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INTERREGNUM: La ampliación de los BRICS. Fernando Delage

Ninguna cumbre anterior de los BRICS (el grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) atrajo el interés suscitado por su XV encuentro a nivel de jefes de Estado y de gobierno, celebrado en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto. En un contexto global caracterizado por las diferencias que mantienen Occidente y el resto del mundo sobre la guerra de Ucrania, así como por el activismo diplomático de China entre las naciones emergentes, se ha extendido la idea de que el hoy denominado “Sur Global” constituye un nuevo polo del sistema internacional. Los BRICS representan la creciente visibilidad de una fuerza que minimiza el peso de las democracias occidentales, especialmente tras la ampliación acordada en Sudáfrica. Aunque es cierto que las diferencias internas erosionan la capacidad del bloque para actuar de manera unificada con respecto al objetivo de lograr un orden multipolar, sería un error ignorar el mensaje que transmiten sus miembros y, sobre todo, su utilidad como instrumento de la estrategia china.

Aunque 22 Estados presentaron su candidatura de adhesión, la cumbre formalizó la invitación a sólo seis: Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Egipto, Etiopía y Argentina. Todos ellos se convertirán en miembros a partir de enero. La ampliación implica que el grupo suma el 46 por cien de la población del planeta y el 37 por cien del PIB global. La incorporación de tres grandes productores de petróleo y gas—Irán, Arabia Saudí y Emiratos—añade una significativa dimensión estratégica (controlará más del 50 por cien de las reservas fósiles mundiales) y financiera (los fondos soberanos de los dos últimos países, por ejemplo, podrán inyectar un notable volumen de fondos al Banco de Desarrollo de los BRICS, la institución financiera creada en 2015 y con sede en Shanghai, considerada como alternativa al Banco Mundial).

La ampliación ha sido motivo de desacuerdos. Pese a las reservas de India, Brasil y Sudáfrica—temorosos de perder su espacio—, China pudo imponerla (con el acuerdo de Rusia). Mientras conforme a su agenda geopolítica antioccidental Pekín y Moscú aspiran a crear un orden favorable a sus esquemas, y a expandir su presencia en África, Oriente Próximo y América Latina, la prioridad de los restantes miembros fundadores consiste en corregir unas estructuras globales que consideran injustas y poder contar con la representación que creen les corresponde por su peso demográfico y económico en las instituciones internacionales. Aspiran igualmente por tanto a equilibrar el poder occidental, pero sin la intención de enfrentarse a Estados Unidos, Europa y Japón, socios indispensables para su seguridad y para sus intereses económicos.

Entre otras claves, la ampliación es reveladora del papel que China espera desempeñar en Oriente Próximo, después del acuerdo logrado en marzo entre Arabia Saudí e Irán con su mediación. Echarle un cable a Teherán, con una economía devastada por la política de sanciones occidentales, es otra importante señal. Pero el protagonismo de China—cuyo PIB es mayor que el de todos los demás miembros juntos—se ve también condicionado por otra variable mayor: la oposición india a dejar que decida unilateralmente las acciones del grupo. Si para la República Popular los BRICS son un medio para maximizar la dependencia de otras naciones de sus recursos financieros y tecnológicos, para Delhi es un recurso para diversificar sus opciones de diálogo y, a través de ellas, reforzar su autonomía estratégica.

Esas diferencias pueden explicar la llamativa ausencia de Xi Jinping en la cumbre del G20 que se celebrará en India el próximo fin de semana. Logrados sus objetivos en Johannesburgo con respecto al grupo que quiere construir como contrapeso del G7 (y al que todavía quieren incorporarse muchos otros países), parece importarle menos un foro en el que sí participan las grandes potencias occidentales y que—como en la cumbre de Bali del pasado año—denunciará de nuevo la agresión rusa en Ucrania. Por primera vez un presidente chino no participará en el G20, renunciando a la posibilidad de un encuentro con su homólogo norteamericano y dañando la relación bilateral con Delhi. Sólo podemos especular sobre sus motivos, pero no puede ocultarse que, pese a la retórica sobre el Sur Global y los BRICS, la guerra de Ucrania no ha hecho sino revitalizar la OTAN y el G7 como expresión de la cohesión de Occidente. Los malos datos sobre la economía china complican asimismo las  ambiciones globales de la República Popular.

INTERREGNUM: Lula en China. Fernando Delage

Un efecto de la virtual suspensión de los contactos al más alto nivel entre China y Estados Unidos es que Pekín se ha volcado en su atención a dirigentes de otros paises. A la sucesión de visitantes europeos y asiáticos se han sumado asimismo en tiempos recientes un considerable número de líderes de África, Oriente Próximo y América Latina, dando una clave sobre cómo la República Popular está respondiendo a las tensiones con Washington. La semana pasada fue el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los principales representantes del Sur Global, quien visitó a Xi Jinping.

