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INTERREGNUM: Diplomacia de primavera. Fernando Delage

A la sombra del frente bélico en Ucrania se suceden los movimientos diplomáticos de unas y otras potencias. Aunque un escenario de negociaciones parece aún lejano, la guerra es una variable que obliga a ajustar la política exterior de los principales actores internacionales. Y así lo está haciendo, en primer lugar, China. Si bien sus principios para la paz presentados en febrero pueden carecer de credibilidad a efectos de un cese el fuego, es una maniobra diplomática que revela su intención de avanzar en su estrategia de reconfiguración del orden global con independencia de cuál sea el resultado final del conflicto.

Que Pekín se haya convertido en un factor relevante lo demuestran varios encuentros celebrados la semana pasada en diferentes puntos del planeta. En Viena, tradicional punto de encuentro entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, se reunieron miércoles y jueves el asesor de seguridad nacional del presidente Biden, Jake Sullivan, y el jefe de la diplomacia china, Wang Yi.  Pese a la intención de evitar un deterioro mayor en las relaciones bilaterales, Wang reiteró las advertencias chinas sobre Taiwán, mientras que Sullivan expresó la preocupación norteamericana por la posibilidad de suministro de ayuda letal china a Rusia. La reunión, precedida a su vez a principios de semana por otra mantenida por el embajador de Estados Unidos en Pekín, Nicholas Burns, con el ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, fue indicación del interés compartido por reducir la tensión entre ambos países y mantener abiertas las líneas de comunicación. Sigue sin desbloquearse, no obstante, la visita a Pekín del secretario de Estado, Antony Blinken, cancelada tras la crisis del globo espía.

Viernes y sábado fueron los diplomáticos europeos quienes se encontraron en Estocolmo. En una reunión informal de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea se discutió acerca de la actualización de la estrategia hacia China que deberá presentarse para su aprobación al Consejo Europeo de junio. Un día más tarde se celebró la segunda cumbre ministerial UE-Indo-Pacífico con cerca de medio centenar de participantes (Pekín no estaba invitado). Los Estados miembros continúan divididos sobre la República Popular—basta recordar el reciente viaje del presidente francés, Emmanuel Macron, a China—, pero deben afrontar el complejo dilema que plantea para sus intereses la rivalidad entre Washington y Pekín.

Los ministros europeos discutieron un informe preparado por el Servicio de Acción Exterior, en el que se recomienda mantener el diálogo directo con China. El documento, al que tuvo acceso Politico, considera que una cooperación constructiva con Pekín es necesaria tanto para evitar el aislamiento de los líderes chinos como para reducir los riesgos para la UE. Pero al mismo tiempo se sugiere que los gobiernos europeos aceleren sus planes para reducir su dependencia de la República Popular, y que estén preparados para una potencial escalada en el estrecho de Taiwán. De manera paralela, en una carta privada dirigida a los ministros por el Alto Representante, Josep Borrell, advierte—según el Financial Times—que China sacará partido geopolítico a una derrota de Rusia en Ucrania, y pide a los Estados miembros que den forma a una estrategia coherente en respuesta a las ambiciones internacionales de Pekín.

“La UE debe ser consciente de que muchos países ven la influencia geopolítica de China como un contrapeso de Occidente, y por tanto de Europa”, escribe Borrell. “Tratarán, añadió, de fortalecer su propio margen de maniobra sin ponerse del lado de ninguno”. Es una idea que nos conduce al tercer encuentro de la semana: la cumbre de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), celebrada en la isla de Labuan Bajo (Indonesia) el 10 de mayo. Pese a la lejanía de Ucrania, la organización—inclinada tradicionalmente al no alineamiento—continúa luchando por su unidad y centralidad en un tablero geopolítico alterado por la competición entre las grandes potencias. Qué hacer con respecto a las acciones de Pekín en el mar de China Meridional son causa de división entre los Estados miembros, y su “consenso de cinco puntos” para restaurar la estabilidad política en Myanmar tampoco ha sido respetado por los generales birmanos (sujetos a la influencia china).

Los encuentros al más alto nivel no han terminado: continuarán este fin de semana con la cumbre del G7 en Hiroshima, y la del QUAD en Sidney la próxima semana. Como contraprogramación, también este fin de semana China celebra en Xian su primera cumbre bilateral con las repúblicas de Asia central. Los comunicados de las dos primeras cumbres revelarán los ajustes más recientes a la estrategia china de Occidente, mientras que el discurso de Xi Jinping en la tercera reafirmará las ideas de Pekín sobre el orden internacional de su preferencia (y podrá dar alguna claves sobre su relación con Rusia, escasamente feliz por no haber recibido invitación a la reunión).

THE ASIAN DOOR: El Sudeste Asiático abandera el nearshoring. Águeda Parra

Los conflictos geopolíticos, la coyuntura internacional y el entorno de mayor rivalidad tecnológica global están propiciando la redefinición del modelo de globalización que ha estado vigente las últimas tres décadas, con impacto directo tanto en la las cadenas de suministro como en las cadenas de valor tecnológico.

