“En las relaciones económicas, si chocan, los intereses de los países prevalecen sobre las ideologías”. Nieves C. Pérez Rodríguez

4Asia tuvo la oportunidad de entrevistar a Ricardo Barrios especialista en China con foco en las relaciones de China con América Latina y el Caribe. Hizo su especialidad en la Universidad de Pekín y actualmente ejerce como analista de RWR Advisoy Group, consultora con base en Washington D.C., que le encarga el seguimiento e investigación de transacciones internacionales. Uno de sus principales productos es Inteltrak, una base de datos que hace seguimiento de empresas chinas y rusas en el extranjero.

  1. ¿Cuáles son las áreas de inversión o negocio en las que Beijing ha puesto el foco en América Latina y el Caribe (ALC)?

Las empresas chinas en esta región típicamente se han enfocado en todo aquello relacionado con las materias primas, entiéndase metales, combustibles, productos agrícolas, etc., las cuales son insumos indispensables para mantener el crecimiento económico tan dinámico que ha logrado China durante las últimas décadas. Esta tendencia es prevalente en los países de Suramérica, ya que estos cuentan con mayores cantidades de materias primas. En mi opinión son más comunes las inversiones, incluyendo las adquisiciones, de las cuales podemos destacar aquella por parte de Tianqi Lithium Corp. de una participación de 24% en Sociedad Química y Minera de Chile. También podemos destacar la adquisición de la mina de cobre Las Bambas en Perú por parte de un consorcio que cuenta con la participación de MMG Ltd.

La dinámica es un poco diferente en los países de Centroamérica y el Caribe, los cuales por lo general tienen una oferta relativamente reducida de materias primas. En estos casos, vemos que las obras de construcción – como la carretera norte-sur de Jamaica y las mejoras al sistema de distribución eléctrica en la República Dominicana – adquieren mayor importancia en el panorama bilateral. Muchas de estas obras son elaboradas por empresas chinas utilizando préstamos otorgados por bancos de fomento chinos, especialmente el Export-Import Bank of China y el China Development Bank.

  1. ¿Cuáles son los principales países en los que China ha mostrado más interés en la región a lo largo de los últimos años? 

Durante el transcurso de los últimos veinte años, China ha estrechado sus vínculos con Argentina, Brasil, Chile, Perú y Venezuela. Los mismos países a los que acude China en búsqueda de los insumos o materias primas. No obstante, China ha cambiado un poco su enfoque geográfico en América Latina y el Caribe durante los últimos años. Ya van tres o cuatro años que vemos un nivel alto de actividad en Colombia, México y Panamá, los cuales hasta entonces habían tenido relaciones mucho menos estrechas con China. Es dentro de este contexto que vemos, por ejemplo, la firma de un contrato de $4 mil millones por un consorcio que incluye a China Harbour Engineering Company Ltd. para construir el metro de Bogotá. O la inserción de Ganfeng Lithium Co., Ltd. en el sector de litio mexicano. Panamá apenas estableció relaciones diplomáticas con China en el 2017 y en cuestión de meses se convirtió en un socio importantísimo para China.

Es difícil precisar si este cambio corresponde a una estrategia premeditada de Beijing para aumentar su presencia en estos países – los cuales típicamente han mantenido vínculos más fuertes con los Estados Unidos – o si es simplemente una política oportunista que pretende ajustarse a la realidad de la región. El panorama latinoamericano de los últimos años le ha presentado a China varios desafíos y oportunidades. Uno de los desafíos principales ha sido la presidencia de Jair Bolsonaro, quien desde un principio hizo clara su intención de frenar la profundización de los lazos bilaterales. Simultáneamente, la política desde Washington bajo Donald Trump enajenó a muchos de los vecinos más cercanos de los Estados Unidos en la región, la cual creó una oportunidad para que Beijing se acerque a estos países. Entonces me parece que Beijing optó por el camino de menor resistencia.

  1. Si hacemos una comparación con foco en las transacciones chinas antes de la pandemia la mayoría se concentraban en préstamos, ¿Pero ha observado usted sí en el periodo 2020 y en lo que va del 2021 ha había algún cambio de esa tendencia o comportamiento?

Me parece que si hubo en algún momento un desequilibro entre los préstamos y las inversiones, éste se ha ido atenuando. Sí, los préstamos constituyen una porción grande de la actividad china en América Latina y el Caribe, pero también es significativa aquella porción que representa las inversiones (especialmente en las materias primas y el sector energético).

Estimamos que entre el 2011 y el 2020, entidades chinas proporcionaron aproximadamente $125 mil millones en financiación a la región. Esta figura incluye no solo aquellos préstamos hechos por los bancos de fomento chinos a los gobiernos de la región, sino también los préstamos hechos por los bancos comerciales chinos e incluso aquellos préstamos dirigidos a entidades privadas en la región. Durante este mismo periodo, estimamos que el montante de inversiones superó los $100 mil millones. Por supuesto, esta segunda cifra no incluye los contratos para aquellos proyectos hechos utilizando financiación china.

A pesar de que no hemos visto un cambio significativo en términos de sectores, sí hemos visto una reducción en la cantidad de capital chino dirigido hacia ALC. Es más, tal fue el impacto de la pandemia que China no anunció ningún préstamo nuevo a ningún país de la región en todo el 2020. Por un lado, esto es sumamente significativo, ya que esta situación no se da hace casi dos décadas. Por otro lado, este evento no rompe con la tendencia general de los últimos años, la cual ha sido una reducción en la cantidad de dinero prestado por los bancos de fomento chinos a ALC, a medida que estas instituciones financieras se han vuelto más hábiles en el análisis de riesgo y cuidadosas a la hora de escoger proyectos.

  1. ¿Qué sucede con el área de infraestructuras y materias primas?

La pandemia obstaculizó varios proyectos durante la primera mitad del 2020 por ejemplo, los trabajos de exploración petrolera que acordó en el 2019 China National Offshore Oil Corporation (CNOOC) en México. Muchos de estos proyectos pudieron reanudar labores para la segunda mitad del año y al parecer estos sectores siguen siendo los más que atraen a las empresas chinas a la región. En julio, un consorcio que incluye a la estatal Sinohydro Corp. ganó un contrato de $428 millones para la construcción de un terminal nuevo en el aeropuerto Natividad de Chinchero, en Perú. Mientras que el China Gezhouba Group International Engineering Co. por su parte anunció un contrato de $381 millones para la construcción de un proyecto hidroeléctrico en el Rio Cuiabá en Brasil ese mismo mes.

