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Dong Jun. China mueve ficha en el tablero geopolítico. David Montero

China ha anunciado el nombramiento de Dong Jun como su nuevo Ministro de Defensa. Este cambio en la jerarquía militar del gigante asiático llega en un momento crítico de las relaciones entre China y Estados Unidos, y plantea preguntas importantes sobre el futuro de la estabilidad regional y la seguridad global.Dong Jun, conocido por su destacada carrera en las Fuerzas Armadas chinas, representa una figura clave en la modernización militar del país. Su experiencia en estrategia de defensa y tecnología avanzada sugiere, para empezar, que China seguirá con el foco puesto en fortalecer sus capacidades militares, un aspecto que no habrá pasado desapercibido en Washington, que fácilmente podría interpretar el nombramiento no ya como un aviso de que China busca competir, sino posiblemente superar a las potencias occidentales en términos militares. Sin embargo, la carrera previa de Jun podría presentarlo como un halcón o una paloma, atendiendo a políticas y declaraciones previas. Habrá por tanto que estar atentos al estilo y enfoque en sus primeras apariciones y declaraciones en público para determinar si su nombramiento representa una postura de firmeza o una apertura hacia el diálogo con Estados Unidos.

El nombramiento de Dong Jun como Ministro de Defensa de China no es simplemente un cambio en el gabinete de un país; es un evento que podría redefinir el equilibrio de poder global. Este cambio, visto a través del lente de la intensa rivalidad entre China y Estados Unidos, señala potencialmente una nueva era en la política de defensa y las relaciones internacionales.

El liderazgo de Jun podría marcar un punto de inflexión en cómo China se presenta en el escenario mundial. Su enfoque en la modernización militar no solo es un mensaje a sus propios ciudadanos sobre la fortaleza y la autosuficiencia de China, sino también una declaración a la comunidad internacional sobre su disposición a ser un actor dominante, especialmente frente a potencias occidentales. La presencia de Jun plantea la hipótesis de si China quiere impulsar una nueva carrera armamentística, especialmente en áreas como la ciberseguridad, el espacio y la guerra electrónica. La respuesta de Estados Unidos a estas iniciativas será crucial. ¿Veremos una escalada en la inversión militar y tecnológica, o se buscarán caminos diplomáticos para asegurar un equilibrio de poder?

Además, esta estrategia no solo afectará a Estados Unidos. Los aliados de ambos países, en regiones como Europa, Asia-Pacífico y el Medio Oriente, tendrán que navegar en este cambiante paisaje geopolítico. En una era donde la tecnología y la defensa están inextricablemente vinculadas, una redefinición de la política de seguridad china podría tener profundas implicaciones en el comercio y la innovación tecnológica. ¿Veremos una nueva ola de restricciones y controles en las exportaciones tecnológicas? ¿Cómo equilibrarán las naciones la necesidad de seguridad con el deseo de libre comercio y cooperación tecnológica?

Por ello, en última instancia, el nombramiento de Dong Jun como Ministro de Defensa de China podría ser más que un cambio de liderazgo; dependiendo de su enfoque, será un catalizador que podría tener un impacto significativo en el panorama geopolítico del siglo XXI. Mientras el mundo observa, las decisiones y políticas de Jun (que, en última instancia, son las de Xi Jinping) no solo definirán el futuro de las relaciones sino-americanas, sino que también tendrán un impacto duradero en la estabilidad global, la diplomacia, y la seguridad internacional.

INTERREGNUM: Rusia pierde fuelle en Asia. Fernando Delage

Aunque Rusia aspira a la consolidación de un bloque no occidental contra el liderazgo norteamericano del orden internacional, uno de los pilares de su estrategia—la diversificación de su influencia en Asia—ha resultado en un claro fracaso. El impacto de la guerra de Ucrania se ha traducido en unas sanciones comerciales y financieras sin precedente, en un notable aislamiento político internacional, y en una huida de capital y talento, que han dañado extraordinariamente una economía, la rusa, cuyas limitaciones ya complicaban la posibilidad de tener un papel de peso en el continente. La ruptura con Japón y Corea del Sur, su apoyo a Corea del Norte y, sobre todo, su creciente subordinación a China, son otros elementos de esa derrota diplomática, visible de manera destacada en la relación con India, uno de sus socios tradicionales.

Aunque el Kremlin critica la consolidación del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD), el foro informal que agrupa a las principales democracias del Indo-Pacífico (India incluida) frente a las potencias autoritarias revisionistas, por razones históricas y geopolíticas no puede enfrentarse a Delhi, ni tampoco inmiscuirse en la política india de Pekín. Es evidente, sin embargo, que las tensiones entre India y China son la razón fundamental de que Delhi se aleje cada vez más de Moscú para acercarse a Washington como socio más fiable. Sin sacrificar su autonomía, la presión estratégica china le conduce a coordinar su posición con la de los países de Occidente, especialmente con aquellos que más pueden contribuir a su defensa, desarrollo tecnológico y crecimiento económico.

