INTERREGNUM: Japón regresa a la geopolítica. Fernando Delage

La invasión rusa de Ucrania no sólo transformará la identidad de la Unión Europea como actor internacional. El apoyo a Moscú por parte de Pekín ha puesto de relieve la estrecha interconexión existente entre la seguridad euroatlántica y la seguridad asiática, propiciando una evolución similar en las democracias de esta última región. Así como los europeos—Alemania en particular—han despertado de su inocencia geopolítica para afrontar la realidad del desafío revisionista planteado por dos potencias autoritarias al orden internacional, la guerra de Ucrania ha contribuido asimismo a que Japón avance un escalón más en el proceso de normalización de su política de seguridad emprendido hace una década.

La amenaza de Corea del Norte, una China más asertiva en sus reclamaciones de soberanía y militarmente más poderosa, y una alianza con Estados Unidos condicionada por un incierto escenario internacional, condujeron a finales de 2013 a importantes cambios en las bases de la diplomacia japonesa. El gobierno de Shinzo Abe creó el Consejo de Seguridad Nacional, aprobó la primera Estrategia de Seguridad Nacional y actualizó las orientaciones de la política de defensa. Sin modificar la Constitución, que en su artículo 9 limita la proyección militar del país, una ley le otorgó en 2015 el derecho de autodefensa colectiva, sujeto a condiciones muy estrictas. Abe mejoró por otra parte la interoperabilidad con las fuerzas armadas de Estados Unidos y firmó acuerdos de asociación estratégica con India, Australia y varios miembros de la ASEAN.

Como en otros momentos clave de su historia, Japón supo adaptarse a la alteración de la estructura del sistema internacional. Siguiendo esa línea de continuidad, el actual primer ministro, Fumio Kishida, ha procedido a un nuevo reajuste, con la diferencia de que, esta vez, quedan prácticamente superadas las premisas que marcaron la acción exterior del país tras la segunda guerra mundial. Desde 1945, Japón no ha conocido un entorno de seguridad más complejo que el de estos tiempos.

Así lo percibe la revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) anunciada por Kishida el pasado viernes. Frente al “desafío estratégico sin precedente” que representa China, la “amenaza cada vez más grave e inminente” de Corea del Norte y la “grave preocupación de seguridad” que es Rusia, Japón no tiene otra opción que reforzar sus capacidades defensivas y de disuasión. Conforme a los cambios previstos (detallados, además de en la ESN, en otros dos documentos que actualizan simultáneamente las directrices de defensa nacional), el país contará con medios de respuesta directa contra el territorio de otro país (respetando en cualquier caso las estrictas limitaciones legales de 2015) y, al igual que los miembros de la OTAN, aumentará su gasto en defensa hasta el dos por cien del PIB en cinco años. Dado el tamaño de su economía, esto significa que, pese a la aparente paradoja de su Constitución pacifista, Japón contará con el tercer mayor presupuesto militar del planeta, tras Estados Unidos y China.

La guerra de Ucrania ha servido para crear un amplio consenso nacional con respecto a la necesidad de fortalecer la política de defensa. No se han resuelto, en cambio, las diferencias sobre cómo financiar ese gasto, dadas las circunstancias demográficas y económicas de la nación, así como su gigantesca deuda pública. Pero lo relevante es este regreso de Japón como actor geopolítico proactivo, asumiendo un papel que, más allá de sus meros intereses nacionales, aspira a crear una estructura regional estable y basada en reglas. Sumados estos cambios a sus iniciativas de seguridad económica—concretadas en una ley aprobada en mayo—, y a la firme defensa normativa de los valores democráticos, Japón ha adquirido un liderazgo regional y una proyección global que se traducirá asimismo en una coordinación aún mayor con Estados Unidos y con sus socios europeos frente a los grandes desafíos estratégicos de nuestro tiempo.

Biden, África, Rusia y China. Nieves C. Pérez Rodríguez

La semana pasada Washington recibió a unas 50 prominentes figuras de África entre líderes políticos y económicos quienes atendieron la invitación del presidente Biden a la Cumbre africana. El evento, que paralizó en parte la ciudad. tuvo una duración de tres días y destacó el compromiso de Estados Unidos de expandir y profundizar su alianza con países, instituciones y ciudadanos de África.

El mundo está cambiando rápidamente y en esos cambios la participación de los Estados Unidos en África debe cambiar y profundizarse, decía el documento oficial de la Casa Blanca. Así mismo están apoyando a la Unión Africana para que se incorpore al G20 como miembro permanente y también expresaron su apoyo al deseo de África de tener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

África es el hogar de mil millones de personas y la inversión de China en África es aproximadamente cuatro veces mayor que la de Estados Unidos, por lo que parece que la Administración Biden ha comenzado a dar prioridad a actores que puedan ser determinantes en mantener cierto equilibrio internacional. En tal sentido, la cumbre comenzó con el anuncio de que Washington destinará 55.000 millones de dólares a África en los próximos tres años.

