Entradas

¿Guerras para desviar la atención? Nieves C. Pérez

La caída del crecimiento económico chino es una realidad que ha sido motivo de discusiones en todos círculos financieros internacionales, así como en los de toma de decisiones políticas globales. La razón de la crisis algunos la atribuyen en parte a las estrictas medias de la política de “Cero Covid” impuestas por el Estado chino que priorizó prevenir contagios por sobre todo lo demás.  Aunque hay otros analistas que sostienen que es ilógico creer que China pudiera mantener el ritmo de creciendo que había venido sosteniendo en la última década.

Un escenario económico complejo con grandes problemas, tanto de orden político dentro del Partido Comunista chino con la desaparición de destacadas personalidades, como de orden económico con la fuga de capital extranjero o la crisis inmobiliaria, deja como resultado un escenario muy poco alentador que podría de hecho ser el propicio para darle más fuerza al uso del recurso de “guerras de desvío de la atención”.

El término de distracción o desvió de la atención lo retoma  M. Taylor Fravel, analista internacional experto en estrategia y doctrina militar, armas nucleares y disputas marítimas con foco en China y el este de Asia. Taylor publicó un artículo en Foreign Affairs el 15 de septiembre en el que cita a varios académicos que proponen que la crisis interna china puede abrir una escalada de ataques externos para desviar la atención de sus problemas domésticos.

En el artículo cita a Richard Hasss, un respetado intelectual que fue asesor de Colin Powell en la Administración de Bush, y que ha afirmado que China fomentará un mayor nacionalismo que les ayude a legitimar la invasión de Taiwán. O Michael Beckley y Hal Brands, conocidos académicos que han asegurado creer que frente a la caída del crecimiento chino Beijing buscará expandir su territorio como algo positivo en que centrar la atención.

Por lo tanto, la teoría de la guerra de distracción se lleva a la práctica principalmente para defender los intereses de los líderes que buscan permanecer en el poder. Frente a la amenaza externa los ciudadanos suelen unirse alrededor de la bandera y aumentar el apoyo a su gobierno en tiempos de conflicto con potencias extranjeras. Los líderes unifican apoyos internos pareciendo más competitivos al proteger el territorio y por tanto ganando fortaleza instantánea en un momento débil.

Taylor reconoce que los líderes chinos no suelen ser los que históricamente han propiciado un conflicto, aunque afirma que quizás si los líderes se sintieran débiles se volverán más sensibles a los desafíos externos y potencialmente atacaran para mostrar fuerza y disuadir a otros países de aprovechar su debilidad e inseguridad.

Relata cómo, en 1958, Mao Zedong provocó un desastre económico al industrializar el país con “el gran salto adelante” y cómo sometió a los ciudadanos y propició decenas de millones de muertes por hambruna. De manera casi simultáneas se llevaron a cabo las revueltas en el Tíbet y fue también el momento en el que el Dalai Lama huyó a la India. Ante esta situación, la respuesta del PC chino fue poner el foco en la necesidad de estabilizar sus relaciones con países vecinos firmando acuerdos de no agresión entre los que estuvo la India, aunque un par de años más tarde los chinos la atacaron.

De acuerdo con la opinión expresada en el momento por un oficial chino, la razón por la que China decidió atacar fue demostrarle a Delhi que a pesar de tener problemas domésticos no eran débiles y como respuesta al reforzamiento militar hecho por India en la zona limítrofe con el Tíbet después de las revueltas. Mao decidió reforzar la imagen china proyectando fuerza de cara al exterior.

En la década de los 60, los estragos de la Revolución Cultural de Mao se empezaban a acentuar por lo que el gobierno buscó formas de distraer al público del caos. En 1965 China envió tropas para ayudar a Vietnam del Norte contra Estados Unidos, aunque habían venido apoyando a Hanoi desde 1950, pero su apoyo militar se produjo en el momento en que tenían más problemas internos.

Taylor concluye desmitificando la teoría de las guerras para desviar la atención. Afirma que si los problemas económicos de China empeoran, sus líderes se volverán más sensibles a los desafíos externos como Taiwán. Presionar más a China podría ser contraproducente y motivar a Beijing a volverse más agresivo para demostrar su determinación. En un momento de crisis interna China podría arremeter, pero eso responde a la lógica de la disuasión y no de la distracción, en su opinión.

Sin embargo, se podría argumentar que el Estado chino ha venido insistiendo directa e indirectamente, internamente y al exterior que no tolerarán abusos mientras sigue insistiendo en que recuperaran a Taiwán o publicando mapas en los que se hacen con territorios en disputas.

De acuerdo con Jeniffer Zeng, una periodista china disidente, fuentes militares chinas afirman que, si Japón interviene en el plan del PC chino de liberación de Taiwán, el PC chino abandonará su compromiso previo de no usar armas nucleares y por el contrario lanzarán ataques sobre las islas niponas incondicionalmente.

