La extrema presión militar de China sobre Taiwán durante las últimas semanas no es sólo una advertencia al inicio de mandato del nuevo gobierno taiwanés, que defiende la independencia oficial y formal de la isla. Se trata también, además de suponer un alto riesgo a la inflamable situación en el callejón marítimo que separa la isla del continente, de testar las capacidades defensivas de la isla, la solidez de las relaciones de los países de la zona con Taiwán y con Estados Unidos y, a distancia, introducir un elemento más en la campaña presidencial estadounidense.
En la tensa situación internacional, con elecciones en Europa y Estados Unidos y unas sociedades altamente influenciables por las amenazas de catástrofes bélicas convenientemente aireadas, China busca mejorar sus posiciones en rio revuelto, sobe todo en una situación de frenazo económico de la que no acaba de salir.
Muchos expertos de Estados Unidos están convencidos de que una victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre pondría en dificultades a Taiwán porque daría prioridad a la estabilidad de las relaciones con Pekín. China conoce la posición de Trump sobre el conflicto y espera una victoria suya como un apoyo indirecto a sus proyectos sobre la isla.
La situación no es sencilla. No se trata solamente de encontrar una solución viable al conflicto chino-taiwanés que nación de la guerra civil china y la toma del poder de los comunistas de Mao en 1949. Si China acaba absorbiendo la isla bajo su régimen autoritario, la expansión militar china recibirá un impulso evidente y hay que recordar que Pekín mantiene disputas territoriales con Japón, Filipinas y Vietnam, además de India. Y ese conflicto global es algo que no parece contemplar Trump y sus asesores a la hora de analizar la situación global en el Indo-Pacífico.