Desde su regreso a la presidencia, Lula ha dado un nuevo impulso a la política exterior brasileña, persiguiendo tanto objetivos políticos como económicos. Aspira a que el gigante del subcontinente juegue en la liga de los grandes y a promover la atracción de inversiones y comercio, dejando atrás el periodo de relativo aislamiento internacional causado por su antecesor, Jair Bolsonaro. China es uno de los principales socios que puede ofrecerle lo que busca, mientras Brasilia contribuye a su vez a las pretensiones exteriores de Pekín. Ambos países defienden un orden multipolar y unas estructuras multilaterales que no estén lideradas por Occidente.

“Queremos elevar el nivel de la asociación estratégica entre nuestros países, expandir los intercambios económicos y, junto con China, equilibrar la geopolítica global”, dijo Lula durante su visita. Los dos gobiernos firmaron más de una docena de acuerdos por valor de 10.000 millones de dólares, destinados a las inversiones en infraestructuras; al fomento del comercio (que el pasado año superó los 150.000 millones de dólares: China atrajo el 27 por cien de las exportaciones brasileñas); o a la construcción de satélites, entre otras áreas. Lula también visitó la sede de Huawei, la conocida empresa de telecomunicaciones sujeta a sanciones norteamericanas. La pertenencia compartida al grupo de los BRICS—junto a India, Rusia y Suráfrica—también explica varios de sus mensajes. En un discurso pronunciado en Shanghai, sede del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (que por cierto estará dirigido durante los próximos años por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff), Lula hizo hincapié en la necesidad de sustituir al dólar como principal divisa de referencia.

Las palabras del líder brasileño a favor de una nueva dinámica geopolítica que permita transformar las reglas e instituciones de la gobernanza global coinciden con la reorientación de la diplomacia china hacia el mundo emergente. Considerando que la globalización de corte occidental está llegando a su fin, y que sus intereses y ambiciones nacionales demandan la prioridad de los objetivos políticos y de seguridad sobre los económicos, Pekín intenta avanzar en la construcción de un orden global paralelo, libre de toda interferencia de las democracias liberales.

Brasil no puede permitirse, sin embargo, una posición hostil hacia Estados Unidos. Tampoco puede obviar las consecuencias de la creciente presencia china en América Latina. De manera no muy diferente a cómo la República Popular tensiona las relaciones entre Estados Unidos y Europa, también complica, en efecto, las relaciones entre Brasil y sus vecinos, así como el desarrollo de la integración suramericana, una de las preferencias estratégicas de Lula. El aumento de los intercambios entre China y los Estados latinoamericanos se ha traducido en una caída del comercio intrarregional, una tendencia que afecta igualmente a los intereses europeos. Si Bruselas no avanza en la firma de un acuerdo con Mercosur, el grupo al que pertenecen las principales economías suramericanas y con el que se negocia un pacto comercial desde hace 23 años, la región quedará sujeta a una aún mayor influencia china, desplazando a las empresas europeas.

 

Y finalmente Lula visitó a Xi en casa. Nieves C. Pérez Rodriguez

El presidente Lula parece estar tomando muy en serio su oportunidad de convertirse en un destacado líder internacional. Así lo prueba su visita a China para firmar una serie de acuerdos bilaterales, encontrarse con Xi Jinping y apoyar, tal y como el mismo Lula al cierre de su viaje afirmó, una “mediación conjunta para la guerra de Ucrania entre China, los Emiratos Árabes Unidos, China y Brasil”, mientras acusó a Estados Unidos y Europa de prolongar el conflicto.

Se produjo así la materialización de la visita programada para mediados de marzo y pospuesta de acuerdo con la versión oficial debido al estado de salud del mandatario brasileño. Sin embargo, fuentes no oficiales afirmaron que Lula necesitaba estar en Brasil en el momento en que el ex presidente Bolsonaro regresaba de Florida, donde pasó varios meses supuestamente porque se estaba sometiendo a un tratamiento médico. Y aunque a ambos líderes se les conoce que tienen considerables vulnerabilidades de salud, en ninguno de los casos la versión dado por ellos parece coincidir con la verdad.

Lo que sí parece ser cierto es que Lula decidió hacer esperar a Xi Jinping unas semanas y se quedó en casa para dar aires de normalidad y estar presente en caso de que se presentara otra situación irregular del corte de un intento de golpe de Estado.

Aunque posterior a lo agendado, China lució su ritual de recibimiento de visitas de Estado para acoger al presidente Lula. La planificación de cada momento y el extenso repertorio de protocolos que ensalzan los símbolos del Partido Comunista chino como la obligada parada en la Plaza de Tiananmen donde las imágenes de video y las fotos glorifican la suntuosidad de la dimensión de la plaza, el Gran Salón del Pueblo de fondo al ritmo de centenares de soldados chinos marchando fueron sólo una parte del cuidado ceremonial que se desplegó durante los cuatro días que duró la visita.