  1. Y el área de tecnología, ¿Está Beijing metiendo más a Huawei en la región? Aprovechando la situación actual.

A pesar de ver sus actividades afectadas por la pandemia, Huawei definitivamente no se ha quedado a un lado. Al igual que muchas otras empresas, Huawei ha modificado sus actividades de forma que corresponda a las áreas de necesidad de los países batallando la pandemia. Comenzando en marzo del 2020, notamos, que Huawei donó equipo de tomografía computarizada a la Republica Dominicana. También vimos donaciones a Argentina de equipos de detección térmica para monitorear fiebres. Básicamente Huawei se adaptó a la pandemia y la está utilizando para demostrar su oferta en la región de una manera que no habíamos observado antes, probablemente con el fin de estimular mayor interés en sus productos principales, los cuales por supuesto vienen siendo las redes inalámbricas y los sistemas informáticos. Poniendo esta actividad dentro del contexto de la región, cuyos países justamente están comenzando sus licitaciones para construir los sistemas del 5G, me parece que el comportamiento de Huawei durante la pandemia tiene la meta de mejorar la posición de la compañía de cara a estas licitaciones.

  1. Ahora bien, En el rastreo de las transacciones que RWR hace de China ¿han podido determinar de qué identidad china provienen los recursos? ¿En algún caso los recursos pueden venir de empresas chinas? aunque en el fondo estas empresas respondan al Partido Comunista chino.

Hay varios tipos de empresas chinas en América Latina y el Caribe como las grandes empresas estatales Sinohydro Corp., China National Petroleum Corp. (CNPC), COFCO Group, CRRC Group, las cuales tienden a acaparar la atención con sus contratos multimillonarios en sectores estratégicos. Estas empresas estatales están bajo la jurisdicción del Consejo de Estado de China (que es la máxima autoridad administrativa del gobierno chino) mediante un órgano del estado conocido como la Comisión Estatal para la Supervisión y Administración de los Activos del Estado (o SASAC, por sus siglas en ingles).

Frecuentemente, estas empresas son apoyadas con financiamiento de los bancos de fomento chinos:  Export-Import Bank of China y China Development Bank, los que también son entidades estatales y tienen como fin promover el comercio y potenciar el desarrollo económico del país. En su gran mayoría, los préstamos que reciben los países latinoamericanos y caribeños vienen de estos bancos y van a financiar las actividades de estas empresas.

También vemos la participación de empresas privadas, tales como Didi Chuxing. Estas empresas tienden a comportarse de forma más autónoma, a pesar de que también responden a aquellos incentivos que utilice el Estado, como por ejemplo el acceso al capital de financiamiento. Efectivamente, la gobernanza de las empresas chinas puede ser bastante compleja, ya que estas reflejan la influencia de varios grupos diferentes, incluyendo el gobierno, el Partido Comunista chino que lo dirige y la empresa misma. Es cierto que el Partido tiene muchas herramientas para influir en el comportamiento de las empresas, aun si estas son privadas. No obstante, no podemos ignorar que las empresas también tienen sus propios intereses y que estos intereses y aquellos del Estado no siempre van de la mano.

  1. Brasil ha venido ocupando un lugar privilegiado en las relaciones bilaterales con China. ¿Cuál diría usted que es la razón? ¿O al menos que originó al principio el interés de Beijing? Cómo también Venezuela ha venido ocupando un lugar importante, entonces ¿la razón podría ser política ideológica?, es decir que los gobiernos han permitido o incentivado esas relaciones?

Para mí, hay dos razones principales por las cuales China ha puesto tanto empeño en desarrollar las relaciones con Brasil. La primera, y la primordial, es por el gran peso que tiene Brasil como exportador de materias primas y como mercado de exportación. En 2019, Brasil fue el proveedor más grande de soja a China, exportó cerca del 63% de toda la soja importada por China ese año. Ese mismo año, Brasil también suministró casi un 8% del petróleo crudo y 20% del hierro importado por China. Queda claro entonces que Brasil es un socio muy importante para China en términos de su seguridad alimenticia y las cadenas de suministros que aseguran su base industrial.

La segunda razón es más estratégica, ya que en cierta medida China ve a Brasil (y su gran potencial geopolítico y económico) como un posible socio en su meta de promover la multipolaridad global. En ese sentido, sí, las relaciones entre China y Venezuela se parecen a las relaciones entre China y Brasil, las cuales por mucho tiempo (y particularmente durante la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva) también se basaron en una amalgama de intereses comerciales y geopolíticos.

Sin embargo, yo creo que no debemos de exagerar el papel que desempeña la ideología, ya que, en mi opinión, la ideología misma está basada en los intereses individuales de cada país. Y esto es significativo porque cuando la ideología contradice los intereses, los intereses rigen y luego la ideología se adapta.

  1. Todos los analistas afirman que hay un antes y un después de la pandemia, ahora bien, ¿Cuál cree usted es el escenario post pandemia de las transacciones de China en América Latina y el Caribe? ¿Aumento del protagonismo chino a falta de presencia de los Estados Unidos? O más bien ¿más selectividad de las relaciones bilaterales con países estratégicos para sus intereses?

A pesar de que hemos visto una recuperación en aquellas modalidades que ya consideramos típicas de la política exterior china, el mundo se encuentra en plena pandemia y mucho queda por definir. Por un lado, podemos destacar que China logró ocupar el escenario con la llamada diplomacia de las mascarillas y la diplomacia de las vacunas. En ambos casos, la rapidez con la cual llegó China con ayuda médica a otros países parecería dejar plantados a otros, incluyendo a los Estados Unidos.

Sin embargo, dudas sobre la efectividad de las vacunas chinas y escándalos, tales como el Vacunagate en Perú, nos pintan un panorama más complejo, donde ciertos segmentos de la población van a agradecer el gesto de China de exportar vacunas al extranjero mientras otros van a hacer hincapié en los escándalos. Me parece que, a medida que Estados Unidos, ahora bajo el presidente Joe Biden, acelere sus programas de asistencia – incluyendo el acceso a vacunas contra el COVID-19 – el protagonismo de China en la región cederá un poco ante la influencia de Estados Unidos. No obstante, de aquí me parece que podemos derivar una lección simple, la cual es que donde Estados Unidos no presente una alternativa, los países latinoamericanos y caribeños no van a rechazar a China.

  1. Y en cuanto a Cuba ¿Han visto alguna transacción reciente de China a Cuba? o algo que pueda indicar un cambio de Beijing hacia su política hacia Cuba?

Las donaciones de insumos y equipos médicos han dominado el panorama de intercambios entre China y Cuba desde el 2020. Esto no es sorprendente, dado que China ha estado haciendo lo mismo por todo el mundo. Entre las pocas excepciones figura una donación de 5,000 paneles solares que se efectuó en mayo de este año a raíz de unos acuerdos que datan al 2019. Ese mismo año, llegaron a Cuba unos vagones hechos en China, con fin de potenciar la recuperación de la red ferroviaria del país. Aunque han sido muy pocas las transacciones que han finiquitado los dos países en los últimos años.

