Otro efecto secundario de la pandemia del COVID19. Se está produciendo un regreso cultural a cierta autarquía, al repliegue económico, a los incentivos a la producción nacional, y no sóla lo de los productos sanitarios de primera necesidad.
Esta es una política defendida por Trump desde su llegada a la Casa Blanca, es decir, desde antes la llegada del coronavirus, pero que la epidemia la ha ido extendiendo. Concretamente, Japón ha establecido incentivos para que las empresas niponas que se establecieron fuera del país, en muchos casos en China, vuelvan a territorio nacional. No es el único país en comenzar a recorrer un sendero de vuelta a épocas anteriores.
Este asunto no es baladí. La globalización (en realidad el progreso de la humanidad está marcado por los saltos producidos por sucesivos periodos de expansión, intercomunicación y globalización) no es un desastre o, tal vez, un mal inevitable como parecen pensar algunas corrientes políticas, sino una poderosa corriente que puede, y de hecho hace aunque con contradicciones, extender el progreso. Traslada trabajo y rentas a países en desarrollo, aunque con efectos perversos en algunas ocasiones que hay que corregir, mejora las economías desarrolladas y conecta sociedades y valores. Frenar esta pandemia y otras que pueden llegar no exige repliegues nacionalistas, aunque sí garantizarse recursos sanitarios estratégicos para emergencias. Es más eficaz exigir en el marco de los intercambios comerciales controles sanitarios rigurosos y transparentes, corregir costumbres alimentarias que se han revelado muy peligrosas, establecer, favorecer e incentivar culturas y mecanismos de higiene que en las sociedades desarrolladas han mejorado notablemente la salud.