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INTERREGNUM: Australia revisa su política de defensa. Fernando Delage

Como muchos otros países en tiempos recientes, también Australia se ha visto obligada a actualizar su estrategia de seguridad nacional. El 24 de abril, el gobierno laborista de Anthony Albanese anunció una revisión de gran alcance de su política de defensa. Según se indica, “las circunstancias estratégicas son hoy radicalmente diferentes”: el riesgo de una escalada militar y de un conflicto en la región del Indo-Pacífico ha aumentado; las acciones de Pekín en el mar de China Meridional amenazan las reglas de un orden del que depende Australia; y la capacidad de Estados Unidos de garantizar la seguridad regional se encuentra sujeta a nuevos desafíos.

Frente a esta transformación del entorno exterior, las actuales capacidades australianas resultan insuficientes. La nación ha perdido la ventaja de su lejanía si pueden alcanzarla misiles chinos, mientras que las líneas de navegación de los océanos Índico y Pacífico, vitales para su economía, son vulnerables a un bloqueo. La revisión de la defensa, un documento que permanece clasificado en su mayor parte, no subraya tanto el temor a una invasión como la preocupación por los daños que Australia pueda sufrir desde el exterior. En consecuencia, la defensa nacional—y la estabilidad del Indo-Pacífico—demandan como prioridad la mejora de sus medios de proyección de poder.

Un instrumento básico en esa dirección será AUKUS, el pacto firmado con Estados Unidos y Reino Unido para dotarse de submarinos de propulsión nuclear. Con independencia de las dudas que plantean el calendario y el coste de dicho acuerdo, ya examinados en una columna anterior, Australia necesita asimismo otras capacidades de largo alcance, para lo que se contempla el reforzamiento de los puertos y bases situados en la costa septentrional, así como de la industria de defensa. El objetivo fundamental, según se desprende de la revisión, debe consistir en modernizar aquellos programas con mayor efecto disuasorio, aunque también se traduzca en un recorte de los recursos de carácter más convencional.

La actualización de la estrategia de defensa no se limita por otra parte a la dimensión militar. Se subraya la importancia de la coordinación entre las distintas agencias de la administración, a la vez que se hace hincapié en los instrumentos diplomáticos como clave de la seguridad nacional. En este sentido se recomienda la adopción de una posición más proactiva, encaminada a apoyar el mantenimiento de un equilibrio de poder en el Indo-Pacífico y poder reducir así los riesgos de conflicto. Es un imperativo que deriva del hecho de que, conforme al análisis realizado por el documento, Estados Unidos ya ha dejado de ser el “líder unipolar” de la región, y su competición con China puede conducir a un enfrentamiento abierto. Pero al mismo tiempo que se deben fortalecer los medios nacionales, se señala que la alianza con Washington es cada vez más importante para Canberra, por lo que se sugiere mejorar la planificación militar bilateral, aumentar las maniobras conjuntas y la presencia de las fuerzas norteamericanas. Se propone igualmente profundizar en la asociación estratégica con Japón, India y otras naciones afines.

Pese a la acertada descripción del entorno y las nuevas amenazas, la comunidad estratégica australiana ha llamado la atención, no obstante, sobre algunas debilidades de la revisión. Destaca entre ellas la llamativa ausencia de toda referencia presupuestaria y de financiación acorde con el incremento de capacidades que se propone. Las dudas surgen asimismo con respecto a la ambigüedad de los objetivos finales. Como ha escrito en The Monthly el profesor Hugh White, responsable él mismo de un anterior Libro Blanco de defensa, la cuestión que se plantea a Australia es “si desarrollar unas fuerzas armadas diseñadas para ayudar a Estados Unidos a defender su posición estratégica en Asia frente al desafío que representa China y mantener el viejo orden liderado por Washington, o construir unas fuerzas que garanticen nuestra seguridad si el poder norteamericano en Asia se reduce y se ve sustituido por un nuevo orden dominado por China e India”. Ambas cosas son imposibles, indica, porque cada una de ellas demanda prioridades diferentes para las fuerzas australianas.

INTERREGNUM: Washington-Seúl: un nuevo paradigma. Fernando Delage

Desde su toma de posesión en mayo de 2022, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, situó la alianza con Estados Unidos en el centro de la política exterior del país. Coincidiendo con el 70 aniversario de la fundación de dicha alianza, la visita de Estado realizada por Yoon a Washington la semana pasada puso asimismo de relieve el relevante papel que desempeña Seúl en la política asiática de Estados Unidos. Por su capacidad industrial—en particular por la producción de semiconductores y baterías de vehículos eléctricos—, Corea del Sur es una variable central en la estrategia de la Casa Blanca dirigida a reducir la dependencia tecnológica de China. Por otra parte, la presencia militar norteamericana en su territorio ha adquirido una renovada importancia frente al desafío planteado por Corea del Norte.

