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China 2060. Ángel Enríquez de Salamanca Ortíz

La lucha contra el cambio climático se ha convertido en uno de los desafíos más grandes para la humanidad en el siglo XXI. La rápida acumulación de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera ha generado graves consecuencias para el planeta y sus habitantes. En este contexto, China, como la nación más poblada y uno de los principales actores mundiales, ha asumido un papel fundamental en la búsqueda de soluciones para mitigar el cambio climático. Su compromiso es alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2060 y el techo de emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2030.

China, en la actualidad, ostenta el título del país con las mayores emisiones de dióxido de carbono (CO2) en el mundo, liberando aproximadamente 10.000 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Esto representa más de un 30% del total mundial. A lo largo de las últimas décadas, al igual que Europa y Estados Unidos lo hicieron en el siglo XVIII, China ha experimentado un rápido crecimiento económico, impulsado en gran medida por industrias altamente contaminantes, como el carbón y el petróleo. Esta tendencia ha dejado una profunda huella de carbono en su trayectoria. El incremento de la urbanización y la industrialización han generado una mayor dependencia de fuentes de energía fósil en el país, lo que ha agravado significativamente el problema del cambio climático.

[Fuente: Statista.com]

Sin embargo, en los últimos años, China ha tomado medidas enérgicas para abordar el cambio climático y ha logrado avances significativos en la adopción de energías limpias y renovables. Ha realizado inversiones masivas en energía eólica y solar, y ha implementado políticas para reducir la intensidad energética de su economía. Estos esfuerzos han llevado a una disminución relativa de la intensidad de carbono del país, pero aún enfrenta enormes desafíos para alcanzar la neutralidad de carbono.

En septiembre del año 2020, el presidente chino, Xi Jinping, sorprendió al mundo al anunciar el compromiso de China de alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2060. Esto implica que las emisiones de carbono del país se reducirán a “net zero” para ese año, compensando las emisiones restantes con acciones de mitigación y absorción de carbono.

El anuncio fue bien recibido internacionalmente y se consideró un hito significativo en la lucha global contra el cambio climático. Dado que China es el mayor emisor mundial de carbono, su compromiso es fundamental para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y proteger el medio ambiente para las generaciones futuras, logrando el objetivo de cero emisiones para el año 2060.

Para lograr este objetivo, China está poniendo todos sus esfuerzos para lograr la neutralidad en menos de 40 años.

China se ha convertido en líder en energías renovables y verdes, ha realizado enormes inversiones en turbinas eólicas, paneles solares o baterías para poder almacenar la energía y hacerla accesible a todo el mundo y, sobre todo, más asequible.

El gigante asiático cuenta con más de 300 millones de vehículos y, aunque la relación vehículos/habitante es relativamente baja debido a su enorme población, el gobierno del Partido Comunista Chino está proporcionando incentivos para la compra de vehículos eléctricos (EV) y mejorando y ampliando los puntos de carga. De hecho, ha regulado la normativa de contaminación para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero del sector de la industria y de los automóviles, con el fin de promover el uso de energías menos contaminantes y más verdes.

Además de reducir la contaminación y producir con energías más verdes, China también está reforestando sus bosques tan dañados, como el de Saihanba, un bosque artificial capaz de purificar 137 millones de metros cúbicos al año de agua y que puede absorber 860.000 toneladas de dióxido de carbono de la atmósfera y emitir otras 600.000 al año. Un área de más de 20.000 hectáreas que ha llevado más de 3 generaciones poder reforestar y que en 2017 recibió el premio de las Naciones Unidas al ser el bosque artificial más grande del mundo.

El compromiso de China con la neutralidad de carbono no está exento de grandes desafíos. China es un país que todavía depende mucho de las energías fósiles; su industria y sus transportes son totalmente dependientes de estas energías, como el carbón o el petróleo, necesarios para satisfacer las necesidades energéticas de una población de más de 1.300 millones de habitantes. El cambio de su industria y transporte a energías más verdes y limpias requerirá por parte del gigante asiático inversiones masivas en nuevas infraestructuras, vehículos públicos eléctricos, nuevas tecnologías, inversiones en I+D+I y, como no, un nuevo sistema educativo para dar formación a su inmensa población en estas nuevas áreas y, sobre todo, el acceso a regiones menos desarrolladas o más aisladas o con niveles educativos más pobres. Si el acceso a estas energías es limitado, podrían promoverse migraciones masivas de estas áreas más pobres a las áreas más desarrolladas.

La coordinación a nivel internacional en temas como la transferencia de tecnología requerirá una diplomacia a la altura y la colaboración a escala mundial.

El compromiso de China con la neutralidad de carbono para el año 2060 representa un paso decidido hacia un futuro sostenible y la lucha contra el cambio climático. Si se logra, tendrá un impacto significativo en la mitigación de las emisiones de carbono a nivel mundial y sentará las bases para una economía más verde y resiliente. Sin embargo, enfrenta desafíos complejos y requerirá una colaboración activa entre el gobierno, la industria y la sociedad para superarlos. La implementación exitosa de este compromiso no solo beneficiará a China, sino que también contribuirá a proteger el planeta para las generaciones futuras.