Cabe destacar que las relaciones entre Cuba y China son mucho más superficiales de lo que piensa mucha gente. Sí, ambos países y ambos partidos hablan mucho de su gran hermandad, pero desde el punto de vista de China, Cuba es un país con un modelo económico anticuado. Esta realidad se ve reflejada en el hecho de que China solamente le ha prestado $240 millones a Cuba desde el 2010. Quizá es por eso por lo que las donaciones y la ayuda internacional, proporcionalmente, lucen representar una mayor parte de la relación sino-cubana que en otros países de la región. China (y las empresas chinas) están dispuestas a ayudar a Cuba, pero no están dispuestas a perder dinero por el país. De no darse cambios al sistema económico que existe en Cuba, me parece poco probable que cambie significativamente la política de China hacia este país.

 

 

INTERREGNUM: El regreso de los talibán. Fernando Delage

El simbolismo es demoledor. La recuperación del control de Afganistán por los talibán en vísperas del vigésimo aniversario del 11/S representa un fracaso mayúsculo para Occidente, y casi con toda seguridad pone fin a la era del intervencionismo liberal ya desacreditado desde Libia. Atender la tragedia humana en curso es la preocupación más urgente, mientras que el abandono de una población que había rehecho sus vidas después de décadas de guerra, plantea un severo juicio moral con respecto a la responsabilidad de quienes habían definido la defensa de los valores democráticos y la coordinación con los aliados como dos de los principios fundamentales de su política exterior.

Errores de inteligencia y la presión política interna norteamericana para acabar con esta “guerra sin fin” han precipitado los acontecimientos, pero sus causas no son en absoluto nuevas. Los problemas comenzaron cuando Estados Unidos invadió Afganistán sin una idea clara de sus objetivos ni un calendario de salida. De manera similar a episodios anteriores de su historia (Filipinas, Vietnam, Irak), fue siempre una ilusión creer que actores externos podían crear un Estado centralizado en Afganistán, al margen de las realidades geográficas y étnicas del país. Pretender transformar desde fuera una cultura en la que el islam es un elemento central de identidad, e imponer unas instituciones que por su propia corrupción estructural nunca fueron vistas como propias, han facilitado el camino de vuelta de los talibán, descontada de antemano por la administración norteamericana. El diálogo abierto por Trump con ellos en Qatar el pasado año contribuyó igualmente a este resultado.

Las autoridades occidentales se comprometen ahora a realizar un examen de los errores cometidos, como si no hubieran estado a la vista durante años (para una detallada recapitulación, véase el reciente libro de Carter Malkasian, The American War in Afghanistan). Con todo, mientras la mayor parte de las críticas y acusaciones se centran en lo que se ha hecho o dejado de hacer en Afganistán, el mayor fracaso desde 2001 consistió quizá en no crear una estructura diplomática con los vecinos más cercanos —Irán, China, Rusia, las repúblicas centroasiáticas y, sobre todo, Pakistán—, todos ellos igualmente amenazados por el terrorismo. Veinte años después, pese a la trágica situación sobre el terreno, de nuevo es necesaria una mirada más amplia para entender las implicaciones de lo ocurrido y las motivaciones que han guiado la actuación del presidente Biden.

El entorno regional y las prioridades geopolíticas norteamericanas han cambiado profundamente a lo largo de este tiempo. Los talibán van a encontrarse con el desafío de gobernar frente a una multitud de facciones y líderes tribales en sus propias filas, y ante extraordinarios condicionantes económicos (más de la mitad del presupuesto nacional procede de los donantes extranjeros, que pueden fácilmente bloquear tales recursos). Sin embargo, las relaciones que mantienen con Pakistán, China, Rusia e Irán les proporciona un contexto exterior favorable, al contrario de lo que ocurrió entre 1996 y 2001, cuando sólo contaban con el apoyo de Pakistán y Arabia Saudí. Son estos actores externos, no obstante, quienes se encuentran ante un arma de doble filo. La retirada norteamericana puede ser “vendida” por Pekín y Moscú —no digamos Islamabad— como ilustración del declive de Estados Unidos, pero pueden equivocarse. En primer lugar, porque pese a los aparentes beneficios —como, por ejemplo, que China pueda integrar al país en su corredor económico con Pakistán, uno de los ejes de la Nueva Ruta de la Seda— nadie confía realmente en los talibán ni en que se abra un periodo de estabilidad. En segundo lugar, porque los efectos estratégicos de estos hechos pueden ser más limitados de lo que parece pensarse en muchos medios.

Dos circunstancias explican este análisis. La primera porque, al contrario de lo que se afirma, no se abre ningún vacío que puedan cubrir otros. Durante los últimos veinte años, China, Rusia y las repúblicas centroasiáticas, con la incorporación más tardía de India, Pakistán e Irán, han dado cuerpo a instituciones como la Organización de Cooperación de Shanghai —a la que formalmente se incorpora Teherán en su próxima cumbre— o la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, creando un contexto regional muy diferente del de 2001. El interés compartido por la lucha contra el terrorismo traslada a ellos la responsabilidad que motivó en su primer momento la intervención de Estados Unidos y de la OTAN.

Por otra parte, liberarse de esa carga resulta indispensable cuando Washington necesita reordenar sus prioridades. La retirada de Estados Unidos no es una indicación del fin de la era americana, sino un paso para seguir intentando mantener un estatus que no depende de Afganistán ni de Oriente Próximo, sino de China, y es en el Indo-Pacífico donde debe por tanto concentrar sus capacidades militares y diplomáticas. Así lo apuntan igualmente el cese al apoyo a la intervención saudí en Yemen o la recuperación del diálogo nuclear con Irán, mientras se redobla la atención prestada a los aliados y socios asiáticos —quienes no se creen la propaganda rusa y china sobre la debilidad de los compromisos de seguridad norteamericanos—, así como a un QUAD cada vez más institucionalizado. Biden intenta pues hacer realidad el “pivot” hacia Asia propuesto en su día por Obama, asumiendo el concepto de “rivalidad entre las grandes potencias” de Trump como eje prioritario de la diplomacia norteamericana. La cuestión es hasta qué punto esos objetivos estratégicos pueden verse perjudicados por los fallos de ejecución de su retirada de Afganistán, por no hablar de la incertidumbre que se crea en otros aspectos, como el futuro de la OTAN o el pobre papel de Europa. Continuará.

 

THE ASIAN DOOR: El billón de razones que rediseñan la estrategia de China en Afganistán. Águeda Parra.