El objetivo disuasorio que ha supuesto el compromiso norteamericano con la seguridad surcoreana desde el armisticio de 1953 ya no resulta suficiente cuando el programa nuclear de Pyongyang crece de manera alarmante. Además de contar con armamento táctico que podría usar contra su vecino del Sur, el régimen de Kim Jong-un ha modificado su doctrina nuclear, y no descarta el uso preventivo de su arsenal contra Estados no nucleares. Preocupados por su creciente vulnerabilidad frente a esta amenaza, más del 70 por cien de los surcoreanos defienden hoy la adquisición de armamento nuclear; una idea a la que se opone radicalmente Estados Unidos. Puesto que Corea del Norte también puede alcanzar el territorio norteamericano mediante sus misiles intercontinentales, la convergencia entre las necesidades de seguridad de Seúl y las de Washington ha propiciado una redefinición de la alianza.

A ese resultado conduce igualmente una segunda inquietud compartida por ambos países: Taiwán. Abandonando la equidistancia de su antecesor, Moon Jae-in, el presidente Yoon ha subrayado en varias ocasiones que “la paz y estabilidad en el estrecho de Taiwán es un elemento esencial para la seguridad y prosperidad de la región del Indo-Pacífico”. Es una declaración más que bienvenida por Washington y que, al sumarse a la normalización de relaciones entre Corea del Sur y Japón (la visita de Yoon al primer ministro Fumio Kishida en marzo fue el primer encuentro mantenido por los líderes de ambas naciones en 12 años), refuerza los objetivos norteamericanos de consolidar las alianzas con países afines frente a las potencias revisionistas.

La declaración firmada en Washington por Biden y Yoon abre la puerta al establecimiento de un sistema de consultas nucleares entre los dos gobiernos en el caso de una potencial agresión norcoreana, similar al que existe entre los Estados miembros de la OTAN desde 1966. Estados Unidos no volverá a desplegar armamento nuclear táctico en Corea del Sur (lo retiró tras el fin de la Guerra Fría), pero sí un submarino con armamento nuclear sobre bases rotatorias. Por su parte, Seúl reiteró su compromiso con el Tratado de No Proliferación Nuclear, renunciando de este modo—al menos de momento—al desarrollo de una capacidad nuclear propia. A Pyongyang se le lanza el mensaje de que serán inútiles sus intentos de dividir a ambos aliados, y a Pekín el de que no ha logrado evitar el alineamiento de su vecino surcoreano con Estados Unidos (sus acciones, por el contrario, han sido una causa fundamental de ese acercamiento).

El comunicado es creíble y convincente, pero queda sujeto a que sus términos se sostengan en el tiempo. Yoon afronta las críticas del principal partido de la oposición, contrario a lo que considera como una excesiva sintonía con Washington. Biden, además de tener que atender problemas más inmediatos como Ucrania y la rivalidad con China, tiene que revalidar la presidencia el próximo año. Una victoria republicana podría cambiar de nuevo el escenario.

Se estrechan las alianzas en el Pacífico

Conforme avanza la presencia y la presión aeronaval china (provocaciones en realidad) sobre Taiwán y las rutas marítimas internacionales en los mares adyacentes, los tradicionales aliados de Occidente van dejando atrás viejos rencores y antiguos resentimientos históricos y acercándose para reforzar lazos y reforzar acuerdos ante el peligro chino como en el pasado debieron alertarse ante el imperialismo japonés.

Así, el primer ministro nipón, Fumio Kishida, visitará Seúl para encontrarse con el primer ministro surcoreano, Yoon Suk Yeol, visita que no se producía desde 2011. En la agenda estarán los sistemas de alerta y defensa frente a Corea del Norte, una evaluación de los movimietos de la flota china y sus amenazas a Taiwán, sus respectivos acuerdos de seguridad con Estados Unidos y, como telón de fondo, las consecuencias económicas y geopolíticas de las agresiones rusas en Europa.

Japón prepara la cubre del G7 que se producirá en el país, ofrece un mensaje de lazos estrechos  con Corea del Sur dejando pendiente algunos contenciosos bilaterales que colean desde las agresiones japonesas en la II Guerra Mundial y avala su decisión de mantener el pulso ante la presión china a la que se va incorporando Rusia en el Pacífico.

Hace unos meses, Filipinas frenó un leve acercamiento comercial a China, superó algunos roces con Estados Unidos y decidió ampliar las instalaciones militares norteamericanas en las islas, con gran disgusto y expresiones de protesta de Pekín.

Todo esto se da en el marco del rearme australiano con ayuda y programas conjuntos con Estados Unidos y Gran Bretaña y el aumento de fuerzas navales en la región y en las rutas internacionales de la zona. La situación es, desde luego, crecientemente tensa aunque los expertos consideran que, de momento, no es de alto riesgo aunque éste existe. Analistas de EEUU consideran que China tiene capacidad suficiente para atacar Taiwán aunque añaden que a Pekín le costará, como a Rsia en Ucrania, resolver rápidamente el conflicto si se produce y añaden que la disuasión de una agresión china es militar pero también política y económica y creen que debe dejársele claro a China que un enfrentamiento en la zona sería especialmente catastrófico para China con dus vulnerabilidades estructurales en economía.