En ese idílico ambiente creado por el PC chino Lula desafiaba informando que quería una relación más profunda con China, que trascendiera del comercio, que se traduce en profundizar las relaciones existentes al plano social, cultural, científico e ideológico.

China es el principal socio comercial de Brasil. En efecto, la balanza comercial favorece a Brasil con un superávit de 62.000 millones de dólares en su favor debido a exportaciones en los sectores agrícola, minero y petrolero. Por su parte una larga lista de empresas chinas tiene participación y presencia en Brasil, como en el sector de telecomunicaciones. Huawei, desde la década del 2000, opera en Brasil y actualmente está construyendo centros de datos y es uno de los principales proveedores de tecnología en el desarrollo del 5G en el territorio brasileño.

En un tono desafiante, Lula aprovechó la ocasión para mencionar en un discurso que visitó la sede de Huawei y aseguró que no tienen sesgos en su relación con China y que “nadie puede impedirle a Brasil mejorar sus relaciones con el gigante asiático”.

Otro punto clave de la visita para Lula fue remarcar la importancia del BRICS como grupo económico que incluye a China, Brasil, Rusia, India y Sudáfrica y las alternativas que ofrece. En ese sentido volvió hacer referencia a lo importante de un sistema paralelo al dólar para los intercambios internacionales. Sistema que Xi entiende como clave para continuar el camino de la independencia de Estados Unidos pues automáticamente previene la alineación con EEUU.

Lula aboga por la creación de un club de paz también como una alternativa básicamente a lo existente desde el fin de la II Guerra mundial. Razón por la que propone una “mediación conjunta en la guerra de Ucrania, lo que parece ser música para los oídos de Beijing, porque, aunque China ciertamente no ha públicamente apoyado a Putin en su cruel invasión, está claramente alineado con el Kremlin para ayudarles a ganar tiempo, no dejarlos caer económicamente y beneficiarse incluso de los productos que ya no le compran los que están en contra de su guerra.

No es casual que el ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, llegará a Brasilia y tendrá un encuentro con su homólogo brasileño, Mauro Vieira. Mientras que, en el otro lado del mundo, durante el fin de semana el ministro de Defensa chino, Li Shangfu, llegó al Kremlin para reunirse con el mismo Putin en una visita de cuatro días que deja ver la importancia que China da a Moscú. Una triangulación más que fortuita y provechosa para las partes.

Lula está priorizando “recuperar la reputación internacional de Brasil”, lo que viene a decir, dejar atrás la época de Bolsonaro y dar aires de renovación en un intento cargado de pragmatismo. Así lo prueba la discreta visita a Moscú hecha por Celso Amorim, un veterano político brasileño, quien ha tenido diferentes posiciones en el alto gobierno desde los años ochenta y quién es hoy el asesor en materia de política exterior de más alto nivel de Lula.

En una entrevista concedida al Global Times. Amorin afirmó que la visita de Lula a China es muy importante porque es la primera visita fuera del continente a tan sólo tres meses de haber tomado posesión del cargo presidencial. Así mismo afirmó que ambos países tienen un importante rol, el de construir un mundo más multipolar en donde el poder no se encuentre centralizado, y no prevalezcan las hegemonías.

Brasil es el mayor comprador de fertilizante de Rusia, por transacciones de cerca de 2 mil millones de dólares en 2019. Y aunque Rusia está sancionada en estás áreas, y en efecto los europeos han dejado de comprarle no sólo fertilizantes, sino productos químicos, petróleo y gas, los intercambios han sido compensado con la compra de estos rubros por China e India de acuerdo con Keith Bradsher periodista del New York Times.

La visita es un reflejo de la importante relación comercial y política entre Brasil y China y el pragmatismo de Lula de potenciar esas relaciones y darles un carácter más estratégico. A la vez, Brasil necesita de los fertilizantes rusos para poder mantener su producción agrícola por lo que cargado de pragmatismo Lula prefiere jugar a crear un “club de paz” que le permita mantenerse fuera de la alineación con Washington para así poder justificar que siga comprándole a Rusia lo que necesita.

Mientras, a Occidente parece costarle cada vez más continuar aumentando apoyos para Ucrania, titulares como el de CNN “líderes mundiales hacen filas para reunirse con Xi Jinping” , parece explicar bien la nueva situación internacional.

 

Lula visita China, ¿un pulso a Occidente? Nieves C. Pérez Rodríguez

El liderazgo de Xi Jinping ha salido fortalecido de la XIV Asamblea Popular Nacional donde le fue ratificado su tercer mandato con unanimidad y ovación y donde, además, aprovechó para anunciar el levantamiento de la “gran muralla de acero”, en referencia a la gran muralla china, en la que propone reforzar el ejército de liberación popular que, de acuerdo con sus propias palabras, preservará la soberanía china. En el plano internacional, Xi también está aprovechando para sacar beneficio a su protagonismo haciendo acuerdos e intentado usar su liderazgo; en efecto, su visita a Moscú es un ejemplo de su deseo de figurar y mediar en una posible solución a la guerra de Ucrania.

