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China y Filipinas enfrentadas. Nieves C. Pérez

La periodista Camille Elemia publicó un artículo en el New York Times el pasado 11 de noviembre en el que explica cómo la disputa territorial entre China y Filipinas se ha agravado en las dos últimas décadas lo que se expresa en una especie de persistente ofensiva naval en el mar del sur de China.

La tensión gira en torno a un viejo y oxidado barco de la época de la Segunda Guerra Mundial, el Sierra Madre, que Elemia describe como el símbolo de resistencia que ha evitado que China se haga con las aguas en disputa en mar del sur de China debido a su ubicación estratégica.

En 1999 el gobierno filipino encalló la embarcación en el arrecife en disputa a 120 millas de la costa de la provincia occidental de Palawan, en el Second Thomas Shoal. El barco en cuestión es ahora una especie de base militar y por tanto de vigilancia, a pesar de lo complejo que es surtirlo de suministros debido al constante patrullaje naval chino en esas aguas y sus alrededores.

Hace pocos días el gobierno filipino dio acceso a un grupo de periodistas a una curiosa misión de reabastecimiento que consistió en abordar un barco de la Guardia Costera y luego un bote inflable para poder acercarse a 1000 yardas del Sierra Madre. A bordo, los reporteros fueron testigos de lo caldeada que puede tornarse la situación.

Cerca de la media noche se encontraban a  pocas millas del Sierra Madre cuando cuatro embarcaciones chinas se dispusieron a perseguir al barco de la Guardia Costera filipina.  A eso de las seis de la mañana los barcos chinos bloquearon al filipino, lo que les obligó a hacer una maniobra para poder escabullirse, riesgosa situación que se produjo varias veces.

En el  transcurso de las horas, China envió más patrullaje, al igual que hizo Filipinas, pero, claro, cada uno en su medida y tamaño, seguido por alertas de radio donde los filipinos recordaban que de acuerdo con la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar esas acciones son ilegales. Los oficiales chinos por su parte respondían con “salgan del área inmediatamente”.

El mismo día, el gobierno filipino presentó una protesta ante China que fue respondida por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino bajo la afirmación que había sido violada de la soberanía china.

Filipinas está actuando en consecuencia con un dictamen de un tribunal internacional del año 2016 que declaró que el Second Thomas Shoal está a menos de 200 millas náuticas de Palawan y por tanto es zona económica exclusiva filipina. China, por su parte, reclama el noventa por cierto del Mar de China meridional y ha rechazado el fallo.

Este tipo de confrontaciones son cada día más frecuentes en este mar y preocupan muchísimo porque China se muestra más agresiva y decidida a continuar ese patrón.

El podcast  “One decision”, en su episodio pasado, abordó este mismo tema la semana pasada y entrevistaron al   contraalmirante filipino Romel Jude, quien explicó que el punto de escala de la disputa. en su opinión. coincide con el ascenso de Xi Jinping al poder en el Partido Comunista chino. “A lo largo de los años lo hemos visto eliminar a sus rivales dentro del partido y acumular poder”.

En cuanto al Sierra Madre, Jude sostiene que es un barco decrépito, pero técnicamente sigue siendo un barco operativo. Está en la lista de buques activos, precisamente para preservar su estatus jurídico en servicio con todos los derechos, y, en efecto, hoy es un buque de guerra en pleno funcionamiento.

Ahora bien, se necesita reparar al Sierra Madre para poder detener su deterioro. Esto es una medida a corto plazo aunque necesaria. Lo que realmente se necesita es construir unas nuevas instalaciones permanentes dentro del Second Thomas, afirma Jude. De lo contrario, estaríamos perdiendo la estructura para nuestras tropas y lo que acabaría pasando es que perderíamos el Second Thomas Shoal de manos de Beijing, sostiene.

China tiene su Armada, su Guardia costera y su Milicia Pesquera operando en conjunto para crear una especie de muro de contención alrededor de este archipiélago para precisamente dificultar las operaciones de abastecimiento filipino, por lo que es clave que Filipinas, junto con otras naciones, no se relajen ante las pretensiones y abusos chinos en la región.

En el Mar del Sur de China hay muchas disputas abiertas: China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi en diferentes medidas tienen reclamaciones, pero China reclama y explota casi todo el territorio incluso el que es plataforma económica exclusiva de otros países.