Competencia geopolítica e interdependencia económica. Nieves C. Pérez Rodríguez

Estados Unidos pavimentó el camino para que China saliera de la pobreza basado en la esperanza de que, dándoles acceso a la economía internacional, abriéndoles un mercado libre, conseguiría exportar los valores democráticos de Occidente. El presidente Richard Nixon fue el primero en promover la idea de mejorar las relaciones a pesar de las tensiones históricas y la hostilidad existente. Con discreción empezó a hablar de la necesidad de dialogar con China, por lo que envió uno de sus asesores de seguridad nacional y más tarde a su secretario de Estado, Henry Kissinger, a Beijing en un viaje secreto en 1971 lo que preparó el terreno para que la visita del propio Nixon a Beijing tuviera lugar un año más tarde para reunirse con Mao Zedong.

Las relaciones oficiales comenzaron en 1979 y se justificaron en la necesidad de ayudar a salir de la pobreza a casi mil millones de personas e intentar acabar con el comunismo, lo que es consistente con los valores estadounidenses. A finales de los sesenta la economía china representaba aproximadamente el 10% del PIB estadounidense por lo que objetivamente hizo imposible que Washington pudiera de manera alguna ver en China un posible competidor en el futuro.

Cuarenta y cuatro años más tarde China sigue tanto o más comunista que nunca y ha conseguido una tremenda capacidad de control ciudadano a través de dispositivos tecnológicos y aplicaciones de vigilancia social, aunque ciertamente el acceso al mercado internacional y su capacidad de adaptación a la demanda le permitió convertirse en la segunda economía del mundo en tiempo récord y con un Partido Comunista chino que interviene en toda la vida política de la nación y la cotidianidad de sus residentes.

Actualmente muchos expertos afirman que la política de EE.UU. hacia China fue un fracaso, puesto que su foco fue el desarrollo económico que eventualmente transformaría a China en una democracia liberal. Sin embargo, Washington creyó que conseguir una reforma de China era una inversión para la preservación de la paz y la estabilidad internacional en el tiempo.

A día de hoy, la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China es cada vez más fuerte y ha llegado a un punto de no retorno que en efecto podría ser peligroso. Probablemente debido a la poca visión que tuvo Washington de reservarse determinadas áreas como la tecnológica en sus relaciones bilaterales lo que es comprensible basado en el modelo de libre mercado estadounidense y por otro lado en la ingenuidad de los legisladores al principio del siglo XXI momento en que China ingresó a la OMC.

Las inversiones estadounidenses en materia de tecnología participaron en acuerdos valorados alrededor de 7200 millones de dólares en el 2022. Pero similares acuerdos en el 2018 fueron por el orden de los 45.6000 millones de dólares. La razón de esta gran caída se explica entre otras cosas, por las fuertes tensiones entre ambas naciones, los problemas de la cadena de suministro y la estricta política de “Zero-Covid” china lo que hizo que los inversores fueran más cautos al momento de seguir invirtiendo.

Parte del enfrentamiento entre Beijing y Washington se debe a la competencia estratégica por la superioridad en tecnología clave, como los semiconductores, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología entre otras. Ambos países buscan asegurar un puesto ventajoso sobre el oponente en una competencia impulsada por intereses geopolíticos y económicos, de acuerdo con Peter Engelke and Emily Weinstein en un estudio publicado por el Atlantic Council.

En tal sentido, Biden tiene previsto firmar una orden ejecutiva que limitará la inversión de empresas estadounidenses en áreas de la economía china como la tecnológica, en las próximas semanas, antes de la cumbre el G7 que este año tendrá lugar en Hiroshima en mayo coincidiendo con el turno de Japón ene la presidencia del grupo de las siete economías más grandes.

El representante republicano Mike Gallangher, en una alocución en el Congreso, afirmó que los CEO de las empresas estadounidenses que operan en China tendrán que responder ante la justicia americana si sus empresas atentan contra los intereses nacionales. Gallangher también introdujo un proyecto ley bicameral y bipartidista sobre la Resilencia de Seguridad Cibernética de Taiwán, que demandaría que el Departamento de Defensa de EE.UU. amplíe la cooperación en seguridad cibernética con Taiwán para apoyarlos en contrarrestar las amenazas cibernética de China. Sólo en el 2019 el gobierno taiwanés estimó que enfrentó entre 20 y 40 millones de ataques cibernéticos cada mes desde China, algunos de los cuales fueron también realizados contra Estados Unidos.

“La seguridad de Taiwán es vital para nuestra seguridad nacional”, fueron las palabras del senador republicano Mike Rounds por lo que justifica la necesidad de que este proyecto de ley sea introducido y aprobado considerando la creciente agresividad china hacia Taiwán.

Todos estos movimientos en el Congreso estadounidense encabezados por el Partido Republicano muestran claramente que ambos partidos están alineados en su afán por neutralizar a China. En efecto, entre los documentos secretos que fueron filtrados unas semanas atrás se pudo conocer que tanto el Departamento de Defensa como la Casa Blanca han hecho el llamado “confianza cero” un prototipo de modelo de prioridad en materia de ciberseguridad. El término “confianza cero” que se ha puesto de moda en la práctica se traduce en la doble verificación de la identidad del usuario, limitar el acceso y operar bajo el supuesto de que posibles atacantes han violado las redes de una organización. Se cree que el presupuesto para mantener el plan de “confianza cero” costará millones de dólares en los próximos años.

