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INTERREGNUM: Manila se acerca a Washington. Fernando Delage

Una nueva pieza se ha vuelto contra China en el tablero estratégico asiático. Después de contar Pekín durante seis años con la simpatía del gobierno de Rodrigo Duterte, su sucesor como presidente de Filipinas, Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr., ha reforzado la relación con Estados Unidos. Como Duterte, Marcos defiende una política exterior independiente, pero, frente al complejo equilibrio que debe mantener el archipiélago entre su principal aliado de seguridad y su principal socio comercial, la balanza se ha inclinado esta vez hacia Washington, proporcionando a Manila un papel no menor en la estrategia de la administración Biden hacia el Indo-Pacífico. Es, con todo, un giro causado por las propias acciones chinas, más que por las diferentes perspectivas de ambos líderes filipinos.

Tras llegar a la presidencia, Duterte prefirió hacer caso omiso a la sentencia del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya que, en julio de 2016, falló a favor de Filipinas en la demanda presentada ante el Tribunal por su antecesor, Benigno Aquino III, contra las reclamaciones de soberanía de Pekín sobre las islas del mar de China Meridional. Duterte pensaba que una relación más estrecha con China reduciría las tensiones por los conflictos marítimos, supondría un apoyo externo a su guerra contra las drogas y, sobre todo, se traduciría en inversiones para el desarrollo de su ambicioso plan nacional de infraestructuras. El fracaso de dicha política se haría pronto evidente, sin embargo. Los compromisos de inversiones chinas nunca fueron los previstos, y los incidentes entre buques de pesca filipinos y unidades paramilitares chinas tampoco cesaron.

El propio Duterte terminaría dando marcha atrás, al ser consciente del carácter indispensable de la alianza con Washington para la seguridad de Filipinas. La normalización de las relaciones con Estados Unidos no es por tanto una sorpresa ni una decisión abrupta.  Pero conforme la presión china ha ido a más—las patrullas de sus buques guardacostas se han incrementado notablemente en los últimos meses—, también Marcos ha ido más lejos en su acercamiento a la administración Biden. Además de la integridad territorial filipina, otro factor explica ese resultado:

Taiwán. Marcos ha manifestado públicamente su preocupación por el aumento de la tensión en el estrecho, pues, dada su cercanía, todo escenario de conflicto implicaría de una manera u otra a Filipinas.

Su respuesta a la asertividad china se concretó el mes pasado. Por una parte, durante la visita a Manila del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, ambas naciones anunciaron la ampliación del acuerdo de cooperación en defensa de 2014 de las cinco instalaciones militares contempladas originalmente a un total de nueve (incluyendo al menoscuna situada enfrente de Taiwán). Las fuerzas norteamericanas, que además podrán establecerse de manera permanente y no rotatoria, contarán de este modo con una capacidad adicional de proyección desde el archipiélago en el caso de futuras contingencias.

Sólo unos días después Marcos viajó a Tokio, donde firmó con el primer ministro, Fumio Kishida, un acuerdo que permitirá a las fuerzas de autodefensa japonesas operar en Filipinas en caso de desastres naturales y urgencias humanitarias. Para los dos gobiernos se trata tan sólo del primer paso hacia una mayor cooperación militar entre ambas naciones. La relación Manila-Tokio—aliado clave de Estados Unidos—complementa así la estrategia norteamericana con respecto al mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán. De hecho, el propio Marcos reveló que los tres países mantienen conversaciones acerca de un posible pacto de defensa trilateral.

INTERREGNUM: China-EE UU: la espiral que no cesa. Fernando Delage

Aunque el incidente del globo espía chino aún no ha llegado al final de su recorrido, ha hecho evidente cómo, en un contexto de competición estructural entre dos grandes potencias, cualquier hecho menor puede magnificarse. El problema no es que China espíe—sería del todo anormal que no lo hiciera—, sino que el incidente haya distraído a ambos gobiernos con respecto a cuestiones mucho más relevantes. Y que lo haya hecho, además, cuando—tras el encuentro entre Biden y Xi Jinping en noviembre—se había restaurado la intención de volver al diálogo. La suspendida visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tenía precisamente como objetivo intentar avanzar hacia alguna fórmula estable de interacción entre los dos países. Su encuentro en Múnich el pasado sábado con su homólogo chino, Wang Yi, reunión que no se confirmó hasta el último momento, no sirvió más que para una nueva escalada retórica en sus denuncias mutuas.

