Aunque se subraya poco, China vive una crisis económica creciente, no catastrófica pero si notable, que puede ralentizar la agenda china presentada como un camino ascendente hacia una cada vez más arrolladora consolidación como potencia mundial. Los efectos de la pandemia que han puesto sobre la mesa la ineficiencia de las políticas intervencionistas para hacer frente a la contracción del comercio mundial, la crisis inmobiliaria que venía de antes y las dificultades de un sistema financiero en el que las decisiones políticas estatales priman sobre los criterios estratégicos estrictamente comerciales han convertido la situación actual en un dolor de cabeza agudo para las autoridades de Pekín. Y eso en un momento en que las relaciones internacionales se tensan, las alianzas se estrechan y aumenta la presión occidental en el Indo Pacífico para contener las políticas expansionistas chinas.
Según analistas europeos, cada vez más créditos otorgados por Pekín en el marco de su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, no pueden ser pagados. Desde 2013, China ha invertido cerca de 840.000 millones de dólares en la construcción de calles, puertos, represas y plantas de energía en diversas partes del mundo. El objetivo de este «proyecto del siglo”, como lo llama el presidente Xi Jinping, es político, y no económico. En consecuencia, muchos créditos fueron otorgados con criterios políticos.
El Financial Times informa de que cada vez más países piden ahora moratorias, porque no pueden pagar sus créditos. En Asia, África y América Latina, las economías han sufrido el golpe del COVID-19. Según un estudio del instituto de investigaciones Rhodium, de Nueva York, actualmente están en la cuerda floja unos 118.000 millones, un 16 por ciento del volumen total de créditos. Para tapar los agujeros, China otorga, en no pocas ocasiones, nuevos créditos, con lo que se agrava su propio problema.
Señalan los expertos que el mayor potencial chino, el comercio exterior y las exportaciones, es mirado con lupa en estos momentos. De hecho, dicen, los últimos datos de crecimiento del sector (en julio se incrementaron las exportaciones en un 18 por ciento respecto al mismo mes del año pasado) son atribuidos a causas temporales que no podrán mantenerse. La desaceleración de la economía mundial prevista para los próximos meses, en parte consecuencia de la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania, reducirá también el consumo mundial de bienes chinos, especialmente en uno de los principales clientes de China, esa Europa asfixiada por la inflación creciente y las catapultadas tasas de interés. A su vez, la disminución en el consumo de bienes chinos morderá con fuerza la ya en declive industria manufacturera del país asiático.
Para sorpresa de los gobernantes chinos, las protestas no dejan de crecer, sobre todo entre los que han quedado atrapados, sin viviendas y sin los fondos invertidos en ellas, por los problemas de inmobiliarias y bancos. La represión se resiste cada vez mejor, la gente va perdiendo el miedo y los aparatos de seguridad ya no pueden aumentar su nivel de brutalidad sin recibir un rechazo mundial que Pekín no quiere afrontar.
El reordenamiento de las relaciones internacionales que Putin ha impuesto con su invasión criminal de Ucrania exige de China decisiones y le impone unos retos antes de lo que la agenda china preveía y eso va a marcar sus próximos pasos a dar.