Entre los documentos filtrados se pudo conocer también que el Ejército Popular chino está trabajando para conseguir penetrar los sistemas de seguridad del Departamento de Defensa estadounidense y otros sistemas federales. Lo que da razones a Washington para no bajar la guardia con China y seguir esforzándose por imponer controles y sistemas más cautelosos de protección, especialmente después de la aparición de los globos expiatorios que han subido los niveles de alarma en este lado del mundo.

Zareed Zakaria, analista de CNN, concluía que Estados Unidos y China se han embarcado en uno de los experimentos más espeluznantes de la historia internacional: ambas partes están atrapadas en una competencia geopolítica cada vez mayor a pesar de que ambas están profundamente entrelazadas entre sí.

Por otra parte, Edward Luce, columnista del Financial Times, ha intentado remarcar un importante dato histórico explicando que existe una gran diferencia entre China y la Unión Soviética. Probablemente China nunca se disolverá, por lo que Estados Unidos tendrá que hacer siempre frente a China. Aunque, ciertamente, la economía china se ha desacelerado, una posible señal de que las décadas de auge del país finalmente han terminado. Sin embargo, las probabilidades siguen siendo muy altas de que China se mantenga como una gran potencia, en términos económicos y geopolíticos, por lo que sugiere que los políticos en Washington y el resto de Occidente deben prestar atención a esta idea básica y actuar en consecuencia.

La coexistencia de ambas naciones es fundamental en el actual escenario internacional y la estabilidad de ambas economías y el mundo. No obstante, el desacoplamiento económico parece ser inevitable en los próximos años ante el temor de continuar aumentando la dependencia en diferentes áreas y la sospecha de que Beijing use esa arma en contra de Washington…

INTERREGNUM: AUKUS: más preguntas que respuestas. Fernando Delage

La semana pasada los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y Australia se reunieron en California para desvelar algunos detalles del pacto anunciado por los tres gobiernos en septiembre de 2021. De conformidad con el acuerdo, conocido como AUKUS, se dotará a Australia con al menos ocho submarinos de propulsión nuclear con el fin de reforzar las capacidades de disuasión frente a las ambiciones de dominio marítimo por parte de China. Estados Unidos y Reino Unido extenderán así su compromiso con la seguridad del Indo-Pacífico, y Australia dispondrá de tecnología (pero no de armamento) nuclear. Aunque la señal política que se lanza a China es clara, el acuerdo plantea no pocas dudas.

Un primer interrogante tiene que ver con el calendario. Los primeros submarinos no estarán en manos australianas hasta principios de los años cuarenta. Para evitar ese desfase, como solución interina Washington y Londres desplegarán hasta cinco de sus submarinos en el Pacífico de manera rotatoria a partir de 2027. A principios de la década de los treinta —y siempre que el Congreso de Estados Unidos lo apruebe—, Canberra comprará a Washington tres submarinos de la clase Virgina, con la opción de adquirir dos más, hasta que se produzcan las unidades finales previstas en el pacto. Ha sorprendido a los analistas que la Casa Blanca haya dado su visto bueno a la propuesta cuando “alquilar” submarinos nucleares es un hecho sin apenas precedente, y la armada norteamericana tiene dificultades para ampliar sus propias unidades. Por otra parte, aunque se creía que el futuro submarino estaría basado en el Virgina, se anunció que el modelo de referencia será el futuro submarino de ataque que fabricará Reino Unido.

Entretanto, la operación le supondrá a Australia un desembolso de 368.000 millones de dólares, además del reto de formación del personal necesario. No cabe descartar tampoco que los avances tecnológicos que se produzcan en este tiempo—drones submarinos, mejoras en tecnología de satélites, etc—hagan obsoletos estos submarinos incluso antes de su lanzamiento. Estas circunstancias explican que, pese a la importancia del acuerdo (es la primera vez que Estados Unidos comparte su tecnología nuclear para este tipo de submarinos desde que lo hiciera con Reino Unido en 1958), se hayan multiplicado las críticas, y no sólo porque puede contribuir a aumentar las tensiones con China. Algunos medios norteamericanos se oponen a la cesión de los secretos tecnológicos del país, mientras que expertos británicos creen que supone una distracción de recursos cuando se afronta la amenaza rusa. El líder de los laboristas, Keir Starmer, en cabeza en los sondeos de cara a las próximas elecciones, ha subrayado igualmente que la seguridad en Europa debe ser la prioridad.

Los especialistas australianos se preguntan por su parte si su gobierno ha valorado realmente todas las implicaciones. En el Saturday Paper, Hugh White, uno de los más respetados analistas del país, llamaba la atención sobre el hecho de que Australia va a comprar y operar no una sino dos distintas clases de submarinos nucleares hasta los años cuarenta con el consiguiente riesgo de que se produzcan disfunciones, y sin que siquiera esté demostrada una eficacia mayor que la de los submarinos convencionales. Por el precio de los ocho nucleares podría construirse una flota con cincuenta de estos últimos.

Quizá por todo ello, el verdadero significado de AUKUS se encuentra, más que en los submarinos, en un segundo pilar del acuerdo: en la integración tecnológica y en la profundización de la coordinación estratégica entre las tres naciones; una colaboración que podría extenderse en el futuro a la inteligencia artificial, los sistemas cuánticos y los misiles hipersónicos. Son aspectos, sin embargo, aún por elaborar.