La retirada de Estados Unidos de Afganistán ha motivado que los países vecinos de la región den un paso al frente ante un evidente cambio en el terreno de juego de la geopolítica en Asia Central donde los cambios se irán haciendo efectivos en los próximos años a medida que se estabilice la situación en el país. Según el proverbio chino que dice que “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado mundo”, conocido como efecto mariposa y que sirve para explicar la teoría del caos, el cambio en el escenario de juego por el que Estados Unidos se retira de Afganistán para orientar su estrategia de política exterior en el Indo-Pacífico, y en menor medida en Asia Central, podría conllevar que se acelerase la pugna por el liderazgo económico, tecnológico y geopolítico entre Estados Unidos y China.

La frontera de apenas 90 kilómetros entre Afganistán y China a través del denominado corredor del Wakhan es la menos extensa de todos los países limítrofes con el país asiático, pero, sin embargo, marca la máxima prioridad para Pekín que busca mantener la integridad territorial y evitar que, en este momento de transición en Afganistán, se produzcan incursiones del extremismo yihadista en China a través de Xinjiang. Con la embajada abierta en Kabul, China busca dar continuidad a la reunión mantenida con la delegación de los talibanes afganos en Tianjin el pasado mes de julio en la que China solicitaba a los nuevos dirigentes del país que cortaran las relaciones con los separatistas Uighures del Turkestán Oriental que podría suponer una entrada en Xinjiang. A cambio, los talibanes estarían buscando que China utilizara su influencia en el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, liderado por el gigante asiático, para obtener concesiones de préstamos ante el actual escenario de aislamiento internacional.

La situación estratégica de Afganistán en el centro de Asia le confiere al país una posición de privilegio para convertirse en el futuro hub comercial de la región en el marco de la iniciativa de la Ruta de la Seda, donde se podría plantear una extensión del Corredor Económico China- Pakistán en el que el gigante asiático ha invertido más de 62.000 millones de dólares. Una vez estabilizado el país, y con Afganistán formando parte de la iniciativa desde 2016, China podría avanzar en otra de sus principales prioridades en la región que es la seguridad de sus inversiones en el marco de la Ruta de la Suda en la región. Se trataría de avanzar en la explotación de concesiones previas, como la mina de cobre de Aynak (el segundo yacimiento más importante del mundo) que obtuvo por 3.000 millones de dólares en 2007 y que mantiene bloqueadas las conversaciones por diferentes motivos desde 2015. Otros proyectos, sin embargo, si han comenzado su construcción, como la carretera que une Kabul con China a través del corredor de Wakhan y que supone una inversión de 5 millones de dólares.

Una mirada a la vecina Pakistán puede dar a los talibanes afganos una imagen de cómo podría transformarse el país en la próxima década. El puerto de Gwadar en Pakistán, considerado el buque insignia de la iniciativa de la Ruta de la Seda, es un ejemplo de la metamorfosis que puede llegar a alcanzar la región. Con la estabilización de la situación en Afganistán, China se beneficiaría de la posición estratégica del país hacia las fuentes de petróleo y gas en Oriente Medio y le permitiría conectar con otros mercados donde llevar los productos chinos y su capacidad industrial, además de avanzar en otra de las grandes prioridades que ha identificado China en el país: el acceso a las reservas de minerales y tierras raras que tiene Afganistán y que están valoradas en más de 1 billón de dólares.

Afganistán está considerado por el Departamento de Defensa de la ONU como el “Arabia Saudí del litio”, aunque carece de la infraestructura necesaria para explotar las reservas a gran escala. China aportaría esa capacidad extractiva ante la perspectiva de acceder a un metal cuya demanda se estima que se multiplicará por cuarenta de aquí a 2040, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Aunque China ya produce el 40% del cobre mundial, el 60% del litio y dispone del 80% de las tierras raras, Afganistán se extiende sobre una extensa base de superabundancia de estos elementos que son básicos para la fabricación de semiconductores, dispositivos de alta tecnología como los smartphones, y para la producción de baterías para los coches eléctricos, además de resultar esencial en la industria armamentística.

Como mayor mercado mundial de coches eléctricos, China espera que las ventas de estos vehículos supongan el 20% de las ventas totales en 2025, desde el 5% actual, alcanzando el 50% en 2035, según ha anunciado recientemente la Sociedad China de Ingenieros Automotrices. La base de superabundancia en depósitos minerales sobre la que se extiende Afganistán puede convertir al país en un importante actor clave en el campo de juego geopolítico de la transición energética y de la geopolítica de la tecnología, contando con China como vecino mientras Estados Unidos se retira a miles de kilómetros.

Afganistán: competencia entre totalitarios y desconcierto occidental

La irrupción sangrienta del Daesh, sección afgana, en el Kabul de la retirada occidental ha introducido algunos elementos nuevos que incomodan a todos, incluido el movimiento talibán. Por razones distintas, China, Rusia, EEUU, la UE, Pakistán e Irán, asumen que el gobierno talibán puede ser un mal menor que las nuevas autoridades de Kabul pueden aprovechar para ganar tiempo, estabilidad y futuro. Al margen de que esta conclusión provisional sea correcta o no la comunidad internacional está cómoda con ella mientas reflexiona sobre qué ha pasado y, sobre todo, sobre cuáles deben ser los siguientes pasos.

 

En realidad el movimiento talibán y el Daesh coinciden en la necesidad de derrotar a los infieles occidentales e imponer la ley coránica, sólo que mientras los nuevos gobernantes en Kabul sostienen que ahora es el momento de consolidar ese Estado y preparar la etapa siguiente, el Daesh cree que no hay que dar tregua ni la más mínima cesión a los infieles y entienden que es el momento de agudizar su derrota extendiendo al máximo el terror, el mismo terror que los talibán han aplicado, aplican y aplicarán cuando les sea favorable. Salvando las distancias (histórica, sociológicas e ideológicas, religiosas en el  caso afgano) el debate entre extremistas instalados en el crimen recuerda la polémica, igualmente entre proyectos criminales, sobre la revolución entre Stalin y Trotsky. El primero quería consolidar la URSS en la etapa de “construcción del socialismo en un país” mientras el segundo defendía concebir la revolución como un proceso universal aprovechando las oportunidades.