A todas estas dinámicas de cambio se suma el fenómeno del ritmo desigual de recuperación de la pandemia de China, que está motivando un elevado grado de incertidumbre entre los inversores internacionales. A diferencia del rol que China ha venido ejerciendo como el principal motor económico para Asia en las últimas décadas, el gigante asiático va a ser el país de la región que va a registrar su menor crecimiento económico en 2022. Una circunstancia que no ha sucedido en los últimos 30 años, pasando Vietnam a ocupar este papel de liderazgo con un crecimiento que se estima alcance el 7%, según los organismos internacionales.

De no modificarse las presiones, China reducirá su crecimiento económico hasta el 3,2% en 2022, muy lejos del 5,5% que algunos organismos internacionales estimaban a principios de año. Unos vaivenes económicos que los países del Sudeste Asiático van a aprovechar, comenzando a liderar una tendencia que ya venía materializándose tiempo atrás, y que la coyuntura internacional y las tensiones geopolíticas de rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China no han hecho más que acelerar, como es el nearshoring.

En esta nueva dinámica de cambio, el impacto de la geopolítica de la tecnología se va a intensificar sobre todo en el eje del Indo-Pacífico, marcando nuevas tendencias a nivel global en las próximas décadas. Las implicaciones tanto para las cadenas de suministro como para las cadenas de valor tecnológico van a ser globales, al estar redefiniéndose el modelo, pero a su vez van a generar otras más específicas en los principales polos de producción y de innovación mundiales.

Como parte de esta redefinición con implicación global, la redistribución de las cadenas de suministro se va a centrar en los países ASEAN, posicionándose como destino prioritario de la inversión en la región asiática. El atractivo de Vietnam, pero también de Indonesia, Singapur, Filipinas y Malasia están impulsando la acelerada diversificación de la inversión en la región, mejorando así todos estos países su posicionamiento en las cadenas de suministro globales, además de escalar posiciones en las cadenas de valor.

La región ASEAN se configura así como una zona a tener muy en cuenta en el radar de la expansión internacional, así como en la redistribución de las operaciones de negocio en la región, principalmente porque son países que han desarrollado óptimas condiciones de negocio en esta última década, acelerando el proceso de nearshoring. Asimismo, los países de la región están generando una floreciente economía digital que va a tener un impacto específico a nivel local, desarrollando aún más las economías. Países como Filipinas van a multiplicar su economía digital hasta en 3,5 veces, pasando de los 8.000 millones de dólares en 2020 a los 28.000 millones de dólares en 2025, siendo superado por Vietnam, que podría alcanzar un factor multiplicador de hasta 3,7 veces en el crecimiento de su economía digital, pasando de 14.000 millones de dólares en 2020 a 52.000 millones de dólares en 2025, según Temasek y Bain & Company. El resto de países de la región como Filipinas, Singapur, Indonesia y Malasia van a generar igualmente un comportamiento muy similar, multiplicando de media por tres sus economías digitales.

No obstante, la nueva tendencia de nearshoring hacia los países ASEAN no tiene su origen únicamente en la creciente tensión geopolítica global, sino que está asociada también al proceso natural que supone que China haya ascendido en estas últimas décadas en la cadena de valor hacia posiciones más altas en su objetivo de convertirse en potencia innovadora en 2030, lo que va a seguir generando un importante atractivo inversor.

El discurso de decoupling de China, que ha crecido en intensidad en los últimos años, tendrá una mayor aplicación en la adaptación al nearshoring en la industria de manufactura. Sin embargo, la inversión más ligada al desarrollo tecnológico, tanto en manufactura tecnológica como innovación digital seguirá teniendo la vista puesta en el atractivo que va a seguir generando China en los próximos años, principalmente por el aliciente que supone producir y generar innovación energética y digital en China para China.

 

INTERREGNUM: Otoño multilateral. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, se concentran en unos pocos días las cumbres anuales de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) con sus socios externos, la Cumbre de Asia Oriental, y la del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC). Al ser este año Indonesia anfitrión de la reunión del G20, se suma un encuentro multilateral más en la región. No repiten los mismos participantes en todos los casos, pero buena parte de ellos se irán trasladando de Camboya—país anfitrión de los dos primeros encuentros—, a Bali—donde se celebra la cumbre del G20—, para terminar el próximo fin de semana en Tailandia, donde se reunirán los líderes de APEC. Tampoco la agenda es la misma, pero sí el contexto de fondo, marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Para la mayoría de los observadores lo más relevante de esta intensa semana es en consecuencia el encuentro de Joe Biden y Xi Jinping el lunes 14 en Indonesia.