¡Y el AUKUS, finalmente, nació! Nieves C. Pérez Rodríguez

En septiembre del 2021 se le daba nombre al acuerdo que era bautizado antes de que objetivamente naciera. El peculiar anuncio de AUKUS se hizo previo a la discusión exhaustiva de los puntos concretos de la alianza, lo que de por si le imprimió un carácter disímil y, finalmente, dieciocho meses más tarde, los tres socios se reunieron en San Diego, California, para formalizar con apretones de manos, fotos y anuncios oficiales que AUKUS es tan real que comenzará a dar sus frutos.

La asociación entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS por sus siglas en inglés) está viva y tiene objetivos muy claros en el futuro, en un mundo cada vez más dividido en el que China y Rusia se acercan y las democracias se juntan para protegerse y por tanto fortalecerse.

Otras democracias como Japón, Corea del Sur, Taiwán y hasta la misma Filipinas se han acercado a los Estados Unidos, como mecanismo de supervivencia. Y en los últimos tiempos hemos sido testigo de esos acercamientos que se materializan con visitas de altos funcionarios, maniobras militares en conjunto, establecimiento de bases militares en cooperación o envío de misiones que se despliegan tanto para entrenar como para el envío de un mensaje directo a quienes pretendan desestabilizar la dinámica del Pacífico y el Indico.

Por su parte, el primer ministro británico, Rishi Sunak, hacía un anuncio el domingo (justo a un día del encuentro de los tres líderes) sobre el aumento en su presupuesto de defensa a 6 mil millones de dólares para fortalecerse contra la invasión rusa a Ucrania, que ha despertado viejos fantasmas en Europa, pero con ojo y el énfasis en la creciente amenaza China. El anuncio se da en medio de una situación doméstica comprometida para Sunak, con protestas en las calles y una situación económica desfavorable. Por lo que justificó la necesidad de la alianza, además, con empresas como Rolls-Royce, la gigante británica de ingeniería que proporcionará los reactores para los submarinos de propulsión nuclear, lo que será  una fuente de puestos de empleos locales.

El primer ministro australiano, Anthony Albanese, describía el acuerdo como la “mayor inversión individual en la capacidad de defensa de Australia”.  Australia viene desarrollando un pensamiento más estratégico, al menos desde 2020, desde donde ha venido buscado expandir su papel en la región contando con mayor capacidad a la vez que va acompañado de la mano de otras potencias que le servirán de apoyo de necesitarlo.

El comunicado oficial emitido por el Departamento de Estado al respecto decía que “gran parte de la historia del siglo XXI se escribirá en el Indo-Pacífico y para mejorar la prosperidad económica, la libertad y el Estado de Derecho, y para preservar los derechos de cada país. AUKUS ayudará a compartir la visión compartida de una región del Indo-Pacifico libre y abierta para las generaciones venideras”.

Aukus es un pacto que está concebido para enfrentar la expansión de China en el Pacífico occidental por lo que la incorporación de submarinos a la ecuación va a dar muchos beneficios. Los submarinos llevarán armas convencionales y los reactores nucleares. Se estima que a fines de la década de 2030 el primer submarino de última generación esté listo en el Reino Unido y contará con una gran cantidad a bordo de tecnología.

El AUKUS se compone de dos pilares, uno lo define el esfuerzo trilateral para apoyar a Australia en el desarrollo, construcción y operación de submarinos de propulsión nuclear y el segundo pilar se enfoca en acelerar la cooperación en tecnología crítica que incluyen capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y capacidades submarinas adicionales, hipersónicas entre otras.

En el fondo, aunque en una primera etapa impulsará a Australia, se busca mejorar las capacidades de defensa de las tres naciones que lo componen. Aunque de acuerdo con Charles Edel, respetado experto en asuntos australianos con foco en defensa, en el fondo la triple asociación busca impulsar la integración tecnológica para hacer crecer la capacidad industrial y profundizar de esta forma la coordinación estratégica entre las tres naciones.

Edel explica que esta alianza buscar transformar la capacidad de construcción naval de las tres naciones, pretende ser un acelerador tecnológico y a cambiar el equilibrio de poder en el Indo-Pacifico y, en última instancia, está destinado a cambiar el modelo de cómo opera Estados Unidos, y como empodera a sus aliados.

Las imágenes y las palabras que nos dejó el encuentro de tres poderosos líderes de Washington, Camberra y Londres después de todos los estragos de la pandemia revelan cómo las viejas democracias están recurriendo a estos acuerdos para contrarrestar a un nuevo pero peligroso adversario: China.