Es de destacar que las relaciones entre China y África han sido profundas, no en vano Beijing tiene una base militar en Yibuti y en las últimas dos décadas ha tenido mucha influencia en la toma de decisiones; mantiene cercanía con los líderes, y, en efecto, el ministro de Exteriores chino tiene como tradición visitar los países africanos al comienzo de cada año, cosa muy distinta a las visitas oficiales de estadounidenses, que más que escasas son casi inexistentes. Sin embargo, durante la cumbre también se anunció que la primera dama y la vicepresidenta junto con otras personalidades planifican visitas a distintas partes del continente durante 2023.

Rusia también ha invertido muchos esfuerzos en abrir y mantener relaciones comerciales con África y de hecho han desarrollado proyectos de infraestructuras allí y ha ampliado su influencia militar incluso a través de mercenarios como el grupo Wagner, afirma Kevin Liptak, corresponsal de CNN para la Casa Blanca.

El secretario de Defensa Lloyd Austin, durante la cumbre, afirmó que “Estados Unidos sabe que Rusia sigue vendiendo armas baratas a lo largo y ancho del continente africano, así como que emplean mercenarios, lo que es desestabilizador”.

Dada la creciente preocupación de la inseguridad alimentaria internacional, agudizada con la invasión rusa a Ucrania, la Administración Biden está explorando opciones para crear un sistema de seguridad alimentario sostenible más resiliente, que pasa por mejorar el sistema de cultivo, venta y distribución de alimentos, por lo que hay que aseguran que invertirán en infraestructura de riesgo, carreteras, almacenamiento de granos, etc. Así como en fertilizantes que ayuden a la mejora de los cultivos africanos.

Otra prioridad en la agenda de la Casa Blanca es el cambio climático y la implementación de políticas ambientales en el continente junto con la mejora de intercambio comercial que, ya muchos países han estado buscando explorar la ley de oportunidades y crecimiento africano de EE. UU que vence en 2025 y que permite el acceso al mercado estadounidense bajo condiciones favorables que, en efecto ha ayudado al crecimiento de países como Etiopía.

Y, como era de esperar, los defensores de derechos humanos condenaron la decisión de Biden de invitar a líderes africanos autocráticos, como Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial o como Abiy Ahmed de Etiopía, cuyo gobierno está acusado de crímenes de guerra generalizados en el conflicto en la región del Tigray. Pero al final, el pragmatismo económico parece estar dirigiendo la agenda demócrata estos días.

Está claro que Washington ve con preocupación la influencia rusa y china por el mundo, por lo que poner el foco en África parece ser parte de su estrategia, pero no es un hecho aislado, sino que también se suman las reacciones de algunas naciones africanas que han expresado su preocupación ante la invasión de Ucrania, o que han visto los desastres de obras de infraestructura chinas en el continente, o la manipulación con la que son tratados por Beijing cuando no se pliegan a sus deseos, o, como se ha podido ver durante la pandemia, la escasez de productos básicos y alimentos, lo que parece estar animando a los líderes a entender que no siempre el mejor aliado es el que más ofrece a priori sino el que responde cuando se pide sin imponer costosas cargas para la nación receptora.

 

THE ASIAN DOOR: El pivot to China de Oriente Medio. Águeda Parra

Los escenarios sobre los que ha venido actuando la rivalidad entre Estados Unidos y China en el tablero geopolítico global se han ido moviendo en los últimos meses, cambiando de geografía y de temática, a la vez que han ido aflorando las distintas sensibilidades de los países en su relación con las estrategias de política exterior de Washington y Pekín. Acaba el año, y la visita de Xi Jinping a Arabia Saudita marca la diferencia entre la espléndida bienvenida ofrecida al presidente chino y la menos cálida recepción a Joe Biden. El petróleo es la principal base de sus relaciones, pero las bazas geopolíticas de Washington y Pekín parecen inclinarse a favor del gigante asiático.

Tras una tensión mantenida durante meses en las aguas del Mar del Sur de China en cuanto a la cuestión de Taiwán, el vórtice geopolítico pasaba después al Pacífico donde, tras el acuerdo de seguridad firmado entre China y las islas Salomón, Washington ponía de nuevo el foco en la región tras tres décadas de ausencia estadounidense, firmando un acuerdo de carácter económico con las islas del Pacífico que le permitía a Washington fortalecer su posicionamiento en la región. Tras Taiwán y el Pacífico, Oriente Medio está haciendo aflorar un nuevo entorno de rivalidad geopolítica entre Washington y Pekín que irá tomando un protagonismo aún mayor en los próximos años.