En realidad, sólo en el G20 van a coincidir ambos mandatarios: Xi no estuvo en Camboya—le representó su primer ministro, Li Keqiang—, y Biden no estará en Bangkok: le sustituirá la vicepresidenta Kamala Harris. Pero las relaciones entre los dos países condicionan todos los encuentros. Para Biden, el principal objetivo de su viaje consiste precisamente en enviar una clara señal de su compromiso con las naciones del Indo-Pacífico (y, por tanto, de su intención de contrarrestar la creciente influencia china). En Phnom Penh, Biden declaró que la ASEAN es un pilar central de su política asiática, y anunció la puesta en marcha de una “asociación estratégica integral” con la organización. En el que fue su tercer encuentro bilateral con el grupo, el presidente norteamericano ofreció asimismo una partida de 850 millones de dólares en asistencia al sureste asiático, para promover—entre otros asuntos—la cooperación marítima, vehículos eléctricos y la conectividad digital.

La situación en Myanmar también formó parte de la discusión en Camboya, con el fin de reforzar de manera coordinada la presión sobre la junta militar, así como Corea del Norte, asunto sobre el que Biden mantuvo una reunión separada con el presidente surcoreano y el primer ministro de Japón. Los tres líderes, que ya mantuvieron un encuentro con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de junio, tratan de articular una posición común frente a la reciente oleada de lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y la posibilidad de un séptimo ensayo nuclear. También trataba Biden de preparar con sus dos más importante aliados asiáticos la reunión bilateral con Xi.

Aunque Biden y Xi se conocieron cuando eran ambos vicepresidentes, no han coincidido presencialmente desde la llegada del primero a la Casa Blanca. Han hablado por teléfono cinco veces desde entonces, y llegaron a Bali poco después de obtener (Biden) unos resultados mejores de los esperados en las elecciones de medio mandato, y (Xi) un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista. Por las dos partes se aspiraba a explicar en persona sus respectivas prioridades—incluyendo Taiwán, Corea del Norte y Ucrania—, restaurando un contacto directo que pueda contribuir a mitigar la espiral de rivalidad.

Es innegable, no obstante, que—pese a su encuentro formal—tanto Washington como Pekín continuarán intentando orientar la dinámica regional a su favor, ya se trate del entorno de seguridad o de acuerdos económicos. En Tailandia, China podría dar algún paso hacia su adhesión al CPTPP—el antiguo TTP que Trump abandonó—, mientras que la alternativa que Biden promueve—el “Indo-Pacific Economic Framework”—puede resultar redundante con la propia función de APEC, foro que la corresponde presidir a Estados Unidos en 2023.

La interacción entre las dos grandes potencias y la división geopolítica resultante marca, como se ve, esta sucesión de encuentros multilaterales, que lleva a algunos a reconsiderar por lo demás el futuro de la ASEAN, justamente cuando celebra su 55 aniversario. Desde fuera de la región, habría también que preguntarse por la ausencia—salvo en el G20—del Viejo Continente, en la región que se ha convertido en el epicentro de la economía y la seguridad global.

INTERREGNUM: La ASEAN va a Washington. Fernando Delage

Sólo una semana antes de emprender un viaje a Corea del Sur y Japón, donde asistirá a la segunda cumbre presencial del QUAD a nivel de jefes de Estado y de gobierno, el presidente Biden recibió en Washington a ocho de los líderes de la ASEAN (sólo faltaron los presidentes de Myanmar y Filipinas). Esta cumbre especial, que ha servido para conmemorar 45 años del establecimiento de relaciones formales entre Estados Unidos y la organización, ha tenido una considerable relevancia al haberse situado el sureste asiático en espacio clave de la rivalidad estratégica entre Washington y Pekín. Los gobiernos de la región han podido recuperar el acercamiento a Estados Unidos que se perdió durante la administración Trump, un paréntesis durante el cual Pekín continuó avanzando en la integración económica con sus vecinos a través de iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda y la Asociación Económica Regional Integral.

La cumbre lanzó dos importantes mensajes. El primero es que, pese a la guerra de Ucrania, la administración Biden mantiene el impulso de su estrategia hacia el Indo-Pacífico como orientación central de su política exterior. En segundo lugar, en el marco de esa estrategia, se quiere superar la percepción de que Washington no termina de reconocer la importancia del sureste asiático en la dinámica económica y geopolítica del continente.

Ese reconocimiento se formalizó al elevarse la relación al nivel de “asociación estratégica integral” y nombrarse un nuevo embajador norteamericano ante la organización, un puesto que había estado vacante desde 2017. Washington se esforzó asimismo por mostrar una especial sensibilidad hacia las prioridades de sus invitados, y anunció una serie de iniciativas hacia la región—en áreas como energías renovables, seguridad marítima y digitalización—aunque su montante se limita a unos modestos 150 millones de dólares.

La Casa Blanca ha insistido en que valora el papel de la ASEAN en sus propios términos y no sólo en función de la competición con China. Pero es innegable que uno de los principales objetivos de la cumbre era el de sumar los gobiernos de la región a su perspectiva estratégica. Es sabido, no obstante, que éstos nunca se adherirán a una abierta política de contención de la República Popular, ni a un esquema de cosas que ponga en duda la centralidad de la ASEAN en la arquitectura de seguridad regional. Problemas similares presenta otra de las cuestiones fundamentales para Estados Unidos: su plan económico (el denominado Indo-Pacific Economic Framework, IPEF), que Biden presentará formalmente en Tokio a final de mes. Es significativo que el comunicado final no hiciera mención alguna al mismo, quizá como respuesta a las dudas de los asistentes. En opinión de los líderes del sureste asiático presentes en la cumbre, el plan carece de claridad con respecto a sus elementos concretos.

