China y Filipinas enfrentadas. Nieves C. Pérez

La periodista Camille Elemia publicó un artículo en el New York Times el pasado 11 de noviembre en el que explica cómo la disputa territorial entre China y Filipinas se ha agravado en las dos últimas décadas lo que se expresa en una especie de persistente ofensiva naval en el mar del sur de China.

La tensión gira en torno a un viejo y oxidado barco de la época de la Segunda Guerra Mundial, el Sierra Madre, que Elemia describe como el símbolo de resistencia que ha evitado que China se haga con las aguas en disputa en mar del sur de China debido a su ubicación estratégica.

En 1999 el gobierno filipino encalló la embarcación en el arrecife en disputa a 120 millas de la costa de la provincia occidental de Palawan, en el Second Thomas Shoal. El barco en cuestión es ahora una especie de base militar y por tanto de vigilancia, a pesar de lo complejo que es surtirlo de suministros debido al constante patrullaje naval chino en esas aguas y sus alrededores.

Hace pocos días el gobierno filipino dio acceso a un grupo de periodistas a una curiosa misión de reabastecimiento que consistió en abordar un barco de la Guardia Costera y luego un bote inflable para poder acercarse a 1000 yardas del Sierra Madre. A bordo, los reporteros fueron testigos de lo caldeada que puede tornarse la situación.

Cerca de la media noche se encontraban a  pocas millas del Sierra Madre cuando cuatro embarcaciones chinas se dispusieron a perseguir al barco de la Guardia Costera filipina.  A eso de las seis de la mañana los barcos chinos bloquearon al filipino, lo que les obligó a hacer una maniobra para poder escabullirse, riesgosa situación que se produjo varias veces.

En el  transcurso de las horas, China envió más patrullaje, al igual que hizo Filipinas, pero, claro, cada uno en su medida y tamaño, seguido por alertas de radio donde los filipinos recordaban que de acuerdo con la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar esas acciones son ilegales. Los oficiales chinos por su parte respondían con “salgan del área inmediatamente”.

El mismo día, el gobierno filipino presentó una protesta ante China que fue respondida por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino bajo la afirmación que había sido violada de la soberanía china.

Filipinas está actuando en consecuencia con un dictamen de un tribunal internacional del año 2016 que declaró que el Second Thomas Shoal está a menos de 200 millas náuticas de Palawan y por tanto es zona económica exclusiva filipina. China, por su parte, reclama el noventa por cierto del Mar de China meridional y ha rechazado el fallo.

Este tipo de confrontaciones son cada día más frecuentes en este mar y preocupan muchísimo porque China se muestra más agresiva y decidida a continuar ese patrón.

El podcast  “One decision”, en su episodio pasado, abordó este mismo tema la semana pasada y entrevistaron al   contraalmirante filipino Romel Jude, quien explicó que el punto de escala de la disputa. en su opinión. coincide con el ascenso de Xi Jinping al poder en el Partido Comunista chino. “A lo largo de los años lo hemos visto eliminar a sus rivales dentro del partido y acumular poder”.

En cuanto al Sierra Madre, Jude sostiene que es un barco decrépito, pero técnicamente sigue siendo un barco operativo. Está en la lista de buques activos, precisamente para preservar su estatus jurídico en servicio con todos los derechos, y, en efecto, hoy es un buque de guerra en pleno funcionamiento.

Ahora bien, se necesita reparar al Sierra Madre para poder detener su deterioro. Esto es una medida a corto plazo aunque necesaria. Lo que realmente se necesita es construir unas nuevas instalaciones permanentes dentro del Second Thomas, afirma Jude. De lo contrario, estaríamos perdiendo la estructura para nuestras tropas y lo que acabaría pasando es que perderíamos el Second Thomas Shoal de manos de Beijing, sostiene.

China tiene su Armada, su Guardia costera y su Milicia Pesquera operando en conjunto para crear una especie de muro de contención alrededor de este archipiélago para precisamente dificultar las operaciones de abastecimiento filipino, por lo que es clave que Filipinas, junto con otras naciones, no se relajen ante las pretensiones y abusos chinos en la región.

En el Mar del Sur de China hay muchas disputas abiertas: China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi en diferentes medidas tienen reclamaciones, pero China reclama y explota casi todo el territorio incluso el que es plataforma económica exclusiva de otros países.

