La necesidad de un frente contra Estados Unidos se ha convertido en virtud y ha hecho que Moscú y Pekín haya estrechado lazos en los últimos años presentando una cara propagandística de alianza sin fisuras. Rusia ofrece a China recursos energéticos en forma de gas natural, además de material militar y sistemas de tecnología de guerra avanzada, y China para generosa y puntualmente, además de invertir en proyectos rusos en los que son necesarios recursos financieros exteriores.
Pero la realidad ofrece una cara diferente en la que se advierten grietas en función de los intereses nacionales de cada uno de estos países, como, por otra parte, ocurre con el resto de naciones incluso entre las más estrechamente aliadas.
Sin embargo, el caso ruso chino es un poco especial. Moscú vigila atentamente el plan de inversiones, para modernización y refuerzo de las fuerzas navales chinas, a la vez que desarrollan maniobras conjuntas tratando de mostrar músculo frente al AUKUS, la alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia. Una parte de la modernización de la flota de guerra china consiste en reforzar sus unidades navales capaces de navegar y combatir en zonas polares y árticas, pensando no sólo en Alaska sino en la parte rusa del Estrecho de Bering. En esa zona y en el norte de Rusia, está apareciendo, con el deshielo, la posibilidad de explotar enormes y nuevos recursos minerales y energéticos.
Y no es sólo eso. China necesita reforzar su presencia y su influencia en las repúblicas centroasiáticas que formaron parte de la URSS porque por allí pasa la estrategia china de nueva Ruta de la Seda en su versión terrestre y Rusia acepta pero contiene el esfuerzo chino en una región en la que Moscú ejerce de gran padrino y donde tiene importante presencia militar para reforzar sus intereses estratégicos en las fronteras con Irán, Afganistán y en la cercanía del Indostán.
Así, a la vez que Moscú y Pekín, con la Organización de Cooperación de Shangai, de la que forman parte, además de Rusia y China, las repúblicas centro asiáticas (y ahora Irán) tratan de liderar la estabilidad de la región y especialmente Afganistán, se vigilan para acotar las esferas de influencia de uno y otro. China dispone de inversiones para fortalecer la economía afgana y obtener una ración grande de sus recursos naturales y Rusia tiene los recursos militares y políticos para que esas inversiones chinas (y rusas en menor medida) se muevan en un marco de estabilidad. Así quieren rellenar el vacío dejado por la precipitada retirada de Estados Unidos pero manteniendo los ojos cada uno en el otro.
Un informe de la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales que preside el expresidente Aznar, subraya que “Rusia ha puesto en marcha su maquinaria oficialista de desinformación y propaganda: la principal lección que los afganos deben sacar de la retirada estadounidense es que los americanos siempre hacen lo mismo, usar a la gente para que trabaje para ellos y les ayuden, pero luego los abandona y los entrega al enemigo. Esos mensajes están más dirigidos a la población vecina de Ucrania y a los propios rusos prooccidentales que a los afganos. A pesar de la propaganda, el Kremlin no confía en que Washington abandone a todos sus aliados y deje de apoyar a las fuerzas prodemocráticas en los países del espacio postsoviético donde Rusia aspira a ejercer su influencia. A los ciudadanos rusos, la retirada estadounidense les recuerda el fracaso de la Unión Soviética en la guerra de Afganistán (1979-1989), que fue una de las principales causas del colapso del sistema comunista. Sin embargo, su retirada, en comparación con la de los EE.UU., fue mucho más ordenada”.