Y aunque está amenaza pueda ser una forma de presión para conseguir disuadir a Tokio de intervenir en el asunto de Taiwán, es un mensaje que difunden en China y que va generando rechazo de la población hacia Japón y justificando posibles acciones del PC chino ante la población mientras que efectivamente consigue desviar la atención de la problemática doméstica. Y en esa compleja coyuntura, un mal cálculo, el ego de un dirigente o incluso un malentendido podrían desencadenar fácilmente una terrible guerra…

 

La lucha por el espacio cercano. Nieves Carolina Pérez Rodríguez

El espacio cercano es una nueva terminología que empieza a sonar en Occidente, pero que a China tiene ya mucho tiempo obsesionándola con su control. Parece que Occidente llega tarde a lo que Beijing ha entendido e incorporado en sus prioridades ya hace unos cuantos años. El espacio cercano es una zona en la atmósfera ubicada entre las 12 y 62 millas encima de la tierra y que los chinos la consideran estratégica para mantener control y vigilancia del resto del planeta.

Dada la necesidad de mejorar las telecomunicaciones y el desarrollo satelital, el espacio había sido una grandísima prioridad para las potencias mundiales; sin embargo, los acontecimientos de los últimos diez días parecen estar cambiando la atención e indicar que la zona entre la tierra y el espacio ha podido ser subestimada. Lo que comenzó el 28 de enero con la incursión en zona aérea estadounidense de un globo chino y al que curiosamente se le dejó flotar de costa a costa hasta que fue derribado el 5 de febrero ha abierto todo un nuevo debate sobre la importancia del espacio cercano.

Desde entonces, las especulaciones y revelaciones parecen no cesar.  El 8 de febrero, tanto el secretario de Estado, Antony Blinken, como el portavoz del Pentágono dieron a conocer que China ha conducido este tipo de misiones cuatro veces en los años recientes sin haber sido detectadas en tiempo real. Así mismo, otro alto funcionario en anonimato dijo a la cadena ABC que esas incursiones tuvieron lugar en Hawái, California y Virginia  y específicamente en Norfalk la base naval más grande los Estados Unidos.

El secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg, en tal sentido aseguró que miembros de la alianza habían notado más actividad de espionaje chino incluido globos espías.  En medio de la crisis, Washington organizó un pronto encuentro virtual con aliados para informarles que habían detectado globos en más de 40 naciones.

Y lo que había parecido una semana ya movidita con tantos hallazgos, culmina con la detección de otros “tres objetos no identificados” viernes, sábado y domingo y con el derribo de los mismos. A lo que China responde el lunes en la rueda de prensa habitual celebrada en el Ministerio de Exteriores, en la que  el portavoz afirmó que “sólo el año pasado globos estadounidenses de gran altitud han sobrevolado ilegalmente el espacio aéreo de China más de diez veces sin contar con la aprobación o permiso de las autoridades” Curiosamente cuando un periodista preguntó cómo habían respondido a estas violaciones el funcionario dijo que responsable y profesionalmente pero sin dar más detalle al respecto.  Ni mostraron pruebas de las supuestas incursiones ni tampoco presentaron quejas formales correspondientes de las violaciones de su espacio aérea a Washington.

La propaganda del Partido Comunista chino está a plena ebullición aprovechando los hechos y dándoles el giro conveniente al punto que Weibo, la red social china equivalente a Twitter, amaneció el lunes con 900 millones de publicaciones que sostienen que Estados Unidos es el Estado que más vigila al resto del planeta.

La tensión en Estados Unidos ha subido, los medios y la sociedad reclaman más explicaciones y la Administración Biden insiste en no poder dar con completa claridad por ser información clasificada, además de que aún los hechos se encuentran en plena investigación. Sin embargo, no han indicado que los objetos sean globos ni que sean chinos, lo que puede ser debido a dos cosas: o que sean otro tipo de artilugios o que en efecto sean propiedad de otro país o empresa, aunque todo parece que no son objetos de vigilancia aunque si representaban un peligro real para el espacio aéreo civil. O que en realidad el misterio de estos últimos tres aparatos no sea desvelado puesto que aún se encuentran en proceso de recuperación de los mismos.

Aparentemente, la Casa Blanca está siendo asesorada por el equipo militar del presidente y siguen los protocolos existentes en caso de violación del espacio aéreo, nada nuevo se ha incorporado de momento.  Todo parece indicar que la altura de los últimos tres objetos era mucho mayor que la del globo chino y que por tanto no representaba peligros de espionaje, pero sí peligro real al espacio aéreo civil, por lo que la respuesta de derribarlos es la acción correspondiente y que parece será la que seguirá empleando la Administración.

La razón por la que se esté encontrando objetos en el aire en esa altura que antes no habían sido detectados es porque los radares se han afinado y se está monitoreando 24 horas al día en busca de estos nuevos objetos no identificados que vuelan a una altitud inusual.

