Las elecciones presidenciales de EEUU llegan con un alto índice de incertidumbre y, por una vez, no solo acerca del quien ocupará la Casa Blanca los próximos cuatro años sino sobre la estabilidad institucional del país.
Varios expertos consideran que la polarización de la sociedad estadounidense, agravada los últimos años, representa un riesgo de confrontaciones sociales que podrían conducir a una parálisis institucional con repercusiones nacionales e internacionales.
La situación se agrava con la coyuntura electoral. Los mensajes de Trump poniendo en duda la limpieza del proceso electoral en lo que hace referencia al voto por correo, el hecho de que, por la pandemia, ya se haya producido gran parte de este voto que los analistas estiman que es mayoritariamente por Biden, y la posibilidad de que Trump gana en el voto en urna, dibuja un escenario preocupante con una alta movilización callejera.
A esto hay que añadir la existencia de milicias civiles armadas. Las milicias existen desde la fundación misma de los Estados Unidos y responde al modelo de construcción del Estado (desde lo local lo nacional) y a la concepción de que la sociedad civil tiene derecho a armarse frente eventuales deficiencias o excesiva intervención de los poderes estatales, Así viene recogido en la famosa enmienda constitucional.
Las milicias, contra lo que se suele difundir en Europa sin apenas matices, no son todas de extrema derecha ni de paletos armados. Hay milicias de extrema derecha, de derecha, de fundamentalistas religiosos, de ideología confusa y de extrema izquierda. Las primeras son rurales, de estructura abierta, exhibicionista y prepotente. Pero, aunque menos numerosas, las de extrema izquierda son de ámbito urbano, se presentan como de “autodefensa”, “antifascistas” o resistentes, han adoptado una estructura clandestina y en células, como el terrorismo clásico europeo y latinoamericano y han aumentado su presencia a raíz del último choque racial.
Algunos expertos consideran que este escenario puede facilitar choques sin precedentes en EEUU y llevar a una parálisis interna muy grave.
En el plano internacional, como señala nuestra colaboradora en Washington Nieves C. Pérez en su entrega de esta semana, un posible bloqueo internacional tendría importantes consecuencias en el plano internacional y especialmente en Asia Pacífico. Si a la voluntad (tanto de Trump como lo fue de Obama) de desligarse de algunos compromisos para volcarse en plano interno se suma una incapacidad institucional para actuar, aunque fuera temporal, en un escenario donde China aumenta cada día su influencia y su agresividad, la desconfianza de los aliados tradicionales de Occidente va a crecer. De hecho, Australia lleva años diseñando estrategia propias, aunque sin dejar de contar con EEUU; Filipinas ha aumentado sus intercambios con China, Japón expresa dudas y reclama más protagonismo y Corea del Sur ha aumentado sus iniciativas autónomas. Aunque Estados Unidos ha aumentado sus mensajes de apoyo, Taiwán corre más riesgo cada día.
Ese es el clima con que se espera noviembre y los resultados electorales, sin olvidar que ese mismo panorama envuelve a Europa, donde una ausencia de Estados Unidos y algunas veleidades europeas pueden animar a Putin a aumentar sus ya notables audacias desestabilizadoras.