Tanto Blinken como Wang se encontraban, es cierto, con un limitado margen de maniobra. Por parte norteamericana, el globo espía no ha hecho sino agravar la percepción de la amenaza china, convertida en tema central de la política nacional. Por parte china, no puede descartarse que todo haya respondido a un fallo de coordinación, y que la trayectoria del globo en cuestión fuera desconocida por los máximos dirigentes. No tiene realmente sentido que el presidente chino diera su visto bueno a una incursión en el espacio aéreo de Estados Unidos cuando trataba de rebajar la tensión con Washington.

Sin embargo, tras un breve intento de disculpa inicial, el gobierno chino pasó a la ofensiva. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores culpó a Washington de exagerar la cuestión y “recurrir a la fuerza de manera inaceptable e irresponsable” al derribar al artefacto, además de atribuirle el despliegue de sus propios globos espía sobre territorio chino. En Múnich, fue el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, quien advirtió a Washington sobre la “erosión de la confianza mutua y el riesgo de un accidente”. Urgió asimismo a Estados Unidos a “cambiar de dirección, y a reconocer y reparar el daño causado a las relaciones bilaterales”.

Lejos de atender sus sugerencias, Blinken dio a entender que China podría estar dispuesta a proporcionar ayuda militar a Rusia en su campaña contra Ucrania; un comentario que resta credibilidad al anuncio hecho por Wang de que Pekín ofrecerá una propuesta para poner fin a la guerra. Lo que intenta la República Popular es tratar de normalizar la relación con los europeos después de haber levantado las restricciones por la pandemia y, de paso, evitar un completo alineamiento del Viejo Continente con Estados Unidos. Antes de acudir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wang visitó Francia e Italia, y esta misma semana viajará a Hungría y Moscú. La preparación de los próximos viajes de Macron y Meloni a Pekín le ofrecieron una oportunidad para tantear el terreno, aunque con escasos resultados, pues China no abandona la posición de que Estados Unidos y la OTAN son los responsables del conflicto en Ucrania.

Las circunstancias no facilitan pues la restauración de un entorno de estabilidad. Es habitual que, en las relaciones entre Estados Unidos y China, se produzca cada cierto tiempo una crisis, cuya consecuencia es el bloqueo diplomático, hasta que ambas partes coinciden en que ha llegado el momento para un deshielo y retoman las conversaciones. La crisis del globo espía es aún muy reciente. Pero el calendario electoral norteamericano no ayudará a una rápida desescalada. De cara a su reelección, Biden puede estar predispuesto a reforzar su línea dura hacia China. Mientras, tampoco Xi puede ceder cuando observa a los aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos formando un frente común contra la República Popular. El previsto viaje a Moscú del presidente chino podrá darnos, no obstante, algunas claves sobre lo que cabrá esperar en los próximos meses.

INTERREGNUM: Poder e influencia en Asia. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, el Lowy Institute, el conocido think tank australiano con sede en Sidney, ha publicado una nueva edición del “Asia Power Index”; un estudio que, mediante el examen comparativo de 133 indicadores en 26 naciones, evalúa los cambios que se van produciendo en la distribución de poder en el continente. Aunque en los resultados de la entrega de 2023 todavía pesan los efectos de la pandemia, las conclusiones deparan algunas sorpresas de interés.

