Las relaciones Unión Europea-China están marcadas en este momento por la necesidad de entenderse como socios estratégicos, pero también por las tensiones que han emergido del interés chino por invertir en infraestructuras clave europeas y por las reticencias que suscita la compañía tecnológica Huawei en ciberseguridad. Este es el aspecto más subrayado por los expertos.
La transferencia forzada de tecnología a China, los subsidios industriales que ese país mantiene o las dificultades para que reconozca la protección de indicaciones geográficas europeas son algunos de los asuntos que complican, insistes desde Bruselas.
No es fácil para la UE hacer frente al reto que supone esta situación. China tiene en sus manos parte de la deuda de países europeos y, a la vez, países europeos tienen intereses económicos importantes en el mercado chino. Hay empresas multinacionales, alguna española, por cierto, que quitan importancia al peligro tecnológico resaltando la teórica rentabilidad de los productos chinos y hacen presión a los gobiernos para que no tome decisiones drásticas.
Hoy el concepto de soberanía ha cambiado, aunque no ha sido abolido. Los intereses nacionales existen y ganan importancia con nuevos instrumentos a su servicio, pero, paralelamente, en algunos países europeos se hacen oídos sordos a esta esencial cuestión de fondo y solo resolviéndola y estableciendo doctrina al respecto pueden tomarse las grandes decisiones, establecer prioridades, elegir aliados, aunque sea solo en algunas cosas y evaluar riesgos. Eso sigue pendiente.