Como una potencia global, las acciones de China para combatir el cambio climático influirán significativamente en la trayectoria del mundo hacia la sostenibilidad. La comunidad internacional debe apoyar los esfuerzos de China mientras continúa cooperando a escala global para abordar el desafío compartido del cambio climático. A través de acciones colectivas y compromiso global, se podrá avanzar hacia un futuro más verde y próspero para las generaciones futuras.

 

Ángel Enríquez de Salamanca es Profesor de economía y relaciones internacionales, y columnista en 4asia.es

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@angelenriquezs

 

 

INTERREGNUM: La Ruta de la Seda cumple diez años. Fernando Delage

Se cumplen por estas fechas diez años del lanzamiento por el presidente chino, Xi Jinping, de la Nueva Ruta de la Seda (la Belt and Road Initiative, BRI, en su denominación oficial en inglés). Tras proponer en Astana, el 7 de septiembre de 2013, el establecimiento de un Cinturón Económico a través de Eurasia que conectase China con Europa, anunció en Jakarta, el 3 de octubre, una Ruta de la Seda Marítima que uniría igualmente ambos continentes. Nadie fue consciente en aquel momento de la relevancia que tendrían ambos discursos. Además de representar el mayor plan de desarrollo de infraestructuras de la historia, la iniciativa pronto se convertiría en la mejor expresión de las ambiciones diplomáticas de Xi, así como en una prioridad política interna, incorporada a los estatutos del Partido Comunista en 2017.

Sólo a partir de 2015 se dio realmente contenido a una idea que estaba sin elaborar cuando Xi la propuso. Se trataba de un concepto abierto, sin forma institucional, diseñado básicamente como respuesta a la desaceleración del crecimiento.  El modelo de desarrollo seguido desde los años ochenta, basado en una mano de obra intensiva y orientado a la exportación, había llegado al final de su recorrido. China afrontaba una deuda en aumento y un exceso de capacidad que hacían necesaria una reestructuración de la economía, a la vez que debía corregirse el desequilibrio entre las provincias de la costa y las del interior con el fin de asegurar la estabilidad social y política del país. Desde el exterior pronto se percibieron también las implicaciones geopolíticas, siempre negadas por los líderes chinos.

Con el tiempo, la iniciativa se extendió gradualmente a otros espacios (el Ártico, América Latina, África), y el sureste asiático adquiririó mayor protagonismo que Asia central en cuanto a número de proyectos. Pese a no haberse cumplido las ambiciosas expectativas iniciales, lo relevante—una década después—es la redefinición de prioridades a la que obligan, entre otros factores, la deuda acumulada por algunos de los países receptores de los préstamos de Pekín, y el propio cambio de ciclo en la economía china, agravado por los efectos de la pandemia y la política de covid-cero. Además de la oposición de la opinión pública, se cuenta con menos recursos para megaproyectos difícilmente sostenibles desde una perspectiva financiera. Las redes digitales y las energías renovables son hoy principal objeto de atención, no las infraestructuras de transporte, en un proceso mucho más estricto de selección de proyectos, pues debe primar su rentabilidad a corto-medio plazo.

El contexto político global ha cambiado igualmente en los últimos años, como se comprobará en octubre, en la tercera cumbre sobre la Ruta de la Seda. Aunque más de 90 países han anunciado su asistencia, los occidentales brillarán por su ausencia. Mientras estos últimos se alejan de BRI (el único Estado miembro de la UE que firmó un acuerdo sobre la iniciativa, Italia, lo denunciará), son las naciones del Sur Global las que mantienen su interés—aun con reservas—, y sus representantes estarán acompañados en Pekín, eso sí, por el presidente ruso, en una inusual visita al extranjero de Putin.

Preparando el terreno a la cumbre, la República Popular no sólo propició la ampliación de los BRICS a finales de agosto. En esa misma dirección, hizo público la semana pasada un nuevo Libro Blanco sobre la gobernanza global, con premisas contrarias al orden internacional liberal. De este modo, diez años después de su nacimiento, asegurar la sostenibilidad del crecimiento chino continúa siendo el principal objetivo estratégico de BRI, si bien debe enmarcarse en la más amplia “Iniciativa de Desarrollo Global” que promueve Pekín desde 2022, para—más allá de proyectos materiales de interconexión—exportar valores iliberales y establecer reglas y estándares tecnológicos incompatibles con los productos de las empresas occidentales. El alineamiento político de los países socios será, no obstante, más difícil de conseguir que el económico. Incluso en este último frente contarán con nuevas opciones, como las que ofrece el corredor India-Oriente Próximo-Europa (IMEC en sus siglas en inglés), anunciado en la reciente cumbre del G20.