La rueda de prensa que la Casa Blanca dio el lunes para informar al público aportó un par de claves nuevas. Por un lado, la gran inquietud que ha despertado estos objetos es porque no se tiene claro la información que recolectan y la cantidad de tiempo que pueden permanecer en una misma ubicación que, comparada a un satélite, es radicalmente distinta.

Reconocieron que en junio del 2021 Biden fue informado sobre la existencia de estos extraños objetos, y que en efecto la Administración Trump no detectó unos cuantos, que al parecer posteriormente fueron detectados.

La Casa Blanca también informó que los globos de vigilancia chino son parte de un programa operado por una unidad del Ejército Popular de Liberación de Chino sin aportar más detalles.  La unidad a la que pertenecen es llamada “oficina de Reconocimiento” que tiene a cargo también el programa satelital chino. Los chinos han venido trabajando tanto en el espacio donde se envían los satélites como en el espacio cercano. Este último lo ven como arena de gran rivalidad por lo que China entiende que controlarlo es clave y solo puede aportar beneficios.

Cómo si la situación de tensión entre China y los Estados Unidos no era suficientemente tensa estás revelaciones abren más tensiones, más desconfianza y es el caldo de cultivo para que una pequeña provocación acabe en una situación muy desafortunada. La astucia de los chinos vuelve a quedar en evidencia y su capacidad de aprender, reinventarse e intentar copiar tecnología para aprender del adversario es parte esencial de su naturaleza y tienen orientado todos sus esfuerzos en conseguir el control de cada zona estratégica, los mares, el espacio y tal y como estamos aprendiendo hasta el espacio cercano lo han conseguido semi conquistar sin tan siquiera haber despertado inquietud en los adversario.

 

 

China cambia el paso económico

Al calor del parón económico general y de las dificultades económicas chinas, las inversiones procedentes de la potencia asiática están cambiando de perfil y de objetivos en Europa y concretamente en España. Según la Secretaría de Estado de Comercio Exterior, las inversiones chinas en el primer semestre del 2022 se situaron en apenas 49 millones de euros. Equivalen a una fracción de los 435 millones del conjunto del 2021, los más de 3.000 millones alcanzados en el 2017 o los 9.585 millones de la suma de los últimos diez años.

El periódico La Vanguardia ha venido informando de que La firma GBS Finance, que ha acompañado a inversores chinos en operaciones en España como la de Mediapro o GBFoods, detecta varias causas para la drástica caída de la inversión. Tienen que ver con un cambio de actitud tanto de China como de los países occidentales.

“Antes venían a invertir en todos los sectores, pero con la nueva estrategia one belt one road algunos sectores han entrado en la lista negra”, al considerarse “especulativos”, entre ellos el inmobiliario y los relacionados con el ocio. “Además, Europa y Estados Unidos están protegiendo sus activos estratégicos” en áreas como la infraestructura, la defensa, el agua o la tecnología, que es lo que más gusta a China, indican desde GBS.

La consecuencia es que el inversor chino “ha cambiado el paso” y ahora, más que en comprar un negocio, “piensa en un socio estratégico, con equipos de gestión local, que le abra el mercado europeo y al que pueda abrir el mercado chino”.

China ya no crece como antes y mide más sus alegrías económicas y el uso de sus inversiones para ganar, además de áreas de negocio, influencia, poder y planes de futuro. La pandemia y los errores chinos en su gestión, las consecuencias de la agresión rusa en Ucrania que desestabiliza los planes chinos aunque Pekín tenga que seguir sonriendo a su aliado Putin y la reacción de cohesión de las sociedades democráticas están configurando un escenario mundial al que China está intentando adaptarse y obtener beneficios y ventajas.

Esto  condiciona la estrategia global china, sus gastos en Defensa, los compromisos de inversiones sin más beneficio que su influencia en Asia Central y en el Índico. Son datos a tener en cuenta.

China busca más protagonismo en medio de la crisis

China se debate entre un menor crecimiento económico y unas mayores necesidades financieras derivadas de exigencias políticas derivadas de la cambiante situación internacional.

El primer semestre del año no ha resultado, desde el punto de vista económico, como preveían las autoridades de Pekín. La combinación de la perturbación del comercio internacional provocada por las medidas contra la pandemia (en la que ha tenido un papel especial el cierre durante bastante tiempo del puerto de Shanghai), la invasión de Ucrania y la convulsión del panorama internacional y las consecuentes oscilaciones de los recursos energéticos y sus precios con gran impacto en las economías europeas (importantes mercados para China) han creado una situación delicada para Pekín. Y esto tiene lugar cuando China lleva años preparándose para anunciar una nueva etapa que ha de consolidar su papel de protagonista principal del planeta.

