La UE está a punto de cerrar el gran acuerdo sobre inversiones con China acordado en la cumbre europea de abril. Se trata de un proyecto de convenio que pretende establecer un protocolo de garantías jurídicas a cada parte en el territorio de la otra parte, Alemania es el principal gran impulsor de este acuerdo y quiere cerrar con él la presidencia alemana de la UE antes del 1 de enero, aunque probablemente es imposible a estas alturas. Se aprobará pero probablemente no antes del 1 de enero.
Pero este proyecto ha provocado los primeros roces entre el equipo del presidente electo de Estados Unidos, Joseph Biden, y Bruselas. Y no se trata tanto del contenido del acuerdo, que en todo caso se analizará cuando esté aprobado, dicen desde EEUU, sino de que la aceleración de las negociaciones no ha sido ni comunicada ni coordinada con EEUU, ni siquiera con el equio de Biden. Trump ya no es una coartada.
Las tensas relaciones entre Whashington y Bruselas de los últimos cuatro años no han estado motivadas solamente por el proteccionismo y la unilateralidad de Trump sino también por el crecimiento de los prejuicios anti EEUU de Europa y que, bajo la coartada de ganar autonomía política sin asumir más protagonismo ni en Defensa ni en una política exterior sólida, han debilitado la posición occidental en varios frentes y cedido espacio político a Moscú y a Pekín.
Detrás de la política exterior de un país o una alianza están siempre, obviamente, intereses nacionales esenciales y permanentes, y Estados Unidos tiene los suyos, independientemente de quién sea el presidente, que no puede cambiarlos sino gestionarlos a su manera. Los países de la UE tienen los suyos, claro y además de coordinarse entre sí, como el mundo es complejo, no puede jugar a la equidistancia entre EEUU y las otras potencias porque la Europa actual comparte muchos más intereses con EEUU país a cuya fuerza militar debe su existencia y la solidez de sus instituciones. Mejorar y fortalecer las relaciones trasatlánticas pasa por analizar y sopesar sus intereses y abandonar el discurso infantil de las caricaturas de Trump para avalar inacciones y una falta de energía notable para asumir retos y riesgos.