La cumbre de Roma entre EEUU y China, en medio de una alerta estadounidense sobre la posibilidad de que China atienda una petición rusa a Pekín de ayuda militar para salir de su atasco en Ucrania, puede tener mucho más interés del que se le está concediendo. Todo parece indicar que ambos países, EEUU y China, tratan de establecer algún acuerdo, aunque sea de mínimos, entre superpotencias para solucionar una crisis mundial provocada por la brutalidad, la frivolidad y la soberbia rusa que está llevando a Purín a un callejón con pocas salidas y todas muy estrechas.
Como venimos insistiendo, China se está asentando en la parrilla de salida para ocupar puesto de vencedora sea cuál sea el resultado de la guerra en Ucrania y la crisis mundial en marcha. Si Putin es derrotado, China intentará ocupar espacios nuevos de influencia en Asia Central y convertirá a Rusia en una especie de vasallo financiero. Si Putin resulta vencedor, aunque solo sea parcialmente, China se aprovechará el fiasco occidental para mejorar posiciones y ejercer de socio estratégico de los rusos. De momento, a EEUU le vendría bien una mediación china para un alto el fuego en Ucrania y China se ofrece sin condenar la agresión rusa y sin rechazar conversaciones bilaterales sobre Ucrania con Estados Unidos.
La delicada estrategia china es compleja pero parece estar hecha a su medida pues exige paciencia, disimulo, cálculo y mirar a medio y largo plazo, todo esto más en consonancia con la cultura política china que con la impaciencia y el cortoplacismo occidental necesitado de dar explicaciones a sus sociedades para que estás no les castiguen a la hora de las elecciones, proceso que en China no existe.
Y por su parte, Estados Unidos ensaya un nuevo escenario estratégico, coloca a Rusia al margen de los grandes protagonistas de las nuevas relaciones globales y envía a Putin un mensaje de aislamiento profundo. La disposición de las fichas en el tablero de ajedrez se está modificando y los grandes jugadores cada vez pasan menos por Moscú.