Los avances del plan Trump-Putin de imponer a Ucrania una paz adaptado a intereses comunes de EE.UU. y Rusia ha alterado el escenario internacional, en el que todos los países relevantes están calculando el nuevo papa internacional que puede dibujarse y en qué quedan los intereses nacionales de cada uno. En este escenario, China, la potencia ascendente, quiere tener cierto papel propio como tercera columna del gran juego internacional.
China, a pesar de su apoyo en recursos a Rusia y de haber obtenido ventajas de las dificultades rusas por el esfuerzo bélico, su discurso oficial ha tenido una calculada ambigüedad. Pekín nunca ha calificado como invasión ni agresión la actuación militar de Rusia en Ucrania, pero sí ha resaltado la necesidad de resolver los conflictos internacionales manteniendo la soberanía y la integridad territorial de los países y, a la vez, ha subrayado la necesidad de sustituir las armas por la diplomacia, instrumento real de Moscú una vez que controla con dificultado una parte significativa de territorio ucraniano.
Ahora, China considera que su defensa del diálogo se ve refrendada por el plan Trump-Putin y pide estar presente, directa o indirectamente, en la mesa de los que van a repartirse el pastel ucraniano y poder a la Unión Europea al margen a pesar de que su propia seguridad puede quedar tras el acuerdo a los pies del caballo ruso. Aunque hay que reseñar que el gobierno chino ha resaltado que dejar a la UE al margen afectaría a la estabilidad y la seguridad europea.
No parece que EEUU y Rusia vayan a invitar a China a estar en las negociaciones sobre Ucrania y China lo sabe pero su postulación como “elemento estabilizador del panorama internacional”, en palabras del gobierno chino, es una un guiño a admitir que China no es un elemento a despreciar en ninguna crisis.