Manila está buscando poner distancia con Beijing. En efecto, a principio de noviembre anunció que no formarán parte de los proyectos de infraestructura de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés) lanzadas por Xi en 2013. China tenía previsto el desarrollo de proyectos en Filipinas por un valor cercano a los 5000 millones de dólares. El 7 de noviembre esta columna escribió sobre ese tema para más información https://4asia.es/2023/11/07/filipinas-dice-no-a-la-ruta-de-la-seda-nieves-c-perez-r/

El nuevo gobierno filipino entiende que, por su condición de archipiélago con más de siete mil islas, es fundamental conservar la libertad de los mares y su salida libre al océano. Su supervivencia y la de muchos otros países en el Mar del Sur de China depende de esta condición y Manila parece estar apostando todos sus recursos incluso acercándose a Washington y sus aliados para conseguirlo.

INTERREGNUM: Distensión en California. Fernando Delage

El pasado miércoles, los presidentes de Estados Unidos y de China se reunieron por segunda vez desde la llegada de Biden a la Casa Blanca. La primera ocasión en la que se vieron como líderes de sus respectivos países (aunque se han conocido desde hace más de  una década) fue hace un año en Bali, como participantes en la cumbre del G20. Sus intentos de normalización pronto se vieron interrumpidos, sin embargo, por una sucesión de hechos diversos, entre los que cabe destacar la crisis del globo espía chino, la visita a Taiwán de la presidenta del Congreso de Estados Unidos, Nancy Pelosi, o los controles a la exportación de semiconductores avanzados a la República Popular. Una nueva convocatoria multilateral, la cumbre del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC) en San Francisco, hizo posible la reanudación del contacto directo buscado por ambas partes.

Desde junio, en efecto, hasta tres miembros del gabinete norteamericano han viajado a China en ese esfuerzo de acercamiento, y también el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, visitó Washington, además de reunirse en Viena con el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan. Especialmente llamativo ha sido el giro de los medios oficiales chinos: de la habitual descripción de Estados Unidos como potencia hegemónica que trata de contener a la República Popular, se ha pasado en las últimas semanas a subrayar los ejemplos de cooperación entre los dos países.

Por distintas razones, ambos gobiernos necesitaban corregir la dinámica de confrontación. En el terreno económico, la administración Biden ha llegado a la conclusión de que una ruptura de la interdependencia económica con China (el famoso “decoupling”) no es posible ni deseable. Las medidas que pueden acordarse con esa finalidad deben limitarse a las exigencias de la seguridad nacional. Ese mensaje, expuesto en un discurso pronunciado en abril por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, parece haberse convertido en doctrina oficial. Por su parte, para una China que se encuentra frente a un escenario de desaceleración económica, la mejora de las relaciones con Washington puede contribuir a mejorar su recuperación y, en particular, a recuperar la inversión extranjera (que ha caído por primera vez en 25 años). Que Xi viajara a San Francisco aun manteniendo la Casa Blanca su dura política de sanciones tecnológicas, da idea del interés chino por estabilizar la relación.

China sabe bien, por otro lado, que la política exterior de Biden se basa en premisas muy diferentes de las de Trump. Lejos del unilateralismo de este último, para afrontar buena parte de los problemas de la agenda global la actual Casa Blanca considera imprescindible la cooperación con Pekín. El conflicto en Oriente Próximo en un claro ejemplo, y el presidente norteamericano pidió a Xi su intervención para presionar a Irán con el fin de evitar la expansión de la guerra. Mitigar la confrontación con Washington, servirá igualmente a China para reducir la presión que supone la creciente hostilidad hacia ella de numerosos países.

Por supuesto, nada de ello altera la naturaleza estructural de la rivalidad entre ambos gigantes. Los acuerdos anunciados—como la reanudación de contactos entre las fuerzas armadas (interrumpidos tras la visita de Pelosi a Taipei)—son de orden secundario, sin lograrse avances con respecto a Taiwán, Xinjiang o las disputas en el mar de China Meridional. El objetivo fundamental consistía en abrir un espacio de distensión, mantener abiertos los canales de comunicación y prevenir un conflicto. Nada muy diferente en realidad de lo discutido en Bali en 2022, aunque desde entonces la tensión se elevó en una peligrosa espiral. El mantenimiento de este nuevo ciclo de distensión también dependerá de la evolución de los acontecimientos. Dos de ellos pueden complicar especialmente la voluntad de estabilidad: las elecciones de enero en Taiwán (si el gobierno continúa en manos del Partido Democrático Progresista, la presión de Pekín no cederá); y las presidenciales de otoño en Estados Unidos, que propiciará entre los candidatos una posición más radical que moderada con respecto a China.