Tras conseguir Pekín mantener el equilibrio geopolítico entre países que son rivales en la región sin posicionarse sobre cuestiones que podrían hacer aflorar susceptibilidades varias, la visita de Xi Jinping a Oriente Medio ha mostrado un espacio de diálogo con China mucho más abierto y de cooperación que el que mantienen con Washington. De hecho, ninguno de los países de la región quiere ser parte de un juego de suma cero que les obligue a posicionarse entre las grandes potencias, pero los acuerdos de cooperación cerrados entre China y Arabia Saudita, la buena sintonía mantenida en la Cumbre China-Estados Árabes y en la conferencia con el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCG) acerca más el mundo árabe hacia Oriente que hacia Occidente.

Considerado por Xi Jinping como ”viaje pionero” para “abrir una nueva era en las relaciones de China con el mundo árabe, los países árabes del Golfo y Arabia Saudita”, la visita ha permitido a Pekín cerrar hasta 34 acuerdos de inversión. Aunque el petróleo es la base más importante de sus relaciones, Arabia Saudita es el principal proveedor de petróleo de China, la diversificación económica ha marcado el tono de la visita, ampliando la colaboración a un marco más variado de sectores que incluyen proyectos en energía verde, tecnología de la información, servicios de cloud, transporte y construcción, por un valor que asciende a unos 30.000 millones de dólares.

En el despliegue de la nueva Ruta de la Seda, Arabia Saudita ha sido la gran protagonista de las inversiones chinas durante el primer semestre del 2022, principalmente en proyectos de renovables. Una cooperación que ahora también se extenderá al entorno digital con el acuerdo firmado con Huawei para desarrollar la red 5G, los servicios cloud y la construcción de complejos de alta tecnología en las ciudades del país, expandiendo así la nueva Ruta de la Seda en su dimensión digital, incluyendo el impulso del yuan en las transacciones comerciales.

El fortalecimiento de las relaciones entre Pekín y Riad se produce ante una importante dinámica de cambio geopolítica, con los mercados energéticos bajo una continua incertidumbre ante el tope a la venta de petróleo ruso impuesto por la Unión Europea y un debilitamiento del posicionamiento de Washington en la región que deja espacio para una mayor expansión de influencia diplomática por parte de Pekín. Sin embargo, el espacio cedido por Washington como garante de seguridad en la región no parece figurar entre las prioridades de política exterior de China.

En definitiva, la preocupación de Washington por el pivot hacia China de los países árabes hace que parte del foco de interés del tablero geopolítico regrese de nuevo a Oriente Medio, distrayendo a Estados Unidos del Pacífico, su verdadero objetivo estratégico de la década. No obstante, el fortalecimiento de las relaciones entre China y los países árabes podría atravesar su punto de inflexión si las rivalidades regionales y el desarrollo del programa nuclear de Irán conllevara que Pekín tuviera que posicionarse como mediador en la región.

 

China: que la tensión no se relaje

China sigue aumentando a tensión en el Mar de la China Meridional dando cada día más pasos, se supone que controlados y muy medidos, para recordar sus ambiciones de control total de las rutas comerciales y de anulación del régimen democrático de Taiwán ocupando la isla. Ahora, Pekín desarrolla nuevas maniobras aeronavales con Rusia en aquellas aguas desplegando en las mismas lo mejor de su armada, aún muy lejos de las capacidades de EEUU y sus aliados en la región.

Según observadores de varios países  de la zona, al menos nueve buques se encuentran ya navegando en la zona, si bien no han trascendido detalles sobre la posibilidad de que todos ellos participen en los ejercicios, según informaciones del diario ‘South China Morning Post’. Las autoridades japonesas han confirmado, a su vez, que el portaaeronaves ‘Liaoning’ ha atravesado el estrecho de Miyako, que separa las islas de Okinawa de la de Miyako. La embarcación se ha visto escoltada por varios destructores de la Armada china.

China sigue exhibiendo músculo en un contexto en que EEUU está recomponiendo, no sin dificultades y desconfianzas de algunos de sus aliados, las alianzas en la región en la que el Aukus, el acuerdo político militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos, refuerza en sistema de seguridad regional con proyectos de desliegue de nuevas capacidades militares pensadas para hacer frente a las amenazas chinas.

Rusia, por su parte, está de visitante en el terreno militar. Aunque provee a China de recursos energéticos y tecnología, la flota rusa del Pacífico esta en un grado bajo de operatividad y mantenimiento y los planes de Putin de comenzar a actualizarla se han visto truncados por la invasión y los fracasos en Ucrania y la incapacidad actual de contar con presupuesto suficiente.