Quizá había un problema de expectativas insuficientemente realistas, pero cada parte quiere algo que el otro difícilmente puede darle. La ASEAN desea que Estados Unidos se incorpore al CPTTP—el acuerdo de libre comercio que sucedió al TPP tras su abandono por Trump—y que abra su mercado a las exportaciones del sureste asiático; una posibilidad que hoy por hoy no aprobaría el Congreso norteamericano. Los Estados miembros de la organización evitarán igualmente toda presión dirigida a obligarles a elegir entre Washington y Pekín, como querría la Casa Blanca. En último término, por tanto, la cumbre restableció buena parte de la confianza perdida, pero Estados Unidos aún tendrá que hacer un esfuerzo mayor si aspira a corregir la percepción—y la realidad—de que está perdiendo influencia frente a China en la subregión.

INTERREGNUM: Encuentros multilaterales. Fernando Delage

La última semana ha sido prolífica en cuanto a la celebración de encuentros interregionales. Con pocos días de diferencia, China ha mantenido una reunión con sus vecinos de la ASEAN y con el continente africano. Por su parte, cuando se cumplen 25 años de su nacimiento, el proceso Asia-Europa (ASEM) celebró su 13ª cumbre.

Aunque China y la ASEAN tuvieron en octubre su cumbre bilateral anual, el 22 de noviembre se encontraron de nuevo con motivo del 30 aniversario del establecimiento del diálogo formal entre ambas partes. El sureste asiático es uno de los principales espacios de competición entre Washington y Pekín, y China continúa dedicando notables esfuerzos al aumento de su influencia en la subregión. Para marcar un cambio de etapa en las relaciones bilaterales, el presidente chino anunció que se elevará el nivel de la asociación estratégica con la ASEAN, en reconocimiento de la importancia de la organización en la arquitectura asiática y global. Xi indicó, por otro lado, que China ofrecerá 150 millones adicionales de vacunas al grupo, donará 1.500 millones de dólares en ayuda al desarrollo los próximos tres años, e importará más de 150.000 millones de dólares en productos agrícolas en cinco años.

Apenas una semana después de su reunión virtual con el presidente de Estados Unidos, Xi no dejó de aprovechar la ocasión para denunciar los actos “contrarios a la paz, el desarrollo y la cooperación”, en una velada referencia al acuerdo firmado en septiembre por Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS). El presidente chino declaró su intención de adherirse tan pronto como sea posible al protocolo del tratado del sureste asiático como zona libre de armamento nuclear.

Si bien Asia es la prioridad diplomática de China, su relación con África está adquiriendo una relevancia cada vez mayor. Hace poco más de 20 años que se puso en marcha el Foro de Cooperación China-Africa (FOCAC), cuyo octavo encuentro trienal  se ha celebrado el 29 y 30 de noviembre en Dakar. El crecimiento de los intercambios económicos desde entonces ha sido espectacular. El comercio entre ambos ha aumentado de 10.000 millones de dólares en el año 2000 a más de 200.000 millones de dólares en la actualidad (lo que supone algo más del 20 por cien del total del comercio exterior africano). La inversión directa anual china en África se incrementó, por otra parte, desde algo menos de 75 millones de dólares en 2003 (año a partir del cual hay datos disponibles), a 5.500 millones de dólares en 2018 (en 2019 cayeron a 2.700 millones de dólares, para aumentar de nuevo, pese a la pandemia, a 4.200 millones de dólares en 2020). El stock acumulado se ha multiplicado casi por 100 en este período: de 490 millones de dólares en 2003 a 43.400 millones de dólares en 2020 (46.100 millones en 2018), lo que hace de China el cuarto mayor inversor en África desde 2014.

Las proyecciones de crecimiento de esas inversiones permiten estimar que, en diez o quince años, será el primer inversor externo. A todo ello hay que añadir los préstamos concedidos por la República Popular a África: unos 153.000 millones de dólares en los últimos veinte años. Como indica el nuevo Libro Blanco sobre el continente, hecho público por Pekín en vísperas de la cumbre, China está comprometida a integrar estrechamente su propio desarrollo con el de África, reforzando su presencia en infraestructuras, tecnología, salud y educación. Ya hay en funcionamiento más de 100 parques industriales en los que las inversiones chinas—cada vez más diversificadas—contribuyen a la modernización industrial africana y a la creación de empleo.

