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Desde detrás de las bambalinas, China está observando, con no menor perplejidad que Occidente, el impacto del factor Trump y sus iniciativas en todo el planeta. ¿Qué ve? En primer lugar, que al acuerdo de libre comercio para su zona estratégica, que excluía a China porque aunque Pekín defiende el libre comercio hacia el exterior no permite el libre mercado en su interior, está a punto de fallecer. En segundo lugar, que la política de proteccionismo de Estados Unidos le deja un campo más amplio de acción en África y en Iberoamérica, y, en tercer lugar, que las relaciones entre Estados Unidos y Europa se resquebrajan creando oportunidades para las maniobras de Rusia y otros países.
En ese escenario, el gobierno de Pekín está maniobrando para definir una estrategia que le haga aumentar su protagonismo y fortalecer sus intereses nacionales. Así, va a tantear la posibilidad de establecer acuerdos con los países que integraban el tratado que Estados Unidos quiere abandonar, va a presionar para que le reconozcan sus derechos en el Mar de China mientras acelera el fortalecimiento de su flota armada, y va a cuidar mucho de que no se dañe su recobrada relación con Rusia.
¿Y Europa? De momento está en shock. Es decir, sigue. El factor Trump ha encontrado a la Unión Europea en una parálisis de definición de décadas y en medio de un aumento del populismo en un año de elecciones. En este marco, Rusia aparece como el vecino fuerte que sabe lo que quiere, que está dispuesto a lograrlo y que, además, buenas o malas, tiene una estrategia para las zonas donde el conflicto puede repercutir en la estabilidad europea y mundial.
Las acciones de Putin suben, Trump espera un acuerdo con él para pactar intereses mutuos, Europa sigue reflexionando y China gana protagonismo. En este escenario, por inestable, ganan protagonismo indirectamente los países que en un tiempo Estados Unidos calificó de canallas. Ni Donald Trump, o tal vez especialmente él, sabe qué hay detrás de la puerta que está abriendo.