Así, China está recortando sus inversiones internacionales y repatriando capitales y empresas para volcarse en gastos comprometidos en su sus planes estratégicos de impulso de la Ruta de la Seda en sus diversas versiones terrestres y marítimas. Entre otras cosas porque necesita reforzar presencia e influencias en Asia Central, sur y occidental y aprovechar la debilidad rusa derivada del empantanamiento de Moscú en la guerra en Ucrania.

Y precisamente en relación con Ucrania China ha ofrecido su mediación en la ONU buscando el equilibrio entre su apoyo oficial a Rusia y su necesidad de que la guerra acabe para llegar a una estabilidad que favorezca sus negocios. La posición de China ante la agresión rusa ha sido la de proclamar su alianza con Moscú y, a la vez, recordar la necesidad de respetar la integridad territorial de las naciones que es precisamente lo que está llevando a cabo Rusia en un remake más torpe militarmente que el de Hitler en los años 30 y 40. Un ejemplo de  la contradicción china es que no ha acompañado su oferta de mediar con una condena con la anexión planificada por Rusia de varias regiones de Ucrania Oriental.

Estos movimientos chinos y sus paralelas provocaciones a Taiwán está siendo respondidos por EEUU con distanciamiento respecto a Ucrania y reforzamiento de alianzas en el Indo Pacífico. Biden se acerca a India (con mucha cautela por sus relaciones con Rusia), la vicepresidenta Kamala Harris se encuentra de gira diplomática por Japón y Corea del Sur y prosigue a buen ritmo el reforzamiento militar de Australia en el marco del Aukus como instrumento para disuadir a China de aventuras peligrosas.

China, ¿la mano que mueve las crisis?

La inestabilidad se extiende por el centro y el sur de Asia, en escenarios diferentes, y en cada caso está China presente, directa o indirectamente. El desafío separatista de Karakalpakistán al gobierno de Uzbekistán se suma al sur de la India, en Sri Lanka una cris económica marcada por la corrupción y la insensatez del gobierno que ha culminado con una enorme movilización social que ha expulsado al presidente con la aparente complicidad del ejército y los poderes económicos del país amenazados por verse arrastrados a una ola de desórdenes.

En el primer escenario, Uzbekistán, sin que aparezcan  públicamente los intereses chinos. Pekín sigue los acontecimientos muy de cerca en una coyuntura en la que las dificultades rusas le limitan su capacidad de intervención y de influencia en una región en la que han sido amos y hacedores de gobiernos desde la época de la Unión Soviética. Y ante ese vacío China lleva meses moviendo piezas discretamente para sustituir a Rusia como gran padrino fortalecer así la zona estratégica por la que quieren que discurra su gran proyecto de renovada Ruta de la Seda terrestre desde el Pacífico al corazón de Europa.

En el segundo caso, la mano china es más visible. Pekín ha venido suministrando a Sri Lanka la cuerda financiera que finalmente ha ahogado al país con créditos enormes para infraestructuras megalómanas que no han servido para estimular la economía del país y creando una deuda impagable que China se cobrará intentado convertir los puertos ceilandeses en piezas clave de su Ruta de la Seda marítima. De hecho, en plena crisis, Pekín ha ofrecido más créditos y apoyo a las actuales instituciones ceilandesas “para salir de la crisis”.

China ha apoyado al gobierno corrupto depuesto, tiene lazos con sectores izquierdistas tamiles, la minoría ceilandesa de origen indio, y alimenta financieramente a las élites del país. No quiere perder esa influencia y necesita consolidar su presencia económica y militar si puede en sus rutas hacia occidente, Esos son sus planes a medio y largo plazo, y no sólo en Asia, como vienen demostrando sus intereses africanos.

Xi, fútbol y Covid-19. Nieves C. Pérez Rodríguez  

La China del 2022 no es la misma de hace una década atrás. El Covid-19 ha alterado la dinámica y reorganizado prioridades del Estado. Lo vimos en 2020 y la rápida reacción de Beijing en tratar de contener los contagios en Wuhan, así como sucesivamente ha sucedido a lo ancho del territorio con instalaciones de centros masivos, centros de pruebas Covid, confinamientos estrictos, e incluso centros de cuarentena para los infectados, aún en aquellos casos en los que el virus es leve.

Se puede establecer un paralelismo con la situación del fútbol en China. Los chinos nunca han sido especialmente conocidos por sus equipos de fútbol ni su ranking internacional. En efecto, la única vez que se clasificaron a la copa mundial fue en el 2002 y su desempeño en los tres partidos fue bastante pobre, pues no consiguieron hacer ni un solo gol. Sin embargo, desde 2010 se observa cómo este deporte comienza a tomar más importancia cuando Evergrande, la inmobiliaria que ha sido noticia en los últimos meses por tener una deuda que supera los 250 mil millones de dólares, compró el equipo de la provincia de Guangzhou y en tan solo un año más tarde se hicieron con el título de la Superliga china por primera vez, y más adelante otros dos campeonatos asiáticos.