La relación China-África es en consecuencia una variable a la que europeos y americanos deben prestar atención, aun cuando los primeros no pueden desatender de manera más inmediata el desafío asiático. Pero en contraste con el impulso de Pekín a sus redes multilaterales, la cumbre de ASEM, celebrada con Camboya como anfitrión el 25 y 26 de noviembre, ha pasado prácticamente inadvertida. Tras la adopción en septiembre de su estrategia hacia el Indo-Pacifico, y la próxima presentación de la iniciativa “Global Gateway”, que desarrolla y adapta la estrategia de interconectividad Asia-Europa de 2018 al contexto actual, podía esperarse un mayor interés. Después de todo, ASEM representa en torno al 50 por cien del PIB global y la mitad de la población del planeta, y es el único instrumento multilateral en el que Bruselas y los Estados miembros coinciden con sus interlocutores asiáticos. La amplitud de su representación puede ser quizá una de las razones de que se haya convertido en otro ejercicio burocrático, pero no deja de llamar la atención el contraste con la manera en que China saca partido a sus medios diplomáticos

INTERREGNUM: El dilema birmano de la ASEAN. Fernando Delage

Inquieto porque el gobierno de la Liga Nacional para la Democracia (el partido que en las elecciones generales de 2019 revalidó la mayoría obtenida en 2015) pudiera acabar con el control por los militares del ministerio de Defensa y de distintos sectores de la economía, el ejército de Myanmar—en cuyas manos estuvo el país entre 1962 y 2010—dio un golpe de Estado el pasado 1 de febrero.

Desde entonces la junta militar ha reprimido brutalmente toda forma de disidencia, con un resultado de más de mil muertos. La economía también ha estallado: numerosos bancos carecen de liquidez, y buena parte de las empresas extranjeras han abandonado el país. Cerca de un millón y medio de empleos desaparecieron en el segundo semestre del año, y el Banco Mundial estimó en verano que el PIB caerá un 18 por cien en 2021. Myanmar podría estar cerca de convertirse en un Estado fallido, con el consiguiente riesgo de inestabilidad para las naciones vecinas. Los problemas de gobernabilidad, el aumento de los contagios por Covid (Myanmar puede convertirse en un transmisor masivo de nuevas variantes de la pandemia), y el creciente flujo de refugiados representan una grave amenaza para la región.

Con su atención puesta en otros asuntos, las principales potencias se han mantenido más bien al margen. Estados Unidos y otras democracias no han ido más allá de la imposición de sanciones e India ha mantenido un significativo silencio, mientras que China se ha negado a condenar a la junta y Rusia ha aprovechado para aumentar sus ventas de armamento. Más grave resultaba que quien tenía una especial responsabilidad con respecto a la cuestión, la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), no ofreciera ninguna respuesta.

De ahí la llamativa decisión de no invitar al líder birmano, general Min Aung Hlaing, a la cumbre anual de la organización que se celebra esta semana. Es un gesto que puede interpretarse como una victoria simbólica para el Gobierno de Unidad Nacional en el exilio, aunque lo relevante es que la ASEAN no ha expulsado a Myanmar ni ha suspendido su participación en las reuniones de altos funcionarios. Su actitud parece por tanto contradictoria, si bien es un claro reflejo de su tradición de no injerencia en los asuntos internos de los miembros y de adopción de decisiones por consenso.

A mediados de octubre, Indonesia, Malasia, Filipinas y Singapur condenaron el golpe, exigieron la liberación de los prisioneros políticos y demandaron que no se invitara al general Min a la cumbre de este año; una posición que no fue compartida por Tailandia—también controlada por las fuerzas armadas—así como por Camboya y Laos.

El problema es que la crisis birmana representa un incómodo desafío a la credibilidad de la ASEAN. La resistencia de la junta militar a poner en marcha el plan de cinco puntos acordado—con su visto bueno—por los ministros de Asuntos Exteriores de la organización en abril para el cese de la violencia no le dejaba mucho margen de maniobra. Ni podía aparecer como protectora del régimen, ni podía arriesgarse a que, en un contexto de preocupación por la creciente influencia de China, el presidente de Estados Unidos decidiera no acudir a la próxima Cumbre de Asia Oriental, de cuya gestión se ocupa la ASEAN. También las cumbres bilaterales con Estados Unidos y con la Unión Europea podían verse en el aire de no adoptarse ninguna respuesta frente a Myanmar.

No parece que la exclusion de la cumbre del general Min vaya a abrir paso a una aproximación más eficaz al conflicto, pero el gesto es revelador del dilema permanente que afronta la organización a la hora de equilibrar la pretensión de mantener su centralidad en una era de rivalidad entre las grandes potencias, y los condicionantes impuestos por sus propias prácticas de funcionamiento.

INTERREGNUM: EE UU, China y el sureste asiático. Fernando Delage

Durante las últimas semanas, la administración Biden ha continuado reforzando sus contactos con los aliados y socios asiáticos. Si Japón y Corea del Sur fueron especial objeto de atención durante los primeros meses del año, el sureste asiático ha sido la pieza siguiente. Son elementos todos ellos de la estrategia en formación frente al desafío que representa una China en ascenso, país a donde también viajó en julio la vicesecretaria de Estado.