Manila está buscando poner distancia con Beijing. En efecto, a principio de noviembre anunció que no formarán parte de los proyectos de infraestructura de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés) lanzadas por Xi en 2013. China tenía previsto el desarrollo de proyectos en Filipinas por un valor cercano a los 5000 millones de dólares. El 7 de noviembre esta columna escribió sobre ese tema para más información https://4asia.es/2023/11/07/filipinas-dice-no-a-la-ruta-de-la-seda-nieves-c-perez-r/

El nuevo gobierno filipino entiende que, por su condición de archipiélago con más de siete mil islas, es fundamental conservar la libertad de los mares y su salida libre al océano. Su supervivencia y la de muchos otros países en el Mar del Sur de China depende de esta condición y Manila parece estar apostando todos sus recursos incluso acercándose a Washington y sus aliados para conseguirlo.

INTERREGNUM: Distensión en California. Fernando Delage

El pasado miércoles, los presidentes de Estados Unidos y de China se reunieron por segunda vez desde la llegada de Biden a la Casa Blanca. La primera ocasión en la que se vieron como líderes de sus respectivos países (aunque se han conocido desde hace más de  una década) fue hace un año en Bali, como participantes en la cumbre del G20. Sus intentos de normalización pronto se vieron interrumpidos, sin embargo, por una sucesión de hechos diversos, entre los que cabe destacar la crisis del globo espía chino, la visita a Taiwán de la presidenta del Congreso de Estados Unidos, Nancy Pelosi, o los controles a la exportación de semiconductores avanzados a la República Popular. Una nueva convocatoria multilateral, la cumbre del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC) en San Francisco, hizo posible la reanudación del contacto directo buscado por ambas partes.

Desde junio, en efecto, hasta tres miembros del gabinete norteamericano han viajado a China en ese esfuerzo de acercamiento, y también el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, visitó Washington, además de reunirse en Viena con el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan. Especialmente llamativo ha sido el giro de los medios oficiales chinos: de la habitual descripción de Estados Unidos como potencia hegemónica que trata de contener a la República Popular, se ha pasado en las últimas semanas a subrayar los ejemplos de cooperación entre los dos países.

Por distintas razones, ambos gobiernos necesitaban corregir la dinámica de confrontación. En el terreno económico, la administración Biden ha llegado a la conclusión de que una ruptura de la interdependencia económica con China (el famoso “decoupling”) no es posible ni deseable. Las medidas que pueden acordarse con esa finalidad deben limitarse a las exigencias de la seguridad nacional. Ese mensaje, expuesto en un discurso pronunciado en abril por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, parece haberse convertido en doctrina oficial. Por su parte, para una China que se encuentra frente a un escenario de desaceleración económica, la mejora de las relaciones con Washington puede contribuir a mejorar su recuperación y, en particular, a recuperar la inversión extranjera (que ha caído por primera vez en 25 años). Que Xi viajara a San Francisco aun manteniendo la Casa Blanca su dura política de sanciones tecnológicas, da idea del interés chino por estabilizar la relación.

China sabe bien, por otro lado, que la política exterior de Biden se basa en premisas muy diferentes de las de Trump. Lejos del unilateralismo de este último, para afrontar buena parte de los problemas de la agenda global la actual Casa Blanca considera imprescindible la cooperación con Pekín. El conflicto en Oriente Próximo en un claro ejemplo, y el presidente norteamericano pidió a Xi su intervención para presionar a Irán con el fin de evitar la expansión de la guerra. Mitigar la confrontación con Washington, servirá igualmente a China para reducir la presión que supone la creciente hostilidad hacia ella de numerosos países.

Por supuesto, nada de ello altera la naturaleza estructural de la rivalidad entre ambos gigantes. Los acuerdos anunciados—como la reanudación de contactos entre las fuerzas armadas (interrumpidos tras la visita de Pelosi a Taipei)—son de orden secundario, sin lograrse avances con respecto a Taiwán, Xinjiang o las disputas en el mar de China Meridional. El objetivo fundamental consistía en abrir un espacio de distensión, mantener abiertos los canales de comunicación y prevenir un conflicto. Nada muy diferente en realidad de lo discutido en Bali en 2022, aunque desde entonces la tensión se elevó en una peligrosa espiral. El mantenimiento de este nuevo ciclo de distensión también dependerá de la evolución de los acontecimientos. Dos de ellos pueden complicar especialmente la voluntad de estabilidad: las elecciones de enero en Taiwán (si el gobierno continúa en manos del Partido Democrático Progresista, la presión de Pekín no cederá); y las presidenciales de otoño en Estados Unidos, que propiciará entre los candidatos una posición más radical que moderada con respecto a China.