La más significativa es quizá la relativa al parón del ascenso internacional de la República Popular China. En coincidencia con otros análisis que han venido publicándose durante los últimos meses, los datos recogidos por el informe rechazan, en efecto, la posibilidad de un “siglo chino”. No sólo se considera improbable que el PIB de China pueda alcanzar al de Estados Unidos hacia finales de esta década como proyectaban estimaciones anteriores, sino que, incluso, si lo lograra más adelante, su estatus tampoco sería comparable al disfrutado por Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría.

El escepticismo sobre las posibilidades chinas deriva de los malos resultados económicos obtenidos en 2022—en particular de la drástica caída de la inversión extranjera en China y la de ésta en el exterior—, así como del completo aislamiento que ha sufrido el país por el covid,  una medida que contrajo su conectividad con los Estados de la región. El desarrollo de sus capacidades militares se mantuvo, no obstante, al alza. Y, como matiza el Índice, aunque su poder militar siga estando por debajo del de Estados Unidos, supera cada vez en mayor medida al de sus vecinos.

Por este motivo, y puesto que el Índice mantiene en cualquier caso que no hay marcha atrás con respecto al fin de la hegemonía norteamericano, podría pensarse que el escenario alternativo al liderazgo chino sería un Indo-Pacífico multipolar, apoyado en una fórmula de equilibrio de poder entre varias grandes potencias. El estudio no encuentra evidencias, sin embargo, a ese respecto. Lo que observa es un significativo desfase entre el poder de China y el de Japón e India, ambos a la baja en sus respectivos indicadores. Por la misma razón, y en contra de opiniones muy extendidas (incluidas las de Pekín), tampoco se considera que la región se esté dividiendo en dos grandes bloques geopolíticos. Sin negar la división entre unos y otros Estados, lo que revela la compleja red de interacciones económicas, diplomáticas y de defensa entre ellos es la intención compartida de navegar de manera simultánea entre Washington y Pekín.

El papel desempeñado por los Estados intermedios es así otra de las más importantes lecciones del informe. A falta, por lo demás, de un claro consenso, actúan—como ha dicho el ministro indio de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam  Jaishankar—en una especie de bazar; es decir, en un sistema definido por un importante número de actores, con patrones cruzados de interacción, y con una significativa volatilidad. Si quieren evitar tener que elegir entre una u otra gran potencia, lo que les une es la voluntad de asegurar—además de su respectiva soberanía nacional—la estabilidad y prosperidad de la región en su conjunto.

En último término, el Índice muestra los altibajos en la posición relativa de Estados Unidos y China en la región, pero subraya igualmente la importancia del ecosistema regional y de los movimientos de terceros actores. Si ni Estados Unidos ni China pueden establecer su primacía, las acciones de medianos y pequeños países no sólo condicionan las decisiones de los dos gigantes, sino que determinan en buena medida la naturaleza del orden asiático. Si éste continúa definiéndose como un conjunto desordenado de coaliciones varias, o bien puede catalizar en la formación de un concierto multipolar institucionalizado, es una pregunta que seguirá sin respuesta a medio plazo.

Terremotos y geopolítica

Las terribles consecuencias de los temblores de tierra que han asolado el Mediterráneo oriental van más allá de los miles de muertos que han causado y que ponen de relieve la importancia de tener buenas infraestructuras, edificaciones de calidad y servicios públicos eficientes.

Los terremotos, además. Van a impactar en la política interna de Turquía y las relaciones con sus vecinos y aflorar la debilidad de la situación en Siria, con zonas donde la guerra se mantiene, zonas sin control estatal ni nadie que haga llegar ayudas con lo que la contribución internacional corre grave riesgo de pillaje.

Pero, además, los seísmos han introducido una variante económica que puede tener un efecto profundo en el escenario internacional, dese Ucrania a China. Y es que la catástrofe ha destruido casi en su totalidad los oleoductos que suministran petróleo y gas desde Asia Central a Europa. Por esa vía ha venido llegando energía a Europa, en sustitución de los recursos rusos (aunque también gas y petróleo ruso de contrabando) y obteniendo así aquellas repúblicas ex soviéticas, sobre todo Azerbaijan, ingresos occidentales imprescindibles para su desarrollo y culminar el proceso de desligamiento de los lazos económicos con Rusia, que en estos momentos no está en una buena situación ni para ayudar ni para invertir. Y ahí juega un papel importante China, que venía financiando infraestructuras en su estrategia de reconstruir una Ruta de la Seda terrestre hacia Europa.