¿Guerras para desviar la atención? Nieves C. Pérez

La caída del crecimiento económico chino es una realidad que ha sido motivo de discusiones en todos círculos financieros internacionales, así como en los de toma de decisiones políticas globales. La razón de la crisis algunos la atribuyen en parte a las estrictas medias de la política de “Cero Covid” impuestas por el Estado chino que priorizó prevenir contagios por sobre todo lo demás.  Aunque hay otros analistas que sostienen que es ilógico creer que China pudiera mantener el ritmo de creciendo que había venido sosteniendo en la última década.

Un escenario económico complejo con grandes problemas, tanto de orden político dentro del Partido Comunista chino con la desaparición de destacadas personalidades, como de orden económico con la fuga de capital extranjero o la crisis inmobiliaria, deja como resultado un escenario muy poco alentador que podría de hecho ser el propicio para darle más fuerza al uso del recurso de “guerras de desvío de la atención”.

El término de distracción o desvió de la atención lo retoma  M. Taylor Fravel, analista internacional experto en estrategia y doctrina militar, armas nucleares y disputas marítimas con foco en China y el este de Asia. Taylor publicó un artículo en Foreign Affairs el 15 de septiembre en el que cita a varios académicos que proponen que la crisis interna china puede abrir una escalada de ataques externos para desviar la atención de sus problemas domésticos.

En el artículo cita a Richard Hasss, un respetado intelectual que fue asesor de Colin Powell en la Administración de Bush, y que ha afirmado que China fomentará un mayor nacionalismo que les ayude a legitimar la invasión de Taiwán. O Michael Beckley y Hal Brands, conocidos académicos que han asegurado creer que frente a la caída del crecimiento chino Beijing buscará expandir su territorio como algo positivo en que centrar la atención.

Por lo tanto, la teoría de la guerra de distracción se lleva a la práctica principalmente para defender los intereses de los líderes que buscan permanecer en el poder. Frente a la amenaza externa los ciudadanos suelen unirse alrededor de la bandera y aumentar el apoyo a su gobierno en tiempos de conflicto con potencias extranjeras. Los líderes unifican apoyos internos pareciendo más competitivos al proteger el territorio y por tanto ganando fortaleza instantánea en un momento débil.

Taylor reconoce que los líderes chinos no suelen ser los que históricamente han propiciado un conflicto, aunque afirma que quizás si los líderes se sintieran débiles se volverán más sensibles a los desafíos externos y potencialmente atacaran para mostrar fuerza y disuadir a otros países de aprovechar su debilidad e inseguridad.

Relata cómo, en 1958, Mao Zedong provocó un desastre económico al industrializar el país con “el gran salto adelante” y cómo sometió a los ciudadanos y propició decenas de millones de muertes por hambruna. De manera casi simultáneas se llevaron a cabo las revueltas en el Tíbet y fue también el momento en el que el Dalai Lama huyó a la India. Ante esta situación, la respuesta del PC chino fue poner el foco en la necesidad de estabilizar sus relaciones con países vecinos firmando acuerdos de no agresión entre los que estuvo la India, aunque un par de años más tarde los chinos la atacaron.

De acuerdo con la opinión expresada en el momento por un oficial chino, la razón por la que China decidió atacar fue demostrarle a Delhi que a pesar de tener problemas domésticos no eran débiles y como respuesta al reforzamiento militar hecho por India en la zona limítrofe con el Tíbet después de las revueltas. Mao decidió reforzar la imagen china proyectando fuerza de cara al exterior.

En la década de los 60, los estragos de la Revolución Cultural de Mao se empezaban a acentuar por lo que el gobierno buscó formas de distraer al público del caos. En 1965 China envió tropas para ayudar a Vietnam del Norte contra Estados Unidos, aunque habían venido apoyando a Hanoi desde 1950, pero su apoyo militar se produjo en el momento en que tenían más problemas internos.

Taylor concluye desmitificando la teoría de las guerras para desviar la atención. Afirma que si los problemas económicos de China empeoran, sus líderes se volverán más sensibles a los desafíos externos como Taiwán. Presionar más a China podría ser contraproducente y motivar a Beijing a volverse más agresivo para demostrar su determinación. En un momento de crisis interna China podría arremeter, pero eso responde a la lógica de la disuasión y no de la distracción, en su opinión.

Sin embargo, se podría argumentar que el Estado chino ha venido insistiendo directa e indirectamente, internamente y al exterior que no tolerarán abusos mientras sigue insistiendo en que recuperaran a Taiwán o publicando mapas en los que se hacen con territorios en disputas.

De acuerdo con Jeniffer Zeng, una periodista china disidente, fuentes militares chinas afirman que, si Japón interviene en el plan del PC chino de liberación de Taiwán, el PC chino abandonará su compromiso previo de no usar armas nucleares y por el contrario lanzarán ataques sobre las islas niponas incondicionalmente.

