Conforme van calando las previsiblemente peligrosas consecuencias del acercamiento de Trump a la Rusia de Putin, se van dibujando inquietantes y posibles escenarios en todo el planeta.
Pero hay uno que podría suponer, como en el caso ucraniano, un terremoto geoestratégico de incalculables efectos secundarios en el que no necesariamente obtendría ventajas ni Estados Unidos ni Occidente. Se trata de Taiwán, la obsesión de China, cuyo dominio en la fabricación de semiconductores tiene muy preocupadas a muchas empresas norteamericanas y cuya voluntad de pervivir con soberbia y democracia frente al totalitarismo de la China continental pueden llegar a suponer un obstáculo al cortoplacismo de Trump y su planteamiento cada vez más nacionalista que exige concesiones a Pekín que podrían ser compensadas con un abandono progresivo del apoyo a Taiwán,
Trump está disolviendo rápidamente la tradición de compromisos internacionales, no sin contradicciones por otra parte, de EEUU con valores democráticos compartidos con Europa. Es la misma lógica que llevó en el pasado el retraso en combatir a Hitler hasta que EEU fue atacado sorpresivamente por Japón y que supuso una lección que se creía aprendida. Ceder ante la perversión no garantiza la paz sino que abona la guerra.
Para China, ver que se aflojan los lazos ahora estrechos entre Taiwán y Estados Unidos sería un premio relativamente inesperado pues Pekín lleva años pensando en que eso es posible y no han dejado de empujar en esa dirección. Pero, además, sería la proclamación de una renuncia de Estados Unidos a defender a sus aliados en la región de Asia-Pacífico que cambiaría las alianzas regionales y elevaría la incertidumbre a límites probablemente inasumibles.