 

Pero entre los talibán y el Daesh hay más cosas: choques étnicos, resentimientos personales, lucha por el control del opio y delimitar un reparto de poder territorial. Los talibán son mayoritariamente de la etnia pastún, mayoritaria en Afganistán y muy extendida en Pakistán. Eso explica que durante los últimos veinte años el estado mayor talibán haya estado en la ciudad pakistaní de Quetta, con conocimiento y protección del gobierno y, desde luego, de EEUU que no ha querido romper con Pakistán, gobierno con el que mantiene relaciones difíciles y tormentosas pero sostenidas. Pakistán siempre ha querido influir en territorio afgano, no solo por simpatías étnicas sino porque Pakistán desea esta profundidad estratégica para contrarrestar la influencia india en esta área de importancia estratégica en la contienda en curso entre los dos países. La influencia o el control del gobierno de Kabul permitiría a Pakistán proyectar más lejos su influencia en el Asia Central. Por último, dados los problemas demográficos dentro de Pakistán, la alianza con los talibanes, que favorecen un «Emirato islámico», permite a Islamabad contrarrestar y combatir las tendencias separatistas o nacionalistas entre su propia población pastún. Desde 2014, un movimiento popular por los derechos pastunes, conocido como Tahafuz, ha estado activo en esta área.

 

En Daesh, los pastún son excepciones. Están establecidos en el norte afgano y hacen referencias en sus siglas al Jorasán, un  territorio que míticamente se extiende desde Irán a Tayikistán con clanes árabes (minoritarios), persas, uzbekos, tayikos y turcomános. Aunque hay que subrayar que dos comandantes talibán pastunes, resentidos con sus jefes se han pasado con sus tropas al Daesh. No es un dato militarmente relevante pero sí simbólico.

 

Este escenario anuncia una inestabilidad preocupante en un momento en que Occidente parece no entender qué ha pasado ni cómo actuar ahora y dónde no faltan juicios arrogantes sobre los “errores” de EEUU sin precisar que la UE ni ha sabido ni ha querido hacer nadas que supusiera riesgos de vidas y negocios por lo que han estado sólidamente atados a los “errores”  de EEUU. Parece haber llegado la hora de un mayor protagonismo regional, con Rusia y China de patrones, en un escenario que describe y analiza en esta página nuestro colaborador Fernando Delage

China y la guerra de los Balcanes. Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz

Durante siglos, China ha sido la mayor economía del planeta, tanto en términos de población como en PIB, siendo muy superior al imperio romano o al español. La Ruta de la Seda conectaba China con otros imperios o ciudades de la época: Persia, Arabia, Egipto, Isfahán, Bizancio o Damasco entre otros. Solo tras la llegada de la Revolución industrial, que China no alcanzó, fue cuando el gigante asiático perdió esta hegemonía por la superioridad tecnológica del momento de los países industrializados como Reino Unido, las Guerras del opio marcaron el inicio del fin de la hegemonía mundial de China.

Una hegemonía que recuperó siglos después, a finales de los 70 del siglo XX, cuando Deng Xiaoping decidió liberalizar la economía y abrirla al comercio mundial. A día de hoy, China está reflotando esa Ruta de la Seda que tantos beneficio dio a la economía mundial siglos atrás. Un mega proyecto que pretende unir por tierra a Asia y Europa y, por mar,  los puertos del Sudeste Asiático con Oriente Medio, África y Europa, una red de ferrocarriles, puertos y telecomunicaciones sin paragón en la historia de la humanidad que reunirá más del 50% del PIB mundial y casi 2/3 partes de la población del planeta.

Con la caída del muro de Berlín en 1989, la URSS desapareció, y la Republica Socialista de Yugoslavia entró en guerra: la Guerra de los Balcanes. Una guerra entre croatas, serbios, bosnios… que dejó la zona devastada mientras Europa miraba hacia otro lado. Una guerra que azotó toda la región, convirtiéndola en la más pobre de Europa. Albania, Bosnia y Herzegovina, República de Macedonia del Norte, Kosovo, Montenegro y Serbia son países que, a día de hoy no pertenecen a la Unión Europea y, por lo tanto, no reciben fondos europeos para su reconstrucción y desarrollo.

La destrucción de la Guerra de los Balcanes y la crisis de deuda y financiera de Grecia en 2009 han dejado a esta zona como la más pobre de Europa, una oportunidad de negocio para que China expanda la Nueva Ruta de la Seda hacia uno de los mercados más importantes del mundo: La Unión Europea.

China ya ha comprado la acerera estatal serbia de Smederevo por 46 millones de euros, ha concedido préstamos a Montenegro para la mejora de infraestructuras, inversiones en Croacia o Albania, ha invertido en los Balcanes más de 10.000 millones de euros. China es el tercer inversor en Serbia, en Belgrado han abierto el centro Confucio más grande de la región y, lo más importante, ha comprado el puerto de El Pireo, en Grecia, el mayor centro logístico del Mediterráneo Oriental por algo más de 368 millones de euros, una extensión de la Ruta de la Seda de China y una puerta para la entrada de mercancías a los Balcanes y hacia el resto de Europa.

Una oportunidad de inversión y de alianza con los países de la zona, tan devastados por la guerra que abre las puertas de China a la entrada a Europa a través de los Balcanes para la expansión del comercio de bienes y servicios a través de la Ruta de la Seda, gracias a las mejoras de las vías Ferreras entre los Balcanes y Budapest y que podría llegar hasta Europa Central, o las líneas férreas entre Serbia y Hungría o Grecia y Macedonia… toda una red de ferrocarriles para ampliar el comercio en el viejo continente, un proyecto con un coste superior a los 20.000 millones de euros.

 

Los Balcanes son una región de Europa donde la inversión es escasa, hay pobreza y desigualdad, y la corrupción está a la orden del día, pero es una zona con un gran potencial de desarrollo, con unos países y una población con ganas de recibir inversión extranjera para despegar económicamente y poder salir de esta situación precaria y dejar de ser los rezagados del continente.

Para los Balcanes, la llegada de China ha provocado mejoras y desarrollo en las infraestructuras, un estímulo para su industria y empleo y una mejora tecnológica y económica para la región, y como no, allanar el terreno para futuras inversiones privadas.

Para China, los beneficios son claros: entrar en uno de los mercados más importantes del mundo, expandir su tecnología, como el 5G, y en definitiva, expandir su influencia internacional.

Pero estas inversiones ha sido muy criticadas por la comunidad internacional. El caso más claro es el de Montenegro, cuando hace unos años el banco chino Exim prestó al pequeño estado casi 1.000 millones de dólares para la construcción de una carretera de apenas 50 kilómetros, una deuda con China que supone una tercera parte de su PIB, es decir, el Gigante asiático se ha convertido en el principal acreedor de Montenegro, dejando al pequeño país en manos de China y con una deuda del 100% de su PIB; o la central térmica en Bosnia y Herzegovina con grandes problemas ambientales y criticado por organismos internacionales.

Pero las preocupaciones van más allá. Los países de la zona, como Albania o Macedonia pronto formaran parte de la Unión Europea, y otros como Bosnia y Herzegovina está previsto más a largo plazo, por lo que si China logra establecerse en estos países hoy, podría tener una influencia en el futuro en la Unión Europea.

