Las organizaciones supranacionales parecen ser un mal necesario, a pesar de sus tremendos costes operativos y constantes críticas. La OMS es una agencia de Naciones Unidas que se creó sobre la base de que la salud es clave para el mantenimiento de la paz y la seguridad de los Estados en un momento clave de la historia cuya preocupación estaba centrada en la tan necesaria armonía y la convivencia internacional, después de la segunda guerra mundial.
Setenta años después de su creación, la OMS sigue teniendo las mismas prioridades y cumpliendo básicamente sus mismas funciones. A lo largo de su historia ha habido diferentes situaciones en las que se le ha culpado de actuar apresuradamente o de todo lo contrario. Más recientemente, en se les acusó de haber exagerado la alarma del Flu o gripe H1N1, puesto que alertaron a los estados y estos se prepararon almacenando cargamentos de medicamentos indicados para la gripe y planes para poder atender hospitalariamente a grupos enormes de ciudadanos. En esa ocasión la gripe no llegó a convertirse en una epidemia tan seria, por lo que todo quedo en una falsa alarma.
Más adelante, en 2014, la situación fue todo lo contrario durante la aparición de Ébola en África. La OMS no advirtió de un riesgo tan elevado y acabó cobrándose las vidas de 11.000 personas junto con muchas críticas asociadas a la gestión de la enfermedad.
La organización, que tiene presencia en 150 países y cuenta con 196 miembros, es un gran monstruo burocrático que ha contribuido positivamente al mantenimiento de la salud a través de aportes a campañas contra la polio, malaria, VIH y fiebre amarilla, entre otras. Pero, al contrario de lo que mucha gente cree, la OMS no tiene facultad de imponer políticas sanitarias a los gobiernos. Trabaja en conjunto con gobiernos, apoyando a ONGs sobre el terreno con campañas de investigación, educación y provisión de material sanitario.
Las contribuciones a esta organización son de dos tipos, las voluntarias que son hechas en su mayoría por fundaciones o centro de investigación de los países más desarrollados y las contribuciones hechas por los Estados miembros, que son calculados en base a la riqueza de cada país y su población.
La semana pasada Trump sorprendía al mundo con una amenaza de cortar los fondos a la OMS, debido a la mala gestión de la organización en las primeras semanas del COVID-19. Y a pocas horas de la amenaza confirmaba que en efecto había puesto en “periodo de evaluación los fondos”. Desde entonces las críticas no se han hecho esperar, y la demagogia ha hecho de las suyas afirmando incluso que ya hay gente sintiendo los efectos de la suspensión de dichos fondos.
Pues lo cierto es que, si el momento del anuncio es bastante inapropiado, la paralización de partes de la financiación de la agencia no matará a nadie de inmediato. La posición de Trump está en total concordancia con su temperamento y diplomacia atropellada a la que ya deberíamos estar acostumbrados pues son casi cuatro años ocupando la posición de presidente de los Estados Unidos.
Para Trump -así como para cualquier jefe de Estado- poner a la nación en cuarentena y ver como, por horas, aumentan los miles de desempleados -que superan los 20 millones-, mientras Wall Street sufre las peores caídas después de la depresión económica no es una situación fácil. Es en efecto extremadamente difícil por su carácter ostentoso y fanfarrón. Y en medio de la desesperación su reacción es más bien de niño malcriado que se resiste a aceptar la situación por lo que prefiere señalar terceros culpables.
Así mismo hay que decir que la OMS no ha sido acertada en el manejo de esta pandemia. Y sobre todo lo desatinado del director general Dr. Tedros Adhanom de alabar a China por su gestión desde el comienzo de la crisis, argumentos esgrimidos con anterioridad en esta columna. Una vez más, a Washington le está pasando factura su abandono del liderazgo internacional, que valga decir no es culpa exclusiva de Trump pues en las últimas administraciones se ha visto el abandono de presidentes tanto republicanos como demócratas de las instituciones supranacionales. Hemos presenciado cómo la primera economía del mundo sigue financiando a gran escala las organizaciones -como sucede en la OMS, en la que USA es el primer donante- pero no ostenta poder o influencia en la misma. y mientras tanto China discretamente ha ido ganando fuerza, creciendo económicamente, y con una agresiva campaña diplomática está intentando quedarse como el salvador del virus que afirman haber controlado y que sigue manteniéndonos bajo el temor y el confinamiento.