Todo este escenario ha quedado del revés y va a afectar profundamente una región tradicionalmente inestable, política, económica y militarmente, y al juego de la influencia de las grandes potencia en una región tan estratégica como Asia Central. La naturaleza y sus reajustes internos ha introducido un elemento nuevo que va a tener que ser incluido en los planes a corto, medio y largo plazo de los que intentan adivinar y planificar el futuro.

INTERREGNUM: La gira de Kishida. Fernando Delage  

Apenas un mes después de anunciar la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, realizó la semana pasada una gira por cinco países que confirma el punto de inflexión que se ha producido en la diplomacia del país del sol naciente, así como en su alianza con Estados Unidos. Aunque el viaje respondía formalmente a la preparación de la cumbre del G7 que se celebrará en Hiroshima en mayo (Tokio preside el grupo n 2023), Kishida no sólo obtuvo el apoyo de los principales socios occidentales a la renovación de la política de seguridad japonesa, sino que hizo evidente las implicaciones de dichos cambios para la dinámica estratégica asiática.

Kishida visitó sucesivamente Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Sólo Alemania quedó fuera de sus encuentros. En todas las capitales se expresó una misma preocupación por el desafío revisionista planteado por Moscú y Pekín, y se subrayó la necesidad de reforzar la cooperación entre las democracias liberales. En Londres, Kishida firmó además con su homólogo británico, Rishi Sunak, un Acuerdo de Acceso Recíproco entre las fuerzas armadas de los dos países; el tipo de acuerdo que, hasta la fecha, Japón sólo había concluido—hace ahora un año— con Australia y—desde principios de la década de los sesenta—con Estados Unidos, último destino de su viaje.

Aunque Kishida se vio con Biden en Tokio el pasado mes de mayo, aún no había viajado oficialmente a Washington desde su nombramiento al frente del gobierno. La reunión de ambos líderes fue a su vez precedida, dos días antes, por el encuentro del Comité Consultivo de Seguridad, el foro en el que participan los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores de ambos países (lo que se conoce como formato “2+2”).  Entre otros asuntos, los ministros reiteraron el compromiso de afrontar “las crecientes amenazas militares de China en el mar de China Oriental y en torno a Taiwán”;el desarrollo de una nueva estructura conjunta de mando y control; la reorganización del cuerpo de marines basado en Okinawa—la isla japonesa más cercana a Taiwán—; y la ampliación de la cooperación bilateral al espacio y el ciberespacio. En la Casa Blanca, Biden y Kishida ratificaron este salto cualitativo en la alianza que refuerza las capacidades de disuasión, a la vez que se pone en marcha el proceso de creación de una estructura operativa conjunta que facilite la adopción de decisiones en el caso de estallar un conflicto (esos mecanismos nunca ha existido, al contrario de lo que ocurre en el caso de la alianza Estados Unidos-Corea del Sur).

Con el aumento del presupuesto de defensa, la adquisición de los medios para responder a un ataque enemigo (novedades ambas de la nueva estrategia de seguridad), y la profundización de la alianza con Washington, Japón adquiere una nueva posición en el escenario geopolítico regional y global. Estados Unidos se ve igualmente beneficiado en su presencia asiática: además de contar en  el archipiélago japonés con el mayor contingente de tropas en el extranjero, contará con nuevos medios frente a una hipotética invasión de Taiwán.

Son cambios que no se producen, por lo demás, al margen de los movimientos de otros actores (India, Australia, Corea del Sur, etc.) que comparten la inquietud por el comportamiento de Pekín. El resultado de todo ello es una estructura de seguridad regional en la que múltiples acuerdos bilaterales, minilaterales y multilaterales se refuerzan entre sí. China, Rusia y Corea del Norte estarán tomando buena nota.