En el año 2016, el gobierno chino presentó un plan en el que estimaban que para 2020 unos 50 millones de niños y adultos estarían jugando al fútbol en el gigante asiática, por lo que invirtieron en construir 20.000 centros de entrenamientos y 70.000 estadios, de acuerdo al Organismo Superior de Planificación Económica de Beijing.

Esta enorme inversión tenía un doble objetivo: por un lado, incorporar a China a una de las aficiones más grandes en el mundo y de esa manera complacer al aficionado número uno en el país, el propio Xi Jinping, y en segundo lugar se buscaba que el deporte contribuyera al PIB de la nación. Para intentar conseguirlo se hizo un esfuerzo mancomunado entre el sector público y privado, concretamente las 2017 grandes empresas chinas como Alibaba, Wanda y Suning habían invertido en el sector futbolístico.

El plan, aunque algo delirante, pudo haber dado buenos resultados a largo plazo, pero muchos de los inversores chinos entendieron que tenían que invertir en grande para complacer al Politburó, por lo que empezaron a pagar fichas de jugadores internacionales y entrenadores por cantidades extraordinariamente altas, en algunos casos excediendo el valor real de los mismos. Lo que a su vez ha generado una presión y especie de burbuja que ha tenido un impacto hasta en la dinámica de los clubes europeos.

La Asociación China de Fútbol había anunciado que China sería una superpotencia futbolística de primera línea para 2050 así como también anunciaron que querían ser anfitriones de la Copa Mundial en el 2030, lo que hizo que se invirtieran 1.8 mil millones de dólares en la construcción del estadio de Lotus en la Provincia de Guangzhou, que contará con capacidad para 100.000 personas sentadas y que de acuerdo con fuentes oficiales será más grande que Camp Nou del Barcelona, considerado el más grande de Europa.

Sin embargo, todos esos esfuerzos e inversiones están quedándose a un lado desde que la pandemia ha impactado a China. El 14 de mayo el gobierno chino a través de un comunicado oficial informaba que no podrán albergar la Copa Asia en 2023, que está prevista su celebración entre el 16 de junio al 16 de julio del próximo año. Y en pleno anuncio, corresponsales internacionales remarcaban que el Estadio de los Trabajadores está bajo trabajos de remodelación día y noche, probablemente para convertirlo en centro de cuarentena.

El Estadio de los Trabajadores está ubicado al noreste de Beijing y, aunque fue construido en 1959, fue remodelado en 2004 para los Juegos Olímpicos de Beijing, aunque habitualmente se usa para celebrar partidos de fútbol. Pero hoy la obsesión o necesidad del Partido Comunista de mantener la política “Cero casos de Covid” ha llevado a situaciones realmente extremas, como los dos meses de confinamientos que se han llevado cabo en Shanghái y en las en las últimas semanas se imponían los mismos tipos de confinamientos en Beijing.

El anuncio de que no serán los anfitriones de un evento de ese calibre en Asia, donde los chinos siempre quieren ser los pioneros, y que está pautado para dentro de más de 12 meses, significa que el Partido Comunista chino sabe que no podrá controlar los casos de transmisión de Covid-19 en los siguientes meses. Además de que sus vacunas son ineficientes y no podrán desarrollar un plan de contingencia distinto al de su política de cero casos, a pesar del coste económico que esa política está teniendo en la economía china, que de acuerdo con las estimaciones de Goldman Sachs de crecimiento el mes pasado pronosticaban que ronda el 4,5% pero dejaban abierta la posibilidad de que ese porcentaje fuera menor de continuarse con tantos confinamientos. Mientras que las estimaciones oficiales del gobierno chino hechas a principios de año fueron 5,5%.

La historia del futbol en china, así como la de la pandemia, es otra demostración más de como los sistemas comunistas tienen la capacidad de controlar absolutamente todo en el Estado. Hasta la promoción de una afición deportiva la financian, la convierten en política de Estado, presionan a los inversores que se deben al partido, pues de eso depende que no caigan en desgracia, y estos terminan haciendo inversiones que en algunos casos son absurdas para mantenerse congraciados con el líder y el partido. Pero de la misma manera cambian de dirección si consideran que deben hacerlo.

La obsesión china por desarrollar su economía hizo que crecieran espectacularmente en tiempo récord, aun cuando la población ha pagado un alto precio por conseguirlo. Hoy la obsesión es erradicar el Covid-19 por lo que han dejado a un lado el crecimiento económico y de la misma manera le ha pasado al fútbol que, aunque obviamente es un hobby, demuestra claramente cómo el Partido Comunista lleva a la nación hacia la dirección que decida. Y una vez más los ciudadanos son los soldados que no les queda más que acatar y callar.

 

Sri Lanka en caída libre. Nieves C. Pérez Rodríguez

La crisis en Sri Lanka sigue agravándose por horas. Esta semana comenzó con la renuncia del primer ministro Mahinda Rajapaksa, como respuesta a las continuas manifestaciones que vienen llevándose a cabo durante semanas y que en los últimos días han desencadenado decenas de heridos y unas 6 muertes confirmados hasta el momento.