INTERREGNUM: China y el mundo árabe. Fernando Delage

La rivalidad entre China y Estados Unidos no se limita a la región del Indo-Pacífico. La proyección de la República Popular se extiende hoy por todas las regiones del planeta, y es en particular en el mundo emergente donde intenta liderar un bloque alternativo a las democracias occidentales. El mundo árabe es uno de esos espacios donde ve una oportunidad para incrementar su influencia, como ha puesto de relieve el viaje realizado por el presidente Xi Jinping a Arabia Saudí la semana pasada.

La visita de Xi, la segunda en seis años (y la quinta de un presidente chino desde 1999), es un reflejo de la evolución natural de las relaciones bilaterales, pero adquiere un especial significado en el actual contexto geopolítico global. Por una parte, en efecto, una relación limitada durante años a los recursos energéticos se ha ampliado a otros terrenos. Por otro lado, Xi busca impulsar la vinculación con los países del Golfo (además de sus encuentros bilaterales en Riad, también asistió en la capital saudí a una cumbre del Foro de Cooperación China-Estados Árabes, y a una reunión con los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico), apenas unos meses después de que Estados Unidos advirtiera que no está dispuesto a ceder su papel en la región a ninguna otra potencia. El problema es que las monarquías del Golfo observan un creciente distanciamiento norteamericano, mientras que China les demuestra un claro interés por estrechar relaciones.

Pekín describió la visita de su presidente como “el más relevante acontecimiento diplomático en la historia de las relaciones entre China y el mundo árabe”. Excesos retóricos aparte, lo que resulta innegable es la relevancia de la relación entre el mayor exportador mundial de petróleo (Arabia Saudí) y el mayor importador (China).  Riad es el primer suministrador de la República Popular, a la que dirigió el 18 por cien de sus ventas de petróleo en 2021 (por valor de 43.900 millones de dólares). Pese a las disrupciones provocadas por la pandemia, los intercambios comerciales bilaterales superaron el pasado año los 87.300 millones de dólares, un incremento del 30 por cien con respecto a 2020. Arabia Saudí representa por otra parte más del 20 por cien de las inversiones chinas en el mundo árabe entre 2005 y 2020, y debe recordarse que—además de la mayor economía de la región (supone el 27 por cien del PIB de todos los Estados miembros de la Liga Árabe)—es el único país de la zona perteneciente al G20.

Hasta el 51 por cien de las importaciones chinas de petróleo procede de los países árabes—las cuatro quintas partes de las seis monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo—, por lo que la primera prioridad de Pekín consiste en asegurarse un acceso estable y sin alteraciones en los precios a dichos recursos. Su intención de aumentar su consumo de gas también se vio reflejado en el acuerdo firmado en noviembre por Sinopec con Qatar para el suministro de gas licuado durante 27 años, un pacto sin precedente.

China quiere con todo diversificar sus inversiones y, durante su visita, Xi y el gobierno saudí firmaron más de 30 contratos (por un valor cercano a los 30.000 millones de dólares), entre los que se incluirán la construcción de una fábrica de vehículos eléctricos y el suministro de baterías de hidrógeno. Las inversiones y tecnologías chinas resultan indispensables para avanzar en el proyecto Vision 2030 del príncipe heredero, Mohamed bin Salman.

El contraste no puede ser mayor con la visita realizada a Riad por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en julio. Las relaciones entre las dos naciones no pasan por su mejor momento. Poco ayudó a la recuperación de la confianza que Arabia Saudí liderara la decisión de la OPEC de no aumentar la producción de petróleo mientras Occidente sancionaba a Rusia. Tampoco que, frente a la campaña norteamericana contra Huawei, Arabia Saudí—como la mayoría de los países del Golfo—se hayan puesto en manos de la empresa china para la construcción de sus redes de telecomunicaciones de quinta generación y otros proyectos digitales. La preocupación de Washington se agrava, por último, ante el hecho de que China se haya convertido asimismo en un suministrador de armamento: en marzo, una compañía saudí firmó un contrato con una empresa estatal china para la fabricación de drones, y se especula sobre la participación china en la fabricación de misiles balísticos en el reino.

La consolidación de China como socio de la región en tantos frentes es, por resumir, una nueva indicación de los cambios en los equilibrios globales de poder. Aun siendo prematura la conclusión de una pérdida de influencia norteamericana, la República Popular es una variable que obligará a Occidente a recalibrar su estrategia hacia esta parte del mundo.

