Trump: China, caos y efectos secundarios

Trump negocia como algunos rancheros o poderos malvados de algunas películas sobre el oeste de su país. Y los efectos son parecidos: el caos incluso para sus amigos, la incertidumbre y el reflejo primario para el entorno inmediato de no tomar iniciativas, no llamar la atención y esperar acontecimientos. Con todo lo que eso tiene de negativo para el desarrollo ordenado de la economía y de la sociedad.

Pero, además, el proceso de elefante en cacharrería está teniendo el efecto, esperemos que no calculado por parte de la Administración Trump, de arrojar a algunos amigos recientes o aliados potenciales en brazos del enemigo cierto, persistente y estratega calculador dotado de malas artes. Así, los aranceles  impuestos a varios países asiáticos que llevan décadas buscando distanciarse de la dependencia china abriendo vías, tortuosas pero ciertas, de acercamiento y colaboración económica con Occidente les están obligando a reconsiderar sus relaciones con Pekín, sus empresas tuteladas y sus mercados cautivos para mantener sus estándares.

De momento, los mercados se han venido abajo, al menos y afortunadamente de manera coyuntural, pero pocos se atreven aventurar profecías más allá de unos meses.

Parecen estar aflorando tímidamente algunas sugerencias sobre un escenario por el que probablemente habría que haber empezado hace décadas: la creación de un espacio comercial libre de aranceles entre Europa y Estados Unidos y en apertura al resto del mundo. Por eso es un error estratégico mayúsculo que en medio del caos, se prioricen los acuerdos con economías intervenidas como la china el lugar de explorar acuerdos con los líderes económicos de Estados Unidos.

El reflejo antiliberal que reside en muchos europeos y norteamericanos que si embargo utilizan frívolamente e impropiamente el término liberalismo, está venciendo. Casi todos parecen tener sueños húmedos con dirigir economías estatalizadas con argumentos nacionalistas y de soluciones de brocha gorda. Acabarán por redescubrir a Franco, a Mussolini y a la economía soviética, sistemas que se parecían más de lo que se reconoce. En fin, no parecen buenos tiempos para la sensatez.

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