Y aunque ya existía una afiliación a través de la asociación del Five Eyes que tuvo su origen en los cuarenta y se expandió durante la Guerra Fría, y aunque en sus inicios Australia no era parte se incorporaron y desde entonces ha sido parte fundamental y claramente en el futuro cercano. Australia será un importante actor en los años venideros en la región y jugará un rol determinante

INTERREGNUM: Manila se acerca a Washington. Fernando Delage

Una nueva pieza se ha vuelto contra China en el tablero estratégico asiático. Después de contar Pekín durante seis años con la simpatía del gobierno de Rodrigo Duterte, su sucesor como presidente de Filipinas, Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr., ha reforzado la relación con Estados Unidos. Como Duterte, Marcos defiende una política exterior independiente, pero, frente al complejo equilibrio que debe mantener el archipiélago entre su principal aliado de seguridad y su principal socio comercial, la balanza se ha inclinado esta vez hacia Washington, proporcionando a Manila un papel no menor en la estrategia de la administración Biden hacia el Indo-Pacífico. Es, con todo, un giro causado por las propias acciones chinas, más que por las diferentes perspectivas de ambos líderes filipinos.

Tras llegar a la presidencia, Duterte prefirió hacer caso omiso a la sentencia del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya que, en julio de 2016, falló a favor de Filipinas en la demanda presentada ante el Tribunal por su antecesor, Benigno Aquino III, contra las reclamaciones de soberanía de Pekín sobre las islas del mar de China Meridional. Duterte pensaba que una relación más estrecha con China reduciría las tensiones por los conflictos marítimos, supondría un apoyo externo a su guerra contra las drogas y, sobre todo, se traduciría en inversiones para el desarrollo de su ambicioso plan nacional de infraestructuras. El fracaso de dicha política se haría pronto evidente, sin embargo. Los compromisos de inversiones chinas nunca fueron los previstos, y los incidentes entre buques de pesca filipinos y unidades paramilitares chinas tampoco cesaron.

El propio Duterte terminaría dando marcha atrás, al ser consciente del carácter indispensable de la alianza con Washington para la seguridad de Filipinas. La normalización de las relaciones con Estados Unidos no es por tanto una sorpresa ni una decisión abrupta.  Pero conforme la presión china ha ido a más—las patrullas de sus buques guardacostas se han incrementado notablemente en los últimos meses—, también Marcos ha ido más lejos en su acercamiento a la administración Biden. Además de la integridad territorial filipina, otro factor explica ese resultado:

Taiwán. Marcos ha manifestado públicamente su preocupación por el aumento de la tensión en el estrecho, pues, dada su cercanía, todo escenario de conflicto implicaría de una manera u otra a Filipinas.

Su respuesta a la asertividad china se concretó el mes pasado. Por una parte, durante la visita a Manila del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, ambas naciones anunciaron la ampliación del acuerdo de cooperación en defensa de 2014 de las cinco instalaciones militares contempladas originalmente a un total de nueve (incluyendo al menoscuna situada enfrente de Taiwán). Las fuerzas norteamericanas, que además podrán establecerse de manera permanente y no rotatoria, contarán de este modo con una capacidad adicional de proyección desde el archipiélago en el caso de futuras contingencias.

Sólo unos días después Marcos viajó a Tokio, donde firmó con el primer ministro, Fumio Kishida, un acuerdo que permitirá a las fuerzas de autodefensa japonesas operar en Filipinas en caso de desastres naturales y urgencias humanitarias. Para los dos gobiernos se trata tan sólo del primer paso hacia una mayor cooperación militar entre ambas naciones. La relación Manila-Tokio—aliado clave de Estados Unidos—complementa así la estrategia norteamericana con respecto al mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán. De hecho, el propio Marcos reveló que los tres países mantienen conversaciones acerca de un posible pacto de defensa trilateral.

EE.UU. redobla su alerta frente a China

EE.UU., a través de su secretario de Estado, Anthony Blinken, está reconstruyendo alianzas, explorando nuevas amistades y testando la influencia real de China en zonas y áreas sensibles. Blinken ha visitado Asia Central, donde las repúblicas ex soviéticas mantienen estrechos lazos con Moscú aunque buscan mejorar sus relaciones con Occidente sin romper del todo la dependencia de Rusia y ha comprobado que, en general estos países dependen para su seguridad de sus acuerdos con Rusia para contener brotes separatistas, dosificar la lenta pero creciente influencia china y atajar una orientación hacia Occidente, aunque la cercanía a Afganistán e Irán invite a esto último.

Además, Washington está exigiendo una mayor tensión y alerta ante China por lo que estiman que es su creciente agresividad en términos de inteligencia, en competitividad comercial tramposa con las leyes internacionales y en la extensión de su influencia política y militar en el Índico. En este terreno Blinken viene presionando a Europa, y más concretamente a Alemania, para que enfríe progresivamente algunos lazos con China que, según EE.UU. pueden crear una dependencia de la potencia asiática más grave y peligrosa que la que Europa ha tenido de Rusia y que ahora esté en proceso de reconversión.

Esta dependencia, además, señalan desde EEUU puede tener consecuencias más perversas en América Central y del Sur y África donde la existencia de populismos anti occidentales en el caso americano de gobiernos inestables en el caso africano son zonas abonadas para la influencia china.

Sin embargo, no parece haber tantos triunfos en las manos chinas, al margen de su voluntad política. El crecimiento económico chino lleva unos meses parado o en bajo crecimiento, el envejecimiento de su población añade problemas cada mes en sus servicios sanitarios y sociales y la crisis económica internacional como consecuencia del covid y de la agresión rusa en Ucrania dificulta nuevas expansiones.

