Las terribles consecuencias de los temblores de tierra que han asolado el Mediterráneo oriental van más allá de los miles de muertos que han causado y que ponen de relieve la importancia de tener buenas infraestructuras, edificaciones de calidad y servicios públicos eficientes.
Los terremotos, además. Van a impactar en la política interna de Turquía y las relaciones con sus vecinos y aflorar la debilidad de la situación en Siria, con zonas donde la guerra se mantiene, zonas sin control estatal ni nadie que haga llegar ayudas con lo que la contribución internacional corre grave riesgo de pillaje.
Pero, además, los seísmos han introducido una variante económica que puede tener un efecto profundo en el escenario internacional, dese Ucrania a China. Y es que la catástrofe ha destruido casi en su totalidad los oleoductos que suministran petróleo y gas desde Asia Central a Europa. Por esa vía ha venido llegando energía a Europa, en sustitución de los recursos rusos (aunque también gas y petróleo ruso de contrabando) y obteniendo así aquellas repúblicas ex soviéticas, sobre todo Azerbaijan, ingresos occidentales imprescindibles para su desarrollo y culminar el proceso de desligamiento de los lazos económicos con Rusia, que en estos momentos no está en una buena situación ni para ayudar ni para invertir. Y ahí juega un papel importante China, que venía financiando infraestructuras en su estrategia de reconstruir una Ruta de la Seda terrestre hacia Europa.
Todo este escenario ha quedado del revés y va a afectar profundamente una región tradicionalmente inestable, política, económica y militarmente, y al juego de la influencia de las grandes potencia en una región tan estratégica como Asia Central. La naturaleza y sus reajustes internos ha introducido un elemento nuevo que va a tener que ser incluido en los planes a corto, medio y largo plazo de los que intentan adivinar y planificar el futuro.