociedad civil, y ambos han chocado con la corte suprema de sus países.
López Obrador, por su parte, ha apostado por no atacar a su homólogo estadounidense, ni siquiera en los momentos más álgidos de la campaña. Posiblemente porque sabe lo importante que son los Estados Unidos para la economía mexicana, por lo que ha expresado abiertamente que abogará por mantener en funcionamiento el NAFTA. Sin embargo, uno de los mayores retos a los que se enfrentará el recién elegido presidente será el Congreso mexicano, que actualmente está compuesto por una gran variedad de actores que representan ideologías y valores distintos. Y muy a pesar del deseo de llevar adelantes sus políticas de izquierda, en un Estado de derecho como el mexicano, tendrá que pasar por los filtros del Congreso cualquier decisión antes de ser llevada a cabo.
Mientras tanto, al otro lado del Pacífico, Xi Jinping no se ha querido quedar fuera de los protocolos y ha felicitado a López Obrador, afirmando que están en un momento adecuado para reforzar la cooperación entre los dos países. “China da gran importancia al desarrollo de los lazos entre los dos países y quiere trabajar junto a López Obrador para seguir fortaleciendo el consenso político, aumentando la cooperación de mutuo beneficio y enriqueciendo la asociación estratégica integral entre los dos países a fin de reportar nuevos beneficios a las dos sociedades y contribuir a la paz, la estabilidad y el desarrollo mundial”.
Trump debería aprovechar el nuevo momento político mexicano para suavizar las tensiones y en nombre del imperativo económico reestablecer unas relaciones donde prime el interés mutuo. Si la Administración Trump analizara las relaciones bilaterales a través del lente estratégico -como debería hacerlo, menos pasional y/o electoralmente- se encontraría con que no debería sacrificar su cercanía con su vecino, pues China está a la caza de cualquier mercado que Estados Unidos abandona, o en el que al menos reduce su presencia. A día de hoy, más de la mitad de las importaciones que llegan a México son de Estados Unidos o China. De haber una guerra comercial, México tendría que comprar productos manufactureros más caros provenientes de ambos países, según el Consejo Empresarial mexicano de Comercio Exterior (Comce), así como lo tendrían que hacer China y Estados Unidos. Por lo que Beijing podría aprovechar para activar una maniobra de intercambios bilateral con México.
Si Estados Unidos, por su parte, reduce la compra de productos provenientes de México, los chinos aprovecharían para comprar muchos de esos productos (entre ellos: maíz, trigo, carne de ternera y cerdo, y aves de corral) que a día de hoy le compran a su principal competidor, pero, por razón de los aranceles, sería más atractivo para China comprárselos directamente a México, sin tasas.
Washington, en su política obtusa de máxima presión, ya sea a través de impuestos o aranceles, puede conseguir el efecto contrario a su propósito. Pues el valor final de los productos en su territorio podría aumentar considerablemente para el consumidor, pero también podrían reducir la presencia estratégica bien sea comercial o política en su vecino del sur, dejándole el camino abierto a Beijing para instalarse cómodamente en territorios históricamente estadounidense. (Foto: Mario Delgado, Flickr)