Y aunque está amenaza pueda ser una forma de presión para conseguir disuadir a Tokio de intervenir en el asunto de Taiwán, es un mensaje que difunden en China y que va generando rechazo de la población hacia Japón y justificando posibles acciones del PC chino ante la población mientras que efectivamente consigue desviar la atención de la problemática doméstica. Y en esa compleja coyuntura, un mal cálculo, el ego de un dirigente o incluso un malentendido podrían desencadenar fácilmente una terrible guerra…

 

Estados Unidos y China se citan en Malta

El consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, y el nuevo ministro chino de Exteriores (el anterior fue destituido y desaparecido), Wang Yi, se han reunido en secreto en Malta para hablar sobre prácticamente todos los asuntos de su agenda bilateral que conllevan un alto riesgo de enfrentamiento: Taiwán, la competencia económica con la actual crisis china al fondo y la posición china sobre la guerra de Ucrania.

Como en los momentos más críticos de la Unión Soviética y la Guerra Fría, se han puesto de acuerdo sobre mantener abierta una vía permanente de comunicación de urgencia (el archiconocido mecanismo denominado teléfono rojo) para evitar que un error, un malentendido, una precipitación o una acción unilateral arrastren a un conflicto catastrófico.

Mientras  se rearma y robustece sus alianzas en el Indo Pacífico, Estados Unidos trata de rebajar al máximo el riesgo en aquella región donde ha venido creciendo la agresividad de China, verbalmente y en los hechos en forma de maniobras militares, algunas de ellas con Rusia,

China, por su parte, como hemos subrayado en varias ocasiones, necesita la mayor estabilidad posible en los mercados, sobre todo ahora con sus problemas internos, sin, a la vez, dejar de sacar músculo y emitir signos de apoyo a sus aliados en la lucha “contra el imperialismo de EEUU”.  Aliados que con sus políticas criminales están dificultando las inversiones chinas en Europa con la invasión de Ucrania y en África con la sucesión de golpes de Estado que están minando la influencia francesa y occidental en general.

Por eso, EEUU y China, cada uno con sus razones, necesitan un compás de espera, una relajación de las tensiones, para ganar tiempo en sus planes e intentar devolver algo de normalidad a los mercados y a los escenarios políticos. En este último terreno, es vital para el presidente Biden dar sensación de iniciativas en el plano internacional ya que tiene elecciones el año próximo, su popularidad se desmorona y Trump amenaza con volver a la Casa Blanca con su arsenal de arbitrariedades, su falta de respeto por las instituciones y sus coqueteos con Putin y sus mentiras.

Todo esto ha tejido en el escenario mediterráneo del encuentro en que Sullivan y Wang han mostrado algunas de sus cartas y se han repartido árnica mientras, en casa, afilan los cuchillos por si acaso.

INTERREGNUM: De Jakarta a Hanoi, vía Delhi. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas se han sucedido en pocos días las cumbres anuales de distintos foros multilaterales, poniéndose de relieve en todas ellas el deterioro del entorno de seguridad y la dinámica de competición en que se ven envueltas las grandes potencias.

Tras el encuentro de los BRICS celebrado en Johannesburgo a finales de agosto—cita en la que el presidente chino logró su objetivo de ampliar el grupo a un total de 11 miembros (cifra que aumentará en años próximos) y presentar a China como líder del Sur Global—, Xi Jinping se ausentó de manera llamativa de las cumbres posteriores, dejando la representación de la República Popular en manos del primer minstro, Li Qiang. Sin conocerse sus motivos, parece innegable, no obstante, que el éxito logrado en Suráfrica no oculta las consecuencias negativas de la asertividad exterior china en Asia.

Apenas unos días antes de las cumbres de ASEAN, de ASEAN+3 y de Asia Oriental en Jakarta, los vecinos de Pekín se encontraron con la publicación de un nuevo mapa oficial que incluye como parte de China territorios en disputa con India, Rusia y Japón, así como la práctica totalidad del mar de China Meridional (el conocido trazado de nueve puntos pasa a tener 10, al extenderse hasta la costa oriental de Taiwán). La “provocación” china, las inmediatas protestas diplomáticas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y las divisiones internas entre los Estados miembros sobre Myanmar (que por segundo año consecutivo no fue invitada a la reunión de la ASEAN) marcaron la agenda de las reuniones.

Los encuentros de la organización con sus socios externos en ASEAN+3 y en la cumbre de Asia Oriental se vieron devaluados por su parte por la ausencia de Xi, pero también por la de Biden, quien tampoco estuvo presente en la capital indonesia; un hecho que alimentó una vez más el escepticismo de la región sobre el compromiso de Washington con los países del sureste asiático. Debe destacarse, no obstante que, después de haberse reforzado la alianza con Manila en abril, el presidente norteamericano viajó a Hanoi el 10 de septiembre, tras la cumbre del G20 en Delhi, donde firmó un nuevo acuerdo de asociación estratégica global con Vietnam. Con la previsible adopción de un pacto similar con Kuala Lumpur, la Casa Blanca avanza así en la construcción de una actualizada arquitectura estratégica, de la que ya dio fe la institucionalización el 18 de agosto, en Camp David, de la cooperación trilateral Estados Unidos-Japón-Corea del Sur al más alto nivel; un mecanismo permanente que se añade de este modo al QUAD y al AUKUS.

