El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.
A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.
Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.
Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).
Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos de quiebra en la alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.