Sri Lanka tiene un sistema político semi presidencialista que consiste en un ejecutivo dual donde hay un presidente, elegido popularmente, y un primer ministro elegido por el presidente y un gabinete de gobierno.

La isla viene experimentando una fuerte crisis económica desde hace unos años, situación que se agudizó en la pandemia debido a las restricciones y por la caída del turismo.  En medio de la desfavorable situación, el presidente tomó una serie de medidas económicas torpes que agudizaron aún más la crisis y que ha acabado prácticamente con las reservas de la nación.

Ante esa situación, el Estado no ha podido afrontar sus deudas internacionales, por lo que la escasez de combustible, gas, y artículos de primera necesidad no han hecho más que multiplicar su valor y escasear. El gobierno se ha visto obligado a racionar las horas de luz, por lo que la isla pasa muchas horas al día sin electricidad.

Un reportaje de la BBC hecho en plena fulgor de protestas en Colombo afirmaba que los chinos han estado durante meses ofreciendo préstamos a las autoridades ceilandesas como una salida a la desesperante situación. Pero se han encontrado con resistencia para aceptar la ayuda económica.

La ubicación estratégica de Sri Lanka tiene a Beijing muy pendiente de la situación, por lo que han intentado adelantarse a ofrecer ayudas económicas. Sri Lanka ya tiene una deuda con China de unos 4.5 mil millones de dólares. Tan sólo el pasado abril China extendía otro crédito complementando otro otorgado el año pasado por 1 mil millones de dólares.

China ha venido usando la “diplomacia de créditos” para poder asegurarse la dependencia de pequeñas economías, mientras reciben intereses altos de esos créditos, por lo que las naciones receptoras acaban atrapadas en la mayoría de los casos. El mejor ejemplo es el enorme Puerto de Hambantota en Sri Lanka, construido por una empresa china en 2010 que se encargará de su administración por 99 años (según el acuerdo firmado). Con el Puerto de Hambantota, ubicado al sur de Sri Lanka y siendo el segundo más grande de la isla, Beijing se aseguró su avance en la Ruta de la Seda o el BRI y el control del puerto por casi un siglo.

Las últimas horas en Colombo han dejado imágenes de destrucción y desesperación. Muchas protestan han acabado en incendio de autobuses, ataque a vivienda de políticos y personalidades prominentes. El pesimismo y la desesperanza se han convertido en los motores de la sociedad que buscan desesperadamente como sobrevivir la crisis que parece no tocar fondo.

INTERREGNUM: Dilemas chinos. Fernando Delage

Cuando va a cumplirse un mes de la invasión rusa de Ucrania, la brutalidad desatada por Putin no sólo está agravando una crisis humanitaria sin precedente. La resistencia ucraniana y la firme respuesta de Occidente han acabado con las ambiciones geopolíticas que pudiera tener Moscú en esta guerra en la que se juega el futuro de Europa. Si una prioridad central de Putin ha consistido en erosionar la Unión Europa y las relaciones transatlánticas, ha conseguido exactamente todo lo contrario. Si quería rehacer la estructura de seguridad del Viejo Continente, lo que ha logrado es aislar a su país: nunca podrá negociarse con él un nuevo orden (cuestión distinta será con su sucesor). Pero igualmente le ha complicado las cosas a su único socio de envergadura, China, a la que ha solicitado ayuda militar, económica y financiera.

Desde la anexión de Crimea en 2014, Moscú se ha apoyado en Pekín con el fin de contrarrestar las consecuencias de las sanciones económicas y el aislamiento diplomático impuestos por americanos y europeos. Mediante la formación de un eje de potencias revisionistas, a China se le abrió una oportunidad para debilitar la influencia de Estados Unidos y de Occidente. Pero la guerra de Ucrania ha exacerbado un escenario de inestabilidad económica global y de reajustes geopolíticos que obliga a Pekín a reconsiderar los límites de su relación con Rusia.

Hasta la fecha, China ha tratado de mantener una posición que, sin condenar explícitamente a Moscú, no perjudicara su capacidad de maniobra. El desarrollo de la guerra le está haciendo ver, sin embargo, que no puede permanecer neutral ante un conflicto que provocará el mayor realineamiento estratégico desde 1945. La naturaleza del próximo orden global—y de la identidad de China como potencia—será muy diferente según Pekín opte por consolidar una alianza con una Rusia perdedora (que le daría, eso sí, el claro liderazgo de un bloque autoritario), o bien decida apostar a favor de la estabilidad de un sistema internacional integrado y basado en reglas. Como señalan estos días algunos respetados especialistas chinos, cuenta con un estrecho margen temporal para elegir.