¿Cuánto ha afectado la pandemia el comercio global y las exportaciones chinas? Nieves C. Pérez Rodríguez

Nos encontramos en el tercer año de una pandemia en la que la vida prácticamente se ha normalizado en casi todos los países, excepto en China. La política “Cero-Covid” impuesta por el Partido Comunista ha tenido un gran impacto en la economía china, pero ¿cómo ha afectado o afectará ese impacto al resto del mundo? Para profundizar en este asunto 4Asia conversó con Eric Johnson especialista en comercio global y logística, periodista y editor del Journal of Commerce.

Jonhson explica que todavía no hemos visto el impacto final de los efectos a largo plazo de la pandemia, especialmente de las fuertes restricciones de China por el COVID, porque aún no está claro qué tan dispuestas están las empresas a trasladar la producción fuera de China. Una cosa que muchos de los que hablan de “reshoring o nearshoring”, es decir de traslado a otro destino o acercamiento al país de origen de la empresa, no entienden es que las bases de proveedores y las redes logísticas en China son muy sofisticadas.

No es solo una cuestión de costes, sino de conveniencia y consistencia, afirma el experto. Diversificarse hacia otros países o llevar la producción de vuelta a casa es un proceso complejo y, a veces, costoso. Las empresas están esperando para ver si las interrupciones de Zero COVID persistirán en 2023, pero la relajación de las restricciones por parte del gobierno chino la semana pasada parece sugerir que se han dado cuenta de que los importadores en América del Norte y Europa no pueden soportar tanta incertidumbre, por lo que han actuado, sostiene Johnson.

El gobierno chino en los últimos días ha relajado las duras medidas de prevención de contagio, pero el daño a su economía ya está hecho. Hemos visto cómo algunas de las grandes empresas están considerando mudarse de China o abrir otros fàbricas, ya sea en casa o en países que ofrezcan mayor seguridad y menos restricciones. Si eso sucede a gran escala…

 ¿Cree usted que podríamos ver un cambio completo o la dinámica comercial?

 

R: Comencemos por hacer una revisión histórica de como los importadores ven el abastecimiento. Para ello tomemos datos de una década atrás. Ha habido una discusión sobre una estrategia de abastecimiento de china +1 o China +2 durante 15 años. A medida que China se volvió tan dominante en las exportaciones, los grandes importadores se dieron cuenta claramente de que dependían mucho de otro país y exploraron oportunidades para diversificarse. Se alcanzó un pico justo en el momento de la pandemia en el que China ya no pudo aumentar su participación en el mercado de exportaciones. Los costos crecientes de mano de obra y energía ya estaban obligando a los importadores a mudarse a lugares como Vietnam, Indonesia e India. Por lo tanto, lo que ha sucedido en el 2022 solo ha servido para acelerar este proceso. Ahora bien, gran parte del debate sobre la reubicación es solo una discusión, al menos en este momento. No todo lo que empresas dicen en las llamadas trimestrales realmente sucede. Especialmente porque los problemas de la cadena de suministro se han aliviado y el precio de enviar mercancías por mar se ha reducido drásticamente en los últimos seis meses.

¿Prevé algún cambio en el futuro del comercio? ¿Cambios de patrones o reducción de bienes que exportan Estados Unidos de China?

R: Los patrones de comercio siempre cambian, así que definitivamente sí. Antes de la adhesión de China a la OMC en 2001, los importadores se abastecían en otras naciones de Asia, e incluso esas fuentes cambiaban con frecuencia. Definitivamente veremos una mayor diversificación, pero China no pasará de proporcionar del 50 al 60 por ciento de todos los bienes a Europa y América del Norte al cero por ciento en dos años.

 

La política “Cero-Covid” en Shanghai fue un ejemplo extraordinario de interrupción del sistema comercial. ¿Cuánto diría usted que afectó al comercio internacional? ¿Tomaron las empresas estadounidenses alguna decisión drástica para evadir esa situación?

R: Definitivamente ha tenido un efecto, pero tal vez no tan grande como parece. En general, los puertos permanecieron abiertos en gran medida. Incluso las fábricas a menudo se mantenían en funcionamiento mientras se aplicaban fuertes restricciones a la población de China. Aunque si es cierto que las empresas tuvieron que buscar otras opciones, provienen de otras regiones, principalmente en otras partes de Asia. Un punto curioso e interesante es el desarrollo que el comercio entre América del Norte y Europa ha experimentado a lo largo de 2022, incluso cuando la demanda de bienes de Asia comenzó a disminuir alrededor de septiembre.

¿Cuánto tiempo le tomará a China en retomar la normalidad previa a la pandemia y cuando sus puertos operarán sin demoras?