 

2023: escenarios temibles, líderes ausentes

Estados Unidos, en maniobras militares casi constantes en el Pacífico y más frecuentemente en aguas de Corea del Sur y Japón, sigue reforzando su presencia frente a las  costas chinas y contra la pretensión de Pekín de extender, a través de una política de hechos consumados, el dominio sobre rutas comerciales fuera de las aguas de soberanía que le reconoce el derecho internacional. En estas maniobras, los militares norteamericanos engrasan, prueban y refuerzan los sistemas de coordinación y reacción conjuntas con cada uno de sus aliados en de estos entre sí, tratando de superar viejos recelos nacidos del pasado.

Recientemente se han ampliado los importantes ejercicios aeronavales con Japón mientras se mantienen las patrullas conjuntas con Corea del Sur frente a las costas de la agresiva Corea del Norte, vigiladas de cerca por China que, a su vez, realiza maniobras militares con Rusia.

Ese es el telón de fondo de un escenario en el que, obviamente, hay otros actores como Australia que tiene una estrecha alianza militar con Reino Unido y EEUU; India, que juega sola pero intentando mantener un difícil equilibrio entre sus lazos históricos con Rusia y un medio acercamiento a Estados Unidos, y países menores pero estratégicamente claves como Vietnam y Filipinas.

No parece caber duda acerca del marco en el que los estrategas militares de las principales potencias mundiales creen se que puede desarrollar el próximo gran conflicto, aunque el curso de los acontecimientos pueda luego sorprender con aventuras criminales como las de Putin o con nuevos episodios del siempre ardiente de Oriente Próximo donde, por cierto, también juegan con enorme riesgo Estados Unidos, Rusia y China.

En este panorama, con focos de tensión creciente y unos dirigentes políticos cada vez más alejados del análisis racional para situarse en el plano de la emoción y el discurso fácil de la demagogia y el populismo, cualquier error de cálculo puede llevar a la catástrofe y en el caos siempre ganan, aunque sea por un tiempo corto, los malos, los que desprecian las instituciones, menosprecian las libertades y las garantías y anuncian su superioridad moral.

Así comienza 2023, con su cola de crisis económica, en gran parte fruto de estos conflictos, pandemias y aventuras liberticidas que estallan en todas partes. Un futuro abierto, incierto y temible que requiere medidas y líderes que se hacen esperar.

INTERREGNUM: Japón regresa a la geopolítica. Fernando Delage

La invasión rusa de Ucrania no sólo transformará la identidad de la Unión Europea como actor internacional. El apoyo a Moscú por parte de Pekín ha puesto de relieve la estrecha interconexión existente entre la seguridad euroatlántica y la seguridad asiática, propiciando una evolución similar en las democracias de esta última región. Así como los europeos—Alemania en particular—han despertado de su inocencia geopolítica para afrontar la realidad del desafío revisionista planteado por dos potencias autoritarias al orden internacional, la guerra de Ucrania ha contribuido asimismo a que Japón avance un escalón más en el proceso de normalización de su política de seguridad emprendido hace una década.

La amenaza de Corea del Norte, una China más asertiva en sus reclamaciones de soberanía y militarmente más poderosa, y una alianza con Estados Unidos condicionada por un incierto escenario internacional, condujeron a finales de 2013 a importantes cambios en las bases de la diplomacia japonesa. El gobierno de Shinzo Abe creó el Consejo de Seguridad Nacional, aprobó la primera Estrategia de Seguridad Nacional y actualizó las orientaciones de la política de defensa. Sin modificar la Constitución, que en su artículo 9 limita la proyección militar del país, una ley le otorgó en 2015 el derecho de autodefensa colectiva, sujeto a condiciones muy estrictas. Abe mejoró por otra parte la interoperabilidad con las fuerzas armadas de Estados Unidos y firmó acuerdos de asociación estratégica con India, Australia y varios miembros de la ASEAN.