La presión económica se está dejando sentir. Los dirigentes chinos confiaban en lograr este año un crecimiento del 5,5 por cien del PIB, aunque el FMI y otras instituciones estimaban que no llegaría al cinco por cien. La guerra de Ucrania puede reducir esas cifras aún más, lo que conduciría al peor escenario económico de las dos últimas décadas. Además de su impacto político en un año crucial para el presidente Xi (que en otoño obtendrá su tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista), el aumento de los precios de los recursos energéticos (China importa el 70 por cien del petróleo y el 40 por cien del gas que necesita) y de materias básicas como los cereales (de los que depende en gran medida la seguridad alimenticia china), y la disrupción en las cadenas globales de producción (en cuyo centro se encuentra la República Popular) pueden agravar los problemas estructurales de la economía china.

Aún más si Washington (y Bruselas) decidieran imponer sanciones a Pekín por prestarle a Moscú la ayuda pedida, como le dio a entender el presidente Biden a Xi en su conversación del pasado viernes. Cabe pensar que China no querrá perder unos mercados como los de Estados Unidos y la UE (sus exportaciones a ambos sumaron más de un billón de dólares en 2021, frente a los 70.000 millones de dólares de sus ventas a Rusia), ni que sus bancos queden fuera del sistema financiero internacional. También preferiría evitar el coste diplomático a su reputación, por no hablar de la estrecha coordinación entre norteamericanos y europeos que siempre ha querido evitar.

En los últimos días no han faltado indicaciones de la incomodidad china. Sus empresas de aviación han rechazado el envío de repuestos a Rusia, y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, con sede en Pekín, ha suspendido sus créditos a Moscú. Su embajador en Washington, ha escrito que, “de haber sabido [lo que iba a hacer Putin], China hubiera tratado de prevenirlo por todos los medios”, mientras que el embajador en Kiev ha provocado la furia de Moscú al alabar la resistencia de los ucranianos y manifestar el compromiso chino con la reconstrucción del país. Pese a la censura en los medios, han tenido por otra parte una notable difusión los comentarios de varios académicos chinos, aconsejando una revaluación de la asociación con Putin y la intervención de Pekín para intentar poner fin al conflicto.

La presión es innegable, como lo es también el cambio de percepción chino sobre su amigo moscovita. Si conducirán o no a un giro político es aún discutible, pues la decisión (es parte fundamental del problema) está en manos de una única persona, Xi, cuyas obsesiones ideológicas pueden alejarle del pragmatismo aconsejable en esta encrucijada.

INTERREGNUM: Elecciones en Singapur. Fernando Delage

Aunque la regresión democrática es un fenómeno global desde hace algo más de una década, el sureste asiático es una de las regiones donde se concentra en mayor medida. Las expectativas de cambio político abiertas por la caída del dictador Ferdinand Marcos en Filipinas en 1986, y de Suharto en Indonesia una década después, se vieron defraudadas desde principios del siglo XXI. Dos golpes de Estado en Tailandia, la incompleta transición birmana, las prácticas antipluralistas de Malasia o la elección de Duterte en Filipinas han revelado, entre otros ejemplos, la resistencia del autoritarismo en las naciones de la ASEAN. La creciente influencia de la vecina China, y el abandono por Estados Unidos de la promoción de la democracia como objetivo de su política exterior, suponen obstáculos añadidos a que la región pueda avanzar hacia sistemas políticos competitivos.

Tendencia opuesta es la que, muy tímidamente, reflejan las elecciones celebradas en Singapur el pasado 10 de julio. Este pequeño Estado, uno de los más ricos y estables del mundo, desafía todos los paradigmas de las transiciones democráticas al seguir gobernado por el Partido de Acción Popular (PAP) desde 1959. Aunque hegemonía no está en riesgo, su voto se redujo al 61 por cien, frente al 70% obtenido en 2015, y cercano al más bajo de su historia (el 60 por cien de 2011). Ese resultado le permite controlar 83 de los 93 escaños del Parlamento (es decir, el 89 por cien), gracias a un sistema electoral diseñado para reforzar su mayoría.

 Los diez diputados de la oposición—compuesta, además, por grupos divididos—no pueden ambicionar grandes cambios. Pero si no para cambiar el gobierno, las elecciones sirven al menos para medir cómo respira la sociedad con respecto al PAP. La decisión de convocarlas de manera anticipada—la anterior legislatura no concluía hasta abril de 2021—y en medio de la pandemia, fue probablemente un error. El primer ministro, Lee Hsien Loong, se limitó a señalar en público que los resultados “no fueron los esperados”, pero pueden obligarle a retrasar sus planes de retirarse el próximo año para dejar la jefatura del gobierno en manos de su segundo, Heng Swee Keat, como sucesor. Para muchos, las elecciones fueron en realidad un referéndum sobre Heng, y éste no sólo ha perdido apoyo electoral en su circunscripción, sino que, como director de la campaña, no deja de ser corresponsable de esta pérdida de confianza popular.