Los dos días anteriores, en Delhi, Biden confirmó por otra parte la extraordinaria salud de las relaciones de Estados Unidos con India, además de aprovechar la oportunidad del G20 para formular nuevas propuestas que también tienen como objetivo contrarrestar el activismo diplomático chino. Destacó entre ellas la iniciativa, que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, para construir nuevas redes de infraestructuras entre India, Oriente Próximo y el Mediterráneo. La ausencia de Xi permitió al primer ministro Narendra Modi, por lo demás, proyectar a India como puente entre Occidente y el Sur Global; una percepción que ha promovido, entre otras iniciativas, al sugerir la incorporación formal de la Unión Africana como miembro del grupo.

Si en Johannesburgo China reforzó su influencia geopolítica mediante la ampliación de los BRICS, no puede decirse, por el contrario, que en el Indo-Pacífico esté logrando la confianza de los Estados vecinos. Es un contexto que facilita los esfuerzos de la administración Biden orientados a modernizar su sistema de alianzas mediante la consolidación de una tupida red de acuerdos bilaterales y trilaterales en la periferia de la República Popular. Si Xi tampoco asiste a la cumbre de APEC en San Francisco, en noviembre, habrá rechazado la última posibilidad de un encuentro directo con su homólogo norteamericano antes de que acabe el año, planteando nuevos interrogantes sobre la dinámica interna china, afectada sin duda por el deterioro de los indicadores económicos y la desconfianza exterior.

Biden en Hanoi, estrategia y liderazgo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Biden saca máximo provecho de su viaje a Asia haciendo una parada estratégica en Vietnam con el propósito de mostrar el tremendo interés que Washington tiene en la región y especialmente en ese país. La visita busca, además de cultivar y ampliar la lista de aliados, reforzar la relación bilateral y elevarla a un nivel más estratégico, “estamos avanzando a una era de mayor cooperación cincuenta años después que las tropas estadounidenses se retiraran” fueron algunas de las afirmaciones hechas por el presidente Biden durante la visita.

La comitiva del viaje estuvo conformada por un grupo de destacadas figuras de la Administración que buscan profundizar las relaciones bilaterales a todos los niveles con énfasis en la parte económica llevando la producción de semiconductores a Vietnam y con ello blindando otro frente de protección contra China.

Vietnam tiene enormes reservas de metales raros que serían claves para la creación de una cadena de suministros alternativa a China. Justamente un elemento que tiene obsesionado a los estadounidenses después de los problemas de abastecimiento que ocasionó la pandemia y los cierres de puertos e industrias en China.

Dada la complejidad del sistema político y jerárquico en Vietnam, Biden se tomó el tiempo de reunirse en privado con cada uno de los líderes nacionales, como el primer ministro Pham Minh Chinh, el presidente de la nación, Vo Van Thuong y el presidente de la Asamblea Nacional, Vuong Dinh Hue, así como también lo hizo con el Secretario general del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phú Trong, que es un veterano en política doméstica muy respetado, por lo que el encuentro trascendió de lo meramene diplomático.

Está visita de Estado eleva a otro nivel la relación entre dos viejos rivales cambiando considerablemente el tablero regional, aún cuando el establecimiento de relaciones formales entre Vietnam y Estados Unidos tuvo lugar en 1995 de manos del presidente Clinton y más adelante, en  2013, se estableció el acuerdo de integración integral que ha estado vigente y rigiendo las relaciones hasta ahora y que permitió una intensa relación bilateral.

Las favorables reformas puestas en práctica en Vietnam en los ochenta, a pesar de su sistema comunista, arrojaron un resultado muy positivo para la nación, consiguió entrar en la OMC en el 2007 y ha venido ocupando un lugar estable en el crecimiento económico desde 2010.

El protagonismo de Vietnam ha ido aumentando en las dos últimas décadas, sin duda. Hasta fue él lugar escogido para el segundo encuentro entre Trump y Kim Jong-un, y que los vietnamitas supieron aprovechar para mostrar un país que trabaja por la paz internacional, activo en las organizaciones internacionales como la ASEAN y encauzado en su propio desarrollo.

Durante el encuentro del G20, al que el presidente chino, Xi, decidió no asistir y ante los rumores sobre las razones de su ausencia junto con la visita oficial de Biden a Vietnam, los chinos no tardaron en protestar con múltiples y arriesgadas maniobras marítimas en el mar del sur de China mostrando su poderío naval, además de haberlo hecho a través de sus portavoces, quienes han afirmaron que Washington sigue expandiendo su mentalidad de guerra fría en el Pacífico.

En otra forma de queja, Beijing también anunció que detendría las exportaciones agrícolas vietnamitas, lo que supone un golpe para su economía, pues los contenedores de fruta listos para zarpar a China se han quedado varados en puerto vietnamita dada la retaliación y con la incertidumbre de cualquier otra medida china que pueda venir.