R: Los puertos en este momento están operando con normalidad, excepto en situaciones en las que han surgido infecciones de Covid y han sido cerrados por unos días. La relación de las políticas de “Cero-Covid” probablemente significará que las fábricas pueden operar con normalidad, pero la incertidumbre es si las infecciones de Covid comienza a afectar a la población como lo ha hecho en otros países una vez que se levantaron las restricciones. Si fuera así, entonces las restricciones serán de nueva el único mecanismo para operar puertos, camiones y fábricas.

 

¿Cuál es el coste de un contenedor de China a los EE. UU. hoy, en comparación con años anteriores? ¿Cuál sería la proyección de esos costos el próximo año? ¿Y cómo esos costos afectarán los precios de los EE.UU.?

R: El costo de enviar un contenedor de China a los EE. UU. se redujo significativamente en la segunda mitad de 2022. Para envíos individuales que se mueven en lo que se llama el mercado al contado, esa caída es de alrededor del 90 por ciento (aunque el precio actual está bastante en línea con 2019 antes de la pandemia). Para los grandes importadores que mueven contenedores llenos de mercancías con contratos a largo plazo, las tarifas han bajado entre un 50 y un 75 por ciento. Y eso significa que cuando negocien su próxima ronda de contratos en la primavera de 2023, las tarifas serán mucho más favorables (y también en línea con lo que pagaban antes de la pandemia). Es difícil decir si las tarifas más bajas afectarán el precio de los bienes, porque históricamente los precios de los bienes tienden a subir con el tiempo, independientemente de los costos de logística. Las tarifas de envío desde la década de 1970 hasta 2019 apenas cambiaron en términos de dólares reales, incluso cuando el precio de los bienes aumentó significativamente.

 

China visita Oriente Próximo

La visita del presidente chino a Arabia Saudí y sus conversaciones con dirigentes de los Emiratos Árabes Unidos señalan bien a las claras la  estrategia china (como detalla el profesor Fernando Delage en esta edición) de ir tejiendo nuevas alianzas en otras áreas geográficas, asegurarse el suministro energético diversificado y ganar espacio en áreas donde Estados Unidos está pero no avanza y Rusia no puede aumentar su presencia.

Tras el desencuentro entre los saudíes y EEUU por negarse aquellos a aumentar la colocación de petróleo en los mercados y contribuir a una bajada de precios, Ryad y Pekín han precisado en un comunicado conjunto que ““La República Popular China acogió con satisfacción el papel del reino como promotor del equilibrio y la estabilidad en los mercados mundiales del petróleo y como uno de los principales exportadores de crudo a China”.

Arabia Saudí lleva años en un programa de diversificación económica que le permita reducir su dependencia del petróleo y en ese plan es vital el capital chino que a su vez obtendría más crudo y más barato para las necesidades chinas. Hay que recodar que China ya tiene un sustancioso acuerdo con Irán y otro con Qatar para la obtención de gas natural. Y eso, sin descuidar las relaciones chinas con Israel donde ya gestiona parte de la gestión del puerto de Haifa y pugna por contratos de desarrollo industrial en áreas del transporte y en programas de investigación en tecnología de energías renovables.

En esta reconfiguración del mundo y de reformulación de los equilibrios de poder que la agresión rusa a Ucrania está acelerando, China, a pesar de sus errores con el Covid y su ralentización económica, está demostrando más audacia y mas iniciativa que nadie y eso, a veces, no parece ser entendido del todo por occidente y EEUU, más allá de sus ácidas críticas a China, no parece estar dispuesto a disputar influencias sobre el terreno al margen de demostrar su disposición a implicarse militarmente en la defensa de Taiwán si fuera necesario. ¿Y Europa? Ni está ni se le espera por el momento.

INTERREGNUM: Problemas para Xi. Fernando Delage

El comportamiento internacional de China durante los últimos años se ha traducido en una notable desconfianza exterior hacia el país y, en particular, hacia su presidente, Xi Jinping. Lo que nadie esperaba era que, apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista renovara su mandato, fuera también la propia sociedad china la que manifestara esa desconfianza hacia su líder máximo. Aunque la movilización popular de finales de noviembre fue una respuesta al descontento con la política de covid cero, es innegable que ha ido más allá en sus reclamaciones, alterando los planes de Xi cuando comienza su segunda década en el poder.

Las protestas que se han producido en más de una docena de ciudades chinas han supuesto el mayor desafío al gobierno chino desde los sucesos de Tiananmen en 1989. Como entonces, los jóvenes han tenido un papel protagonista. Como entonces también, las quejas por una cuestión concreta han conducido a una crisis política que ha puesto de relieve las debilidades estructurales del sistema. La China de hoy no es la de 1989, ni Xi tiene parecido alguno con Deng Xiaoping. Pero los dilemas de fondo no son muy diferentes. No deja de ser además un irónico guiño de la historia que la muerte del expresidente Jiang Zemin—quien llegó al poder de manera imprevista por los hechos de Tiananmen—haya coincidido con la movilización de una nueva generación, nacida con posterioridad y a la que se le ha ocultado lo que ocurrió hace 33 años.