El mundo ha quedado más dividido desde que Putin invadió Ucrania recreando la guerra fría con alineamientos ideológicos en cada bando. Brasil es un ejemplo en donde los cambios políticos han girado la dirección desde que Lula da Silva tomaba posesión de la presidencia. Durante la era de Jair Bolsonaro y por su afinidad con Trump, Brasil parecía mirar más hacia Washington. Hoy Lula, a pocas semanas de ser investido, prepara una visita oficial a China, del 26 al 31 de marzo. con una extensa delegación compuesta por 20 parlamentarios y más de 90 empresarios de distinto sectores.

La visita es un reflejo de la importante relación comercial y política entre Brasil y China y el pragmatismo de Lula de potenciar esas relaciones y darles un carácter más estratégico. Por su parte, la estricta política china de “Cero Covid” queda atrás y el recibimiento de figuras internacionales comienza a ser parte de la agenda regular del gigante asiático.

China es el primer socio comercial de Brasil y, según cifras de la secretaría del comercio exterior de Brasil, durante el 2022 las exportaciones brasileñas a China crecieron el 1,5% promedio diario para un total de 91,3 mil millones de dólares anuales, comparados con los 51 mil millones de exportaciones que fueron enviadas a la Unión Europea, otros 51 mil millones de dólares hacia los Estados Unidos y 15.400 millones a Argentina.

La balanza comercial favorece a Brasil con un superávit de 62.000 millones de dólares en su favor debido a exportaciones en los sectores agrícola, minero y petrolero. Por su parte, una larga lista de empresas chinas tiene participación y presencia en Brasil, como en el sector de telecomunicaciones. Hay que destacar Huawei que desde la década del 2000 opera en Brasil y actualmente está construyendo centros de datos y es uno de los principales proveedores de tecnología en el desarrollo del 5G en el territorio brasileño.

China también controla el 90% del TCP (Terminal de Contêineres de Paranaguá) el segundo puerto más importante de Brasil e intentó, aunque sin éxito, entrar en el proyecto del Puerto de Sao Pablo, que es un mega puerto agrícola, de acuerdo con profesor Evan Ellis, profesor de investigación sobre América Latina en el instituto de Estudios estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos.

Durante el viaje de Lula, de acuerdo con la información oficial, está previsto que se firmen veinte acuerdos bilaterales en materia de reducción de barreras a las exportaciones agrícolas, educación, cultura, finanzas, ciencias y tecnología. Los parlamentarios que acompañarán a Lula son del partidos del denominado Centro, que es la base para garantizar la gobernabilidad, aquellos que son en esencia la mayoría en la cámara y que podríamos denominar como “políticos de profesión”  y, aunque sus partidos llevaron candidatos propios a la elección e incluso para la segunda vuelta apoyaron abiertamente a Bolsonaro, el presidente Lula los incorpora a la delegación porque los necesita para aprobar las reformas que tiene previstas.

También se espera que Brasil se incorpore a alguna fase de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés) y que afiance su papel en el BRICS (Acuerdo entre Brasil, Rusia, India,Sudáfrica y China) que es estratégico para Brasilia. Incluso es muy probable que Lula intente promover la ampliación de socios del BRICS tanto en la región latinoamericana, promoviendo a Argentina, como haciendo una visita corta a Arabia Saudita, tal y como han informado los medios brasileños aunque no ha sido confirmado de manera oficial, para propiciar acercamientos. Irán, por su parte, también ha mostrado interés en incorporarse.

La próxima cumbre del BRICS tendrá lugar en Suráfrica a finales de agosto y muy probablemente se anunciará la entrada de nuevos miembros que estarán ideológicamente alineados con Xi y Putin. Aunque Lula ya visitó a Biden en Washington, sus conversaciones se centraron más en la necesidad de prestar atención al cambio climático y Biden no pudo conseguir que Lula condenara la guerra en Ucrania.

China, a través de su líder supremo, se presenta como una alternativa a las democracias que se han agrupado en contra de la agresión rusa. Lula para Xi podría ser mucho más que un socio comercial, puesto que ambos son los líderes de los países más grandes de sus respectivas regiones. Brasil es la decimotercera economía más grande del mundo y el séptimo país más poblado del planeta (216 millones de habitantes para finales del 2023). ¡La polarización internacional es cada día una realidad más potente!