De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica (OEC), solo en junio de 2023 China exportó 11 mil millones de dólares a Vietnam e importó más de 8,4 mil millones de dólares de Vietnam por lo que mantiene una intensa actividad comercial bilateral.

Washington entiende como necesaria la relación con Vietnam además de consolidar aliados porque Hanoi mantiene una relación histórica con Rusia desde la época de la Unión Soviética. En efecto, justo a horas de que aterrizara la comitiva de la Casa Blanca en Hanoi, Hannah Beech, periodista del New York Times, publicaba un artículo en el que afirma que Vietnam está negociando en secreto con Moscú la compra de armamento, tal y como muestra un documento de marzo de este año. Por lo que los estadounidenses también estarían buscando la decapitación de ese supuesto acuerdo mientras apuestan por venderles sus armas.

Como han afirmado altos funcionarios estadounidenses, Rusia es una piedra incomoda que molesta y que, no se puede desatender y, a pesar de que no sea lo que fuera. todavía representa un gran riesgo. No hay mejor ejemplo que la guerra de Ucrania por lo que es necesario neutralizarla. Pero hoy en día él mayor peligro que enfrenta el mundo, sin lugar a duda es China por lo que todos los pasos que se den en unificar fuerzas para proteger el estado de derecho internacional y las libertades tal y como las hemos conocido son pocos.

Vietnam tiene todo para convertirse en la nueva China donde ya algunas empresas han comenzado a situarse, y otros inversores podrían potencialmente ver como un destino muy atractivo. Cada vez más empresas estadounidenses anuncian su salida de China, bien sea por la presión política interna, las sanciones o por su propia seguridad, y la visita de Biden certifica a Vietnam como un atractivo destino económico, además de un estratégico aliado regional necesario.

 

Los otros pasos de China

Durante los meses de verano, China ha dado algunos pasos, más o menos discretos, por consolidar su presencia económica, y política allí donde sea posible, en Oriente Próximo donde, a pesar de que los titulares se parezcan a los de hace décadas, están produciéndose cambios profundos.

Los Acuerdos de Abraham, que han supuesto un reconocimiento y un amplio programa de colaboración económica entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, las conversaciones, discretas pero intensar entre Jerusalén y Ryad para que Israel y Arabia establezcan relaciones diplomáticas oficiales (lo que sería un cambio radical en el paradigma político, cultural y religioso de la región), los acuerdos entre Israel y Marruecos y la creciente presencia israelí en África está sentando las bases de un acercamiento global entre Israel y el islam sunni que a medio plazo puede significar un cambio geoestratégico importante, han hecho que China quiera estar presente ante cierta inhibición de EEUU.

China ya tiene un importante acuerdo bilateral con Irán, negocia varios acuerdos con Turquía, mantiene un amplio programa de colaboración con Israel, donde ya gestiona parte del puerto de Haifa y desarrolla proyectos bilaterales de desarrollo tecnológico y están creciendo sus inversiones en Arabia Saudí. A pesar de sus recientes problemas económicos, Pekín no abandona sus grandes líneas de actuación que para ellos debe desembocar en un evidente papel de segunda (primera cuando sea posible) potencia mundial.

EEUU no pierde vista ese escenario pero sus problemas internos, su polarización social, la influencia de un trumpismo que puede volver a gobernar con su secuela de desprestigio de las instituciones y la falta de liderazgo presidencial están paralizando una respuesta más amplia.

La situación global gana en inestabilidad y un orden de otro tipo se está gestando en todas partes. EEUU duda, la UE no comparece y sólo en el plano militar parece haber cierta reacción occidental lo que no hace el escenario menos inquietante.

Las tres “D” que definen la política exterior de EEUU hacia China: Decoupling, De-risking & Diversifed. Nieves C. Pérez

La tensión entre Washington y Beijing ha pasado por casi todas las etapas posibles, desde la aceptación mutua como competidores, la cordialidad, la normalización, fricciones entre ambos, la subida de tensión, por el no dialogo o la confrontación, y, sobre todo, en los últimos años en cada momento la dependencia mutua ha conducido a la necesidad de que se busquen fórmulas de entendimiento.

La fuerte interconexión de las dos economías más grandes del planeta hace que, con frecuencia, el pragmatismo se imponga y que en el pasado Washington fuera permisivo con el gobierno chino en aspectos hoy impensable como la construcción de las islas artificiales. Construidas por el gobierno chino entre el 2013 y el 2015, ocupan una superficie de 3000 acres en el mar del sur de China meridional que reclaman como territorio propio.  Además de las implicaciones medio ambientales que ocasionó la obra sobre siete arrecifes de coral y obviamente la violación de las leyes internacionales.