La primera visita de un alto cargo de la actual administración norteamericana al sureste asiático fue la realizada a finales de julio por el secretario de Defensa, Lloyd Austin, a Singapur, Filipinas y Vietnam. Ha sido una visita relevante no sólo porque Washington tiene que contrarrestar la creciente presencia económica y diplomática de Pekín en la subregión, sino también corregir el desinterés mostrado por el presidente Trump hacia los Estados miembros de la ASEAN. Tampoco ha sido tampoco un mero gesto, sino la ocasión para subrayar el renovado compromiso de Estados Unidos con sus socios locales.

El 27 de julio, en un foro organizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Singapur, Austin indicó que las acciones chinas en el Indo-Pacífico no sólo son contrarias al Derecho internacional, sino que amenazan la soberanía de las naciones de la región. El secretario de Defensa añadió que la intransigencia de Pekín se extiende más allá del mar de China Meridional, mencionando expresamente la presión que ejerce contra India, Taiwán y la población musulmana de Xinjiang. Insistió, no obstante, en que Washington no busca la confrontación (aunque no cederá cuando sus intereses se vean amenazados), ni pide a los países del sureste asiático que elijan entre Estados Unidos y la República Popular.

Es evidente que, pese a la marcha de Trump, las relaciones entre Washington y Pekín no han mejorado. Mientras Austin se encontraba en Singapur—y  el secretario de Estado, Antony Blinken, llegaba a Delhi—, la número dos de este último, Wendy Sherman, se encontró en Tianjin con una nueva condena por parte de sus homólogos chinos a la “hipocresía” y la “irresponsabilidad” de Estados Unidos. Con un lenguaje y tono similares al que ya empleó en la reunión de Alaska en marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, reiteró tres líneas rojas: “Estados Unidos no debe desafiar ni tratar de subvertir el modelo chino de gobierno; no debe interferir en el desarrollo de China; y no debe violar la soberanía china ni dañar su integridad territorial”.

Empeñada en no quedar fuera de juego en este rápido movimiento de fichas, Rusia también mandó a su ministro de Asuntos Exteriores a la región. Sergei Lavrov visitó Indonesia y Laos en julio, con el fin de demostrar su estatus global, dar credibilidad a su interés por la ASEAN, y ofrecerse como opción más allá de Estados Unidos y China. Moscú parece temer cada vez más que se le vea como un mero socio subordinado a Pekín en Asia. Pero no puede ofrecer lo mismo que los dos grandes ni económica ni militarmente, salvo con respecto a la venta de armamento. Y una nueva indicación de cómo los gobiernos de la zona valoran el actual estado de la cuestión ha sido la decisión de Filipinas, anunciada durante la visita de Austin a Manila, de dar marcha atrás en su declarada intención de no renovar el pacto de defensa con Washington. Duterte no ha conseguido las inversiones que esperaba de Pekín, mientras—en un contexto de elecciones el próximo año—es consciente de la percepción negativa que mantiene la sociedad filipina sobre las acciones chinas en su periferia marítima.

Austin no llegó a anunciar, como se esperaba, la nueva “US Pacific Defense Initiative (UPDI)”, destinada a mejorar el despliegue de los activos estratégicos, de logística e inteligencia del Pentágono frente al creciente poderío naval chino. Y tampoco se han confirmado los rumores de que la administración estaría dando forma a una iniciativa sobre comercio digital para Asia que excluiría a la República Popular. Sin perjuicio de las posibles declaraciones que pueda realizar la vicepresidenta Kamala Harris durante su viaje a Singapur y Vietnam a finales de agosto—una nueva indicación de las prioridades de Washington—, ambas propuestas se encuentran aún en estado de elaboración, aunque, sin duda, formarán parte de la primera Estrategia de Seguridad Nacional de Biden, esperada para el año próximo.

INTERREGNUM: Europa y el Indo-Pacífico. Fernando Delage

El reciente viaje a Yakarta del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha sido la ocasión para reiterar el creciente interés europeo por el Indo-Pacífico como prioridad estratégica. Después de que Francia, Alemania y Países Bajos hayan adoptado sus respectivas estrategias nacionales sobre la región, y el Consejo de la UE las líneas directrices de la que adoptará la Unión como bloque en septiembre, Bruselas debe explicitar sus intenciones de manera directa ante sus socios asiáticos.

Pocos entre ellos son tan relevantes como la ASEAN, el interlocutor “natural” de la UE como institución multilateral, y bloque con el que no dejan de crecer los intercambios económicos. Las exportaciones europeas aumentaron de 54.000 millones de euros en 2010 a 85.000 millones en 2019, mientras que las compras procedentes de la subregión se han incrementado de 72.000 millones de euros a 125.000 milllones. La UE es ya el tercer socio comercial de este grupo de 10 Estados que suman 600 millones de personas y que, como área de libre comercio, se convertirá en la cuarta economía del planeta hacia mediados de siglo.