Xi y Biden, al sol de California

Los dos mandatarios más influyentes del planeta hablan, en California, de la agenda bilateral entre ambas naciones que es la agenda de un mundo sometido a una inquietante incertidumbre en el escenario internacional, y lo primero que salta a la vista es la urgente necesidad, más allá del griterío, los gestos y las exhibiciones de fuerza, de China y EEUU de hacer un alto en la escalada de tensión y reevaluar las capacidades propias.

China, desde su veteranísimo sistema autoritario y su filosofía de la paciencia, la vista larga y la aplicación implacable y rígida de medidas cuando así lo estima, probablemente está encontrando mayores resistencias internas, y desde luego externa, ante sus modelos despóticos de gestión de crisis. Es un tópico decir que ya no son los tiempos de los emperadores taimados y despiadados ni de Mao y sus cómplices, corruptos mesiánicos y criminales. Es verdad que China sigue sin garantías judiciales ante el poder ejecutivo ni una sociedad demandante de las libertades al estilo occidental, pero no es menos cierto que las viejas instituciones se van resquebrajando en un mundo cada vez más abierto e interconectado a pesar de los esfuerzos del PC chino y su gerontocracia autoritaria.

Las capas empresariales chinas, aunque apéndices de un sistema intervencionista, ven como el sistema lastra sus resultados  con decisiones más políticas que comerciales y como desaprovechan inversiones más pensadas para influir que para crecer económicamente. Esto, sumado a la dependencia china de recursos energéticos externos y al crecimiento de focos de desestabilización en zonas estratégicas desde el punto de vista energético, está obligando a Pekín a una reflexión de sus pasos a medio plazo.

Pero EEUU también tiene necesidades. La debilidad del liderazgo interno de Biden y la creciente demanda de liderazgo externo de EEUU en el plano internacional están generando contradicciones. La creciente preocupación ante el coste del apoyo a Ucrania, el debilitamiento del tradicional apoyo s Israel a manos de sectores que compran la hipocresía europea y la propaganda islamista y, no perdamos de vista esto, las renovadas tensiones en el patio trasero de EEUU, la América que habla español y portugués (y donde también juegan las inversiones chinas), obligan al país a repensar su situación.

Este es el contexto en el que se mueven los últimos pasos en la relación entre China y Estados Unidos y sus intereses nacionales que, para bien y para mal, impactan en los intereses de todos.

Filipinas dice NO a la Ruta de la Seda. Nieves C. Pérez R.

Manila anunció que Filipinas no formará parte de los proyectos de infraestructuras de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda china (BRI por sus siglas en inglés) lanzada por Xi Jinping en 2013.

El anuncio de la terminación de los proyectos por un valor cercano a 5.000 millones de dólares se dio posterior a la visita del presidente filipino Ferdinand Marcos Jr. al foro que tuvo lugar hace un par de semanas en Beijing para celebrar los diez años del lanzamiento de esta iniciativa, la más ambiciosa lanzada por China.

El Senado filipino, por su parte, ya había expresado que “casi todas las iniciativas claves de inversión china en Filipinas estaban siendo reevaluadas debido tanto a factores económicos como políticos”. El ex presidente filipino, Rodrigo Duterte (2016-2022) había fortalecido la relación y acercamiento con China, por lo que este cambio de dirección de manos del actual presidente marca un cambio total.

Marcos Jr. entiende que la cercanía con Beijing es perjudicial para los intereses nacionales, en parte motivado por los “créditos trampa” que ha venido proveyendo Beijing por el mundo, quizás el mejor ejemplo es Sri Lanka y el efecto devastador para su economía.

Además, no se puede dejar a un lado las disputas y agravios en el mar de China meridional. Hace tan solo unas semanas Manila protestaba fuertemente por las “cada vez más provocativas y peligrosas maniobras de la guardia costera y los barcos de la Armada de China. El último y muy grave accidente tuvo lugar el 22 de octubre en el que dos barcos chinos bloquearon y chocaron por separados con dos barcos filipinos cerca del Second Thomas Shoal”, en las disputadas islas Spratly, que fue extensamente reportado por los medios.

Estas disputas no son nuevas ni tampoco las protestas. En efecto, Manila ganó el caso de arbitraje en el 2016 sobre la Isla Scarborough que China reclama también como suyas. Además de que China envía barcos a pescar en esas aguas, probablemente para mantener presencia y vigilancia.

Paralelamente, el primer ministro japones, Kishida Fumio, visitó Filipinas la semana pasada para expresar su solidaridad mientras se presenta como una alternativa regional frente al liderazgo chino. Un viaje que busca recomponer relaciones históricas complejas mientras se presentan como la opción más prooccidental en la región.