THE ASIAN DOOR: Biden y Xi, un alto en el camino. Águeda Parra

El encuentro entre Biden y Xi en una reunión paralela a la Cumbre de la APEC pone fin a la falta de comunicación a alto nivel que ha existido entre las dos grandes potencias mundiales desde hace justamente un año cuando coincidieron en la Cumbre del G20 en Bali. Las tensas relaciones que han protagonizado este tiempo se dan una oportunidad para recuperar la confianza en un encuentro en el que ambas partes han buscado conseguir réditos que puedan vender a su audiencia nacional. Es decir, se trata más de un alto en el camino en las relaciones bilaterales que de un encuentro decisivo.

El escenario de gestión de la tensión sigue siendo el esquema base sobre el que se están construyendo las relaciones bilaterales para la próxima década ya que existen cuestiones estratégicas sobre las que no se ha avanzado durante la reunión, como es el caso de Taiwán, el Mar del Sur de China y la política de semiconductores impulsada por Estados Unidos. Por tanto, otras cuestiones, quizás menos geopolíticas y más de promoción política, son las que han protagonizado un encuentro que finalmente se ha producido en el momento justo en el que ambas partes han considerado que les podría resultar beneficioso.

Ser “duro con China” se ha convertido en requisito presidencial para los candidatos a la Casa Blanca, en línea con el tono reflejado en una encuesta en la que el 50% de los estadounidenses considera a China como la mayor amenaza para los intereses vitales de su país, creciendo esta proporción hasta el 63% en el caso de los republicanos, mientras alcanza el 40% en el caso de los demócratas, según Pew Research Center.

A pesar de no tratarse de una cumbre bilateral, el encuentro ha reportado algunos réditos importantes para cada parte. La lucha contra el fentanilo, del que China es exportador de productos relacionados para la producción que realizan los cárteles mexicanos, es, sin duda, el gran logro para una administración necesitada de medidas que pongan freno al mayor desafío sanitario que está afrontando Estados Unidos, causante de un tercio de las muertes de los jóvenes entre 25 y 34 años.

La recuperación de la “comunicación directa, abierta y clara” con China es otro de los puntos en la agenda estadounidense sobre la que Biden ha conseguido avanzar. Como parte de este restablecimiento, la comunicación a nivel militar era una de las grandes prioridades, interrumpida desde que la presidenta del Congreso de los Estados Unidos Nancy Pelosi visitara Taiwán en agosto de 2022.

El presidente Xi Jinping, por su parte, lograba retirar de la lista negra del Departamento de Comercio a un organismo gubernamental, mientras la reunión con Biden pretendía además recuperar la confianza sobre la economía china entre los empresarios asistentes a la cena, a la vez que buscaba retrasar la imposición de nuevos controles a la exportación que dificulten la recuperación económica de China. Los acuerdos climáticos entre las dos potencias más contaminantes del mundo, y el interés compartido de abordar los riesgos que supone la utilización de la inteligencia artificial en las armas nucleares han sido, asimismo, parte de un encuentro carente de grandes acuerdos.

El intenso calendario electoral de 2024 comenzará con elecciones en Taiwán, a la vez que se inicia la carrera por la presidencia a la Casa Blanca. De ahí, que este alto en el camino en las relaciones entre Estados Unidos y China podría favorecer que se abriera una ventana de oportunidad para evitar un deterioro en las relaciones bilaterales que pudiera conducir a una crisis o conflicto por falta de comunicación.

No obstante, mientras ambas potencias mantienen su particular carrera por el tiempo en la búsqueda de una mayor autonomía estratégica, la referencia de Biden a Xi como “dictador” tras el encuentro podría reducir esa ventana de oportunidad que ha propiciado este alto en el camino. Una situación que la diplomacia del panda podría terminar por confirmar a pesar del anuncio del presidente Xi de que los pandas, el símbolo de amistad entre China con otros países, alargarían su estancia en California tras la finalización del período de préstamo que expira el próximo año.

China mira a Argentina con incertidumbre

La victoria de Javier Milei y sus promesas de amplias reformas liberales, apertura de los mercados y reducción de gastos públicos en las elecciones a la presidencia de Argentina han puesto en alerta a China que ahora mismo es uno de los principales inversores en el país latinoamericano y ha avalado su enorme deuda pública.

Pekín ha felicitado al nuevo presidente y ha declarado que quiere “trabajar con Argentina para proseguir la amistad” entre los dos países y para una “cooperación donde todos ganan”, aunque Milei ha sido crítico con el país asiático al afirmar que “no haremos pactos con  los comunistas”. Pekín ha subrayado que “el desarrollo de las relaciones entre China y Argentina se ha convertido en objeto de consenso general en el conjunto de la sociedad en los dos países y aporta beneficios tangibles para los dos pueblos”.