Rusia, en efecto, ya no puede defender de manera eficaz los intereses indios con respecto a la República Popular, como tampoco puede hacerlo en Asia central, otro espacio que justificaba para Delhi los vínculos con Moscú. Es también hacia Pekín donde miran las repúblicas centroasiáticas, con las consiguientes consecuencias para el deterioro de la credibilidad rusa así como para las ambiciones  indias. Sin India, Rusia no podrá por su parte equilibrar a los dos gigantes asiáticos como esperaba para construir una estructura de seguridad regional alternativa a la red de alianzas de Estados Unidos. Su dependencia de China hace de Moscú un socio que ya no puede responder a las necesidades de Delhi.

Rusia no parece reconocer las implicaciones que su enfrentamiento con Occidente, con la guerra de Ucrania como primera causa, están teniendo para su proyección en Asia. Su “pivot” hacia este continente lo es en realidad hacia China, lo que a su vez le creará nuevos dilemas: mientras la política exterior rusa está cada vez más sujeta a Pekín, éste no dudará en subordinar los intereses de Moscú a los suyos cada vez que lo considere necesario. La coincidencia en el objetivo global de erosionar el orden internacional liberal choca con sus respectivas prioridades regionales: Rusia quiere una Asia multipolar; China, un orden sinocéntrico. Las preferencias chinas reducirán, si es que no pondrán fin, a las esperanzas del Kremlin de desempeñar una función significativa. Aislada de Occidente y sin un papel mayor en Asia, ¿dónde quedará el estatus de Rusia como gran potencia?

INTERREGNUM: China y la guerra Israel-Hamás. Fernando Delage

El brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel coincidió con la visita a Pekín de una delegación del Congreso de Estados Unidos. Sin nombrar al agresor y limitándose a realizar un llamamiento a la “calma” de “todas las partes”, la primera declaración oficial china fue objeto de las críticas del líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Chuck Schumer, quien trasladó en su encuentro con el presidente Xi Jinping un día más tarde su decepción por la falta de solidaridad con el pueblo israelí. Esas quejas—coincidentes por lo demás con las de Israel y las de distintos gobiernos occidentales—condujeron a un nuevo comunicado de las autoridades chinas: sin denunciar a Hamás, esta vez se condenó al menos “la violencia contra la población civil”, para añadir que “la tarea más urgente es ahora la de alcanzar un cese el fuego y restaurar la paz”.

Si su reacción ha puesto en evidencia los límites de las aspiraciones chinas como mediador global (no ha propuesto ninguna idea concreta sobre cómo resolver la situación), la guerra entre Israel y Hamás ha puesto también a prueba sus ambiciones en la región. En marzo, la República Popular sorprendió al mundo al anunciar en Pekín la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. Pese al escepticismo sobre la sostenibilidad del pacto, China asumió de golpe un protagonismo sin precedente en una región que  ha dominado tradicionalmente Estados Unidos. En junio, durante la visita a Pekín del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, Xi declaró su disposición a desempeñar un papel activo en la resolución del conflicto; un objetivo que también formaba parte de la visita—prevista para antes de finales de año—del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Aunque en Oriente Próximo China encontró un espacio en el que contrarrestar la presión norteamericana por su apoyo a Rusia en la guerra de Ucrania, la crisis la hace ahora rehén de su necesidad de equilibrios entre ambas partes. Más de la mitad de las exportaciones de Israel a la República Popular (el comercio bilateral superó los 22.000 millones de dólares el pasado año) son componentes electrónicos, incluyendo semiconductores; un recurso vital cuando Washington se esfuerza por limitar el acceso chino a tecnologías punta. Por otra parte, además de su apoyo a la causa palestina desde los tiempos de Mao, la política de contención de Estados Unidos le ha conducido a profundizar en su acercamiento a las naciones de la región. En agosto, China promovió la incorporación a los BRICS de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes e Irán. En este último país, incorporado recientemente a la Organización de Cooperación de Shanghai, tiene previsto invertir unos 400.000 millones de dólares en las próximas décadas. Una condena explícita de Hamás enfrentaría a Pekín con Teherán (además de con Rusia).

Las necesidades energéticas y los intereses comerciales y financieros de la República Popular demandan estabilidad en Oriente Próximo; sin embargo, China no querrá asumir riesgos. Intentará proyectar una imagen de país comprometido con la paz, pero sin involucrarse de manera directa en la dinámica local. Además de su clásica aversión a toda interferencia, su posición responde en parte a su reducido margen de maniobra, pero también a las incertidumbres sobre el nuevo escenario que abre la crisis.

