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INTERREGNUM: Washington-Seúl: un nuevo paradigma. Fernando Delage

Desde su toma de posesión en mayo de 2022, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, situó la alianza con Estados Unidos en el centro de la política exterior del país. Coincidiendo con el 70 aniversario de la fundación de dicha alianza, la visita de Estado realizada por Yoon a Washington la semana pasada puso asimismo de relieve el relevante papel que desempeña Seúl en la política asiática de Estados Unidos. Por su capacidad industrial—en particular por la producción de semiconductores y baterías de vehículos eléctricos—, Corea del Sur es una variable central en la estrategia de la Casa Blanca dirigida a reducir la dependencia tecnológica de China. Por otra parte, la presencia militar norteamericana en su territorio ha adquirido una renovada importancia frente al desafío planteado por Corea del Norte.

El objetivo disuasorio que ha supuesto el compromiso norteamericano con la seguridad surcoreana desde el armisticio de 1953 ya no resulta suficiente cuando el programa nuclear de Pyongyang crece de manera alarmante. Además de contar con armamento táctico que podría usar contra su vecino del Sur, el régimen de Kim Jong-un ha modificado su doctrina nuclear, y no descarta el uso preventivo de su arsenal contra Estados no nucleares. Preocupados por su creciente vulnerabilidad frente a esta amenaza, más del 70 por cien de los surcoreanos defienden hoy la adquisición de armamento nuclear; una idea a la que se opone radicalmente Estados Unidos. Puesto que Corea del Norte también puede alcanzar el territorio norteamericano mediante sus misiles intercontinentales, la convergencia entre las necesidades de seguridad de Seúl y las de Washington ha propiciado una redefinición de la alianza.

A ese resultado conduce igualmente una segunda inquietud compartida por ambos países: Taiwán. Abandonando la equidistancia de su antecesor, Moon Jae-in, el presidente Yoon ha subrayado en varias ocasiones que “la paz y estabilidad en el estrecho de Taiwán es un elemento esencial para la seguridad y prosperidad de la región del Indo-Pacífico”. Es una declaración más que bienvenida por Washington y que, al sumarse a la normalización de relaciones entre Corea del Sur y Japón (la visita de Yoon al primer ministro Fumio Kishida en marzo fue el primer encuentro mantenido por los líderes de ambas naciones en 12 años), refuerza los objetivos norteamericanos de consolidar las alianzas con países afines frente a las potencias revisionistas.

La declaración firmada en Washington por Biden y Yoon abre la puerta al establecimiento de un sistema de consultas nucleares entre los dos gobiernos en el caso de una potencial agresión norcoreana, similar al que existe entre los Estados miembros de la OTAN desde 1966. Estados Unidos no volverá a desplegar armamento nuclear táctico en Corea del Sur (lo retiró tras el fin de la Guerra Fría), pero sí un submarino con armamento nuclear sobre bases rotatorias. Por su parte, Seúl reiteró su compromiso con el Tratado de No Proliferación Nuclear, renunciando de este modo—al menos de momento—al desarrollo de una capacidad nuclear propia. A Pyongyang se le lanza el mensaje de que serán inútiles sus intentos de dividir a ambos aliados, y a Pekín el de que no ha logrado evitar el alineamiento de su vecino surcoreano con Estados Unidos (sus acciones, por el contrario, han sido una causa fundamental de ese acercamiento).

El comunicado es creíble y convincente, pero queda sujeto a que sus términos se sostengan en el tiempo. Yoon afronta las críticas del principal partido de la oposición, contrario a lo que considera como una excesiva sintonía con Washington. Biden, además de tener que atender problemas más inmediatos como Ucrania y la rivalidad con China, tiene que revalidar la presidencia el próximo año. Una victoria republicana podría cambiar de nuevo el escenario.

INTERREGNUM: Corea del Sur: de Moon a Yoon. Fernando Delage

Mientras Putin continúa la escalada en la guerra de Ucrania, conviene no olvidar otros escenarios de conflicto, y pocos entre ellos son tan sensibles como la península coreana. Es un factor no menor en la competición estratégica entre Estados Unidos y China (una relación sujeta hoy al impacto de los acontecimientos en Europa); Biden y la UE necesitan a un gobierno surcoreano claramente alineado con Occidente y Japón contra Moscú; y Kim Jong-un estará observando con atención las consecuencias que está teniendo para Rusia haber atentado contra la estabilidad mundial.

Lo que está en juego en política exterior daba especial relevancia por tanto a las elecciones celebradas en Corea del Sur la semana pasada. Se trata de la décima economía del planeta, un país clave en el desarrollo de las nuevas fronteras tecnológicas, y un aliado vital de Estados Unidos. Es una nación que se encuentra condicionada, no obstante, por la variable China—principal destino de sus exportaciones e inversiones—y por el conflicto no resuelto con el Norte. La guerra de Ucrania agrava la presión sobre Seúl para intentar poner fin a las pruebas de misiles de Pyongyang y cerrar filas con Washington, y los resultados de las elecciones pueden contribuir a un esfuerzo en esa dirección mayor que el realizado por el presidente saliente, Moon Jae-in.

El 9 de marzo, los surcoreanos eligieron como su sucesor al candidato conservador, el exfiscal general del Estado Yoon Suk-yeol. En los comicios más disputados en la historia democrática de Corea del Sur (Yoon se impuso por una diferencia inferior al uno por cien de los votos al candidato del Partido Democrático de Corea, Lee Jae-myung), vuelve a repetirse un patrón de alternancia entre los dos principales partidos cada cinco años (el mandato presidencial no es renovable), que también suele suponer, en efecto, un giro en las líneas maestras de la política exterior.

Más que atraídos por la popularidad de Yoon, los votantes han querido mostrar su decepción con el gobierno anterior por una creciente desigualdad social, el alto desempleo juvenil, el precio de la vivienda, los conflictos de género, o las dificultades de las pequeñas empresas frente a los grandes conglomerados. El estrecho margen de victoria del ganador revela la profunda polarización política que atraviesa el país, y que no desaparecerá tras las elecciones. Pero además de los asuntos internos, los surcoreanos también se han pronunciado por la falta de resultados en los intentos de acercamiento a Pyongyang.

Sin carrera política previa y sin ninguna experiencia diplomática, Yoon ha prometido una política exterior “global” que recuerda a la que quiso desplegar una administración conservadora anterior, la del presidente Lee Myung-bak (2008–2013). La atención se centra en particular si restaurará una línea dura con respecto a Corea del Norte. Según ha declarado, sólo ofrecerá ayuda económica y financiera a Pyongyang si éste avanza en su desnuclearización. Sin cerrar la puerta al diálogo, niega la posibilidad de que Seúl haga primero cualquier tipo de concesión.

El desafío norcoreano se entrecruza con la que será mayor dificultad para el nuevo presidente: gestionar la doble presión de Estados Unidos y de China. A priori, su posición es claramente favorable a coordinarse con Washington sin las reticencias de su antecesor (ha propuesto, incluso, el establecimiento de una “alianza estratégica global” con Estados Unidos). El problema es que, para la Casa Blanca, China es hoy un asunto mucho más importante que Corea del Norte. Y si Washington quiere hacer de su presencia en Corea del Sur (28.500 soldados) un instrumento que, más allá de la península, forme parte de su estrategia hacia Pekín, situará a Seúl—una vez más—en el fuego cruzado de las dos grandes potencias.