De momento, Milei, que hereda una situación con una inflación superior al 140 por ciento y encuentra dificultades para financiarse (por esa brecha ha entrado el capital chino), no tiene margen para reconvertir su relación con China y Pekín espera que esa realidad se imponga ya que considera estratégica su presencia económica y política en el continente americano. Pero si avanzan las promesas de liberalización y libre competencia, las empresas chinas van a tener dificultades y eso preocupa a los estrategas de China donde la economía nacional pasa por dificultades.

No obstante, a nivel regional no corre un aire precisamente liberalizador sino todo lo contrario y ese será uno de los principales obstáculos a los planes de Milei. Las grandes economías, Brasil, México y Chile tienen gobiernos antiliberales y está creciendo el intervencionismo estatal. Esa es una baza a jugar por China que está aumentando inversiones e influencia en estos países. Y en este escenario van a ser muy importantes las decisiones que tome la Unión Europea (y aquí España tiene un papel a jugar) y Estados Unidos respecto a la nuena realidad  de Argentina.

Xi Jinping en la APEC, en San Francisco. Nieves C. Pérez R.

El foro de Cooperación Económica Asia-Pacifico (APEC por sus siglas en inglés) que se lleva a cabo esta semana en San Francisco ha traído de regreso a Xi por está parte del mundo. El líder chino decidió finalmente participar en la cumbre y reunirse con destacadas personalidades y lideres internacionales entre los que figura el presidente Biden, después de tantas tensiones y tantos encuentros pospuestos.

Las relaciones entre Washington y Beijing llegaron a su punto más bajo a principios de este año con la aparición del globo espía en Montana que sobrevoló el país. después de años de fricciones y desencuentros. La Administración Biden, a pesar del globo y la larga lista de confrontaciones diplomáticas, ha venido haciendo esfuerzos a través de diálogos y reuniones, y enviando a China altos funcionarios pasando por los secretarios de Estado, Tesoro y Clima, entre otros.

Beijing, en un intento por abrir canales, envió a Washington unas semanas atrás a Wang Yi, el excanciller de relaciones exteriores de China y alto rango en las filas del Partido Comunista chino y quien ahora es director de la Oficina de Relaciones Exteriores del partido quien se reunió con el secretario de Estado, Antony Blinken, y el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, e incluso con el mismo Biden.

Fue precisamente la reunión entre Wang y Biden lo que pavimentó el camino a que se acordara el encuentro entre los dos líderes de las económicas más poderosa a mediados de esta semana en las adyacencias del foro del APEC.

El APEC es un foro al que pertenecen veintiún países, constituido en 1989, y es la principal plataforma para que Washington avance políticas económicas en la región, para promover el comercio libre y abierto y el crecimiento económico sostenible e inclusivo, de acuerdo con la web oficial del foro.

La región del Asia Pacifico es el hogar de 4.3 mil millones de personas, siendo el área más poblada del planeta por lo que el slogan del foro que es “la construcción de una región más interconectada, innovadora e inclusiva”, adquiere tanto sentido.

China no quiere perder ni presencia ni protagonismo en una región que por su propia cercanía es clave para su crecimiento, por lo que decide asistir a la cumbre.  Debido do a que el foro es en San Francisco, la presencia de Xi no tiene status de una visita de Estado, lo que disminuye su nivel protocolario a pesar de que esté previsto un encuentro con Biden.

La última vez que Xi estuvo en los Estados Unidos fue en el 2017, cuando fue recibido por el expresidente Trump en Mar-a-Lago, en Florida, hace seis años atrás. Otra visita que a pesar de haber estado rodeada de atenciones y lujos careció de los protocolos de Estado.

Xi también está aprovechando el viaje para sentarse a cenar con un grupo de millonarios estadounidenses, quienes seguramente están buscando opciones de inversiones con garantías en China. Cada comensal debe pagar 2000 dólares por la oportunidad de pasar una velada con el nuevo emperador chino.

Mientras tanto, la Administración Biden ha dado clarísimas señales de apertura diplomática mientras aprueban leyes anti-espionaje y de protección de los intereses nacionales estadounidenses, vetando materias primas cuyos orígenes se producen con mano de obra esclava como el algodón de Xinjiang, para proteger los derechos humanos de aquellos que la producen. O bloquean el acceso a China de los semiconductores o la penetración de empresas como Huawei.

En cualquier caso, el encuentro entre Biden y Xi se interpreta como un intento para aliviar tensiones e intentar escribir un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales.

