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China y la guerra de los Balcanes. Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz

Durante siglos, China ha sido la mayor economía del planeta, tanto en términos de población como en PIB, siendo muy superior al imperio romano o al español. La Ruta de la Seda conectaba China con otros imperios o ciudades de la época: Persia, Arabia, Egipto, Isfahán, Bizancio o Damasco entre otros. Solo tras la llegada de la Revolución industrial, que China no alcanzó, fue cuando el gigante asiático perdió esta hegemonía por la superioridad tecnológica del momento de los países industrializados como Reino Unido, las Guerras del opio marcaron el inicio del fin de la hegemonía mundial de China.

Una hegemonía que recuperó siglos después, a finales de los 70 del siglo XX, cuando Deng Xiaoping decidió liberalizar la economía y abrirla al comercio mundial. A día de hoy, China está reflotando esa Ruta de la Seda que tantos beneficio dio a la economía mundial siglos atrás. Un mega proyecto que pretende unir por tierra a Asia y Europa y, por mar,  los puertos del Sudeste Asiático con Oriente Medio, África y Europa, una red de ferrocarriles, puertos y telecomunicaciones sin paragón en la historia de la humanidad que reunirá más del 50% del PIB mundial y casi 2/3 partes de la población del planeta.

Con la caída del muro de Berlín en 1989, la URSS desapareció, y la Republica Socialista de Yugoslavia entró en guerra: la Guerra de los Balcanes. Una guerra entre croatas, serbios, bosnios… que dejó la zona devastada mientras Europa miraba hacia otro lado. Una guerra que azotó toda la región, convirtiéndola en la más pobre de Europa. Albania, Bosnia y Herzegovina, República de Macedonia del Norte, Kosovo, Montenegro y Serbia son países que, a día de hoy no pertenecen a la Unión Europea y, por lo tanto, no reciben fondos europeos para su reconstrucción y desarrollo.

La destrucción de la Guerra de los Balcanes y la crisis de deuda y financiera de Grecia en 2009 han dejado a esta zona como la más pobre de Europa, una oportunidad de negocio para que China expanda la Nueva Ruta de la Seda hacia uno de los mercados más importantes del mundo: La Unión Europea.

China ya ha comprado la acerera estatal serbia de Smederevo por 46 millones de euros, ha concedido préstamos a Montenegro para la mejora de infraestructuras, inversiones en Croacia o Albania, ha invertido en los Balcanes más de 10.000 millones de euros. China es el tercer inversor en Serbia, en Belgrado han abierto el centro Confucio más grande de la región y, lo más importante, ha comprado el puerto de El Pireo, en Grecia, el mayor centro logístico del Mediterráneo Oriental por algo más de 368 millones de euros, una extensión de la Ruta de la Seda de China y una puerta para la entrada de mercancías a los Balcanes y hacia el resto de Europa.

Una oportunidad de inversión y de alianza con los países de la zona, tan devastados por la guerra que abre las puertas de China a la entrada a Europa a través de los Balcanes para la expansión del comercio de bienes y servicios a través de la Ruta de la Seda, gracias a las mejoras de las vías Ferreras entre los Balcanes y Budapest y que podría llegar hasta Europa Central, o las líneas férreas entre Serbia y Hungría o Grecia y Macedonia… toda una red de ferrocarriles para ampliar el comercio en el viejo continente, un proyecto con un coste superior a los 20.000 millones de euros.

 

Los Balcanes son una región de Europa donde la inversión es escasa, hay pobreza y desigualdad, y la corrupción está a la orden del día, pero es una zona con un gran potencial de desarrollo, con unos países y una población con ganas de recibir inversión extranjera para despegar económicamente y poder salir de esta situación precaria y dejar de ser los rezagados del continente.

Para los Balcanes, la llegada de China ha provocado mejoras y desarrollo en las infraestructuras, un estímulo para su industria y empleo y una mejora tecnológica y económica para la región, y como no, allanar el terreno para futuras inversiones privadas.

Para China, los beneficios son claros: entrar en uno de los mercados más importantes del mundo, expandir su tecnología, como el 5G, y en definitiva, expandir su influencia internacional.

Pero estas inversiones ha sido muy criticadas por la comunidad internacional. El caso más claro es el de Montenegro, cuando hace unos años el banco chino Exim prestó al pequeño estado casi 1.000 millones de dólares para la construcción de una carretera de apenas 50 kilómetros, una deuda con China que supone una tercera parte de su PIB, es decir, el Gigante asiático se ha convertido en el principal acreedor de Montenegro, dejando al pequeño país en manos de China y con una deuda del 100% de su PIB; o la central térmica en Bosnia y Herzegovina con grandes problemas ambientales y criticado por organismos internacionales.