Aun teniendo todo el poder, hay dinámicas que Xi no puede sujetar a su control. Y de poco le servirá acusar a “fuerzas externas hostiles” de haber organizado las protestas como una nueva “revolución de los colores”. La frustración popular con tres años de confinamiento se ha desatado de golpe, si bien—podría decirse—con “características chinas”. El omnipresente aparato de seguridad chino, reforzado con la constante vigilancia digital de sus ciudadanos, impone unos límites que los manifestantes han respetado con su precaución y esa simbólica hoja en blanco. ¿Se puede detener a quien no denuncia nada ni a nadie en concreto? Tampoco hace falta expresar lo que toda la sociedad conoce.

Xi quizá pensó que su decidida campaña contra la corrupción, una política exterior que ha situado a China en el centro del sistema internacional, y sus esfuerzos contra la pandemia—que en una primera etapa parecieron más eficaces que los de las democracias occidentales—, habían reforzado su legitimidad entre sus ciudadanos. Pero es China quien no ha terminado de salir de la pandemia, y sus efectos se han extendido de manera preocupante a la economía. El PIB apenas creció un 3,9 por cien en el tercer trimestre del año según cifras oficiales, aunque otras fuentes creen que el incremento osciló entre el dos por cien y el tres por cien. Más relevador resulta el aumento del desempleo juvenil, en la actualidad en cifras cercanas al 20 por cien (el doble que en 2018).

Aunque las protestas no pongan el régimen en riesgo, abren un panorama incierto para Xi y sus aliados. La sociedad china (parte de ella al menos, pues resulta imposible saber la extensión del fenómeno) ha puesto en duda la premisa básica de que sólo el Partido Comunista puede garantizar la estabilidad y la prosperidad nacional. Si se alivian las restricciones, el descontento puede también mitigarse. Pero la propaganda oficial difícilmente podrá eliminar el escepticismo de la población sobre la competencia de sus autoridades. De forma inesperada se ha producido un cambio significativo, cuya gestión requiere el tipo de reformas emprendidas por Jiang a principios de los años noventa, no el intervencionismo al que Xi es tan aficionado. El precio de su resistencia podrá encontrarlo el presidente chino a no tardar mucho.

THE ASIAN DOOR: El Sudeste Asiático abandera el nearshoring. Águeda Parra

Los conflictos geopolíticos, la coyuntura internacional y el entorno de mayor rivalidad tecnológica global están propiciando la redefinición del modelo de globalización que ha estado vigente las últimas tres décadas, con impacto directo tanto en la las cadenas de suministro como en las cadenas de valor tecnológico.

A todas estas dinámicas de cambio se suma el fenómeno del ritmo desigual de recuperación de la pandemia de China, que está motivando un elevado grado de incertidumbre entre los inversores internacionales. A diferencia del rol que China ha venido ejerciendo como el principal motor económico para Asia en las últimas décadas, el gigante asiático va a ser el país de la región que va a registrar su menor crecimiento económico en 2022. Una circunstancia que no ha sucedido en los últimos 30 años, pasando Vietnam a ocupar este papel de liderazgo con un crecimiento que se estima alcance el 7%, según los organismos internacionales.

De no modificarse las presiones, China reducirá su crecimiento económico hasta el 3,2% en 2022, muy lejos del 5,5% que algunos organismos internacionales estimaban a principios de año. Unos vaivenes económicos que los países del Sudeste Asiático van a aprovechar, comenzando a liderar una tendencia que ya venía materializándose tiempo atrás, y que la coyuntura internacional y las tensiones geopolíticas de rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China no han hecho más que acelerar, como es el nearshoring.

En esta nueva dinámica de cambio, el impacto de la geopolítica de la tecnología se va a intensificar sobre todo en el eje del Indo-Pacífico, marcando nuevas tendencias a nivel global en las próximas décadas. Las implicaciones tanto para las cadenas de suministro como para las cadenas de valor tecnológico van a ser globales, al estar redefiniéndose el modelo, pero a su vez van a generar otras más específicas en los principales polos de producción y de innovación mundiales.

Como parte de esta redefinición con implicación global, la redistribución de las cadenas de suministro se va a centrar en los países ASEAN, posicionándose como destino prioritario de la inversión en la región asiática. El atractivo de Vietnam, pero también de Indonesia, Singapur, Filipinas y Malasia están impulsando la acelerada diversificación de la inversión en la región, mejorando así todos estos países su posicionamiento en las cadenas de suministro globales, además de escalar posiciones en las cadenas de valor.

