Es ya un lugar común afirmar que el mundo va a ser otro a partir de esta pandemia, que habrá un antes y un después marcado por la aparición del COVID-19, pero pocos se atreven a ir más allá de algunos grandes trazos y algunas intuiciones que no pueden precisarse.
Una cosa clara, que por otra parte hemos venido subrayando desde está pagina, es que se viene un crecimiento de los Estados como aparatos de de decisión. Los estados siempre crecen con las crisis. Y no sólo los estados, sino las ideologías estatalistas apoyadas en que, en periodos de incertidumbre, los individuos están más cómodos con dirigentes que apelan razones colectivas diluyendo las responsabilidades individuales en reales o aparentes razones colectivas. Estas han sido siempre las palancas de los sistemas autoritarios.
A caballo de esta ola cabalga un cruzada antiliberal, otra más, en la que se alega desvergonzadamente que han sido las medidas de limitar gastos públicos innecesarios (aunque han sido muchas menos de las necesarias) las que han originan las dificultades de gestión de la pandemia y ocultando que precisamente el gasto púbico desmedido en campañas populistas y escasamente productivas está obligando a improvisar y a pedir a Estados europeos con mejor gestión de sus gastos públicos que avalen con los famosos eurobonos esas estrategias de gasto. Y no es sólo la razón moral la que debería hacer plantearse este escenario. Es que tiene consecuencias en el riesgo de extender la pobreza, además de la miseria moral, y de arruinar a las sociedades. Escribe nuestro colaborador Fernando Delage de cómo la epidemia está sirviendo de coartada para justificar medidas autoritarias. Hungría, Filipinas, Thailandia y Camboya son algunos ejemplos. Pero no faltan voces en España, Francia e Italia, que, tal vez con mayor sutileza pero no con menor demagogia, abogan por emprender ese camino errático.