China, por su parte, está en una compleja situación interna de incertidumbre y una crisis económica que no tiene fácil salida, necesita estabilidad internacional para exportar sus productos, continuar sus planes de expansión del BRI o la nueva Ruta de la Seda e intentar consolidarse internacionalmente. A mayor inestabilidad mayor dificultad para lograr sus objetivos y más dificultad para navegar la crisis.

 

INTERREGNUM: Xi: ¿un camino sin salida? Fernando Delage

La agencia oficial de estadísticas confirmó la semana pasada que la economía china ha entrado en un período de deflación, lo que se suma a otros indicadores en descenso. Por sexto mes consecutivo, las exportaciones cayeron en octubre un 6,4 por cien, a la vez que se contrajo la producción industrial. La inversión extranjera ha registrado por su parte—en el tercer trimestre del año—el primer saldo negativo en décadas: 11.800 millones de dólares. El desempleo juvenil alcanzó el 21,3 por cien en junio, fecha desde la que el gobierno ha dejado de dar cifras actualizadas. La deuda total del país se estima en el 281,5 por cien del PIB. En un contexto aún marcado por los efectos de la pandemia, además de por la crisis del sector inmobiliario y las tensiones geopolíticas, los esfuerzos de las autoridades no logran estimular la demanda.

Pero las causas del deterioro de las perspectivas económicas quizá tengan más que ver con la política, como parecen confirmar una desconfianza cada vez mayor en la estrategia seguida por el presidente Xi Jinping y, por extensión, en su liderazgo. Aunque los desafíos estructurales que afronta la economía china son bien conocidos desde hace más de una década (en particular, el recurso a la deuda para invertir en infraestructuras y viviendas, y el reducido porcentaje que representa el consumo en el PIB), la obsesión por el control ha bloqueado los ajustes necesarios.

Justamente se cumplen ahora diez años de la Tercera Sesión Plenaria del XVIII Comité Central, en la que, con sólo unos meses en el poder, Xi presentó un ambicioso plan de reformas que tenía como motivación extender el papel del mercado en la economía como base de un nuevo modelo de crecimiento. Es posible, piensan algunos, que fuera un plan al que Xi se comprometió para lograr su elección al frente del Partido Comunista. Su opción personal—reiterada en el XX Congreso hace un año—pasa en realidad por incrementar, no por reducir, el intervencionismo estatal. Las consecuencias de su aproximación están a la vista. Datos macroeconómicos negativos; una Ruta de la Seda cuyos objetivos hay que recortar en su décimo aniversario; y un notable fracaso en su doble propuesta de “circulación dual” y “prosperidad común”: la prioridad por la seguridad se ha impuesto sobre el desarrollo y ha hecho caer la inversión extranjera, mientras que los índices de desigualdad, lejos de menguar, se agrandan.

El país, dijo recientemente Xi, avanza hacia el “rejuvenecimiento nacional” y el “desarrollo de alta calidad”. No parece ser esa la opinión de los observadores; tampoco de muchos miembros del Partido. La idea de que el proceso político chino pueda estar a la deriva ha cobrado nueva fuerza tras el reciente fallecimiento del exprimer ministro Li Keqiang. El contraste entre su talante e inclinación reformista y la manera de gobernar de Xi ha resultado evidente para numerosos ciudadanos, cada vez más inquietos sobre su futuro. Al margen de las teorías conspirativas que rodean la inesperada muerte de Li, con su desaparición han trascendido los enfrentamientos en la cúpula del Partido, algunos de los cuales pudieron estallar en el cónclave del pasado verano en la playa de Beidaihe, según informó hace un par de semanas el diario Nikkei Asia.

El dogmatismo y arrogancia de Xi no sólo se ha traducido en una errónea política económica. El cese, aún no explicado, de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa—ambos hombres de su confianza—, así como de altos cargos del ejército, por no hablar de la humillación de la que fue objeto su antecesor, Hu Jintao, en el último Congreso, podrían haber conducido a la imposición por parte de las “viejas glorias” de la organización de ciertos límites a su poder. Por no hablar, claro está, de una política exterior que ha complicado enormemente el entorno geopolítico chino al consolidar la coalición de socios y amigos de Estados Unidos. Mientras Xi insiste en la imprescindible misión del Partido Comunista como escudo contra el caos, más de uno empieza a preguntarse si no será él la causa de los problemas. Las llamadas internas de atención quizá expliquen que haya aceptado la invitación hecha por el presidente Biden para verse esta semana en San Francisco.