Aun cuando las notas de protestas diplomáticas han sido el recurso habitualmente utilizado, está claro que Beijing ha ignorado muchos de estas llamadas de atención o en su defecto los tergiversa. La Administración Trump, en su momento, cambió el mecanismo y usó la queja verbal y la amenaza una vez que comprobó que los halagos no funcionaron. Hasta que decidió imponer controles como prohibir a empresas o individuos invertir en valores que cotizan en la bolsa en empresas que están en la lista de empresas militares chinas con el propósito de que el capital estadounidense no financie la modernización militar china.

A raíz de los problemas en la cadena de suministros, durante la pandemia se comenzó a popularizar él término “decoupling” en inglés o desacoplamiento de las economías, que es sin duda una postura radical y en este momento imposible de ejecutar, inclusive actualmente sigue siendo muy difícil de llevarla a la práctica, aunque para muchos es la única vía para neutralizar las pretensiones chinas.

El termino desacoplamiento abrió un gran debate incluso en el Congreso estadounidense que, en un principio, en un intento por aprobar legislación que condujera a desconectar las dos economías, comprendió que no podía hacerse un corte de raíz, por lo que comenzaron entonces a plantear un “desacoplamiento selectivo” que, consiste en poner el foco en áreas claves y especialmente vulnerables para su seguridad nacional e intentar de esa formar romper con la dependencia china esas áreas.

Dada la dureza del vocablo desacoplamiento, las continuas protestas chinas e incluso la presión a Washington por algunos de sus propios aliados, sumado a la dificultad de poder ejecutar tal desconexión, fue entonces que el cambio de léxico comenzó y los legisladores y expertos en Washington comenzaron a emplear el término “de-risking” o eliminación o reducción de riesgos, como una vía que se apega mucho más a la realidad puesto que es mucho más objetivo de plantear y /o ejecutar.

Beijing mientras tanto siempre opta por hacerse el ofendido y víctima de ser hostigado por su principal socio y competidor, presionando a todos los niveles internacionales. Y en efecto, esta primavera vimos que uno de los aportes del G7 en Hiroshima precisamente fue el cambio semántico de la definición de la política exterior hacia China. Los líderes europeos no se sienten cómodos con él término desacoplamiento y aparentemente tampoco con el de reducción de riesgos por lo que propusieron él uso de “diversificación de las economías” que no deja ser retórico y que deja mucho más amplio lo que en el fondo se está buscando.

El comité de Política Exterior del Congreso de los Estados Unidos está siguiendo rigurosamente cada rendija donde pueda colarse China y haber algún riesgo. El Departamento del Tesoro vigila las operaciones de empresas y ciudadanos chinos en su territorio para asegurarse de que no cometan algún tipo de infracción o atente contra la legislación. El escrutinio a los CEOs de empresas del orden de TikTok se han normalizado, en la búsqueda por mandar un mensaje claro de cero tolerancia a los abusos, robo de datos o intento de burlar la legislación nacional como la que protege a los menores.

El encuentro de Camp David con Japón y Corea del Sur fue la prueba del esfuerzo que la Administración Biden está haciendo para sellar alianzas estratégicas contra China. De blindarse contra el frente anti-Occidente que parece que Rusia y China han venido fortaleciendo desde la invasión de Ucrania y que incluye mucho más que solo a los Estados Unidos, es un frente en contra de los valores occidentales y la democracia.

Desde el Congreso estadounidense el consenso es bipartidista para poner freno a los abusos y pretensiones de China. Las tres “D” decoupling, de-risking & diversifed, definen por si solas como Washington percibe a Beijing y lo dispuestos que están de confrontarlos. Este debate no es semántico, las palabras solo intentan definir él mayor riesgo que enfrenta la potencia que ha venido liderando el mundo en las últimas décadas… y por tanto a cualquier otra nación que profese los mismos valores.

 

INTERREGNUM: La ampliación de los BRICS. Fernando Delage

Ninguna cumbre anterior de los BRICS (el grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) atrajo el interés suscitado por su XV encuentro a nivel de jefes de Estado y de gobierno, celebrado en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto. En un contexto global caracterizado por las diferencias que mantienen Occidente y el resto del mundo sobre la guerra de Ucrania, así como por el activismo diplomático de China entre las naciones emergentes, se ha extendido la idea de que el hoy denominado “Sur Global” constituye un nuevo polo del sistema internacional. Los BRICS representan la creciente visibilidad de una fuerza que minimiza el peso de las democracias occidentales, especialmente tras la ampliación acordada en Sudáfrica. Aunque es cierto que las diferencias internas erosionan la capacidad del bloque para actuar de manera unificada con respecto al objetivo de lograr un orden multipolar, sería un error ignorar el mensaje que transmiten sus miembros y, sobre todo, su utilidad como instrumento de la estrategia china.

Aunque 22 Estados presentaron su candidatura de adhesión, la cumbre formalizó la invitación a sólo seis: Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Egipto, Etiopía y Argentina. Todos ellos se convertirán en miembros a partir de enero. La ampliación implica que el grupo suma el 46 por cien de la población del planeta y el 37 por cien del PIB global. La incorporación de tres grandes productores de petróleo y gas—Irán, Arabia Saudí y Emiratos—añade una significativa dimensión estratégica (controlará más del 50 por cien de las reservas fósiles mundiales) y financiera (los fondos soberanos de los dos últimos países, por ejemplo, podrán inyectar un notable volumen de fondos al Banco de Desarrollo de los BRICS, la institución financiera creada en 2015 y con sede en Shanghai, considerada como alternativa al Banco Mundial).