En la reciente reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, que con todo cinismo los chinos llaman en Occidente parlamento y muchos medios lo aceptan, el PC ha defendido un crecimiento del 7,2 en el presupuesto militar y ha subrayado la necesidad de intervenir en Taiwán, a costa de otras necesidades sociales. China está en esa contradicción en la que antes o después entran todos los sistemas autoritarios cuando sus necesidades de supervivencia se impone sobre las necesidades sociales en un escenario político y económico sin libertades impiden solucionar el problemas estructuralmente.

 

Exacerbación de tensiones entre China y Estados Unidos. Nieves C. Pérez Rodríguez

El mundo está pasando por una tensión sin precedentes, aunque en los últimos años hemos venido advirtiendo de una subida exponencial de la tensión entre Washington y Beijing. Lo que estamos viendo ahora ha superado alguna de las previsiones hecha por los expertos y nos están llevando al borde del precipicio precisamente en medio de una ya compleja situación internacional, con la guerra de Ucrania y con una golpeada economía mundial producto de las restricciones de la pandemia.

Después de que el mundo avanzara un proceso de globalización muy sofisticado consiguiendo la interconexión de casi todas las regiones del planeta, nos encontramos en un momento de retorno en el que los Estados se cierran como un mecanismo de blindaje frente a la incertidumbre y las agresiones como el surgimiento y desconocimiento de un nuevo virus, la interrupción de la cadena de suministro y la desconfianza que han padecido las empresas internacionales asentadas en territorio chino.  Así como los riesgos cada día más latentes de ataque a los valores occidentales y democráticos de manos de grupos radicales y campañas de desinformación auspiciadas por Rusia y /o China.

La incógnita del origen del Covid-19 junto con la poca transparencia del gobierno chino, el curioso manejo de la OMS al principio del 2020 que ha merodeado toda la dinámica y en muchos casos la cantidad de preguntas sin respuestas han puesto el foco en el Partido Comunista China que ha jugado la carta de la desinformación para eludir respuestas.

La teoría de que el Covid-19 se originó en Wuhan a finales del 2019 y que efectivamente fue una creación china que escapó de un laboratorio de Wuhan y que acabó paralizando la vida del planeta con cerca de 6.9 millones de víctimas fatales se ha repetido hasta el cansancio.

En este sentido, en Estados Unidos las investigaciones no han cesado, y distintas entidades buscan respuestas. El fin de semana se filtraba que el Departamento de Energía de los Estados Unidos se sumaba a la teoría de que el Covid19 se originó en un laboratorio, lo que viene a dar fuerza a la misma teoría manejada por el FBI y dada a conocer en el 2021. La necesidad de conocer de donde vino el virus es crucial en América debido a que mas de un millón de ciudadanos perdieron la vida como consecuencia de este. Por lo que el Consejo Nacional de Inteligencia ha venido llevando a cabo un análisis estratégico de largo plazo paralelamente con otras agencias del gobierno que descartan la posibilidad de que el virus se produjo de una infección animal que pasó a un humano.

La falta de pruebas sobre el origen animal del virus y el hecho de que Wuhan es el centro de la extensa investigación del coronavirus en China ha llevado a algunos científicos y funcionarios estadounidenses a creer que la teoría del laboratorio es la mejor explicación

El consejero de seguridad nacional, Jake Sullivan, aseguró que Biden solicitó que los laboratorios nacionales que son parte del departamento de Energía fueran incluidos en esta evaluación porque quieren asegurarse de tener todas las herramientas en uso para poder resolver la incógnita.

Por su parte los legisladores republicanos de ambas cámaras están llevando a cabo también sus propias investigaciones sobre el origen de la pandemia mientras presionan a la Casa Blanca y a la comunidad de inteligencia para que desclasifiquen más información. Algunos de los legisladores republicanos recurrieron a Twitter para exigir información mientras que funcionarios de inteligencias subrayan que aún están juntando piezas. Vale resaltar que ambas cámaras están llevando a cabo sus propias investigaciones y continuarán hasta poder determinar el origen del Covid-29.

Mientras China sigue negando que el virus se originó en su territorio y contraataca una vez más pidiendo a Washington que no politice el tema.  Reacción similar a la que tuvieron con el derribo del globo espía o a cualquier advertencia que haga Washington a Beijing sobre por ejemplo, algún tipo de asistencia que provean a Rusia en la guerra.

Paralelamente, en Estados Unidos se dedica cada día más tiempo a educar sobre sobre el peligro que representa China para su seguridad nacional y las ambiciones de Beijing en el Mar de la China, la situación de Taiwán, o cualquier hecho que ilustre la manera de proceder china.

El pasado viernes, por citar un ejemplo, miembros de la prensa fueron invitados a volar en un avión de reconocimiento de la Marina estadounidense la complicada zona alrededor de las disputadas islas Paracelso, ubicadas al norte del mar del sur de China, al este de Vietnam y al sur de la isla china de Hainan, cuando una voz por radio proveniente del ejército chino se comunica con la aeronave estadounidense para advertirle que está acercándose a territorio chino y que puede ser derribado si llegara a violar el espacio aéreo. A solo unos minutos de la advertencia aparece al lado del avión una aeronave de combate chino dotado con misiles que, de acuerdo con el periodista de CNN a bordo, voló tan cerca que podían ver al piloto chino girándose a verlos.

