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INTERREGNUM: Xi Jinping y el XIX Congreso. Fernando Delage

Por primera vez en muchos años, termina agosto sin que haya trascendido ninguna filtración sobre lo tratado por los máximos líderes chinos en su tradicional retiro de verano en la playa de Beidaihe a principios de mes. De hecho, ni siquiera hay confirmación oficial de que se hayan reunido. El silencio resulta llamativo ante la celebración, este próximo otoño, del XIX Congreso quinquenal del Partido Comunista; una ocasión que servirá para confirmar si, como piensan numerosos observadores, Xi Jinping terminará imponiendo su poder personal sobre las reglas de liderazgo colectivo que han guiado las decisiones del régimen chino desde los tiempos de Deng Xiaoping.

Una primera indicación será si—en contra de las prácticas del sistema—Wang Qishan, mano derecha de Xi, es renovado por tercera vez como miembro del Comité Permanente del Politburó, corazón del poder político chino, durante otros cinco años. Como presidente de la Comisión de Disciplina, Wang ha estado al frente de la campaña contra la corrupción. Su anterior responsabilidad como ministro de Finanzas, hacen de él un candidato preferente para sustituir a Li Keqiang como primer ministro e impulsar las reformas económicas de las que depende la sostenibilidad del crecimiento y, por tanto, la legitimidad del Partido Comunista.

En segundo lugar, si no se designa a un sucesor aparente de Xi como secretario general, cuyo nombramiento se formalizaría en el XX Congreso en 2022, podrá interpretarse que Xi desea mantenerse en el poder más allá de los dos mandatos que le corresponden. El cese por sorpresa, a finales de julio, de Sun Zhengcai, uno de los dos únicos miembros del Politburó con posibilidades de ocupar dicho puesto, parece apuntar en tal dirección. No obstante, también puede ser la intención de Xi la de evitar la debilidad propia de un líder a final de mandato—como “pato cojo”—en un delicado momento de transición en la economía y la política exterior.

Una tercera clave será la posible inclusión en la Constitución china de las doctrinas de Xi como parte integrante de la ideología esencial del Partido Comunista, junto al marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Tse-tung. No sólo se consolidaría así su estatus histórico, sino que se reduciría el de sus dos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao.

Desde su nombramiento como secretario general a finales de 2012, Xi ha asumido un cargo tras otro—como la presidencia de las Comisiones sobre reformas económicas y sobre seguridad nacional—, y ha sido formalmente designado como “núcleo central” del Partido y “comandante supremo” de las fuerzas armadas; indicios todos ellos de un abandono de las reglas de consenso con las que Deng buscaba evitar la emergencia de un nuevo Gran Timonel. La centralización del poder y el control ideológico pueden ser, según Xi, necesarios para evitar la suerte del Partido Comunista de la Unión Soviética, una experiencia determinante en la manera de pensar de los líderes chinos. Pero habría que preguntarse si, al romper las normas para imponer su dominio personal sobre el Partido, Xi no provocará, por el contrario, su fragilidad.

INTERREGNUM: SÚPER XI

Con la inauguración, el 5 de marzo, de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional, arranca en China la preparación formal del próximo Congreso quinquenal del Partido Comunista. El XIX Congreso renovará en otoño sus principales órganos, incluyendo el Comité Permanente del Politburó, el corazón del poder político chino. Decidirá asimismo sobre las grandes orientaciones de la política nacional hasta el Congreso siguiente, cuya celebración, en 2022, coincidirá con el centenario de la fundación del Partido el año anterior.

Los analistas observarán con atención cualquier señal que pueda producirse en la Asamblea con respecto a las figuras en ascenso. De los actuales siete miembros del Comité Permanente, cinco abandonarán la política y sus sustitutos serán quienes formarán el núcleo de la sexta generación de líderes. Importa, sobre todo, confirmar si esos nuevos miembros serán cercanos al secretario general, Xi Jinping, y éste logrará por tanto imponer su criterio y ver así posibilitada su intención—según creen numerosos observadores—de abandonar las reglas establecidas en su día por Deng Xiaoping, y continuar en el poder más allá de los dos mandatos previstos tras el Congreso de 2022.

Las decisiones de la Asamblea permitirán llegar a algunas conclusiones sobre si se confirma el regreso de un liderazgo unipersonal. Pero no menos relevante será la discusión sobre las reformas, cuya ejecución está en gran medida paralizada por el temor de las autoridades a perder el control político de la economía. El nombramiento, el 24 de febrero, de cuatro nuevos ministros en el área económica, y el próximo relevo al frente del Banco Central, da idea de la estrecha relación existente entre ambas esferas.

Pese a la necesidad de cambiar el modelo de crecimiento económico de las últimas tres décadas, durante los primeros cinco años de su mandato Xi ha dado prioridad a la política, luchando contra la corrupción, centralizando el poder en su figura, imponiendo unas estrictas normas de disciplina en el Partido, y reafirmando el discurso ideológico. Desde su nombramiento como secretario general en 2012, Xi intentó superar la fragmentación interna y mejorar los mecanismos de decisión, para fortalecer la organización—la implosión de la Unión Soviética es un ejemplo permanente—y lograr un liderazgo más eficaz.

La Asamblea y el Congreso ratificarán sus poderes y su estrategia. Pero el margen para hacer realidad sus ambiciones se estrecha. De conformidad con su programa, el PIB chino habrá de duplicarse en 2021 con respecto al de 2010. Quizá el Congreso sea la ocasión para reactivar las reformas estructurales, una vez que Xi se ha concentrado en intentar eliminar buena parte de las resistencias a las mismas. La política, sin embargo, ha ido en la dirección contraria de lo que necesita la economía. Pueden perseguirse atajos para evitar los cambios políticos sin renunciar al crecimiento, como el hincapié en la innovación y las tecnologías, o la búsqueda de un nuevo motor de desarrollo en el exterior (como la iniciativa de la Ruta de la Seda). Pero pretender tener una economía moderna con un sistema político premoderno es un dilema de difícil solución.