Xi y Biden, al sol de California

Los dos mandatarios más influyentes del planeta hablan, en California, de la agenda bilateral entre ambas naciones que es la agenda de un mundo sometido a una inquietante incertidumbre en el escenario internacional, y lo primero que salta a la vista es la urgente necesidad, más allá del griterío, los gestos y las exhibiciones de fuerza, de China y EEUU de hacer un alto en la escalada de tensión y reevaluar las capacidades propias.

China, desde su veteranísimo sistema autoritario y su filosofía de la paciencia, la vista larga y la aplicación implacable y rígida de medidas cuando así lo estima, probablemente está encontrando mayores resistencias internas, y desde luego externa, ante sus modelos despóticos de gestión de crisis. Es un tópico decir que ya no son los tiempos de los emperadores taimados y despiadados ni de Mao y sus cómplices, corruptos mesiánicos y criminales. Es verdad que China sigue sin garantías judiciales ante el poder ejecutivo ni una sociedad demandante de las libertades al estilo occidental, pero no es menos cierto que las viejas instituciones se van resquebrajando en un mundo cada vez más abierto e interconectado a pesar de los esfuerzos del PC chino y su gerontocracia autoritaria.

Las capas empresariales chinas, aunque apéndices de un sistema intervencionista, ven como el sistema lastra sus resultados  con decisiones más políticas que comerciales y como desaprovechan inversiones más pensadas para influir que para crecer económicamente. Esto, sumado a la dependencia china de recursos energéticos externos y al crecimiento de focos de desestabilización en zonas estratégicas desde el punto de vista energético, está obligando a Pekín a una reflexión de sus pasos a medio plazo.

Pero EEUU también tiene necesidades. La debilidad del liderazgo interno de Biden y la creciente demanda de liderazgo externo de EEUU en el plano internacional están generando contradicciones. La creciente preocupación ante el coste del apoyo a Ucrania, el debilitamiento del tradicional apoyo s Israel a manos de sectores que compran la hipocresía europea y la propaganda islamista y, no perdamos de vista esto, las renovadas tensiones en el patio trasero de EEUU, la América que habla español y portugués (y donde también juegan las inversiones chinas), obligan al país a repensar su situación.

Este es el contexto en el que se mueven los últimos pasos en la relación entre China y Estados Unidos y sus intereses nacionales que, para bien y para mal, impactan en los intereses de todos.

INTERREGNUM: El corredor India-Europa. Fernando Delage  

Una de las muchas incertidumbres abiertas por la guerra entre Israel y Hamás se refiere al futuro del corredor económico entre India y Europa a través de Oriente Próximo. Anunciado en la cumbre del G20 celebrada en Delhi el pasado mes de septiembre, esta iniciativa concebida como alternativa a la nueva Ruta de la Seda china contempla una red marítima y ferroviaria que enlazaría India con Emiratos, Arabia Saudí y Jordania, y a estos últimos con el puerto israelí de Haifa, desde donde llegaría a El Pireo en Grecia. Este ambicioso plan de interconectividad, cuyos participantes representan la mitad del PIB global y el 40 por cien de la población del planeta, quedará aplazado sine die por el conflicto en curso. Esas dificultades no eliminan, sin embargo, la dinámica geopolítica que lo inspiró.

Para India, el corredor forma parte de la reorientación de su estrategia hacia Oriente Próximo. Sus beneficios serían múltiples si se tiene en cuenta el tamaño de la diáspora india en la subregión, su dependencia de los recursos energéticos del Golfo, y el potencial inversor de las monarquías árabes. El proyecto le permitiría, además, superar el obstáculo que siempre ha representado Pakistán a la determinación de Delhi de contar con enlaces directos con Oriente Próximo y Europa, a la vez que—además de extender su influencia económica—podría contrarrestar la creciente presencia china en esta parte del mundo.

La iniciativa debía contribuir asimismo a facilitar la normalización de relaciones entre Arabia Saudí e Israel; de ahí el apoyo con que ha contado tanto por parte norteamericana como israelí. Para la administración Biden, la integración de Israel en el plan era una de las piezas para su reconocimiento diplomático por Riad (y para el aislamiento de Irán), mientras que un mayor acercamiento de India a la región también fortalecería la política de contención de Estados Unidos hacia China.  El primer ministro Benjamin Netanyahu calificó por su parte la propuesta como “el mayor proyecto de cooperación” en la historia de su país, y uno de los pilares del esquema de un “nuevo Oriente Próximo” que presentó ante la Asamblea General de la ONU en septiembre.