Como en otros momentos clave de su historia, Japón supo adaptarse a la alteración de la estructura del sistema internacional. Siguiendo esa línea de continuidad, el actual primer ministro, Fumio Kishida, ha procedido a un nuevo reajuste, con la diferencia de que, esta vez, quedan prácticamente superadas las premisas que marcaron la acción exterior del país tras la segunda guerra mundial. Desde 1945, Japón no ha conocido un entorno de seguridad más complejo que el de estos tiempos.

Así lo percibe la revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) anunciada por Kishida el pasado viernes. Frente al “desafío estratégico sin precedente” que representa China, la “amenaza cada vez más grave e inminente” de Corea del Norte y la “grave preocupación de seguridad” que es Rusia, Japón no tiene otra opción que reforzar sus capacidades defensivas y de disuasión. Conforme a los cambios previstos (detallados, además de en la ESN, en otros dos documentos que actualizan simultáneamente las directrices de defensa nacional), el país contará con medios de respuesta directa contra el territorio de otro país (respetando en cualquier caso las estrictas limitaciones legales de 2015) y, al igual que los miembros de la OTAN, aumentará su gasto en defensa hasta el dos por cien del PIB en cinco años. Dado el tamaño de su economía, esto significa que, pese a la aparente paradoja de su Constitución pacifista, Japón contará con el tercer mayor presupuesto militar del planeta, tras Estados Unidos y China.

La guerra de Ucrania ha servido para crear un amplio consenso nacional con respecto a la necesidad de fortalecer la política de defensa. No se han resuelto, en cambio, las diferencias sobre cómo financiar ese gasto, dadas las circunstancias demográficas y económicas de la nación, así como su gigantesca deuda pública. Pero lo relevante es este regreso de Japón como actor geopolítico proactivo, asumiendo un papel que, más allá de sus meros intereses nacionales, aspira a crear una estructura regional estable y basada en reglas. Sumados estos cambios a sus iniciativas de seguridad económica—concretadas en una ley aprobada en mayo—, y a la firme defensa normativa de los valores democráticos, Japón ha adquirido un liderazgo regional y una proyección global que se traducirá asimismo en una coordinación aún mayor con Estados Unidos y con sus socios europeos frente a los grandes desafíos estratégicos de nuestro tiempo.

China busca más protagonismo en medio de la crisis

China se debate entre un menor crecimiento económico y unas mayores necesidades financieras derivadas de exigencias políticas derivadas de la cambiante situación internacional.

El primer semestre del año no ha resultado, desde el punto de vista económico, como preveían las autoridades de Pekín. La combinación de la perturbación del comercio internacional provocada por las medidas contra la pandemia (en la que ha tenido un papel especial el cierre durante bastante tiempo del puerto de Shanghai), la invasión de Ucrania y la convulsión del panorama internacional y las consecuentes oscilaciones de los recursos energéticos y sus precios con gran impacto en las economías europeas (importantes mercados para China) han creado una situación delicada para Pekín. Y esto tiene lugar cuando China lleva años preparándose para anunciar una nueva etapa que ha de consolidar su papel de protagonista principal del planeta.

Así, China está recortando sus inversiones internacionales y repatriando capitales y empresas para volcarse en gastos comprometidos en su sus planes estratégicos de impulso de la Ruta de la Seda en sus diversas versiones terrestres y marítimas. Entre otras cosas porque necesita reforzar presencia e influencias en Asia Central, sur y occidental y aprovechar la debilidad rusa derivada del empantanamiento de Moscú en la guerra en Ucrania.

Y precisamente en relación con Ucrania China ha ofrecido su mediación en la ONU buscando el equilibrio entre su apoyo oficial a Rusia y su necesidad de que la guerra acabe para llegar a una estabilidad que favorezca sus negocios. La posición de China ante la agresión rusa ha sido la de proclamar su alianza con Moscú y, a la vez, recordar la necesidad de respetar la integridad territorial de las naciones que es precisamente lo que está llevando a cabo Rusia en un remake más torpe militarmente que el de Hitler en los años 30 y 40. Un ejemplo de  la contradicción china es que no ha acompañado su oferta de mediar con una condena con la anexión planificada por Rusia de varias regiones de Ucrania Oriental.