 

INTERREGNUM: ¿El año de India? Fernando Delage

La próxima primavera India se convertirá en el país más poblado del planeta; un hecho cargado de simbolismo, que coincide con su presidencia—este año—del G20. Superar demográficamente a China no implica, naturalmente, que India vaya a superar el PIB de la República Popular ni alcanzar sus capacidades militares. Una notable asimetría de poder continuará definiendo la relación entre ambos vecinos. Sin embargo, la previsible consolidación del ascenso indio—proceso en el que 2023 puede resultar decisivo—es pareja a un cambio de ciclo en China, donde la desaceleración económica, los efectos de la política de covid cero y el enfrentamiento con Occidente y otras naciones asiáticas pueden marcar el fin de una época.

India se encuentra en una encrucijada, a un mismo tiempo interna y externa. Desde que el Bharatiya Janata Party ganara las elecciones de 2014 bajo el liderazgo de Narendra Modi—primera vez que un partido conseguía una mayoría absoluta en 30 años (y resultado que fue revalidado en 2019)—, el país ha registrado una alta tasa de crecimiento y ha mostrado una mayor confianza en sí mismo, abandonando toda percepción de inferioridad y adquiriendo un nuevo perfil global. Internamente, la combinación de nacionalismo e hinduismo promovidos por Modi ha debilitado la democracia y el secularismo que definieron la república tras la independencia. El tratamiento desigual de los musulmanes, la interferencia en el poder judicial o la persecución de los medios de comunicación independientes constituyen una preocupante regresión política. Es un hecho que, sin embargo, no parece alterar la trayectoria ascendente de la nación.

Circunstancias imprevistas, como la pandemia y la guerra de Ucrania, han favorecido a India. Lo han hecho, en primer lugar, en el terreno económico. El imperativo para muchas multinacionales de reducir su dependencia de China y diversificar inversiones y cadenas de suministro, les ha conducido a India, cuyo mercado—por su enorme tamaño—se encuentra a salvo de posibles turbulencias económicas. El empuje de su crecimiento hará de India, según indican las estimaciones de distintos organismos, la tercera economía mundial—tras Estados Unidos y China—hacia 2030.

También el escenario geopolítico ofrece, en segundo lugar, una oportunidad para que India amplíe su margen de maniobra diplomático, principal objetivo de su política exterior. El gobierno de Modi ha asumido sin ningún tipo de complejos el acercamiento a Estados Unidos que reclaman sus objetivos de seguridad, coincidente a su vez con el interés de Washington (como de Tokio y Canberra, entre otros) por asociarse con India como instrumento de contraequilibrio de Pekín. Se trata de toda una revolución diplomática, dado el peso de la tradición nehruviana de no alineamiento. Pero ocurre que el mundo ha dejado de estar liderado por Occidente. La división global sobre las sanciones a imponer a Rusia por la invasión de Ucrania volvió a constatar esa realidad; una circunstancia que proporciona a India la ocasión para situarse como árbitro entre Asia y las democracias occidentales, así como entre el hemisferio norte y los países emergentes.

Delhi ni siquiera tiene que improvisar. Durante los últimos años ha venido demostrando su activismo hacia distintos espacios regionales (a través de su “Act East Policy” hacia Asia oriental, la “Connect Central Asia Policy” hacia las repúblicas centroasiáticas, o la aproximación a su vecindad—la denominada “Neighborhood First Policy”—, entre otros instrumentos), como lo ha hecho igualmente hacia los foros multilaterales: de los BRICS a la Organización de Cooperación de Shanghai, del G20 al Quad. Simultáneamente, el ministro de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, ha articulado un discurso que rompe moldes e impulsa en sus propios términos (no siempre comprendidos en Occidente), la gradual emergencia de esta nueva potencia central.

INTERREGNUM: BRICS vs G7. Fernando Delage

Mientras buena parte del mundo sufre las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, China redobla su pulso con Occidente y trata de capitalizar el momento en su estrategia de ascenso global. Una semana después de reiterar el apoyo de Pekín a Putin en su llamada de felicitación al presidente ruso por su 69 cumpleaños, Xi Jinping recurrió, en efecto, a la cumbre de los BRICS del pasado jueves para dar visibilidad a los países emergentes como bloque, y para promover un concepto alternativo de orden internacional.

Las circunstancias ya apuntaban al simbolismo de esta cumbre, celebrada—no por casualidad—en vísperas del encuentro anual del G7 en Alemania y de la reunión de la OTAN en Madrid que actualizará el concepto estratégico de la organización. Aunque la reunión de los BRICS se ha realizado virtualmente, ha sido la primera convocatoria multilateral en la que ha podido participar Vladimir Putin después de la invasión de Ucrania. Putin ha hecho ver que su aislamiento diplomático no es completo, y que los líderes del grupo—pese a las presiones que han recibido de Estados Unidos y de sus aliados—no tienen inconveniente en tratar con él. Es más, tratando de sortear las sanciones occidentales, buscan la manera de beneficiarse del contexto actual en sus intercambios económicos con Moscú. Rusia les ha propuesto, por ejemplo, pagar sus transacciones sobre la base de una cesta de divisas que sustituya al dólar.