La región ASEAN se configura así como una zona a tener muy en cuenta en el radar de la expansión internacional, así como en la redistribución de las operaciones de negocio en la región, principalmente porque son países que han desarrollado óptimas condiciones de negocio en esta última década, acelerando el proceso de nearshoring. Asimismo, los países de la región están generando una floreciente economía digital que va a tener un impacto específico a nivel local, desarrollando aún más las economías. Países como Filipinas van a multiplicar su economía digital hasta en 3,5 veces, pasando de los 8.000 millones de dólares en 2020 a los 28.000 millones de dólares en 2025, siendo superado por Vietnam, que podría alcanzar un factor multiplicador de hasta 3,7 veces en el crecimiento de su economía digital, pasando de 14.000 millones de dólares en 2020 a 52.000 millones de dólares en 2025, según Temasek y Bain & Company. El resto de países de la región como Filipinas, Singapur, Indonesia y Malasia van a generar igualmente un comportamiento muy similar, multiplicando de media por tres sus economías digitales.

No obstante, la nueva tendencia de nearshoring hacia los países ASEAN no tiene su origen únicamente en la creciente tensión geopolítica global, sino que está asociada también al proceso natural que supone que China haya ascendido en estas últimas décadas en la cadena de valor hacia posiciones más altas en su objetivo de convertirse en potencia innovadora en 2030, lo que va a seguir generando un importante atractivo inversor.

El discurso de decoupling de China, que ha crecido en intensidad en los últimos años, tendrá una mayor aplicación en la adaptación al nearshoring en la industria de manufactura. Sin embargo, la inversión más ligada al desarrollo tecnológico, tanto en manufactura tecnológica como innovación digital seguirá teniendo la vista puesta en el atractivo que va a seguir generando China en los próximos años, principalmente por el aliciente que supone producir y generar innovación energética y digital en China para China.

 

China e Irán, factores nuevos

Las respectivas movilizaciones populares en Irán y China están suponiendo nuevos focos de inestabilidad y de preocupación en Occidente que cada vez tiene que encajar piezas nuevas junto cn sus intereses nacionales para enfrentar el nuevo orden que puede surgir de la invasión rusa de Ucrania y sus efectos secundarios.

En Irán, la sostenida movilización popular contra el gobierno del extremista Ebrahim Raisi no sólo está removiendo los cimientes del régimen teocrático sino que ha frenado en seco y ahora hace imposible el reacercamiento de Teherán a Estados Unidos y Europa para recuperar el acuerdo de desarrollo nuclear (supuestamente civil) de Irán. Aquel acuerdo, que abría de nuevo los mercados al petróleo iraní y que permitía el desarrollo de tecnología nuclear bajo vigilancia para impedir la fabricación de bombas y tecnología militar, fue cuestionado por Israel primero y Estados Unidos después (que lo acabó rompiendo) por entender que dilataba pero no impedía el proceso de fabricación de bombas atómicas para la dictadura iraní. La imposibilidad de atenuar la tensión regional, la tensión entre Turquía y Siria con los kurdos (algunas de cuyas milicias están sostenidas por EEUU) en medio, y los continuos ataques de Israel para impedir que Irán y Hizbullah s consoliden en las fronteras de Siria con Israel, no son exactamente elementos nuevos pero van aumentando la temperatura.

Y las movilizaciones en China, que han sorprendido a los expertos occidentales por su extensión, aunque no vayan a cambiar nada a corto plazo en el país, sí que pueden interferir en los planes exteriores chinos y llevar a Pekín a tomar decisiones precipitadas para calmar a su población y, a la vez, reprimir las protestas. Este es un aspecto que está siendo observado con atención y no solo, obviamente, por occidente sino también por los aliados occidentales en la región y especialmente por Australia, Japón y Corea del Sur además de Taiwán que vive en situación de alerta permanente frente a las amenazas constantes de la China continental.

Las movilizaciones sostenidas frente a regímenes dictatoriales no son frecuentes ni suelen tener resultados a corto plazo, aunque hay excepciones. No parece que vayan a caer las autoridades de Teherán y mucho menos las de Pekín pero son elementos que las redes sociales y la imposibilidad de cerrar a cal y canto las sociedades están potenciando su crecimiento y constituyen elementos que deben ser tenidos en cuenta y no solo para las dictaduras ya que al ser impulsadas en gran parte por las emociones pueden convertirse en sociedades democráticas en palancas del populismo radical y anipulador para atacar los fundamentos del sistema.