Estos movimientos chinos y sus paralelas provocaciones a Taiwán está siendo respondidos por EEUU con distanciamiento respecto a Ucrania y reforzamiento de alianzas en el Indo Pacífico. Biden se acerca a India (con mucha cautela por sus relaciones con Rusia), la vicepresidenta Kamala Harris se encuentra de gira diplomática por Japón y Corea del Sur y prosigue a buen ritmo el reforzamiento militar de Australia en el marco del Aukus como instrumento para disuadir a China de aventuras peligrosas.

Pulso en el Pacífico: vivir con más tensión

La visita de Nancy Pelosi a Taiwán, considerada por sectores del Partido Demócrata norteamericano y por el presidente Biden como inoportuna y señalada por muchos como provocación, ha creado una situación a partir de la cual van a cambiar muchas cosas y China ya ha decidido aumentar la presión sobre la isla disidente y mantener ese nivel hasta que una coyuntura más favorable le permita “reunificar” su nación, es decir, ocupar militar y brutalmente la isla, destruir su sistema democrático, apropiarse de su extraordinaria producción industrial y cumplir la gran obsesión del Partido Comunista Chino desde la guerra civil en que consolidó su tiranía aunque no pudo extenderla a la isla rebelde.

Pero en el fondo, la reacción china, que sólo era cuestión de tiempo, es básicamente, en este momento, un ejercicio de exhibición de poder bélico para ocultar su frustración y su impotencia al no poder impedir el viaje de la presidenta del Congreso de Estados Unidos a la isla. La propaganda china (como la rusa por otra parte) viene insistiendo desde hace años sobre el declive de Estados Unidos y su incapacidad progresiva para liderar Occidente y, aunque exista  una evolución en este sentido que merecería un debate reposado y honrado, China y Rusia parecen haber confundido los tiempos y creer que ese proceso de declive está ya avanzado y han acelerado. Y Rusia ha demostrado su inferioridad militar en Ucrania y China no es capaz, todavía, de suscitar un desequilibrio político y militar a su favor en el Indo Pacífico.

Y, por otra parte, Occidente no puede abandonar gratis a Taiwán, y no sólo por los intereses de los taiwaneses, porque dejar que China vaya imponiendo soluciones autoritarias progresivamente es una amenaza global a los sistemas democráticos, a la libertad comercial y al progreso.

Detrás de la decisión de Pelosi hay un montón de factores relacionas con la situación política interna de Estados Unidos, la crisis de liderazgo en los dos grandes partidos, las elecciones parciales próximas y la pérdida de popularidad de la Administración Biden pero estas razones no deben ser la coartada para hablar de provocación, justificar en el fondo la amenaza china y, como hace la izquierda y sus compañeros de viaje, señalar a Estados Unidos como el origen de todos  los conflictos. Porque detrás de todo ese discurso se esconde una negación a aceptar retos que exijan sacrificios y de ahí nace una creciente, y peligrosa si no se medita, presión a Ucrania para que vaya pensando en ceder y a no “provocar” a China. Es una vieja enfermedad europea que ha precedido a las dos grandes guerras mundiales y se sienten sus síntomas.

INTERREGNUM: Iniciativas en competencia. Fernando Delage

Durante los últimos días se ha puesto una vez más de relieve cómo Estados Unidos y China están definiéndose con respecto al otro, y cómo cada uno está construyendo su respectiva coalición en torno a concepciones alternativas del orden internacional.