Los resultados dan a entender que la nueva generación de líderes del PAP—a la que pertenece Heng—no han sabido atender las quejas ciudadanas por la gestión del coronavirus, el coste de la vivienda, la sanidad y los transportes, o las nuevas limitaciones para acceder a las pensiones por parte de los jubilados. Esa tradicional seña de identidad de Singapur que ha sido la eficiente gestión de los servicios públicos parece haberse deteriorado.

Dependiente del mundo exterior para su crecimiento, y del equilibrio entre las grandes potencias para su seguridad, Singapur es especialmente vulnerable a los cambios en el sistema internacional. Con una economía basada en los servicios, afronta en la actualidad el desafío de cómo salvaguardar su futuro económico en un entorno de desglobalización, mientras los ciudadanos experimentan una creciente desigualdad. En el centro de la competición geopolítica entre Estados Unidos y China, Singapur se ve atrapado asimismo por la dificultad de mantener con ambos la relación privilegiada que ha tenido durante décadas. Si el entorno exterior ha cambiado, también parece estar haciéndolo el interno al votar cuatro de cada diez singapureños a un partido distinto del PAP.

INTERREGNUM: Civilizaciones: ¿choque o coexistencia? Fernando Delage

El ascenso de China no sólo está transformando el equilibrio global de poder. Es también un desafío a los valores liberales que sirvieron de base al orden internacional aún vigente, creado tras la segunda guerra mundial. China es una gran defensora de la Carta de las Naciones Unidas y del principio de soberanía absoluta del Estado-nación—lo que en su opinión es incompatible con los esfuerzos occidentales por promover sus esquemas políticos en el resto del planeta—, pero al mismo tiempo se define, más que como nación o territorio, como una civilización excepcional que puede ofrecer un modelo alternativo a la democracia liberal.

El nuevo autoritarismo tiene, en efecto, unos pilares más culturales que ideológicos. El capitalismo también impera en China (o en Rusia), si bien bajo la supervisión directa del Estado: el intervencionismo económico es un elemento central de su definición de la “soberanía”, y de la batalla contra el pluralismo occidental. Es la diferenciación cultural la que también justifica el rechazo de la universalidad de los derechos humanos, del Estado de Derecho o de la libertad de prensa.

La irrupción de la falla entre civilizaciones como factor estructural de la dinámica geopolítica mundial—además de la economía y la seguridad—fue un célebre argumento avanzado por el profesor de la universidad de Harvard Samuel Huntington hace 25 años. Pero la manera en que Estados como China o Rusia (también Turquía o el propio Daesh) recurren a criterios de civilización para expresar su identidad en el sistema internacional es un fenómeno al que no se ha prestado suficiente atención. Es un déficit que intentan corregir algunos expertos, como el profesor de la London School of Economics Christopher Coker en su reciente libro “The rise of the civilizational state” (Polity Press, 2019).

La República Popular de Xi Jinping defiende, como es sabido, un modelo de “socialismo con características chinas” que combina un Estado leninista con una cultura neoconfuciana. Recurriendo a la continuidad histórica de su civilización, el discurso nacionalista de Pekín persigue la promoción de su estatus como gran potencia con la denuncia del universalismo liberal. El desafío es en consecuencia cómo articular la coexistencia entre civilizaciones muy diversas, incluyendo a aquellas que se han situado en el centro del poder mundial y no seguirán aceptando una posición subordinada a Occidente.

También aquí China parece llevar la iniciativa. La semana pasada, en la inauguración en Pekín de una conferencia sobre el diálogo entre civilizaciones asiáticas, el presidente Xi se pronunció sobre el grave error de considerar una raza y civilización como superior a las demás, y el desastre que supondría intentar desde fuera rehacerla como la propia. “Las distintas civilizaciones no están destinadas a enfrentarse”, dijo Xi. “Los crecientes desafíos globales que afronta la humanidad, añadió, requiere esfuerzos conjuntos”, en los que la cultura desempeñará un papel fundamental.

Desconocemos si se trata de una coincidencia, pero unos días antes la responsable de la oficina de planificación del departamento de Estado de Estados Unidos declaró en Washington que, por primera vez, Estados Unidos afronta “un competidor que no es caucásico”. Las actuales tensiones comerciales se desarrollan en un contexto en el que se libra una “batalla con una civilización realmente diferente”. La polémica estaba servida, en una nueva demostración de que las presiones sobre el orden liberal no sólo proceden de China o Rusia, sino—de manera quizá más preocupante—desde dentro, impulsadas por ese fenómeno de los populismos identitarios, y por una administración norteamericana que parece haber olvidado el secreto de su liderazgo durante siete décadas. Demonizar a potencias terceras cuando Occidente se está erosionando en su propio seno de nada servirá para restaurar la fortaleza de los principios que crearon el mundo moderno. Puede perder, incluso, la capacidad para definir los términos del debate que dará forma a la Historia de las próximas décadas.