Pero es China el gigante cuya economía supera con creces a las de los otros cuatro miembros juntos, y Xi quien pretende dar forma a un consenso del bloque en torno a su visión de las relaciones internacionales. En su discurso, Xi expuso las dos grandes propuestas que, desde la invasión de Ucrania, ha articulado como ejes de la diplomacia china: la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Seguridad Global. La primera, vinculada a la Nueva Ruta de la Seda, confirma una vez más que Pekín ha hecho del Sur Global un instrumento central para sus ambiciones estratégicas. La segunda, aunque tiene su origen en el “nuevo concepto de seguridad” acuñado por Pekín en la década de los noventa, ha sido reformulado como respuesta a la guerra de Ucrania y es una manera de denunciar a Occidente—y de manera por primera vez explícita a la OTAN—por no haber respetado los intereses de seguridad de Rusia.

El mensaje que se quiere transmitir con ambas propuestas es claro: China está preparada para sacar al mundo de la crisis económica (a través de sus planes de coordinación e interconectividad con los países en desarrollo) y proporcionarle estabilidad geopolítica (mediante el establecimiento de una nueva arquitectura de seguridad). Contrapone así su papel al de Estados Unidos, quien—por el contrario—mantiene según la República Popular una mentalidad de guerra fría y, con su política de sanciones, prolonga un conflicto que está provocando graves daños económicos. Es un discurso al que Pekín está dedicando grandes esfuerzos desde que estalló el conflicto en Ucrania, y que el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha tratado con al menos cuarenta países durante los dos últimos meses.

Frente a las tensiones con Washington y sus aliados por el apoyo que presta a Moscú, China tenía que lanzar el mensaje de que cuenta con el alineamiento de los países no occidentales. Pero lo cierto es que, más allá de una retórica compartida, no todos los miembros de los BRICS ven las cosas de la misma manera. Un escollo notable es India: pertenece al grupo, aunque también al QUAD y al Marco Económico del Indo-Pacífico propuesto por la Casa Blanca. El primer ministro Narendra Modi, que comparte con el presidente Joe Biden la idea de que China es un rival estratégico, ha participado como invitado, incluso, en la reunión del G7. Dejando a India al margen, Pekín ha propuesto la ampliación de los BRICS a nuevos miembros, entre los que podrían encontrarse Argentina, Egipto, Indonesia, Kazajstán, Nigeria, Emiratos, Arabia Saudí, Senegal y Tailandia (países todos ellos participantes, en mayo, en una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del grupo).

China parece jugar con la idea de que, con la ampliación del bloque, y bajo su liderazgo, los BRICS podrían convertirse en una alternativa al G7 o al G20. Las naciones en desarrollo van a contar, no obstante, con propuestas que rivalizan con las de Pekín sin sus mismos riesgos de dependencia. El anuncio por el G7, el pasado domingo, del “Partenariado para Inversión e Infraestructura Global”, un ambicioso plan dotado de ingentes recursos y concebido para competir con la Nueva Ruta de la Seda china, es la más reciente demostración de que la partida continúa.

 

 

China intenta ganar protagonismo en el BRICS. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- La semana pasada tuvo lugar la XI cumbre de los BRICS (acrónimo de la alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, como grupo de potencias en ascenso) en medio de la “guerra comercial” entre China y Estados Unidos y los efectos de ésta en la economía mundial.

Los cinco líderes de los países miembros asistieron a la cita en Brasilia y a pesar de que el país anfitrión suele gozar de un protagonismo natural, en esta ocasión el protagonismo se centró en China. Xi Jinping fue agasajado con los más altos honores y todos los ojos estaban puestos en él. En sus palabras de cierre de la cumbre aseguró que “el proteccionismo y la intimidación van en contra de la corriente” y están perjudicando el comercio internacional y la inversión, lo que significa una caída de la economía mundial”, refiriéndose a Estados Unidos como el intimidador y el culpable de la guerra comercial.

La cumbre tenía su foco puesto en el crecimiento económico por un futuro innovador, lo que es exactamente la imagen que proyecta China hoy. Y el objetivo de este encuentro, que tiene lugar cada año, es sentar en un mismo recinto a las cinco economías emergentes más significativas del mundo.

El BRICS representa hoy el 50% del crecimiento de la economía mundial, el 42% de la población del planeta, 30% del territorio del globo, el 23% del producto interior bruto global, y el 18% de los intercambios internacionales, de acuerdo a la página oficial del BRICS.

Para analizar la cumbre consultamos a Leigh Wedell, experta en economía china e inversiones, y jefe de operaciones de Basilinna (firma especializada en China y Medio Oriente).

¿Cuál fue el centro de la Cumbre en esta ocasión? ¿Diría Usted que Xi Jinping hace uso de su gran chequera para ejercer más influencia?

