A finales de mayo, al inaugurar en Pekín la X conferencia ministerial del Foro de Cooperación China-Estados Árabes, plataforma en la que participan los 22 Estados miembros de la Liga Árabe, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, declaró el comienzo de una “nueva era” en las relaciones sino-árabes. En Oriente Próximo, Pekín persigue una agenda diplomática orientada a profundizar en sus intercambios económicos, adquirir un mayor papel político, y avanzar en la formación de coaliciones con los gobiernos de la región para minimizar la influencia occidental, y de Estados Unidos en particular.
Son los mismos objetivos que inspiran su estrategia hacia el continente africano, cuyos líderes también acudieron en masa a Pekín para participar, del 4 al 6 de septiembre, en la IX cumbre del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), la primera presencial desde 2018. Con la única ausencia de Eswatini (país que mantiene el reconocimiento de Taiwán), el encuentro, descrito por las autoridades chinas como la mayor convocatoria diplomática en la República Popular desde la pandemia, fue una nueva ilustración del juego estratégico global de Xi.
Aunque los préstamos e inversiones chinas se han reducido desde 2015-2016, China no ha dejado de ser el mayor acreedor, inversor y socio comercial de África. Los líderes africanos necesitan a China para su crecimiento y para el desarrollo de sus infraestructuras, pero desean una relación económica más equilibrada. Por su parte, para China, los minerales y materias primas del continente son asimismo decisivos (representan el 90 por cien de sus importaciones), a la vez que necesita ampliar mercados para aquellos productos—de paneles solares a vehículos eléctricos—sujetos a los aranceles impuestos por Estados Unidos y por la Unión Europea. Pekín no puede perder de vista que en África se encuentran, según el FMI, nueve de las 20 economías que más han crecido en 2024.
Dadas las dificultades económicas chinas, no se esperaban en esta ocasión grandes promesas financieras por parte de Pekín; sin embargo, Xi ofreció un compromiso de 50.000 millones de dólares en tres años, y la creación de al menos un millón de empleos en el continente. Anunció asimismo su apoyo a 30 nuevos proyectos de infraestructuras, vinculados todos ellos a la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Estos compromisos—que se suman a los anunciados en las cumbres anteriores de 2018 (60.000 millones de dólares) y 2021 (40.000 millones de dólares)—confirman el alcance y la relevancia de la región para los intereses de la República Popular.
Naturalmente, esos intereses no son sólo de naturaleza económica. La cumbre ratificó los esfuerzos chinos dirigidos a asumir un papel de liderazgo del mundo emergente, con el conocido discurso de que “modernización no equivale a occidentalización”. Como indicaba un comentario de Xinhua, la agencia oficial de noticias: “Los países africanos están experimentando un nuevo despertar, al darse cuenta de que los modelos impuestos externamente no han conducido a la estabilidad ni a la prosperidad. (…) [China y las naciones africanas] pueden promover conjuntamente un mundo justo y multipolar y una globalización económica inclusiva, superando las contradicciones estructurales que obstaculizan la modernización de los países en desarrollo”.
Al sumar más de 50 votos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, los Estados africanos resultan esenciales para la promoción multilateral de las preferencias chinas. Queda por ver, no obstante, si los gobiernos locales asumirán sin más esta retórica, o se agravará su preocupación por problemas concretos, como la acumulación de la deuda (el 12 por cien de su deuda externa está en manos chinas, pero Pekín no ofreció ninguna fórmula de condonación), el desequilibrio en la balanza comercial, o el impacto de las inversiones chinas sobre el empleo nacional.
