El sexto ensayo nuclear norcoreano el pasado 2 de septiembre y el lanzamiento, dos días después, de un misil balístico sobre el espacio aéreo japonés representa una grave escalada de tensión en el noreste asiático.
Pyongyang continúa avanzando en el desarrollo de su arsenal, a un ritmo que sorprende incluso a los expertos. Al mismo tiempo, pone a prueba la confianza de Tokio y Seúl en su aliado norteamericano. Contar con un instrumento de disuasión frente a Washington, y reforzar internamente su régimen, es la principal motivación del programa nuclear de Corea del Norte. Pero Kim Jong-un sabe que la mejor manera de debilitar la posición norteamericana es minando sus alianzas. Por esa razón no se entiende el camino seguido por Trump, que está—mediante sus declaraciones—provocando el mismo resultado.
Cada tweet del presidente de Estados Unidos elevando el tono de amenaza no hace sino provocar una nueva acción norcoreana: como bien conoce Pyongyang, Washington carece de opciones militares políticamente viables. Corea del Norte actúa por lo demás en un transformado entorno regional, como consecuencia en particular del ascenso estratégico de la República Popular China y de sus claras intenciones revisionistas. De estas circunstancias se derivan dos hechos rotundos.
Si la crisis en la península no puede separarse de la dinámica de cambio geopolítico en Asia, ¿puede tener éxito una política norteamericana que no identifique sus opciones con respecto al problema en el marco más amplio de un nuevo concepto estratégico regional? Pekín, como es lógico en función de sus intereses, no está ejerciendo sobre Pyongyang la presión que Trump esperaba. Pero Washington no puede formular su política hacia la península sin definir primero qué espacio está dispuesto a conceder a China en el emergente orden de la región. (Si no está dispuesto a cederle ninguno, nos encaminamos entonces hacia un choque de mayores dimensiones). Estrechamente relacionado con esta cuestión hay un segundo imperativo central: ¿de verdad espera la Administración Trump gestionar el problema sin Tokio y Seúl?
Lejos de coordinar posiciones con Japón y Corea del Sur, el presidente norteamericano no ha dudado en criticar a Seúl, obligando a los gobiernos japonés y surcoreano a depender en creciente medida de sus propios medios, lo que les acerca a la opción nuclear. Ésta es una pesadilla que China intentará prevenir, pero que el propio Trump sugirió durante la campaña electoral el pasado año.
Washington actúa como si pudiera imponer sus objetivos sin tener en cuenta un contexto que va más allá de sus problemas bilaterales con Pyongyang. Sin contar con una doctrina estratégica. Sin cubrir aún, tras nueve meses de presidencia, los puestos clave sobre Asia en los departamentos de Estado y de Defensa, o embajadas decisivas en la región. Sin recordar, aparentemente, otros fracasos norteamericanos en esta parte del mundo, cuya causa fundamental fue la de intentar resolver un problema de manera aislada y desconectada de las variables de su entorno.