En una intervención ante el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de la capital indonesia, Borrell hizo especial hincapié, por otra parte, en el papel que pueden desempeñar los europeos en asuntos estratégicos, y especialmente con respecto a la seguridad marítima. Puesto que cerca del 40 por cien del comercio exterior de la UE circula por el mar de China Meridional, la libertad de navegación y la estabilidad de este espacio es una preocupación que exige una mayor presencia comunitaria. De ahí el principal mensaje que quiso transmitir: la intención de la Unión de “fortalecer su acercamiento a sus socios en la región del Indo-Pacífico a fin de responder a las dinámicas emergentes que afectan a la estabilidad regional”.

Es una declaración bienvenida por la opinión pública del sureste asiático, según revelan recientes sondeos sobre los más convenientes socios externos para la ASEAN, y que también coincide con la petición realizada hace unos días por el ministro de Defensa de Japón, Nobuo Kishi. En una inusual intervención ante el subcomité de seguridad y defensa del Parlamento Europeo, Kishi animó a la UE a comprometerse militarmente en la región, a profundizar la cooperación con Tokio en este terreno, y colaborar juntos en la batalla contra la expansión del autoritarismo.

El objetivo europeo, ha subrayado Borrell, no debe ser el de propiciar la irrupción de bloques rivales ni forzar a nadie a alinearse entre uno y otro. Pero la UE sí está determinada a defender los principios del Derecho internacional y fortalecer su relación con aquellos socios democráticos que comparten sus mismas ideas y valores, por considerarlos no como europeos u occidentales sino como universales.

El verdadero desafío puede consistir, sin embargo, en reconciliar los intereses y asegurar la coordinación entre los propios Estados miembros de la Unión; en encontrar el adecuado equilibrio entre los imperativos económicos que guían su presencia en Asia, y su ambición de apoyar la democracia y los derechos humanos. El reciente intento de Macron y Merkel de convocar una cumbre con Putin que permitiera restaurar la relación con Moscú, y que fue rechazado por los demás Estados miembros, ha vuelto a reflejar las dificultades de dar forma a una posición común en política exterior. Entretanto, Rusia seguirá colaborando con China en la integración de Eurasia—un esfuerzo al que se manera expresa se puede sumar Irán tras las recientes elecciones presidenciales—, y Pekín continuará transformando a su favor el equilibrio de poder en Asia oriental.

INTERREGNUM: El sureste asiático en el centro. Fernando Delage

La reciente celebración de las cumbres anuales en torno a la ASEAN ha puesto de relieve la consolidación del sureste asiático como uno de los principales espacios de competición entre Estados Unidos y China. La consecuencia es que los dos gigantes sitúan a los países de la subregión ante un complejo dilema: cómo aprovechar las oportunidades económicas que representa la República Popular y, a un mismo tiempo, reforzar la presencia de Washington como contrapeso de Pekín. El agravamiento de la rivalidad entre ambas potencias obliga a los Estados miembros a tomar partido por uno u otro, en un contexto en el que el aumento de la influencia china, y sus ambiciones cada vez más explícitas, han transformado el entorno de estabilidad del que tanto se beneficiaron durante varias décadas.

De la relevancia de la cuestión da idea la simultánea publicación de varios libros sobre esta parte del continente, tradicionalmente subordinada—en el terreno geopolítico—a los problemas del noreste asiático. Dos de los periodistas que mejor conocen la zona, Sebastian Strangio y Murray Hiebert—este último analista en la actualidad en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (CSIS)—ofrecen en sus trabajos, por cierto con títulos coincidentes (In the Dragon’s Shadow: Southeast Asia in the Chinese Century, Yale University Press, 2020; Under Beijing’s Shadow: Southeast Asia’s China Challenge, Rowman & Littlefield, 2020, respectivamente), un recorrido país por país con el fin de observar sobre el terreno la realidad del nuevo poder chino. Combinando esa mirada directa con un examen de los antecedentes históricos de la relación bilateral de cada uno de los Estados miembros de la ASEAN con China, y un detallado análisis de las implicaciones económicas y estratégicas de los movimientos chinos, el resultado es—en ambos casos—una extraordinaria aproximación a un grupo de naciones que, como bloque, constituyen la quinta economía del planeta y se encuentran justamente en la intersección de ese espacio que llamamos Indo-Pacífico.

Las aportaciones de Strangio y Hiebert, aunque dirigidas a un público general, en nada desmerecen—por la profundidad de sus análisis y la calidad de su escritura—de los libros de dos eminentes expertos, Donald Emmerson y David Shambaugh, que, sin perder de vista la perspectiva de cada país sobre su interacción con Pekín, parten de un enfoque más transversal en coherencia con su perspectiva académica. The Deer and the Dragon: Southeast Asia and China in the 21st Century (Stanford University Press, 2020) es un trabajo colectivo en el que, como editor, Emmerson, profesor en Stanford y uno de los mayores especialistas en el sureste asiático, ha reunido a una docena de sus colegas para ofrecer un estudio de primer nivel. Shambaugh, profesor en la universidad George Washington y uno de los grandes expertos americanos en China, realizó por su parte una reciente estancia de investigación en la región que le permitió examinar de primera mano la situación y contrastar lo que las élites políticas e intelectuales del sureste asiático piensan de la rivalidad entre los dos grandes. El resultado es un libro (Where Great Powers Meet: America and China in Southeast Asia, Oxford University Press, 2020) en el que, de manera más sistemática que los anteriores, examina el cambio en el equilibrio de poder entre Washington y Pekín.