“El presidente Xi Jinping ciertamente fue el centro de BRICS de esta semana en parte debido a su poder económico, pero también por el microscopio bajo el cual se está observando el acuerdo comercial entre Estados Unidos y China. Estábamos a la espera hace poco más de una semana que los dos presidentes firmen un acuerdo de “fase uno” al margen de las reuniones de APEC que se debieron celebrar en Chile. Todavía no hay una fecha fijada para una reunión entre los dos líderes. Y la falta de un acuerdo comercial está causando una desaceleración económica global.

Sin embargo, China también centró la atención en la cumbre por restaurar su relación con Jair Bolsonaro, quien abiertamente críticó a la “depredadora China” durante su campaña electoral.

Bolsonaro además afirmó que ahora China es parte cada vez mayor en el futuro de Brasil. Obviamente China es el mayor socio comercial de Brasil y ambos países aprovecharon para discutir la diversificación del comercio y la expansión de la inversión.  Mientras que también observamos como China e India suavizaron sus tensiones, y que el anuncio de la visita de Modi a China el próximo año, así lo prueba.

Brasil es una pieza clave porque está intentando equilibrar su posición entre Estados Unidos y China. Particularmente en este momento en el que se ven presiones para tomar una posición, de manera especial en el aspecto tecnológico. A pesar de que exista cercanía entre Bolsonaro y Trump, es poco lo que Brasilia a podido ver materializado de esa relación -al menos por el momento-. Sin embargo, ya Brasil tiene acuerdos para diversificar sus acuerdos de intercambios con China”.

¿Estamos viendo a la segunda economía del mundo tomando control del liderazgo internacional?

“La retórica oficial china los posiciona como los líderes de la globalización ante el abandono de los Estados Unidos.  Un buen ejemplo es como Beijing ha tomado la delantera en la promoción del cambio climático mientras Washington se retira del Acuerdo de París, o mientras Beijing lidera una propuesta de reforma de la OMC.

Estamos viendo el ascenso de China en el escenario global y un cambio significativo de su máxima tradicional de política exterior: “esconde tu fuerza, espera tu tiempo, nunca tomes la delantera”. La política exterior bajo el presidente Xi es más sofisticada en gran medida porque tienen una mayor participación en el juego con una mayor inversión extranjera.

El resultado más significativo de esta cumbre fue la alineación de los BRICS contra el “acoso y el proteccionismo” de Estados Unidos que está impactando la economía global. A medida que China se posiciona como un modelo alternativo para el desarrollo económico, están ganando terreno entre las economías en desarrollo, en parte debido a capacidad económica para financiar inversiones e infraestructuras, pero también debido a su historial de desarrollo económico que incluye sacar a cientos de millones de personas de la pobreza.

En el contexto de los disturbios generalizados en toda la región de América Latina, que también fue un tema de discusión, el mensaje de China es particularmente resonante y podría presentar un desafío conjunto para Estados Unidos en algunos de sus mercados clave”. Foto GovernemtZA, Flickr.

INTERREGNUM: Xi en Chennai. Fernando Delage

Casi año y medio después de su primera “cumbre informal” en la ciudad china de Wuhan, el presidente de la República Popular, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, mantuvieron la semana pasada su segundo encuentro de estas características en Mamallapuram, cerca de Chennai. Aunque ambos líderes coincidieron en junio en la reunión anual de la Organización de Cooperación de Shanghai,  se ven de nuevo a solas después de que Modi renovara en las elecciones de mayo su mayoría absoluta y de que, el 5 de agosto, suspendiera la autonomía de la provincia de Jammu y Cachemira; una decisión que ha enfurecido a ese “cuasi-aliado” chino llamado Pakistán, y que provocó la convocatoria del Consejo de Seguridad de la ONU por Pekín para discutir a puerta cerrada sobre el asunto.

El primer ministro paquistaní, Imran Khan, visitó no casualmente Pekín 48 horas antes de que Xi viajara a India. Aunque China ha mostrado su insatisfacción con el cambio de estatus administrativo de Cachemira, Modi transmitió a su invitado su preocupación por el terrorismo transfronterizo que alimenta Islamabad y sus efectos sobre la seguridad regional, en Afganistán en particular. Las interminables negociaciones sobre la frontera chino-india—cuestión no resuelta desde la guerra de 1962—también formaron parte de las conversaciones, aunque no consta que se produjera avance alguno.

Para China, India es un gigantesco mercado que ha cobrado una renovada relevancia en el contexto de la rivalidad comercial y tecnológica con Estados Unidos. Para Xi es vital, en este sentido, que Delhi no prohíba contratar a Huawei para la puesta en marcha de las redes de telefonía de quinta generación. El presidente chino, además de mostrar la mejor disposición para corregir el desequilibrio comercial bilateral (el déficit indio asciende a 57.000 millones de dólares), evitó las diferencias territoriales para reconducir el diálogo hacia aquellos asuntos en los que existe una genuina cooperación entre los dos vecinos, como el cambio climático o la reforma del sistema multilateral a fin de que se reconozca un mayor espacio a las economías emergentes en el Banco Mundial y en el FMI.