La ampliación ha sido motivo de desacuerdos. Pese a las reservas de India, Brasil y Sudáfrica—temorosos de perder su espacio—, China pudo imponerla (con el acuerdo de Rusia). Mientras conforme a su agenda geopolítica antioccidental Pekín y Moscú aspiran a crear un orden favorable a sus esquemas, y a expandir su presencia en África, Oriente Próximo y América Latina, la prioridad de los restantes miembros fundadores consiste en corregir unas estructuras globales que consideran injustas y poder contar con la representación que creen les corresponde por su peso demográfico y económico en las instituciones internacionales. Aspiran igualmente por tanto a equilibrar el poder occidental, pero sin la intención de enfrentarse a Estados Unidos, Europa y Japón, socios indispensables para su seguridad y para sus intereses económicos.

Entre otras claves, la ampliación es reveladora del papel que China espera desempeñar en Oriente Próximo, después del acuerdo logrado en marzo entre Arabia Saudí e Irán con su mediación. Echarle un cable a Teherán, con una economía devastada por la política de sanciones occidentales, es otra importante señal. Pero el protagonismo de China—cuyo PIB es mayor que el de todos los demás miembros juntos—se ve también condicionado por otra variable mayor: la oposición india a dejar que decida unilateralmente las acciones del grupo. Si para la República Popular los BRICS son un medio para maximizar la dependencia de otras naciones de sus recursos financieros y tecnológicos, para Delhi es un recurso para diversificar sus opciones de diálogo y, a través de ellas, reforzar su autonomía estratégica.

Esas diferencias pueden explicar la llamativa ausencia de Xi Jinping en la cumbre del G20 que se celebrará en India el próximo fin de semana. Logrados sus objetivos en Johannesburgo con respecto al grupo que quiere construir como contrapeso del G7 (y al que todavía quieren incorporarse muchos otros países), parece importarle menos un foro en el que sí participan las grandes potencias occidentales y que—como en la cumbre de Bali del pasado año—denunciará de nuevo la agresión rusa en Ucrania. Por primera vez un presidente chino no participará en el G20, renunciando a la posibilidad de un encuentro con su homólogo norteamericano y dañando la relación bilateral con Delhi. Sólo podemos especular sobre sus motivos, pero no puede ocultarse que, pese a la retórica sobre el Sur Global y los BRICS, la guerra de Ucrania no ha hecho sino revitalizar la OTAN y el G7 como expresión de la cohesión de Occidente. Los malos datos sobre la economía china complican asimismo las  ambiciones globales de la República Popular.

Rusia-Corea del Norte: cita para el terror

Putin y Kim van a reunirse, probablemente en Vladivostok, cercana a la frontera ruso coreana, para explorar una mayor colaboración entre ambos sistemas agresivos y en dificultades. Kim necesita recursos energéticos, infraestructuras nuevas, apoyo político y probablemente toda clase de suministros para la vida cotidiana de los norcoreanos. Putin, por su parte, necesita material militar que pueda proporcionarle Corea del Norte.

En realidad, Kim no puede (no tiene) armas ni tecnología que puedan desequilibrar la guerra en Ucrania a favor de los invasores rusos pues sus fuerzas armadas son dependientes de Rusia y China  y su tecnología nuclear es la que tienen, más sofisticada, Moscú y Pekín. Pero Corea sí puede proporcionar a Rusia municiones, armas para su infantería, quizá baterías de artillería y drones (esta es una de las claves) ya que la producción rusa de éstos artefactos y los suministros iraníes ya no son suficientes ante la mejoría de las defensas ucranianas y los avances en el frente sur de las tropas de Kiev.

Pero para ambos países es fundamental el mensaje de cercanía, de amenaza global y de estar dispuestos a desencadenar una amenaza de confrontación con Occidente que abra grietas entre los aliados y cree turbulencias económicas mayores de las ya existentes. En la trastienda, China observa y aplaude un encuentro cuyas consecuencias globales es Pekín quien mejor las va a aprovechar.

Rusia está moviendo todas las piezas que pueden inquietar a Occidente en un esfuerzo desesperado por, como sugería Lenin, “agudizar las contradicciones del enemigo”. Así, apoya o aplaude golpes de Estado como los de Mali, Burkina Faso o Niger; organiza el encuentro con Kim Jon un o alienta indirectamente a los partidarios de Donald Trump. Putín, como n la buena tradición comunista, matando en casa, invadiendo fuera y alentando un terrorismo al que llama revolución. Pero, eso sí, todo en nombre de la paz, la justicia social y los derechos humanos, gloria a Dios en las alturas….