La tensión entre ambas potencias se ha exacerbado exponencialmente en los últimos días. La cancelación de la visita del secretario de Estado a Beijing a razón del globo espía ha cerrado otra puerta de comunicación, al menos temporalmente. El ministro de la Defensa chino se ha negado a conversar con su homólogo americano en varias oportunidades y de momento es poco probable que se organice alguna llamada entre Xi y Biden por la misma crispación. Y mientras tanto el mundo se divide más y los aliados de Washington parecen comprender finalmente que Rusia es una complicación que toca atender pero que el gran problema del futuro yace sobre China…

 

 

INTERREGNUM: China tiene un plan. Fernando Delage

Al cumplirse un año de la invasión rusa de Ucrania, China ha querido presentarse como mediador neutral ofreciendo un plan de paz para acabar con la guerra. La propuesta, anunciada por el presidente Xi el 24 de febrero, reclama un inmediato alto el fuego y el fin del envío de armas por parte de actores externos a Ucrania y Rusia. China no exige, sin embargo, la retirada rusa como requisito previo para las negociaciones, por lo que el plan carece de toda viabilidad.

¿Para qué sirve entonces su propuesta? ¿Y por qué la presenta en este momento, después de haber intentado mantenerse al margen del conflicto durante un año? Una posible respuesta es que China quiere transmitir una señal sobre su liderazgo diplomático como potencia responsable, lo que a su vez tiene un doble objetivo. Maniobrando para erosionar la unidad occidental, trataría, en primer lugar, de transmitir a los europeos la idea de que comparte sus mismos objetivos con respecto a la estabilidad en el Viejo Continente. Más relevante es, por otra parte, el mensaje que China lanza a las naciones emergentes, frente a las cuales se presenta como una potencia amante de la paz que ofrece una solución constructiva a sus necesidades, en contraste con el desorden causado por la mentalidad de guerra fría de Estados Unidos. No es casualidad por ello que, también la semana pasada, Pekín publicara un documento sobre los principios de su “Iniciativa de Seguridad Global”, anticipada por Xi la pasada primavera.

Más que los esfuerzos de propaganda, lo que realmente preocupa a Occidente es la posibilidad, en la que han coincidido en los últimos días un reportaje de Der Spiegel y el director de la CIA, de que China proporcione ayuda militar a Rusia. Es un escenario que abriría una nueva fase en la guerra, y también en las relaciones de las democracias liberales con la República Popular. A priori no tiene mucho sentido que Pekín quiera provocar una escalada que conduciría a graves sanciones y a un enfrentamiento directo con la OTAN, pero la cuestión de fondo tiene que ver con su percepción acerca de la evolución del conflicto y el impacto sobre sus intereses. A los estrategas chinos no les inquieta cuándo terminará la guerra sino cómo.

Una opinión muy extendida entre los analistas es que a China no le conviene la completa victoria de ninguna de las partes. Un triunfo de Ucrania reforzaría la posición de Estados Unidos y de Occidente, que podrían concentrar su atención en la rivalidad con China y prestar mayor apoyo a Taiwán. Al mismo tiempo, una Rusia derrotada podría verse forzada a llegar a algún tipo de entendimiento con el mundo euroatlántico, poniendo fin a su asociación con la República Popular. Otro efecto simultáneo de este resultado sería que tanto India como Japón podrían focalizar sus cálculos estratégicos hacia Pekín sin tener que preocuparse por la variable rusa. Un escenario de inestabilidad interna en Rusia o—en el caso más extremo—un cambio de régimen, sería, por añadir una última hipótesis, la peor de las pesadillas para Pekín. Por resumir, sería fundamental para China evitar una derrota rusa.

Pero tampoco una victoria decisiva de Moscú sería necesariamente favorable. El margen de maniobra chino se reduciría en el caso de que Rusia ya no tuviera que depender en tan alto grado de la República Popular. El pago en yuanes de sus importaciones de gas y petróleo, el oleaducto “Power of Siberia 2”, o el ferrocarril que une a China con Kirguistán y Uzbekistán, son proyectos que han podido salir adelante por las circunstancias de la guerra. De otro modo, el Kremlin no habría aceptado la creciente penetración china de Asia central.

La cronificación del conflicto y el desgaste de Rusia y de Occidente sería teóricamente el escenario que más beneficiaría a los intereses chinos. Se reduciría la presión norteamericana en el Indo-Pacífico y la competición económica con Europa en Eurasia, y contaría con mayor libertad de acceso a Asia central. Al no participar directamente en la guerra continuaría acumulando capacidades, y se encontraría en mejores condiciones para resolver el problema de Taiwán. Ningún gobierno puede, no obstante, controlar la dinámica de una guerra. Pekín juega varias cartas simultáneamente, pero no todas ellas son compatibles entre sí. Atrapada en su relación “sin límites” con Rusia—aunque ha dejado de utilizar ese calificativo—busca reducir el impacto de una agresión que, en vez de salvar al mundo para la autocracia, no ha hecho sino entorpecer las ambiciones chinas.