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Por debajo del ruido de los anuncios proteccionistas de Donald Trump y los primeros movimientos de posiciones en lo que parece una guerra comercial inminente, las negociaciones entre los grandes (aunque no los únicos) contendientes no han cesado ni un momento.
Estados Unidos continúa las conversaciones con China para lograr un mayor acceso a su mercado, pero a falta de un acuerdo rápido, los nuevos aranceles a las importaciones chinas entrarán en vigor, dijo el domingo el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, según informan varias agencias de noticias. «Soy cautelosamente optimista de que alcanzaremos un acuerdo, pero si no lo logramos, vamos a aplicar las tarifas», dijo Mnuchin al canal Fox News. «No desistiremos de ellas, a menos que logremos un acuerdo aceptable validado por el presidente», agregó Mnuchin, asegurando que conversó varias veces con el viceprimer ministro chino Han Zheng.
Asia Pacífico se ha convertido, siempre lo fue pero ahora más, en un inmenso tablero de ajedrez en el que entran, además de un importante número de jugadores con intereses contradictorios entre sí y muy pocos, aunque importantes intereses comunes, la amenaza de sanciones comerciales, un conflicto con amenaza nuclear incluida en Corea, temores atávicos y justificados a los nacionalismos locales, despliegue de inmensas fuerzas navales y una guerra de propaganda cada vez más fuerte.
Pero al margen de las negociaciones e independientemente de que se llegue a acuerdos o no, se ha puesto en marcha un proceso emocionalizado de opinión pública muy peligroso.
No se trata sólo de que Trump se equivoque evocando un nacionalismo económico trasnochado y sobrevalorado, sino de que la excitación de sentimientos que supone ofrecer soluciones fáciles (emocionalmente satisfactorias pero falsas en el fondo) a problemas complejos y la reacción igualmente emocional y demagógica de la oposición demócrata están creando un ambiente de crispación e irracionalidad que no tiene que ver son la situación real de unas sociedades en las que el bienestar ha descendido menos de lo que se proclama.
El problema es que ese nacionalismo emocional y contagioso es relativamente controlable y gestionable en sociedades democráticas con contrapoderes, pero constituye una bomba de relojería en sociedades autoritarias o escasamente democráticas que ponen todos sus recursos al servicio de sus políticas sin tener que dar explicaciones a nadie. Esa es la gran responsabilidad de Donald Trump aunque en algunos argumentos pudiera tener razón.
Pero eso son los signos de este momento y Europa sigue desnortada con una Francia insistiendo en ganar protagonismo nacional en nombre de Europa y sin saber cómo se debe tratar la creciente (de nuevo) agresividad rusa y un montón de conflictos periféricos a la espera. (Foto: Samuel Peters, Flickr)