El ataque de Hamás y la respuesta israelí transformarán la geopolítica regional. El fracaso sin paliativos de la estrategia de Netanyahu con respecto al problema de Palestina (la política de opresión y división ha dinamitado la seguridad nacional), y la expectativa de que un acuerdo Israel-Arabia Saudí propiciaría una menor presencia norteamericana y aislaría a Irán sin abrir un vacío que pudiera ocupar China, son ya historia. Aunque Washington tendrá que volver a implicarse en la región, una extensión del conflicto hará inviable la neutralidad de Pekín y complicará su ambición de convertirse en potencia alternativa a Estados Unidos entre las naciones del Sur global.

China y los conflictos, ser y no ser

China se pone de perfil ante el masivo ataque terrorista de Hamás contra la población civil y el ejército israelí a lo largo de la frontera entre Israel y Gaza. Como Rusia, Pekín no condena los ataques terroristas, hace, como el Papa, una apelación beatífica al “fin de la violencia”, una apelación sin matices y expresa un deseo, que pocos niegan, de que “se establezca un Estado palestino”. Y es que el debate hace décadas no está en el que sino el el cómo. No se trata de una paz angelical ni de un Estado idílico. Se trata de negociar un Estado al lado de otro Estado, con límites y garantías de respeto a los acuerdos y aspirar a un Estado palestino democrático, con garantías jurídicas y libertad para los ciudadanos y eso, con actores como el islamismo de Hamás y la trayectoria terrorista de la OLP parece más una coartada para “echar a los judíos al mar” (lo dicen ellos) que una aspiración leal.

Pero China no entra en esos matices. A China le molesta cualquier inestabilidad que ellos no puedan gestionar o en la que puedan influir. Como en cualquier país nacionalista, en China priman estrictamente sus intereses inmediatos y en estos momentos estos intereses están muy afectados en el plano económico y  China necesita estabilidad para recomponer sus negocios. Y China, a la vez, está presa de su comunismo oficial, de su obsesión a anti occidental y eso lleva la gran paradoja de tener  lazos económicos con Israel con inversiones en nuevas tecnologías y no condenar una acción brutal que puede trastocar esa economía que necesita y en la que está implicada.

A China la están superando los conflictos y no encuentra fácilmente un papel protagonista que jugar. Su alineamiento ideológico y sus aspiraciones a ser la segunda potencia mundial se revelan así como contradictorios y no pierde ni una sola oportunidad de perder la oportunidad de ser un factor relevante en esos conflictos.

 

 

 

Biden en Hanoi, estrategia y liderazgo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Biden saca máximo provecho de su viaje a Asia haciendo una parada estratégica en Vietnam con el propósito de mostrar el tremendo interés que Washington tiene en la región y especialmente en ese país. La visita busca, además de cultivar y ampliar la lista de aliados, reforzar la relación bilateral y elevarla a un nivel más estratégico, “estamos avanzando a una era de mayor cooperación cincuenta años después que las tropas estadounidenses se retiraran” fueron algunas de las afirmaciones hechas por el presidente Biden durante la visita.

La comitiva del viaje estuvo conformada por un grupo de destacadas figuras de la Administración que buscan profundizar las relaciones bilaterales a todos los niveles con énfasis en la parte económica llevando la producción de semiconductores a Vietnam y con ello blindando otro frente de protección contra China.

Vietnam tiene enormes reservas de metales raros que serían claves para la creación de una cadena de suministros alternativa a China. Justamente un elemento que tiene obsesionado a los estadounidenses después de los problemas de abastecimiento que ocasionó la pandemia y los cierres de puertos e industrias en China.

Dada la complejidad del sistema político y jerárquico en Vietnam, Biden se tomó el tiempo de reunirse en privado con cada uno de los líderes nacionales, como el primer ministro Pham Minh Chinh, el presidente de la nación, Vo Van Thuong y el presidente de la Asamblea Nacional, Vuong Dinh Hue, así como también lo hizo con el Secretario general del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phú Trong, que es un veterano en política doméstica muy respetado, por lo que el encuentro trascendió de lo meramene diplomático.

Está visita de Estado eleva a otro nivel la relación entre dos viejos rivales cambiando considerablemente el tablero regional, aún cuando el establecimiento de relaciones formales entre Vietnam y Estados Unidos tuvo lugar en 1995 de manos del presidente Clinton y más adelante, en  2013, se estableció el acuerdo de integración integral que ha estado vigente y rigiendo las relaciones hasta ahora y que permitió una intensa relación bilateral.

