China ha realizado estos últimos días uno de los mayores despliegues militares en torno a la isla de Taiwán en décadas en lo que parece haber sido un ensayo de bloqueo total previo a una invasión que viene siendo sugerida por Pekín desde la instauración misma del régimen taiwanés desde la instalación del Partido Comunista en el poder de la China continental. El despliegue militar en tierra, frente a las costas de la isla, en el aire y en el mar, fue acompañada de afirmaciones oficiales de Pekín subrayando que es incompatible defender la independencia de Taiwán con la estabilidad y la paz en la región.
Las presiones militares de China son habituales y la actual demostración de fuerzas se produce en el marco de la celebración por Taiwán del aniversario del establecimiento en la isla de un régimen contrario al de Pekín (inicialmente autoritario y hoy una democracia plena) que aspiraba a recuperar sin comunistas en el gobierno la unidad de China. Pero la magnitud del despliegue no es casual. Una demostración tal de fuerzas días antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y cuando gobierna en la isla un partido político que defiende que Taiwán declare su independencia total, haciendo realidad jurídica lo que es una realidad política, es un aviso a Occidente y una advertencia al próximo presidente de los EE.UU. de que sin el acuerdo de China no habrá estabilidad alguna en el Indo Pacífico.
Pekín sabe que subir la tensión unos puntos en un escenario de incertidumbre internacional por los conflictos en Europa oriental y en el recalentado Oriente Medio es crear un rio más revuelto donde obtener ganancias y concesiones, sobre todo con la incierta situación interna estadounidense.
Pero esa misma situación está siendo recibida por os países de la región y los aliados occidentales como una invitación a acelerar el rearme y la modernización de los dispositivos defensivos anti China y un ajuste de las alianzas regionales. Nada tranquilizador pero probablemente necesario.