Tras la presentación, en semanas anteriores, de las orientaciones estratégicas y económicas sobre el Indo-Pacífico, faltaba la anunciada revisión de la política hacia China, finalmente objeto de una intervención del secretario de Estado, Antony Blinken, el 26 de mayo en la Universidad George Washington. Tras definir a la República Popular como “el más grave desafío a largo plazo al orden internacional”, Blinken indicó que “China es el único país que cuenta tanto con la intención de reconfigurar el orden internacional como, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”. China “se ha vuelto más represiva en el interior y más agresiva en el exterior”, dijo el secretario de Estado, quien también reconoció que poco puede hacer Estados Unidos de manera directa para corregir su comportamiento.

La solución que propone la administración Biden se concentra en esta frase: “Configuraremos el entorno estratégico de Pekín para hacer avanzar nuestra visión de un sistema internacional abierto e inclusivo”. Pero se trata de una fórmula muy parecida a la empleada en su día por el presidente Obama o, antes incluso, por los asesores de George W. Bush antes de su toma de posesión (y, por tanto, antes de que el 11-S aparcara a China como prioridad). Si hay un cambio significativo es, sobre todo, con respecto a Taiwán, como anticipó el propio Biden—supuestamente en forma de error—sólo un par de días antes.

En respuesta a una pregunta que se le hizo durante la conferencia de prensa con la que concluyó su viaje oficial a Japón, el presidente vino a decir que, en el caso de una invasión china de Taiwán, Estados Unidos recurriría a la fuerza militar. Con sus palabras, Biden parecía abandonar la política de “ambigüedad estratégica”—recogida en la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979—, conforme a la cual Washington está obligado a proporcionar a la isla las capacidades para defenderse, pero en ningún caso existe un compromiso explícito de intervención militar.

Era la tercera vez que Biden decía algo así, y por tercera vez su administración desmintió que se tratara de un cambio de posición. Blinken tuvo que reiterar que Estados Unidos “se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo por cualquiera de las partes”. “No apoyamos la independencia de Taiwán, añadió, y esperamos que las diferencias a través del estrecho se resuelvan de manera pacífica”.  Aunque es cierto que se mantienen los mismos principios, no cabe duda, sin embargo, de que el comentario de Biden es significativo y representa un reajuste de la posición norteamericana. Cuando menos implica el reconocimiento de que, después de 40 años, la “ambigüedad estratégica” puede no ser suficiente como elemento de disuasión para evitar que China invada Taiwán, un dilema que se ha visto agudizado por la agresión rusa contra Ucrania.

La reacción de Pekín no se hizo esperar. Pero su rechazo al “uso de la carta de Taiwán para contener a China” va acompañado de una estrategia de mayor alcance. De hecho, justo antes de que Biden comenzara su primer viaje a Asia, comenzó a promover la “Iniciativa de Seguridad Global”, una propuesta de orden de seguridad alternativo al liderado por las democracias occidentales. Lanzada por el presidente Xi en su intervención ante el Boao Forum el pasado mes de abril, la propuesta, que tiene como fin “promover la seguridad común del mundo” (y viene a ser una especie de hermana gemela de la Nueva Ruta de la Seda), constituye —oculto bajo esa retórica global—un plan para deslegitimar el papel internacional de Estados Unidos.

El presidente Xi expuso las virtudes de su iniciativa a los ministros de Asuntos Exteriores de los BRICS el 19 de mayo. Según indicó a los representantes de Brasil, Rusia, India y Suráfrica, se trata de “fortalecer la confianza política mutua y la cooperación en materia de seguridad”; de “respetar la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo de cada uno, oponerse al hegemonismo y las políticas de poder, rechazar la mentalidad de guerra fría y la confrontación de bloques, y trabajar juntos para construir una comunidad mundial de seguridad para todos”. Posteriormente, ha sido el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, quien la ha promovido en dos viajes sucesivos a América Latina y a una decena de Estados del Pacífico Sur.

La iniciativa es doblemente significativa. China ha decidido implicarse de manera directa en la seguridad global, cuando hasta ahora su terreno de preferencia era el económico. En segundo lugar, el mal estado de sus relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea le obliga a consolidar y extender su presencia entre sus socios en el mundo emergente, un espacio al que—por esta misma razón—Occidente tendrá que prestar mayor atención en el futuro.