Pese a la oposición de Delhi a la iniciativa de la Ruta de la Seda china, los dos países comparten, por otra parte, un mismo interés en el desarrollo de infraestructuras y la promoción de la interconectividad. Así lo reflejó el apoyo indio en su día a la creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, o el esfuerzo conjunto de ambos gobiernos en el establecimiento del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. India rechaza un proyecto que, en su opinión, es poco transparente y que—al atravesar Cachemira—pone en duda su soberanía sobre la provincia. No obstante, está abierta a otras alternativas, como por ejemplo el corredor BCIM (Bangladesh-China-India-Myanmar), en discusión desde hace más de una década.

Los impulsos nacionalistas de la administración Trump plantean por lo demás numerosos interrogantes sobre el futuro del orden multilateral, al que no pueden permanecer ajenos estos dos gigantes. El interés de cada uno de ellos en la sostenibilidad de su crecimiento económico y en la estabilidad de Asia propicia la formulación de un nuevo equilibrio entre cooperación y competencia, que también puede ofrecer nuevas oportunidades a la Unión Europea. Cuando va a cumplirse un año de la adopción por Bruselas de su estrategia hacia India, la cumbre de Chennai confirma la necesidad expresada por dicho documento de considerar a Delhi como un socio no sólo económico sino también geopolítico, con el que conviene estrechar las relaciones y completar así el camino ya recorrido con la otra gran democracia asiática, Japón.

Foto: Subbiah Rathianagiri, Flickr.

INTERREGNUM: La bipolaridad que llega. Fernando Delage

La reunión del G20 en Japón ha servido para confirmar cómo la rivalidad entre Estados Unidos y China está creando un nuevo orden bipolar, a cuyas tensiones nadie puede escapar. Muchos de los países miembros del G20 comparten los temores de la administración norteamericana con respecto a las intenciones de la República Popular, pero les preocupa que la guerra comercial entre ambos pueda destruir el sistema económico global.

China no puede compararse a ningún rival anterior: si Estados Unidos y la Unión Soviética llegaron a tener unos intercambios comerciales de 2.000 millones de dólares al año, esa es la cifra del comercio diario entre Washington y Pekín. La administración Trump cree que la mejor manera de evitar que China acabe con su estatus de primacía pasa por romper la interdependencia ente las dos economías, pero la República Popular se encuentra en el centro de las cadenas globales de producción y distribución, de las que el mundo entero depende para su propia prosperidad.

Con todo, la competencia comercial y tecnológica es expresión en último término de un reajuste de los equilibrios geopolíticos. De ahí que cuando se señala que, al contrario que en el caso del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la rivalidad con China es de naturaleza económica, se pierden de vista otras variables estratégicas también en juego, como la búsqueda por Pekín de socios que puedan formar parte de su mitad del tablero. Uno de especial relevancia entre ellos, teniendo ya China a Rusia a bordo, es India. Como se indicó en esta columna hace un par de semanas, el encuentro de Xi Jinping y Narendra Modi con ocasión de la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai puso de relieve los esfuerzos chinos por romper las suspicacias de Delhi acerca de la iniciativa de la Ruta de la Seda. Ambos líderes celebrarán una reunión informal en India en octubre, para volver a encontrarse en la cumbre de los BRICS en Brasil en noviembre.

Los movimientos de Pekín no pueden por lo demás interpretarse sin tener también en cuenta los de Moscú. Rusia, en efecto, también quiere asegurarse la activa participación de India en el proceso de integración euroasiático que impulsa junto a China, y aprovechar la oportunidad que representan los desplantes de Trump a Delhi. Pese a la visita a India la semana pasada del secretario de Estado, Mike Pompeo, y de la retórica sobre la asociación estratégica entre las dos mayores democracias del mundo, las sanciones comerciales que le ha impuesto la Casa Blanca—por la compra de armamento a Rusia, y de petróleo a Irán—no despejarán las dudas indias sobre la consistencia norteamericana. La asistencia de Modi como invitado de honor al foro económico de Vladivostok a principios de septiembre, ilustra asimismo el interés de Vladimir Putin por revitalizar el triángulo Pekín-Delhi-Moscú, una iniciativa diseñada hace veinte años por ese gran estratega que fue el exministro de Asuntos Exteriores y exprimer ministro ruso Yevgheni Primakov, con el fin de minimizar la influencia internacional de Estados Unidos.

En este juego de tronos euroasiático, resulta inevitable concluir con una pregunta recurrente: ¿Y Europa? (Foto: Marek Choloniewsky)