Pese a las diferencias de enfoque y perspectiva, son numerosos los puntos de coincidencia de estos cuatro excelentes trabajos. Ninguno niega el peso abrumador de China ni la percepción de aparente inevitabilidad de su primacía. Todos reconocen la decepción local con unos Estados Unidos cuya influencia y credibilidad se han visto dañadas en los últimos años. Coinciden igualmente en lo erróneo de la creencia de que Pekín cuenta con un plan perfectamente diseñado para la región: los actores chinos son diversos, no siempre coordinados, ni sus intereses compartidos. En último término, el poder chino podrá debilitar a la ASEAN como grupo, pero estos autores concluyen que los miembros de la organización no han abandonado su objetivo de independencia y autonomía, que persiguen bien buscando nuevos socios—como Japón o India—, bien recurriendo a propuestas diplomáticas que revelan su margen de maniobra pese a sus menores capacidades y, sobre todo, su firme determinación de impedir que el futuro del sureste asiático dependa tan sólo de Washington y Pekín.

THE ASIAN DOOR: RCEP, nuevo miembro de la Ruta de la Seda. Águeda Parra

La integración comercial en la zona del Asia-Pacífico siempre ha supuesto un fuerte impulso para el crecimiento económico de la región. El creciente protagonismo de China en las cadenas de suministro globales ha tenido como resultado que el gigante asiático se haya posicionado como epicentro de la aportación de valor en la zona de Asia-Pacífico. Una influencia que se prevé creciente con la firma de uno de los acuerdos regionales de libre comercio más grandes del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, conocido en inglés como RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership).

En los ocho años que ha tardado en formalizarse el pacto entre China y otros 14 países de la región, que incorpora a los 10 países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) junto a Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda, el gigante asiático ha puesto en marcha uno de los proyectos de geopolítica más importantes de las últimas décadas, la nueva Ruta de la Seda. La ambición de la iniciativa de mejorar las conexiones a través de promover el mayor desarrollo de infraestructuras de la región en mucho tiempo persigue, asimismo, otros objetivos. Entre ellos, encontrar nuevos mercados para los productos chinos a través de fomentar una mayor integración comercial en la región.

Con la incorporación de China en el RCEP, no sólo el gigante asiático no se desacopla del mundo, sino que supone su consolidación como potencia económica dominante en la región. Poniendo la magnitud del pacto en perspectiva, la RCEP da cabida a más de 2.200 millones de personas, un tercio de la población mundial, casi el 28% del comercio mundial e incluye el 30% del PIB mundial, lo que supone consolidarse como el mayor acuerdo de libre comercio regional firmado hasta el momento.

Dos grandes ausencias marcan el inicio de una nueva etapa comercial en Asia-Pacífico. Por una parte, la de Estados Unidos, cuya retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (en inglés TTP, Trans-Pacific Partnership) marcaba una nueva dinámica en las relaciones de cooperación comercial con la región. Con este nuevo posicionamiento, la región avanza sin esperar a que Estados Unidos termine de resolver su transición presidencial, que podría llevar implícito un giro de 180º en ciertas decisiones de política exterior. China, como principal impulsor del acuerdo, maximiza su influencia en una región que avanza hacia el fortalecimiento de su integración económica y comercial, mientras las exportaciones estadounidenses pierden presencia en una de las regiones más dinámicas del mundo. Por otra parte, no menos importante es la ausencia de India en el acuerdo, cuya retirada en julio se propició al considerar que su adhesión podría conducir a un aluvión de importaciones de productos chinos, aunque la puerta queda abierta para que solicite su incorporación en cualquier momento.

Lo novedoso de este acuerdo es que el pacto avanza en la línea de relación comercial ya establecida entre los 10 países miembros de la ASEAN, tomando en cuenta la mayoría de los acuerdos vigentes para aunarlos en un único documento que se ha hecho extensivo de forma multilateral al resto de miembros. Alineando los acuerdos vigentes en un único pacto, Asia-Pacífico sigue la línea de integración de otras áreas comerciales unificadas, como la existente en la Unión Europea o entre Estados Unidos, Canadá y México a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Un acuerdo del que no sólo se beneficiará China, sino también el resto de países, al aumentar la capacidad productiva, especialmente la de los países ASEAN, además de que conjuntamente todos los miembros impulsen la consolidación de la cadena de valor con producción e inversiones que se originan y proceden de la región.

Con la previsión de que en el medio-largo plazo se vayan reduciendo, o incluso eliminando, hasta el 90% de los aranceles de los productos en el seno de la asociación económica, los objetivos de Pekín pasan por el fomento de elementos importantes de su cadena industrial. En el radar estaría la estrategia de impulsar la tecnología de los coches eléctricos de fabricación china, que le permita al gigante asiático avanzar en el objetivo de convertirse en hub de la industria automovilística, al menos para la región de Asia Pacífico.