Estas inversiones que avivan el “euroescepticismo” y que dan un impulso económico, no solo a estos países, sino también a los países del alrededor, como puede ser Hungría, que en el año 2017 ya rechazó una declaración de la Unión Europea condenando la violación de los derechos humanos en China. Grecia hizo lo mismo pocos meses después.

Si estos países se convierten en países “pro-China”  y logran entrar en la Unión Europea, tendremos una Unión más debilitada y dividida en temas tan importantes como los derechos humanos, Hong-Kong, el Tíbet o el mar de China meridional.

Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

 

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@angelenriquezs

INTERREGNUM: EE UU, China y el sureste asiático. Fernando Delage

Durante las últimas semanas, la administración Biden ha continuado reforzando sus contactos con los aliados y socios asiáticos. Si Japón y Corea del Sur fueron especial objeto de atención durante los primeros meses del año, el sureste asiático ha sido la pieza siguiente. Son elementos todos ellos de la estrategia en formación frente al desafío que representa una China en ascenso, país a donde también viajó en julio la vicesecretaria de Estado.

La primera visita de un alto cargo de la actual administración norteamericana al sureste asiático fue la realizada a finales de julio por el secretario de Defensa, Lloyd Austin, a Singapur, Filipinas y Vietnam. Ha sido una visita relevante no sólo porque Washington tiene que contrarrestar la creciente presencia económica y diplomática de Pekín en la subregión, sino también corregir el desinterés mostrado por el presidente Trump hacia los Estados miembros de la ASEAN. Tampoco ha sido tampoco un mero gesto, sino la ocasión para subrayar el renovado compromiso de Estados Unidos con sus socios locales.

El 27 de julio, en un foro organizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Singapur, Austin indicó que las acciones chinas en el Indo-Pacífico no sólo son contrarias al Derecho internacional, sino que amenazan la soberanía de las naciones de la región. El secretario de Defensa añadió que la intransigencia de Pekín se extiende más allá del mar de China Meridional, mencionando expresamente la presión que ejerce contra India, Taiwán y la población musulmana de Xinjiang. Insistió, no obstante, en que Washington no busca la confrontación (aunque no cederá cuando sus intereses se vean amenazados), ni pide a los países del sureste asiático que elijan entre Estados Unidos y la República Popular.

Es evidente que, pese a la marcha de Trump, las relaciones entre Washington y Pekín no han mejorado. Mientras Austin se encontraba en Singapur—y  el secretario de Estado, Antony Blinken, llegaba a Delhi—, la número dos de este último, Wendy Sherman, se encontró en Tianjin con una nueva condena por parte de sus homólogos chinos a la “hipocresía” y la “irresponsabilidad” de Estados Unidos. Con un lenguaje y tono similares al que ya empleó en la reunión de Alaska en marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, reiteró tres líneas rojas: “Estados Unidos no debe desafiar ni tratar de subvertir el modelo chino de gobierno; no debe interferir en el desarrollo de China; y no debe violar la soberanía china ni dañar su integridad territorial”.

Empeñada en no quedar fuera de juego en este rápido movimiento de fichas, Rusia también mandó a su ministro de Asuntos Exteriores a la región. Sergei Lavrov visitó Indonesia y Laos en julio, con el fin de demostrar su estatus global, dar credibilidad a su interés por la ASEAN, y ofrecerse como opción más allá de Estados Unidos y China. Moscú parece temer cada vez más que se le vea como un mero socio subordinado a Pekín en Asia. Pero no puede ofrecer lo mismo que los dos grandes ni económica ni militarmente, salvo con respecto a la venta de armamento. Y una nueva indicación de cómo los gobiernos de la zona valoran el actual estado de la cuestión ha sido la decisión de Filipinas, anunciada durante la visita de Austin a Manila, de dar marcha atrás en su declarada intención de no renovar el pacto de defensa con Washington. Duterte no ha conseguido las inversiones que esperaba de Pekín, mientras—en un contexto de elecciones el próximo año—es consciente de la percepción negativa que mantiene la sociedad filipina sobre las acciones chinas en su periferia marítima.

Austin no llegó a anunciar, como se esperaba, la nueva “US Pacific Defense Initiative (UPDI)”, destinada a mejorar el despliegue de los activos estratégicos, de logística e inteligencia del Pentágono frente al creciente poderío naval chino. Y tampoco se han confirmado los rumores de que la administración estaría dando forma a una iniciativa sobre comercio digital para Asia que excluiría a la República Popular. Sin perjuicio de las posibles declaraciones que pueda realizar la vicepresidenta Kamala Harris durante su viaje a Singapur y Vietnam a finales de agosto—una nueva indicación de las prioridades de Washington—, ambas propuestas se encuentran aún en estado de elaboración, aunque, sin duda, formarán parte de la primera Estrategia de Seguridad Nacional de Biden, esperada para el año próximo.

China en la crisis afgana. Nieves C. Pérez Rodríguez

Los talibanes se han hecho con el control de regiones y ciudades en tiempo récord. Para quienes han servido en Afganistán e informado desde esta zona desde el 2001 no había dudas de que la salida de Estados Unidos complicaría el escenario doméstico. Pero con lo que no se contaba era una salida tan catastrófica y tan mal organizada.

Era bien sabido que el entonces vicepresidente Biden apoyaba la salida desde la era Obama. Y que mantuvo su opinión al respecto, pero la tan apresurada salida ha dejado en un peligro innecesario al propio personal estadounidense en la embajada que ha tenido que ser desalojado con helicópteros hasta el aeropuerto y ha puesto a la población afgana en una situación de extrema vulnerabilidad, especialmente aquellos que trabajaron de la mano con los estadounidenses a lo largo de estos años.

La estrepitosa salida responde a una decisión de la Casa Blanca con el propósito en hacerla coincidir con el vigésimo primer aniversario del ataque del 11 de septiembre del 2001. Aunque, obviamente, no contó con una estrategia sino más bien el deseo de Biden y su equipo de seguridad nacional de acabar con esta guerra. Esta decisión se convertirá en la gran vergüenza de la Administración Biden pues con los talibanes en el control del país retrocedemos a la situación inicial de finales del siglo veinte y un cambio geopolítico en la región.

En cuanto a la imagen internacional de los Estados Unidos, la retirada en estos términos también despierta muchas dudas de su real compromiso con la región y los aliados. Mientras, pone en una situación ventajosa a los principales rivales estadounidenses como Rusia y China, quienes han venido con discreción apoyando a los talibanes durante la guerra y aprovecharán el momento para negociar influencia y contratos en el Afganistán de los talibanes.