Washington, mientras tanto, ha venido haciendo su parte fortaleciendo alianzas con los aliados e incluso acercándolos. Así quedó sentado en el encuentro trilateral en Camp David en el que Biden recibió con los mayores honores a los lideres de Corea del Sur y de Japón en agosto y los hizo comprometerse en trabajar en conjunto.

En septiembre, Biden se tomó el tiempo necesario para hacer una visita estratégica a Vietnam y expresarles la importancia que tienen para los estadounidenses este país; elevando de esta manera las relaciones bilaterales.  Todo mientas arma a Taiwán para que Beijing entiendan que ni están desprovistos ni están solos.

Lo que ha venido ocurriendo en los últimos años es un despertar para algunas naciones que vieron en China su solución económica y empiezan a evaluar el futuro de esas relaciones y el precio de la dependencia económica de un país como China. Algunos ya están pagando un altísimo precio, otros como Filipinas entienden que por su propia condición de archipiélago de más de siete mil islas es imperioso la libertad marítima para su supervivencia, por lo que alejarse de Beijing mientras se acercan a los aliados occidentales puede ser la única solución a su supervivencia.

 

China trata de aliviar tensiones

Parece percibirse un muy ligero giro en la política exterior china hacia un alivio de la tensión con algunos países de cultura política occidental cuyas relaciones con China adquieren un carácter de estratégicas. En este contexto hay que inscribir la visita reciente del ministro de Asuntos  Exteriores chino a EEUU (sin olvidar el posible encuentro entre el presidente XI y Biden que podría estarse preparando) y la reactivación de las relaciones bilaterales entre China y Australia, lastradas por cinco años de fuertes tensiones durante el encuentro del primer ministro chino, Li Qiang, con su homólogo australiano, Anthony Albanese.

Como informa el diario El Mundo, Las relaciones entre ambos países estaban en el punto más bajo en décadas. Las fricciones se dispararon al principio de la pandemia, cuando el conservador Scott Morrison, el predecesor de Albanese, se convirtió en uno de los grandes azotes internacionales del régimen chino. Morrison insistió en una investigación independiente sobre el brote de Covid en la ciudad de Wuhan; prohibió la red 5G de Huawei; acusó al ejército chino de intimidar a otros países por los reclamos en el disputado Mar de China Meridional y de colar espías en Australia para influenciar en su política interna.

Las economías china y australiana están muy interconectadas  con el mercado de productos como carbón, vino, carne de vacuno, cebada o langostas. Pero, fundamentalmente, los principales productos que Australia exportó a China fueron mineral de hierro ($95,7MM), gas, petróleo ($15MM), y oro ($5,86MM). Durante los últimos 26 años las exportaciones de Australia a China han tenido un incremento a una tasa anualizada de 17,2%, desde $2,24MM en 1995 a $138MM en 2021.

Y la Unión Europea, con quien China mantiene una parte importante de sus operaciones comerciales en el exterior y dónde, un endurecimiento, ambiguo pero sostenido de Bruselas, está obligando a China a un esfuerzo intenso aunque discreto de intentar aplacar tensiones, especialmente con Alemania.

INTERREGNUM: BRI y un mundo de bloques. Fernando Delage  

La semana pasada, mientras el presidente de Estados Unidos viajaba a Israel para intentar evitar una expansión de la crisis en Oriente Próximo, se celebró en Pekín la tercera cumbre de la Ruta de la Seda (la “Belt and Road initiative”, BRI, en su denominación oficial en inglés). Pese a la desaceleración de la economía china y de los problemas que han acumulado numerosos proyectos (hasta un tercio del total según un estudio reciente), Pekín no tiene intención alguna de abandonar la iniciativa. Al contrario: al conmemorarse el décimo aniversario de su anuncio, la cumbre tenía por objeto ratificar su relevancia. Es cierto que los grandes planes de infraestructuras previstos en la concepción original del plan han sido sustituidos por una aproximación orientada a la rentabilidad, con las energías renovables y las redes digitales como nuevas prioridades. Pero la cita fue más allá, para revelar que BRI es un instrumento para proyectar normas y valores chinos con el fin de reconfigurar el orden global frente a un Occidente que concentra hoy su atención en Ucrania y Gaza.

Hasta el pasado verano, la República Popular había firmado más de 200 acuerdos de cooperación en el marco de BRI con más de 150 países y 30 organizaciones internacionales. Aunque sólo 23 jefes de Estado y de gobierno acudieron a la cumbre (por debajo de los 37 de la segunda convocatoria en 2019), el mapa de los asistentes resultó revelador. Especial protagonismo recibió el presidente ruso, Vladimir Putin, de quien Xi Jinping subrayó la “profunda amistad” que les une. La presencia de Putin en Pekín fue motivo suficiente para la ausencia de los líderes europeos; sólo acudió el primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien no ocultó sus discrepancias con la estrategia china de la UE, concretada durante los últimos meses en la estrategia de seguridad económica. Como contraste, y en coherencia con las actuales prioridades chinas, el grueso de la representación exterior correspondió a los países del Sur global.