A los países árabes, el corredor beneficiaría sus intereses nacionales—al permitir la diversificación de sus economías—e internacionales, tanto al promover su proyección exterior y consolidarse como nuevo hub de interconexión, como al ofrecer la oportunidad de multiplicar sus opciones y equilibrar las relaciones con Estados Unidos y con China. Los europeos, por último, podrían ampliar su “Global Gateway” a Oriente Próximo—espacio en el que carecen de logros concretos hasta la fecha—, y reforzar su conectividad con el océano Índico, así como, a través de India, con el Indo-Pacífico. Contarían así con mayores posibilidades para competir con la Ruta de la Seda de Pekín, al tiempo que el crecimiento económico de India repercutiría a favor de su intención de reducir la dependencia de las cadenas de valor chinas.

Esas ventajas coexistían, no obstante, con escollos considerables. Unos tienen que ver con los plazos y los recursos financieros exigidos por un proyecto de tales dimensiones. Los puertos ya existen, pero no las líneas ferroviarias y de carreteras que habría que construir a través de los desiertos de Arabia Saudí y de Emiratos. Otras limitaciones derivan de la ausencia de Turquía (lo que fue denunciado por su presidente, Recep Tayyip Erdogan, en la cumbre del G20), y de Irán (lo que se traducirá quizá en la profundización de sus relaciones con Pekín).

La guerra y sus impredecibles consecuencias se han sobrepuesto desde el 7 de octubre a dichos obstáculos. El plan de acción del corredor que debían discutir las partes a principios de noviembre queda aparcado y, con él, la pretensión de transformar por esta vía la ecuación de poder en Eurasia. Para contener a China y promover el ascenso de India, Occidente necesitará algo más que una red de infraestructuras: toda estrategia que desatienda la causa última de los problemas políticos de Oriente Próximo tendrá un corto recorrido.

Filipinas dice NO a la Ruta de la Seda. Nieves C. Pérez R.

Manila anunció que Filipinas no formará parte de los proyectos de infraestructuras de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda china (BRI por sus siglas en inglés) lanzada por Xi Jinping en 2013.

El anuncio de la terminación de los proyectos por un valor cercano a 5.000 millones de dólares se dio posterior a la visita del presidente filipino Ferdinand Marcos Jr. al foro que tuvo lugar hace un par de semanas en Beijing para celebrar los diez años del lanzamiento de esta iniciativa, la más ambiciosa lanzada por China.

El Senado filipino, por su parte, ya había expresado que “casi todas las iniciativas claves de inversión china en Filipinas estaban siendo reevaluadas debido tanto a factores económicos como políticos”. El ex presidente filipino, Rodrigo Duterte (2016-2022) había fortalecido la relación y acercamiento con China, por lo que este cambio de dirección de manos del actual presidente marca un cambio total.

Marcos Jr. entiende que la cercanía con Beijing es perjudicial para los intereses nacionales, en parte motivado por los “créditos trampa” que ha venido proveyendo Beijing por el mundo, quizás el mejor ejemplo es Sri Lanka y el efecto devastador para su economía.

Además, no se puede dejar a un lado las disputas y agravios en el mar de China meridional. Hace tan solo unas semanas Manila protestaba fuertemente por las “cada vez más provocativas y peligrosas maniobras de la guardia costera y los barcos de la Armada de China. El último y muy grave accidente tuvo lugar el 22 de octubre en el que dos barcos chinos bloquearon y chocaron por separados con dos barcos filipinos cerca del Second Thomas Shoal”, en las disputadas islas Spratly, que fue extensamente reportado por los medios.

Estas disputas no son nuevas ni tampoco las protestas. En efecto, Manila ganó el caso de arbitraje en el 2016 sobre la Isla Scarborough que China reclama también como suyas. Además de que China envía barcos a pescar en esas aguas, probablemente para mantener presencia y vigilancia.

Paralelamente, el primer ministro japones, Kishida Fumio, visitó Filipinas la semana pasada para expresar su solidaridad mientras se presenta como una alternativa regional frente al liderazgo chino. Un viaje que busca recomponer relaciones históricas complejas mientras se presentan como la opción más prooccidental en la región.

Washington, mientras tanto, ha venido haciendo su parte fortaleciendo alianzas con los aliados e incluso acercándolos. Así quedó sentado en el encuentro trilateral en Camp David en el que Biden recibió con los mayores honores a los lideres de Corea del Sur y de Japón en agosto y los hizo comprometerse en trabajar en conjunto.

En septiembre, Biden se tomó el tiempo necesario para hacer una visita estratégica a Vietnam y expresarles la importancia que tienen para los estadounidenses este país; elevando de esta manera las relaciones bilaterales.  Todo mientas arma a Taiwán para que Beijing entiendan que ni están desprovistos ni están solos.