China comparte 76 kilómetros de fronteras con Afganistán a través del corredor de Wakhan, definido como “una resaca imperial muy disputada” de acuerdo a Sam Dunning en un artículo publicado en Foreing Policy.

Ese paso fronterizo ha sido paso histórico entre ambos países a través del Puerto de Wakhjir, que ha sido milenariamente utilizado desde la creación de la ruta de la seda, razón por lo cual ha sido muy disputado por las potencias dominantes en diferentes momentos de la historia. China ve una gran oportunidad en este momento de entrar en Afganistán y muy probablemente será de los primeros países en dar reconocimiento al gobierno talibán.

En efecto, Beijing ha venido preparando el terreno. Las imágenes publicadas por medios oficiales chinos durante la visita de Mullah Abdul Ghani Baradar (jefe político de los talibanes en Afganistán) recibido por el ministro de exteriores de china Wang Yi en Tianjin a finales de julio ya levantó desconfianza sobre cuales sería los planes de Beijing en el caso de que los talibanes se hicieran con el control del país. Aunque en ese momento los análisis no preveían una salida tan abrupta.

Afganistán posee un gran atractivo para China por su extensa riqueza natural de oro, platino, plata, cobre, hierro, cromita, litio, uranio y aluminio, entre otros minerales. También posee piedras preciosas como esmeraldas, rubíes, zafiros, turquesas y lapislázuli. El servicio geológico de los Estados Unidos hizo una extensa investigación que concluyó que este país se encuentra entre las naciones con más riqueza de elementos raros de la tierras como el lantano, cerio, neodimio o el litio que sólo en la provincia de Ghazni el reporte afirma que encontró más depósitos que en Bolivia que es el país que tiene las mayores reservas del mundo.

A principios de julio se había reportado que las autoridades de Kabul estaban cada vez más interesadas en el “corredor económico chino – pakistaní” cuya inversión es de 62 mil millones de dólares y que consiste en la construcción de carreteras, vías férreas, así como oleoductos energéticos entre Pakistán y China. Mientras el enorme proyecto contempla también la construcción de vías de comunicación entre Pakistán y Afganistán, todo como parte del “Belt Road iniciative”.

De acuerdo a Derek Grossman, “China está construyendo una gran carretera en el corredor de Wahkan, a pesar de la complejidad del terreno. Con la conclusión de esta vía China habría conectado la provincia de Xinjjiang con Afganistán y en consecuencia con Pakistán y por lo tanto Asia Central, complementando así su red de carreteras existentes a través de la región.

La Administración Biden heredaba un acuerdo firmado por Trump, pero aun así contaba con suficiente margen de maniobra que pudo y debió utilizar para bien renegociar la salida, los términos de ésta o al menos la forma de marcharse. Porque nadie mejor que los estadounidenses que han pasado los últimos veinte años en esas tierras, con los mejores expertos en terrorismo a la cabeza, los equipos de mayor sofisticación, que han gastado 2.26 billones de dólares de acuerdo con los últimos estimados, y que se han dedicado a estudiar a los talibanes hasta el último detalle, sabían que una salida abrupta suponía un grandísimo riesgo para la estabilidad del país, las mujeres y niñas, y todos aquellos que colaboraron con las fuerzas estadunidenses allí.

 

THE ASIAN DOOR: Cuestión de tiempo. Las STEM cogen velocidad en China. Águeda Parra

La innovación ha marcado el paso del desarrollo de China en los últimos años y los avances tecnológicos no han tardado en producirse, convirtiéndose en palancas claves para el desarrollo de su economía. Era cuestión de tiempo que China materializara la capacidad tecnológica alcanzada para implementar y desarrollar proyectos de relevancia global. El desarrollo de innovación bajo el modelo Designed in China alcanza hitos que muestran el potencial de la estrategia innovadora de los titanes tecnológicos chinos.

Cuando una red social china se convierte en la aplicación más descargada del mundo por delante de uno de los gigantes tecnológicos estadounidenses más destacados puede considerarse como un punto de inflexión que marcará una nueva etapa en el desarrollo de las redes sociales. La aplicación de compartición de videos TikTok ha batido el récord de descargas en 2020, posicionándose por delante del conjunto de aplicaciones que conforman el universo Facebook y que engloba al mismo Facebook junto a WhatsApp, Instagram y Facebook Messenger. A nivel global, ha adelantado tres posiciones respecto al puesto que ocupaba en 2019, mientras que en el caso del mercado estadounidense TikTok ha conseguido convertirse en líder de las redes sociales en el país donde surgieron este tipo de plataformas, conquistando un mercado que ese mismo año anunció el veto a varias tecnológicas chinas, incluida la propia TikTok. La geopolítica de la tecnología en acción.

Asimismo, la capacidad de manufactura con alta componente tecnológica ha permitido a China desarrollar la nueva generación del tren Maglev, capaz de alcanzar una velocidad máxima de 600 kilómetros por hora, el doble de velocidad a la que viajan los trenes de alta velocidad españoles, convirtiéndose en el tren más rápido del mundo. El futuro del transporte en alta velocidad ha iniciado también su punto de inflexión incorporando vías de levitación magnética que permitirán reducir en dos horas el tiempo necesario para conectar Beijing con Shanghai. La distancia de más de 1.000 kilómetros que separa las dos principales ciudades del país quedará cubierta en 2,5 horas, un tiempo menor a las 3 horas necesarias para hacer el trayecto en avión, y las 5,5 horas que supone en tren de alta velocidad. Una tecnología con la que el Designed in China compite por la supremacía en el transporte de alta velocidad con el modelo Maglev que está desarrollando Japón y que ha anunciado que alcanzará los 500 kilómetros a la hora. Competencia intensa en el nuevo escenario de la geopolítica de la tecnología.

Cuestión de tiempo será que China vaya cumpliendo nuevos hitos en capacidad innovadora incorporando en su cadena productiva la disrupción que proporcionan las nuevas tecnologías a tenor del número de doctorados en carreras STEM que es capaz de generar el gigante asiático. En la previsión realizada por la Universidad Georgetown de Washington se estima que China generará el doble de graduados en doctorados STEM que Estados Unidos en 2025. Una tendencia que comenzó en 2007 cuando China adelantó a Estados Unidos en el número de graduados en doctorados STEM, y que en los próximos cinco años podría suponer que China triplicase ese número si solamente se considerase a los estudiantes estadounidenses.

La distancia tecnológica que hace décadas distanciaba a las dos potencias, y que hoy compiten por la hegemonía tecnológica, es cada vez menor y la creciente calidad en la educación doctoral de los graduados en el gigante asiático no hace más que incrementar la competitividad entre los expertos STEM que genera Estados Unidos y China. Parece cuestión de tiempo que se acreciente la rivalidad entre los dos principales polos tecnológicos del mundo compitiendo por generar capacidad productiva innovadora para una economía digital que apenas acaba de dar sus primeros pasos.