En vísperas de la cumbre, las autoridades chinas publicaron un Libro Blanco sobre BRI, definida como eje de su política de cooperación internacional. Según indica el documento, “la globalización económica dominada por un reducido número de países no ha contribuido a un desarrollo compartido con beneficios para todos (…). Muchos países emergentes han perdido incluso la capacidad para su desarrollo independiente, obstaculizando su acceso a la modernización”. En sus encuentros bilaterales con distintos líderes del mundo en desarrollo, Xi reiteró la importancia de promover la “solidaridad Sur-Sur”. BRI forma parte así del esfuerzo por promover un modelo de desarrollo global alternativo al propuesto por las naciones occidentales (inclinadas a la “confrontación ideológica” según declaró Xi), y facilitar la transición hacia un mundo multipolar. El espíritu de la iniciativa, señala el Libro Blanco, pasa por defender un principio de igualdad, en oposición a quienes defienden “la superioridad de la civilización occidental”. Lo que no indica el texto es que esa es también la dirección para expandir la influencia de Pekín en el actual contexto de competición con Estados Unidos.

Es evidente que China tiene un plan para situarse en el centro de un nuevo orden multilateral; un plan que puede seducir al mundo postcolonial y a otras naciones que rechazan los valores liberales. Pero como muestra la reacción global a la invasión rusa de Ucrania, primero, y al ataque de Hamás a Israel, después, no hay una línea nítida de separación en dos grandes bloques. Occidente no ha perdido su cohesión, mientras que el incierto panorama internacional que nos rodea puede complicar las ambiciones chinas.

China corrige, ligeramente, el rumbo

El giro de China ante la guerra contra el terrorismo en Gaza en que Pekín reconoce el derecho de Israel a su autodefensa, en línea con la posición formal de la UE y EEUU, unido a la visita del ministro chino de Exteriores, Wang Yi, a Washington parece indicar que algo se está moviendo en el escenario internacional ante la gravedad de la situación en Oriente Próximo. Wang mantendrá encuentros con el secretario de Estado Blinken y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.

Que la situación es grave es indudable, pero, de momento no estamos ante las vísperas de un apocalipsis. Detrás de las palabras gordas, las provocaciones y las bravatas hay cierta contención en los actores que pueden abrir las puertas del infierno. China parece estar dispuesta a profundizar en esta dirección sin dejar de sostener un discurso anti occidental y sin dejar de mirar de rejo as Rusia y sus juegos en las repúblicas centro asiática a la vez que Putín y Xi se prometen amor eterno.

Que China haya visto remontar, aunque ligeramente, su economía en el último mes no es un dato a despreciar en el momento actual en el que EEUU, a pesar de las dudas en el entorno de Biden, mantiene el pulso en los dos frentes de conflicto.

Pero China no baja ni un punto en su presión sobre los mares cercanos en los que insiste en imponer sus reglas, dominar las rutas y condicional el comercio internacional. No se trata únicamente de mantener la presión sobre Taiwán producto de un conflicto histórico que tiene su origen en la toma de poder en Pekín de los comunistas de Mao. El choque de las últimas horas entre barcos chinos y filipinos expresa con claridad el proyecto expansionista de la estrategia marítima de China que está invirtiendo en las últimas décadas ingentes recursos en sus fuerzas aeronavales.

 

 

La alianza “five eyes” se reúne en público. Nieves C. Pérez Rodríguez

La alianza “five eyes” es una poderosa coalición compuesta por cinco países anglófonos que desde 1941 han desarrollado una red de inteligencia global de vigilancia e intercambios de información sin precedentes.

El exclusivo club lo conforma Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda y desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha servido para intercambio de datos y, con el tiempo. esta asociación ha ampliado su alcance y se ha convertido en una parte integral de las operaciones globales de seguridad e inteligencia.

Las operaciones llevadas a cabo por “five eyes” se han mantenido siempre con discreción y sus encuentros y avances también se han producido bajo una sombra de secretismo debido a su misma naturaleza. Sin embargo, la semana pasada se llevó a cabo un encuentro histórico de los lideres de cada una de las agencias de inteligencia de los cinco países en California, en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford.

El encuentro fue convocado con el nombre de Cumbre de Seguridad de Tecnologías Emergentes y Seguridad de la Innovación y fue moderado por la ex secretaria de Estado Condolezza Rice y contó con la presencia de corresponsales internacionales.

