A tenor de los últimos acontecimientos políticos, económicos y militares parecería que se van a producir cambios significativos en el orden mundial. Sin embargo, es frecuente que estas expectativas se queden en modificaciones mediáticas orientadas a legitimar el ascenso de nuevos gobernantes que, posteriormente, recuperan buena parte de las políticas anteriores ante la constatación de una tozuda realidad exterior y las presiones internas.
Este podría ser el caso de D. Trump, cuyas primeras decisiones deberían interpretarse como una suerte de ingenuidad ante el orden internacional establecido y la necesidad de corresponder a las expectativas de sus votantes. Por ello, es de esperar que tras un primer golpe de mano nacionalista, necesario para conciliar sus acciones con su retórica, se retomen muchas de las iniciativas que ahora se están abandonando.
Aunque no hay que olvidar que el resurgimiento de este populismo, abanderado del discurso proteccionista y aislacionista como remedio para todos los males, tienen en su origen a una China que no juega conforme a las reglas establecidas, defraudando la confianza internacional otorgada en 2001 mediante su entrada en la OMC. La aplicación de unos estándares laborales y medioambientales mucho menos exigentes que los occidentales, la falta de reciprocidad para garantizar las inversiones extranjeras en el país asiático, o el respaldo de las autoridades chinas a las grandes empresas del país, han constituido una competencia desleal con sus contrapartes americanos y europeos. Aunque esto es solo una parte de la historia, porque no hay que olvidar que las empresas estadounidenses se han servido de esta laxitud en los estándares chinos para deslocalizar su producción, aumentando así sus beneficios y su competitividad.
En cualquier caso, pese al empleo de métodos poco ortodoxos desde nuestro prisma occidental, China ha logrado un rápido ascenso económico, una mayor influencia política internacional y una creciente asertividad militar que la han convertido en el enemigo perfecto para el discurso nacionalista de D. Trump, responsabilizándola de la pérdida de puestos de trabajo y capacidad industrial en el país norteamericano.
Sin embargo, ni China es el enemigo a batir, ni el nacionalismo el camino para salvar la hegemonía occidental. Más bien al contrario, puesto que esta estrategia solo propicia que el gigante asiático utilice su musculo financiero y su creciente influencia política para promover la creación de organismos multilaterales en los que, de inicio ya tiene la cuota de representación que se le niega sistemáticamente en las instituciones globales existentes. A la vista de este fenómeno, habría que replantearse si no sería más inteligente otorgarle ese “aumento” de protagonismo dentro de los organismos establecidos para favorecer su integración en los mismos y poder seguir jugando “en casa” y con “nuestras reglas”.
Que el nacionalismo no es el camino a seguir en un mundo global e interdependiente parece bastante obvio desde un punto de vista analítico y reflexivo, aunque es innegable que funciona como herramienta electoral ya que permite simplificar los problemas y proyectarlos en un enemigo común que encarne los males que afligen a los ciudadanos.
La gran paradoja que encontramos en la coyuntura actual es que EEUU y China parecen más complementarios que nunca, y bien podría parecer que están buscando intercambiar sus papeles en el mundo. Mientras que el primero aboga por el proteccionismo, la reducción de su protagonismo internacional y militar, y la ruptura de su compromiso medioambiental, el segundo, defiende el libre comercio “con características chinas”, busca mayor presencia internacional a nivel político y militar, y ha formalizado por primera vez su compromiso para luchar contra el cambio climático.
En este sentido, debemos enfrentar el oxímoron que supone que EEUU trate de recuperar su industria en un momento en el que China pretende justo lo contrario, deslocalizar su producción a los países del sudeste asiático para avanzar en la cadena de valor hacia un modelo de corte occidental, basado en el sector servicios y el consumo interno.
Pero, al contrario que EEUU, Pekín si parece ser consciente que este “ascenso” en el sistema productivo tiene su talón de Aquiles en la pérdida de puestos de trabajo. Por ello, han puesto en marcha una serie de reformas que, entre otras cosas, reduzcan el impacto negativo del desempleo, evitando así una potencial crisis social. En cambio, Trump promulga consignas que evocan mejores tiempos pasados pero que en la realidad implican dar un paso atrás que, en el mejor de los casos, solo servirá para coger impulso y dar luego dos hacia delante.
Tampoco parece razonable que pueda sostenerse en el tiempo una política comercial aislacionista en un mundo global e interdependiente donde la tendencia clara es justo la contraria. Así, la salida del TPP recientemente firmada por Trump profundizará en la perdida de liderazgo e influencia que EEUU está sufriendo en Asía Pacífico, donde la mayoría de los países de la región ya se han alineado con China. Además, Pekín aprovechará la ocasión para impulsar su acuerdo de integración comercial (RCEP) ante la necesidad que existe en la zona de mejorar este tipo de intercambios. En este mismo sentido, la anunciada reducción de su presencia militar en la región permitiría a Pekín reforzar su influencia y control sobre sus vecinos, así como mantener la actual asertividad en sus reclamaciones del mar Meridional y del Este de China.
Por tanto, China no es el enemigo a batir, sino la resistencia al cambio del pueblo estadounidense, que se muestra reticente a explorar el nuevo eslabón dentro de la cadena de valor global, y que bien podría fundamentarse en maximizar la innovación y el talento para esgrimirlos como mecanismo de competencia que aumente la brecha tecnológica entre oriente y occidente. Y si se quiere aderezar con una pequeña dosis de proteccionismo con “características estadounidenses”, este debería ser selectivo en la búsqueda de reciprocidad.
Este aparente paso atrás de Donald Trump, que permitirá a Pekin dar dos pasos hacia delante, tendrá sus mayores detractores entre los grupos de poder empresarial y armamentístico estadounidenses, responsables de la deslocalización industrial y principales suministradores del ejercito, y que son especialmente influyentes en el partido republicano.
Por tanto, desde una óptica global, no tiene sentido que EEUU mantenga una política a medio y largo plazo basada en el proteccionismo y la rebaja de la presencia internacional, y es de esperar que, una vez agotado el efecto placebo del nacionalismo, se recuperen tanto los acuerdos de libre comercio que ahora se están rechazando, como la iniciativa para mantener su influencia global, especialmente en Asia Pacífico, que se intuye como la zona de mayor proyección socioeconómica a nivel mundial.