Lo que ha venido ocurriendo en los últimos años es un despertar para algunas naciones que vieron en China su solución económica y empiezan a evaluar el futuro de esas relaciones y el precio de la dependencia económica de un país como China. Algunos ya están pagando un altísimo precio, otros como Filipinas entienden que por su propia condición de archipiélago de más de siete mil islas es imperioso la libertad marítima para su supervivencia, por lo que alejarse de Beijing mientras se acercan a los aliados occidentales puede ser la única solución a su supervivencia.

 

THE ASIAN DOOR: Israel y China, visiones sobre Oriente Medio. Águeda Parra

Israel, como país a la rivera del Mediterráneo, ha despertado el interés de la nueva Ruta de la Seda por ampliar su red de conectividad exterior hacia Europa. La inversión en el puerto de contenedores de Haifa en septiembre de 2021, con capacidad para albergar 1.000 barcos, y con una concesión de 25 años a favor del Grupo Shanghai International Port, permitía incorporar a Israel al conjunto de las inversiones bajo el esquema de la iniciativa china en la parte occidental de Oriente Medio, región esencial en la agenda estratégica de la nueva Ruta de la Seda en la segunda década.

La opción de consolidar el posicionamiento de China en el puerto de Haifa, uno de los principales hub comerciales del Mediterráneo, se evaporaba apenas un año después cuando Israel vendía el 70% del puerto a la empresa india Adani Ports, mientras el 30% restante se quedaba en manos de la multimillonaria empresa local de químicos y logística Gadot por 1.180 millones de dólares en julio de 2022 tras dos años de un largo proceso de privatización. La alianza de Israel con Estados Unidos, y la cercanía de la base principal de submarinos de Israel a las instalaciones de Haifa, además de la navegación por estas aguas de la Sexta Flota de Estados Unidos, desaconsejaba la vinculación marítima con China. No obstante, la presencia del gigante asiático ha seguido fortaleciéndose en la zona a través de las inversiones realizadas en Arabia Saudí, Egipto y Omán, aprovechando el vacío dejado en Oriente Medio por Estados Unidos tras su salida de Afganistán.

Pero más allá de potenciar la diplomacia del gasto en infraestructuras, con lo que Israel se convertía en el mayor receptor de inversión extranjera directa de China en la región entre 2015 y 2018, la relación comercial también se ha ido consolidando en los últimos años. El incremento de los flujos de comercio propiciaba que China desplazara a Estados Unidos como principal socio comercial en 2021, una importante base sobre la que seguir creciendo a través del acuerdo de libre comercio que se estaba negociando desde 2016, y donde los avances alcanzando en marzo de 2023 hacían pensar que se firmaría a finales de año de no haber sido por el estallido de la guerra entre Israel y Gaza.

Estos últimos años se han intensificado las relaciones entre China e Israel también en el entorno digital y de innovación, principalmente prestando atención al potencial de las startups tecnológicas del país. Pero las finanzas también han sido foco de interés en las relaciones bilaterales, ya que Israel se convertía en uno de los primeros países en incorporar el yuan a sus reservas en abril de 2022, reduciendo el volumen en dólares y euros, un movimiento considerado como el de mayor cambio en la política del Banco Central de Israel en una década.

Pero más allá de la diplomacia de las infraestructuras y la geopolítica de la tecnología, el interés de China por estar más presente en los asuntos internacionales ha llevado al gigante asiático a ejercer un papel de mediador en la región, potenciando su rol de actor global también en Oriente Medio. La mediación entre Irán y Arabia Saudí en marzo de 2023 ponía sobre la mesa la posibilidad de iniciar una ronda de conversaciones de paz entre Israel y Palestina.

En este rol de líder diplomático de los países en desarrollo, China intensifica la rivalidad con Estados Unidos haciendo converger la influencia económica con su creciente peso político. De esta forma, el interés de negocio se une al interés de alineamiento geoestratégico con el mundo árabe buscando un mayor equilibrio de poder a través del despliegue de diplomacia con los países del Sur Global. Estos vínculos no evitan, sin embargo, las críticas a Israel en su forma de afrontar el conflicto y el apoyo a Palestina, con quien China estableció una relación estratégica en junio de 2023, y con quien mantiene relaciones desde la década de 1960, mientras que con Israel no se formalizarían hasta 1992.

El escepticismo de Israel en la mediación de China surge, por tanto, de considerar que su propia visión que enfatiza el origen del estallido del conflicto se contrapone con la perspectiva de China que remarca el camino para resolverlo. No obstante, sin que todavía se hayan producido avances que anticipen la resolución del conflicto, las naciones árabes cuentan ahora con otra gran potencia que se interesa por la región.