De acuerdo con la página web del FBI, la cumbre fue convocada con el objetivo de traer a la luz la amenaza del robo de tecnología, especialmente de parte de china y para ayudar a los investigadores y otros actores de la industria a proteger su propiedad intelectual para evitar que pueda ser robada o explotada.

“No hay mayor amenaza para la innovación y el avance tecnológico que el gobierno chino, por lo que nuestros servicios de inteligencia toman esa amenaza tan seriamente que decidimos unirnos para tratar de generar conciencia, aumentar la resiliencia y trabajar estrechamente con el sector privado para intentar construir una mejor protección para el sector de la innovación” fueran las palabras de apertura del director del FBI, Christopher Wray.

La mayor obsesión de este grupo en los últimos años ha sido la tecnología y las brechas que estas pueden dejar abiertas. En tal sentido, el bloqueo a Huawei promovido por Washington se puede comprender y hasta justificar, puesto que si algunos de los miembros usasen tecnología china la información de ese país estaría en manos de Beijing su principal rival y adversario.

“La cumbre es una respuesta sin precedentes a una amenaza sin precedentes y el lugar del encuentro, Silicon Valley, habla del tipo de amenaza y nuestra la manera de contrarrestarla” dijo Mike Burgess, director general de la Organización Australiana de Inteligencia y Seguridad.

“Hay mucho en juego en las tecnologías emergentes. Las naciones que lideran el camino en áreas como la Inteligencia Artificial, la computación cuántica y la biología sintética ejercerán el poder en nuestro futuro colectivo. Es crucial que permanezcamos alerta y respondamos antes de que sea demasiado tarde”, fue uno de los argumentos aportados por Ken McCallum, el director del MI5, la agencia de inteligencia británica.

El Partido Comunista chino fue calificado por él director del FBI como la principal amenaza para la tecnología y la innovación global por lo que las asociaciones son la mejor manera de contraatacar. Así mismo aprovechó para ratificar su apoyo a salvaguardar las tecnologías emergentes del robo y la explotación, incluido el posible uso inapropiado de la inteligencia artificial.

Este histórico encuentro se da en medio de una de las peores crisis internacionales de las últimas décadas. En medio de la imposición de restricciones a China en la adquisición de ciertos componentes como los microchips, la cercanía de Xi y Putin y ante el inminente riesgo de robo de secretos tecnológicos que llevan consigo grandes vulnerabilidades y ponen en detrimento de las libertades tal y como se entienden en occidente.

Los ataques de hoy no son solo con misiles o tanques, los peores ataques de hoy son a través de las redes sociales como TikTok con el robo de información de los usuarios incluidos menores de edad y los ciberataques que son miles al día a agencias oficiales, empresas o individuos. La penetración de información falsa que circula por internet y que desvirtúa la realidad para menoscabar la base de los sistemas democráticos requiere medidas fuertes que buscan denunciar y parar estas prácticas.

La alianza de “Five Eyes” con este encuentro público prueba la urgencia de denunciar la actual situación, generar conciencia social y proteger contra estas acciones malignas a las sociedades democráticas.

El Senado americano busca controlar la penetración china en EEUU. Nieves C. Pérez R. 

La penetración de la inteligencia e influencia china en todos los niveles es motivo de gran preocupación para las autoridades estadounidenses, por lo que la semana pasada el Comité de Inteligencia del Senado llevó a cabo una audiencia que buscó descifrar las claves para limitar dichas actividades.

A la audiencia fueron invitados expertos a testificar ante los diecisiete senadores que forman el comité bipartidista. En este caso fueron tres los testigos que explicaron cómo son las operaciones de influencia china en los Estados Unidos basados en rigurosos estudios y propusieron algunas medidas de prevención.

Uno de los expertos fue Dr. Glenn Tiffert, experto en China e investigador del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, quien propuso varias recomendaciones para contrarrestar el espionaje chino. La primera de ellas es que deben aumentarse los fondos que financian investigaciones y publicaciones sobre las operaciones malignas de influencia extranjera. Explica que, aunque los servicios de inteligencia estadounidenses rastreen las operaciones del Partido Comunista chino, se encuentran con limitaciones de recursos y restricciones para divulgar la información al público.

Tiffert expuso que las operaciones malignas de influencia extranjera abarcan todo el ámbito de actividades tanto legales como ilícitas, incluidas las de comunicación y asociaciones protegidas donde las autoridades a su vez tienen limitaciones para  compartir la información, debido a los mismos protocolos y que esas barreras son precisamente las que propone romper para entonces poder cruzar más información.

