La reciente visita del presidente chino a Moscú ha despejado toda duda sobre la solidez de las relaciones con Rusia. La supuesta misión mediadora de Xi Jinping ha hecho evidente la falta de neutralidad china, por no hablar del cinismo de su diplomacia. Apoyar a quien ha sido acusado de haber cometido crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, y proponer negociaciones con Ucrania sin exigir la retirada rusa de los territorios ocupados resta toda credibilidad a un gobierno que dice exigir el respeto a la Carta de las Naciones Unidas como base de su plan de paz. Pero nada de eso preocupa a Xi. Su viaje a Rusia ha sido el último de sus movimientos orientados a erosionar el liderazgo occidental del orden internacional, y no se le puede negar el éxito de sus propósitos.
Bajo una falsa apariencia de neutralidad, Pekín continúa construyendo su reputación como actor responsable y comprometido con la estabilidad mundial. En un mensaje dirigido básicamente a las naciones emergentes, se trata de un nuevo paso en su estrategia de ascenso global después de haber logrado la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. China avanza gradualmente de este modo en la formación de una coalición contra Estados Unidos, país al que hace responsable de los desequilibrios de la economía internacional, así como de no pocos de los conflictos abiertos en distintas regiones del planeta.
Sus movimientos se han producido en un doble frente. El primero, de carácter conceptual, fue el anuncio hecho el 15 de marzo de la “Iniciativa de Civilización Global”; un nuevo alegato como líder de una alternativa al “universalismo” de los valores liberales, y que se suma a las iniciativas de desarrollo y de seguridad global anunciadas hace unos meses. Pese a lo genérico de su lenguaje, los tres documentos recogen las bases de un orden mundial orientado hacia las preferencias chinas.
El segundo tiene que ver con Rusia, pilar central de esa coalición. Pekín respeta los intereses de Moscú pues se trata de un socio indispensable no sólo para transformar la estructura del sistema internacional, sino sobre todo para hacer frente a la percepción china de un inevitable deterioro de las relaciones con Estados Unidos. En un artículo publicado por los medios rusos en víspera de su llegada, Xi escribió que China y Rusia se ven obligados a fortalecer su asociación frente a la “hegemonía, dominación y acoso” norteamericano. Y reiterando su conocida idea de que “el mundo es testigo de cambios no vistos en un siglo”, “somos nosotros quienes estamos empujando ese cambio” le dijo a Putin en su despedida, a lo que éste respondió con su asentimiento.
Con todo, transmitir el mensaje de que nada debilitará el eje autoritario constituido con Moscú no ha sido el único objetivo perseguido por Xi. Su visita ha servido igualmente para poner de relieve la extraordinaria dependencia rusa de China un año después de la invasión de Ucrania. Si los intercambios bilaterales crecieron un 34,3 por cien en 2022 (hasta los 190.000 millones de dólares), las importaciones chinas de recursos energéticos rusos—que suman el 40 por cien de los ingresos nacionales—aumentaron de 52.800 millones de dólares a 81.300 millones. Rusia se ha convertido en el segundo suministrador de petróleo de la República Popular, y en el primero de gas. Al mismo tiempo, Pekín ha impuesto de manera creciente el yuan como divisa de referencia en las operaciones con Moscú. China es un socio irreemplazable para un Putin sujeto a las sanciones occidentales, pese a consolidarse la asimetría en la relación: la economía china es hoy diez veces mayor que la rusa.
Esa disparidad de poder le da a Xi una considerable libertad de maniobra. No dio el visto bueno esperado por el Kremlin al gasoducto “Power of Siberia 2”, y su advertencia contraria el uso de armamento nuclear marca una línea roja que Putin no podrá cruzar. Tampoco habrá gustado al presidente ruso que, nada más volver a Pekín, Xi haya invitado a las cinco repúblicas centroasiáticas a celebrar una cumbre China-Asia central en mayo. Gestos de poder, unos y otros, que revelan cómo la guerra de Ucrania y el aislamiento de Rusia están precipitando el liderazgo chino de Eurasia; un resultado que sólo puede ser causa de inquietud para los europeos.