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INTERREGNUM. Pekín en los Balcanes. Fernando Delage

El pasado 7 de julio, el primer ministro chino, Li Keqiang, se reunió en Sofía con sus 16 socios de Europa central y oriental (PECOS) para su séptima cumbre anual. Desde su formación en 2012, el grupo (conocido como “16+1”) se ha convertido en un instrumento para la penetración china en Europa, a través de los Estados menos desarrollados del Viejo Continente, así como de los todavía candidatos a la adhesión. Hay analistas que consideran el formato como un medio para dividir a la Unión Europea, creando una especie de dependencia de China para los PECOS. Los hechos no dan motivos para tal conclusión, aunque no deben perderse de vista algunos de sus efectos políticos.

De la alarma externa por el nacimiento del grupo se ha dado paso en la actualidad a un creciente escepticismo entre los propios participantes europeos. Las “inversiones” que esperaban son más bien préstamos de la banca pública china, que habrá que devolver —con sus intereses— pese a la discutible rentabilidad de muchos de los proyectos planificados. El temor al endeudamiento y las dudas sobre la fiabilidad técnica de varios de esos proyectos, están en el origen de una cierta decepción que se ha hecho visible en el encuentro en la capital búlgara. El desfase entre la retórica de reuniones anteriores y la realidad que parece asumirse hoy no deja de ser, sin embargo, una consecuencia de la falta de transparencia sobre los objetivos del grupo.

Aunque se trata de una fórmula multilateral, es una estructura bajo la cual Pekín persigue sus intereses de manera bilateral, en particular con aquellos países con marcos regulatorios más débiles —o directamente opacos— para la inversión exterior. Esto explica quizá que los cinco miembros que aún no pertenecen a la UE (Albania, Bosnia, Macedonia, Montenegro y Serbia) reciban la mitad de las inversiones chinas en infraestructuras del total de los 16. Pekín habrá consolidado su presencia en ellos una vez que se produzca su incorporación a la Unión.

Con todo, si los PECOS —a los que China dirige apenas el 10 por cien del total de sus inversiones en el continente— tienen importancia para la República Popular es porque ocupan el espacio a través del cual la Ruta de la Seda llega a Europa occidental. Es en esta última donde se encuentran los mercados de alto nivel adquisitivo y las empresas tecnológicas prioritarias para Pekín. Su control del puerto de El Pireo, o su apoyo al tren Belgrado-Budapest, entre otros esfuerzos, responden a esa lógica de interconexión que contribuirá a facilitar los intercambios comerciales y financieros entre la República Popular y la UE.

Con todo, más allá de los intereses económicos, deben tenerse asimismo en cuenta las implicaciones políticas del acercamiento chino. Hace ahora dos años, Hungría, Croacia y Grecia obligaron a “dulcificar” el lenguaje de la declaración comunitaria sobre el fallo del Tribunal Permanente de Arbitraje que negó los argumentos de Pekín sobre su soberanía sobre las islas del mar de China Meridional. Más recientemente, ya se trate de derechos humanos, de la supervisión de las inversiones chinas, o de las dificultades de acceso a su mercado, varios de estos Estados miembros —Hungría normalmente al frente— suelen bloquear toda posición europea crítica con Pekín.

Pero de nada sirve preocuparse por la influencia china si la República Popular ofrece a los PECOS lo que éstos no parecen encontrar en otros socios o instituciones. La próxima cumbre bilateral de la UE con China, y el documento estratégico sobre interconexión en Eurasia —que se espera adopte el Consejo Europeo en octubre— deberían permitir avanzar en un enfoque de conjunto, que identifique en mayor detalle los intereses del Viejo Continente en su relación con Pekín y —casi más importante— proporcione los instrumentos y las estrategias para defenderlos. (Foto: Flickr, Lola Aguilera)

INTERREGNUM: China en Europa oriental. Fernando Delage

(Foto: Ahmet Öner) Pocas regiones del mundo escapan al proactivismo diplomático chino. Asia, África, América Latina, Oriente Próximo incluso, son objeto de frecuentes visitas de las autoridades chinas. También lo es un espacio cuya relación con Pekín ha pasado relativamente inadvertida hasta tiempos recientes: los países de Europa central y oriental (PECOS). Estos Estados—varios de ellos miembros de la Unión Europea; otros candidatos a la adhesión—tienen su propio foro con la República Popular, denominado “16+1”, cuya sexta cumbre se celebró en Budapest la semana pasada con la participación del primer ministro chino, Li Keqiang.

Qué puede querer China de esta parte del mundo es una cuestión que ha conducido a todo tipo de especulaciones. Unos analistas no dudan en afirmar que lo que se persigue es dividir a Europa para promover los intereses de Pekín; otros subrayan la estrecha relación que se ha establecido con los gobiernos más antiliberales del Viejo Continente, como los de Hungría y Polonia. También se llama la atención sobre el aumento de las inversiones chinas y sus aparentes ambiciones de control de determinados sectores estratégicos, como el transporte o el acero.

Quizá la explicación es más sencilla. Europa central y oriental es relevante para China porque es un medio para acceder de manera directa al mercado único de la UE, tanto por razones geográficas como regulatorias. En estos Estados pueden encontrarse oportunidades de inversión más rentables que en los maduros mercados occidentales y con menores exigencias jurídicas y de transparencia, especialmente en los todavía candidatos a la adhesión. Al hacer de Grecia su entrada meridional al continente, Pekín tiene un interés asimismo en promover las infraestructuras que faciliten el acceso de sus exportaciones en dirección occidental (de lo que es ejemplo el tren de alta velocidad que está construyendo entre Belgrado y Budapest). La misma lógica impulsa el desarrollo de plataformas logísticas en el Norte, en los países bálticos.

Las cifras también obligan a relativizar las pretensiones de control: pese a lo llamativo de algunas de las adquisiciones chinas, la región apenas recibe el 10 por cien de sus inversiones en Europa. Es innegable, con todo, que Pekín encuentra en la zona nuevos socios que pueden obstaculizar determinadas medidas comunitarias que exijan unanimidad, como las relacionadas con la política exterior. Budapest y Atenas, por ejemplo, bloquearon el pasado año una firme declaración del Consejo con respecto a las acciones de Pekín en el mar de China Meridional. La ausencia de una posición común europea con respecto a China es un hecho, sin embargo, con independencia de su grado de penetración en los PECOS.

No parece haber, por resumir, motivos de alarma; las instituciones de Bruselas y las grandes economías de la Unión son la verdadera prioridad china. Pero su creciente presencia en la zona es un factor añadido para pensar en una estrategia de futuro. La UE es el mayor socio comercial de China y recibe un tercio de sus exportaciones. Con unos intercambios que superan los 600.000 millones de dólares al año, y que pueden alcanzar el billón de dólares en 2020, la República Popular es una clave del futuro europeo a la que se sigue sin prestar la debida atención.