Resaltó también que operaciones discretas de influencia, que pueden incluso parecer triviales, pueden producir efectos profundos, moldeando la forma de actuar y pensar de algunos. “Las operaciones de influencia más exitosas son aquellas que pasan desapercibidas” afirmó.

Sarah Cook, fue otra de los testigos invitados, asesora en temas sobre China, Hong Kong y Taiwán para Freedom House, la organización que se dedica a estudiar el estado de las democracias y la libertad en el mundo. Su testimonio se centró en cómo el Partido Comunista chino y los actores relacionados están intentando influir en los medios, las noticias y los flujos de información en los Estados Unidos.

Cook afirma que han observado una importante intensificación de la represión y control en China en los últimos diez años. Y de la misma forma, en el plano exterior, el PC chino y sus actores, entiéndanse corporaciones, empresarios, estudiantes, profesores y sus centros culturales, embajadas, etcétera… están intentando influir en los medios, las noticias y los flujos de información en los Estados Unidos en temas domésticos y de percepción.

“Va mucho más allá de la simple propaganda. Hemos identificado cinco categorías tácticas que utilizaron para cada país: propaganda, desinformación, censura e intimidación, control sobre la infraestructura de distribución de contenidos y capacitación para trabajadores de medios con el objetivo de exportar el modelo de control de información del PC chino”.

En el caso específico de los Estados Unidos, la investigación determinó que enfrenta un grado de influencia mediática de Beijing muy alto. Aunque Cook reconoce a su vez que pudieron determinar también un alto grado de resiliencia estadounidense ante estas tácticas.

Desde el 2019 la narrativa china se centra en culpar a Estados Unidos del deterioro de las relaciones bilaterales, encubrir los fuertes controles internos en China y desviar la culpa de China del Covid19 mientras señalan otros culpables como los mismos Estados Unidos, mientras justifican las razones de la incorporación de Taiwán al territorio chino.

Cook sostiene que Beijing mantiene un arsenal de tácticas y canales para influir en el panorama informativo estadounidense desde que la opinión pública es cada vez más negativa hacia China. Se trata de campañas de desinformación, el pago de redes sociales y el pago de influencers, ataques cibernéticos a medios de comunicación, acoso digital a periodistas y publicaciones de artículos o entrevistas de altos funcionarios chinos como sus embajadores a medios de comunicación muy importantes en América.

“Huawei ha contactado directamente a periodistas estadounidenses para intentar cambiar la narrativa sobre la empresa de telecomunicación, ha organizado entrevistas en podcasts, en medios virtuales, facilitado la aparición de sus ejecutivos en televisión” todo para cambiar la opinión pública.

Cook también afirma que han podido determinar que actores como políticos estadounidenses que tuvieron en el pasado posiciones de poder o influyentes, o grupos de extrema izquierda han intentado restar importancia a la violación sistemática de derechos humanos en grupos como los uigures y en casos más extremos hasta negándolos. Algo similar ha sucedido con comentaristas de extrema derecha que han expresado admiración a acciones del PC chino como la movilización de grupos sociales de manera autoritaria con la idea de aliviar la pobreza.

Concluye recomendándole al gobierno estadounidense incrementar el estudio del mandarín en los funcionarios, puesto que muchas de las campañas de desinformación se hacen en chino y cuyo objetivo es la diáspora. Propone hacer seguimiento a aplicaciones como WeChat y TikTok ya que pueden ser una amenaza a la libre expresión de millones de estadounidenses. Y sugiere también al congreso pedir más explicaciones a los ejecutivos que representan dichas empresas chinas en Estados Unidos sobre la protección de datos de los ciudadanos.

 

Y por último Alan Kohler, subdirector de inteligencia retirado del FBI, quien ha sido un testigo habitual en el congreso durante años, se expresó en un tono mucho más directo y menos académico, pero si alarmista. “El PC chino es una amenaza al estilo de vida de los estadounidenses, puesto que busca destruir de diversas formas nuestra sociedad libre y justa, desafiando las normas internacionales, robándose nuestros empleos e innovaciones y evitando la transparencia y la justicia”.

Explica que China usa la represión transnacional, cuando amenaza e intimida en pro de sus objetivos. En el caso de Estados Unidos la lista de víctimas incluye: la diáspora, los disidentes, opositores políticos, periodistas y defensores de las democracias y los derechos humanos. Y las formas en que lo hacen es a través del acoso en línea, amenazas a los familiares y amigos en el extranjero.