 

 

Muerte en Kabul

Con la victoria militar del movimiento talibán en Afganistán mueren muchas cosas, además de las personas que están en la agenda político terrorista de este grupo político-religioso. Muere un proyecto occidental nacido más de la improvisación que de la planificación; muere (aún más si cabe) la credibilidad de EEUU y de las democracias occidentales y muere, sobre todo, una gran dosis de esperanza-ingenuidad de las opiniones públicas europeas y norteamericanas. Kabul va a ser el símbolo de la muerte de muchas cosas.

 

Pero, detrás de esa aparente vuelta al punto cero de 2001, con los mullah integristas gobernando otra vez (más allá de esa simplista, reduccionista y absurda comparación con el Saigón de la huida norteamericana tras la derrota en Vietnam) hay muchos elementos nuevos que conviene analizar para intentar atisbar futuros escenarios.

 

En primer lugar los vencedores. El movimiento talibán ha cambiado profundamente durante las dos décadas de retroceso. Hoy está gobernado por una generación más radicalizada que antes en lo religioso y más capaz y pragmática en lo militar. Esta combinación le ha permitido una estrategia de aprovechar las debilidades de Estados Unidos, sus necesidades electorales de salir del atolladero y sus enormes gastos para aparentar una negociación en la que desde Washington se ha llegado a admitir (en el título del acuerdo, aunque para matizarlo a continuación) la expresión “Emirato” referido a los talibán; se ha aceptado una retirada, ejecutada con precipitación, que ha dejado terreno libre a los insurgentes y vendido al gobierno de Kabul, y, sin explicación suficiente, un abandono de medidas, ideas y estrategias pensadas, en principio, para dotar a aquel país, y con él a la región y al mundo, de mayor seguridad contra el terrorismo islamista. Mientras negociaban, los talibán lograron reforzarse militarmente sin dejar de realizar atentados terroristas, lo que explica su guerra relámpago de ahora frente a un ejército oficial desmoralizado que casi siempre huye antes de dar batalla.

 

Además, el movimiento, tradicionalmente apoyado en la etnia pastún y con grandes apoyos sociales, económicos y políticos en Pakistán, cuenta ahora con grupos significativos de hazaras (la etnia marginal, rebelde frente a todos los gobiernos de los últimos cincuenta años), uzbekos y tayikos. Hay que señalar que los hazaras son mayoritariamente chiíes, lo que supone un cambio  para el integrismo suní de los talibán, y cierto apoyo de uzbekos y tayikos permitirá penetrar en Uzbekistán y, más importante, en Tayikistán, con bases aliadas y rusas en su territorio y con frontera con China, justo en la región donde los uigures, musulmanes, están siendo reprimidos duramente por Pekín.  Este nuevo perfil talibán le proporciona una profundidad estratégica nada desdeñable.

 

En segundo lugar, el campo, difuso, contrario. Con la caída del gobierno apuntalado por EEUU en Kabul, cae la influencia de la vieja y apenas cosida alianza de los señores de la guerra apoyados en sus grupos étnicos respectivos y con enormes intereses, como el talibán, en la economía del opio, centenaria y enormemente productiva en Afganistán.

 

En tercer lugar los vecinos. Rusia fue vencida en Afganistán en los años ochenta tras una invasión desastrosa y ahora ve como un islamismo fanático y reforzado se sitúa a las puertas del Asia Central ex soviética donde Moscú se disputa su influencia con el nuevo expansionismo chino. China, por su parte, está encantada con la derrota de EEUU y quiere jugar papel de árbitro ahora, pero ve con preocupación la posible influencia de la victoria talibán entre los uigures. Hay que decir que en la dirección talibán hay dos corrientes respecto a China: una pragmática, que quiere llevarse bien con Pekín y establecer acuerdos de suministros militares a cambio de inversiones y extracción de tierras raras, de las que Afganistán tiene enormes reservas, y otra que defiende estrechar lazos con los uigures y extender el conflicto político religioso a toda la región.

 

Finalmente, no olvidemos que Pakistán, ambivalente en su política frente al talibán, sale reforzado, lo que hace enderezar las orejas de India en relación con Cachemira, y, en la frontera occidental, Irán observa como el fundamentalismo sunní se consolida y abre la puerta a influencias de sus enemigos religiosos como Pakistán y Arabia Saudí.

 

No son datos para la esperanza pero son los datos, necesariamente sumarios para este editorial, que dibujan un inquietante escenario.

Dudas españolas sobre China, dudas aliadas sobre España

El posicionamiento de España sobre la llegada y desarrollo de tecnología e inversiones chinas es notoriamente ambiguo. Frente a las drásticas decisiones de Gran Bretaña, Alemania y Francia de frenar y poner bajo vigilancia la tecnología china y alertar sobre la influencia que se genera, en los niveles políticos y económicos, en torno a las inversiones chinas, España se ha puesto de perfil.

Nada permite suponer que esta indecisión está relacionada con la existencia en Bruselas de una oficina de defensa de intereses chinos y más concretamente de Huawei, dirigida por quien fue ministro de Fomento con el presidente Rodríguez Zapatero, José Blanco.

La compañía de telecomunicaciones china, que cuenta en España con uno de los mercados del mundo en el que mejor acogida recibe, sufre desde hace años una fuerte presión de la administración estadounidense y también de otras potencias occidentales, acusada de espionaje y prácticas anticompetitivas. La consultora de José Blanco, creada en 2019, viene trabajando para el gigante chino en España desde prácticamente su fundación, pero la colaboración se ha ido ampliado hasta el punto de requerir presencia física en la capital europea.

Esta indefinición española, por otra parte, alejada del recibimiento de brazos abiertos que reciben los fondos y la tecnología china en la Europa ex comunista y especialmente en Hungría, está provocando algunos roces y aumentando los recelos de la Administración de Estados Unidos con el gobierno de Pedro Sánchez, lo que explica algunos desencuentros recientes. Aunque hay que señalar que en los asuntos estratégicos la relación sigue siendo sólida.

La gran baza china, a pesar de sus debilidades internas sigue siendo la vulnerabilidad económica e institucional por la que pasan países europeos. La llegada de capital chino resuelve la crisis de inversiones procedentes de otras latitudes preocupadas por la incertidumbre y la inestabilidad normativa. Y esta baza es un arma en manos de Pekín convertida en elemento de presión si se llegan a grandes enfrentamientos en cualquier parte del mundo. (Foto: Flickr, Kârlis Dâmbrans)