Pero las preocupaciones van más allá. Los países de la zona, como Albania o Macedonia pronto formaran parte de la Unión Europea, y otros como Bosnia y Herzegovina está previsto más a largo plazo, por lo que si China logra establecerse en estos países hoy, podría tener una influencia en el futuro en la Unión Europea.

Estas inversiones que avivan el “euroescepticismo” y que dan un impulso económico, no solo a estos países, sino también a los países del alrededor, como puede ser Hungría, que en el año 2017 ya rechazó una declaración de la Unión Europea condenando la violación de los derechos humanos en China. Grecia hizo lo mismo pocos meses después.

Si estos países se convierten en países “pro-China”  y logran entrar en la Unión Europea, tendremos una Unión más debilitada y dividida en temas tan importantes como los derechos humanos, Hong-Kong, el Tíbet o el mar de China meridional.

Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

 

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@angelenriquezs

INTERREGNUM. Pekín en los Balcanes. Fernando Delage

El pasado 7 de julio, el primer ministro chino, Li Keqiang, se reunió en Sofía con sus 16 socios de Europa central y oriental (PECOS) para su séptima cumbre anual. Desde su formación en 2012, el grupo (conocido como “16+1”) se ha convertido en un instrumento para la penetración china en Europa, a través de los Estados menos desarrollados del Viejo Continente, así como de los todavía candidatos a la adhesión. Hay analistas que consideran el formato como un medio para dividir a la Unión Europea, creando una especie de dependencia de China para los PECOS. Los hechos no dan motivos para tal conclusión, aunque no deben perderse de vista algunos de sus efectos políticos.

De la alarma externa por el nacimiento del grupo se ha dado paso en la actualidad a un creciente escepticismo entre los propios participantes europeos. Las “inversiones” que esperaban son más bien préstamos de la banca pública china, que habrá que devolver —con sus intereses— pese a la discutible rentabilidad de muchos de los proyectos planificados. El temor al endeudamiento y las dudas sobre la fiabilidad técnica de varios de esos proyectos, están en el origen de una cierta decepción que se ha hecho visible en el encuentro en la capital búlgara. El desfase entre la retórica de reuniones anteriores y la realidad que parece asumirse hoy no deja de ser, sin embargo, una consecuencia de la falta de transparencia sobre los objetivos del grupo.

Aunque se trata de una fórmula multilateral, es una estructura bajo la cual Pekín persigue sus intereses de manera bilateral, en particular con aquellos países con marcos regulatorios más débiles —o directamente opacos— para la inversión exterior. Esto explica quizá que los cinco miembros que aún no pertenecen a la UE (Albania, Bosnia, Macedonia, Montenegro y Serbia) reciban la mitad de las inversiones chinas en infraestructuras del total de los 16. Pekín habrá consolidado su presencia en ellos una vez que se produzca su incorporación a la Unión.

Con todo, si los PECOS —a los que China dirige apenas el 10 por cien del total de sus inversiones en el continente— tienen importancia para la República Popular es porque ocupan el espacio a través del cual la Ruta de la Seda llega a Europa occidental. Es en esta última donde se encuentran los mercados de alto nivel adquisitivo y las empresas tecnológicas prioritarias para Pekín. Su control del puerto de El Pireo, o su apoyo al tren Belgrado-Budapest, entre otros esfuerzos, responden a esa lógica de interconexión que contribuirá a facilitar los intercambios comerciales y financieros entre la República Popular y la UE.

Con todo, más allá de los intereses económicos, deben tenerse asimismo en cuenta las implicaciones políticas del acercamiento chino. Hace ahora dos años, Hungría, Croacia y Grecia obligaron a “dulcificar” el lenguaje de la declaración comunitaria sobre el fallo del Tribunal Permanente de Arbitraje que negó los argumentos de Pekín sobre su soberanía sobre las islas del mar de China Meridional. Más recientemente, ya se trate de derechos humanos, de la supervisión de las inversiones chinas, o de las dificultades de acceso a su mercado, varios de estos Estados miembros —Hungría normalmente al frente— suelen bloquear toda posición europea crítica con Pekín.

Pero de nada sirve preocuparse por la influencia china si la República Popular ofrece a los PECOS lo que éstos no parecen encontrar en otros socios o instituciones. La próxima cumbre bilateral de la UE con China, y el documento estratégico sobre interconexión en Eurasia —que se espera adopte el Consejo Europeo en octubre— deberían permitir avanzar en un enfoque de conjunto, que identifique en mayor detalle los intereses del Viejo Continente en su relación con Pekín y —casi más importante— proporcione los instrumentos y las estrategias para defenderlos. (Foto: Flickr, Lola Aguilera)