Partiendo de su profundo conocimiento de los métodos perversos utilizados por el PC chino, Kohler recomienda al Congreso estadounidense incrementar los esfuerzos en educar e informar a las poblaciones en mayor riesgo de ser objetivo y concienciar al público en general sobre las intenciones y tácticas del PC chino para que puedan identificar cuando están siendo manipulados.

Recomiendo también que se ponga en marcha una nueva legislación que criminalice las actividades transnacionales de represión que se practican en la población en riesgo descrita arriba.

“El modo de operar del gobierno chino exige una respuesta de todo el gobierno y toda la sociedad.  De no darse un esfuerzo mancomunado del público en general y las corporaciones y el gobierno estadounidenses, China podría salirse” con la suya concluyó Kohler.

 

INTERREGNUM: China sigue en campaña. Fernando Delage  

Como ya se ha mencionado con anterioridad en esta columna, Pekín ha dedicado un considerable esfuerzo a lo largo del año a hacer avanzar sus ideas sobre la reconfiguración de las instituciones globales. Su declarada intención es la de promover un sistema multilateral más equilibrado en el que las naciones emergentes puedan encontrar su espacio; un objetivo que persigue a través de tres instrumentos específicos (las denominadas “Iniciativa de Desarrollo Global”, la “Iniciativa de Seguridad Global”, y la “Iniciativa de Civilización Global”), en los que ha vuelto a hacer hincapié en dos encuentros internacionales recientes.

El 15 y 16 de septiembre se celebró en La Habana la cumbre del G77, el bloque establecido por 77 países en desarrollo en 1964 para promover de manera conjunta sus intereses económicos, y que ha mantenido su nombre desde entonces pese a haberse ampliado a un total de 134 miembros, que suman entre ellos el 80 por cien de la población mundial. Aunque el grupo dice incluir a China entre sus participantes, no deja de ser curioso que la República Popular lo niegue: asegura mantener con él “buenas relaciones de cooperación” bajo el marco “G77+China”, asimilándolo así en su denominación a aquellos otros foros bilaterales mantenidos con bloques regionales (África, mundo árabe, América Latina, etc.) que destacan el estatus central de Pekín.

Pretensiones diplomáticas al margen, China, que estuvo representada en Cuba como enviado especial del presidente por Li Xi, miembro del Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista, subrayó su identidad postcolonial. El recuerdo de la historia, de la conferencia de Bandung a los cinco principios de la coexistencia pacífica, permitió a Li destacar el papel de la República Popular en la lucha contra la “explotación y opresión” de la era colonial; un argumento que permitió a su vez presentarla como líder natural del mundo emergente.

La “apropiación” de ese liderazgo ya lo mostró dos días antes del arranque de la cumbre, al hacer pública el gobierno chino una propuesta de reforma de la gobernanza global orientada a la corrección de “injusticias históricas”. Sobre la base de sus tres iniciativas, el documento en cuestión aspira a crear “un mejor futuro para la humanidad”, presentando un plan que abarca la práctica totalidad de la agenda internacional, del cambio climático al ciberespacio, de la reforma del Consejo de Seguridad al derecho al desarrollo.

El discurso chino fue reiterado la semana pasada en la Asamblea General de la ONU, ocasión en la que el país estuvo representado esta vez por el vicepresidente Han Zheng. Según indicó, Pekín pretende integrar su triple iniciativa en los respectivos pilares fundaciones de las Naciones Unidas: seguridad, desarrollo y derechos humanos. Si, por un lado, ofrece una respuesta a la “mentalidad de guerra fría” que guía el comportamiento de Estados Unidos—principal causa de los conflictos mundiales conforme a este análisis—; y, por otro, una alternativa a la globalización económica liberal—que impide un desarrollo justo y equilibrado—; finalmente se destaca la “diversidad” de las civilizaciones, por lo que debe impedirse “el recurso a los derechos humanos y a la democracia como instrumento político para interferir en los asuntos internos de otros países”.

No hace falta decir que aunque China presente su política exterior en nombre de los países en desarrollo, en realidad persigue sus propios intereses. Propone incluir a algún país del continente africano en el Consejo de Seguridad, pero no a India; defiende la independencia económica frente a Occidente, pero propicia la dependencia de la República Popular; reclama un “verdadero multilateralismo”, pero quiere situarse en el centro de las instituciones y dominar su agenda. Pekín ha sabido percibir, no obstante, una actitud global de oposición y resistencia al poder de las democracias liberales que busca aprovechar a su favor; una variable que debería obligar a la reflexión de europeos y norteamericanos sobre el alcance de este cambio de era. Su respuesta requiere algo más que el refuerzo de sus capacidades militares o la oferta de incentivos económicos.