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Afganistán: competencia entre totalitarios y desconcierto occidental

La irrupción sangrienta del Daesh, sección afgana, en el Kabul de la retirada occidental ha introducido algunos elementos nuevos que incomodan a todos, incluido el movimiento talibán. Por razones distintas, China, Rusia, EEUU, la UE, Pakistán e Irán, asumen que el gobierno talibán puede ser un mal menor que las nuevas autoridades de Kabul pueden aprovechar para ganar tiempo, estabilidad y futuro. Al margen de que esta conclusión provisional sea correcta o no la comunidad internacional está cómoda con ella mientas reflexiona sobre qué ha pasado y, sobre todo, sobre cuáles deben ser los siguientes pasos.

 

En realidad el movimiento talibán y el Daesh coinciden en la necesidad de derrotar a los infieles occidentales e imponer la ley coránica, sólo que mientras los nuevos gobernantes en Kabul sostienen que ahora es el momento de consolidar ese Estado y preparar la etapa siguiente, el Daesh cree que no hay que dar tregua ni la más mínima cesión a los infieles y entienden que es el momento de agudizar su derrota extendiendo al máximo el terror, el mismo terror que los talibán han aplicado, aplican y aplicarán cuando les sea favorable. Salvando las distancias (histórica, sociológicas e ideológicas, religiosas en el  caso afgano) el debate entre extremistas instalados en el crimen recuerda la polémica, igualmente entre proyectos criminales, sobre la revolución entre Stalin y Trotsky. El primero quería consolidar la URSS en la etapa de “construcción del socialismo en un país” mientras el segundo defendía concebir la revolución como un proceso universal aprovechando las oportunidades.

 

Pero entre los talibán y el Daesh hay más cosas: choques étnicos, resentimientos personales, lucha por el control del opio y delimitar un reparto de poder territorial. Los talibán son mayoritariamente de la etnia pastún, mayoritaria en Afganistán y muy extendida en Pakistán. Eso explica que durante los últimos veinte años el estado mayor talibán haya estado en la ciudad pakistaní de Quetta, con conocimiento y protección del gobierno y, desde luego, de EEUU que no ha querido romper con Pakistán, gobierno con el que mantiene relaciones difíciles y tormentosas pero sostenidas. Pakistán siempre ha querido influir en territorio afgano, no solo por simpatías étnicas sino porque Pakistán desea esta profundidad estratégica para contrarrestar la influencia india en esta área de importancia estratégica en la contienda en curso entre los dos países. La influencia o el control del gobierno de Kabul permitiría a Pakistán proyectar más lejos su influencia en el Asia Central. Por último, dados los problemas demográficos dentro de Pakistán, la alianza con los talibanes, que favorecen un «Emirato islámico», permite a Islamabad contrarrestar y combatir las tendencias separatistas o nacionalistas entre su propia población pastún. Desde 2014, un movimiento popular por los derechos pastunes, conocido como Tahafuz, ha estado activo en esta área.

 

En Daesh, los pastún son excepciones. Están establecidos en el norte afgano y hacen referencias en sus siglas al Jorasán, un  territorio que míticamente se extiende desde Irán a Tayikistán con clanes árabes (minoritarios), persas, uzbekos, tayikos y turcomános. Aunque hay que subrayar que dos comandantes talibán pastunes, resentidos con sus jefes se han pasado con sus tropas al Daesh. No es un dato militarmente relevante pero sí simbólico.

 

Este escenario anuncia una inestabilidad preocupante en un momento en que Occidente parece no entender qué ha pasado ni cómo actuar ahora y dónde no faltan juicios arrogantes sobre los “errores” de EEUU sin precisar que la UE ni ha sabido ni ha querido hacer nadas que supusiera riesgos de vidas y negocios por lo que han estado sólidamente atados a los “errores”  de EEUU. Parece haber llegado la hora de un mayor protagonismo regional, con Rusia y China de patrones, en un escenario que describe y analiza en esta página nuestro colaborador Fernando Delage

Dudas españolas sobre China, dudas aliadas sobre España

El posicionamiento de España sobre la llegada y desarrollo de tecnología e inversiones chinas es notoriamente ambiguo. Frente a las drásticas decisiones de Gran Bretaña, Alemania y Francia de frenar y poner bajo vigilancia la tecnología china y alertar sobre la influencia que se genera, en los niveles políticos y económicos, en torno a las inversiones chinas, España se ha puesto de perfil.

Nada permite suponer que esta indecisión está relacionada con la existencia en Bruselas de una oficina de defensa de intereses chinos y más concretamente de Huawei, dirigida por quien fue ministro de Fomento con el presidente Rodríguez Zapatero, José Blanco.

La compañía de telecomunicaciones china, que cuenta en España con uno de los mercados del mundo en el que mejor acogida recibe, sufre desde hace años una fuerte presión de la administración estadounidense y también de otras potencias occidentales, acusada de espionaje y prácticas anticompetitivas. La consultora de José Blanco, creada en 2019, viene trabajando para el gigante chino en España desde prácticamente su fundación, pero la colaboración se ha ido ampliado hasta el punto de requerir presencia física en la capital europea.

Esta indefinición española, por otra parte, alejada del recibimiento de brazos abiertos que reciben los fondos y la tecnología china en la Europa ex comunista y especialmente en Hungría, está provocando algunos roces y aumentando los recelos de la Administración de Estados Unidos con el gobierno de Pedro Sánchez, lo que explica algunos desencuentros recientes. Aunque hay que señalar que en los asuntos estratégicos la relación sigue siendo sólida.

La gran baza china, a pesar de sus debilidades internas sigue siendo la vulnerabilidad económica e institucional por la que pasan países europeos. La llegada de capital chino resuelve la crisis de inversiones procedentes de otras latitudes preocupadas por la incertidumbre y la inestabilidad normativa. Y esta baza es un arma en manos de Pekín convertida en elemento de presión si se llegan a grandes enfrentamientos en cualquier parte del mundo. (Foto: Flickr, Kârlis Dâmbrans)