Las favorables reformas puestas en práctica en Vietnam en los ochenta, a pesar de su sistema comunista, arrojaron un resultado muy positivo para la nación, consiguió entrar en la OMC en el 2007 y ha venido ocupando un lugar estable en el crecimiento económico desde 2010.

El protagonismo de Vietnam ha ido aumentando en las dos últimas décadas, sin duda. Hasta fue él lugar escogido para el segundo encuentro entre Trump y Kim Jong-un, y que los vietnamitas supieron aprovechar para mostrar un país que trabaja por la paz internacional, activo en las organizaciones internacionales como la ASEAN y encauzado en su propio desarrollo.

Durante el encuentro del G20, al que el presidente chino, Xi, decidió no asistir y ante los rumores sobre las razones de su ausencia junto con la visita oficial de Biden a Vietnam, los chinos no tardaron en protestar con múltiples y arriesgadas maniobras marítimas en el mar del sur de China mostrando su poderío naval, además de haberlo hecho a través de sus portavoces, quienes han afirmaron que Washington sigue expandiendo su mentalidad de guerra fría en el Pacífico.

En otra forma de queja, Beijing también anunció que detendría las exportaciones agrícolas vietnamitas, lo que supone un golpe para su economía, pues los contenedores de fruta listos para zarpar a China se han quedado varados en puerto vietnamita dada la retaliación y con la incertidumbre de cualquier otra medida china que pueda venir.

De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica (OEC), solo en junio de 2023 China exportó 11 mil millones de dólares a Vietnam e importó más de 8,4 mil millones de dólares de Vietnam por lo que mantiene una intensa actividad comercial bilateral.

Washington entiende como necesaria la relación con Vietnam además de consolidar aliados porque Hanoi mantiene una relación histórica con Rusia desde la época de la Unión Soviética. En efecto, justo a horas de que aterrizara la comitiva de la Casa Blanca en Hanoi, Hannah Beech, periodista del New York Times, publicaba un artículo en el que afirma que Vietnam está negociando en secreto con Moscú la compra de armamento, tal y como muestra un documento de marzo de este año. Por lo que los estadounidenses también estarían buscando la decapitación de ese supuesto acuerdo mientras apuestan por venderles sus armas.

Como han afirmado altos funcionarios estadounidenses, Rusia es una piedra incomoda que molesta y que, no se puede desatender y, a pesar de que no sea lo que fuera. todavía representa un gran riesgo. No hay mejor ejemplo que la guerra de Ucrania por lo que es necesario neutralizarla. Pero hoy en día él mayor peligro que enfrenta el mundo, sin lugar a duda es China por lo que todos los pasos que se den en unificar fuerzas para proteger el estado de derecho internacional y las libertades tal y como las hemos conocido son pocos.

Vietnam tiene todo para convertirse en la nueva China donde ya algunas empresas han comenzado a situarse, y otros inversores podrían potencialmente ver como un destino muy atractivo. Cada vez más empresas estadounidenses anuncian su salida de China, bien sea por la presión política interna, las sanciones o por su propia seguridad, y la visita de Biden certifica a Vietnam como un atractivo destino económico, además de un estratégico aliado regional necesario.

 

China y Rusia chocan en Níger

El golpe de Estado de Níger y las reacciones, a favor y en contra, de los países de la región han añadido una nota de alarma más en el complicado escenario internacional. Además, Níger es un país estratégico en la ruta de la inmigración ilegal hacia Europa y es productor de uranio, oro, petróleo con una estructura económica necesitada de infraestructuras y modernización y hasta ahora ligada estrechamente a Francia que ha mantenido fuerzas militares en el país para defender intereses franceses y para frenar la creciente influencia del terrorismo islamista. Esto hace que su estabilidad y su crecimiento sean clave para Europa. Esto había orientado a dirigentes del país a iniciar un proceso de institucionalización democrática que quedó abruptamente cortada con el golpe de Estado.

Pero hay más elementos. Los golpistas han buscado desde el primer momento el apoyo de Rusia, que ya inspiró los golpes militares de Mali y Burkina Faso y han solicitado la presencia de mercenarios de Wagner en su apoyo. A la vez, China lleva años realizando inversiones en la región y, desde 2011, la compañía Petrochina viene explotando el yacimiento de Agadem en un consorcio en el que China ha invertido 4.000 millones de euros en infraestructura y en la construcción de la refinería Soraz, en la frontera con Nigeria. Y China, embarcada en una estrategia de desplazamiento progresivo de Francia y de los intereses europeos, no ha visto con buenos ojos el golpe militar ni la mano rusa que ha traído sanciones y amenazas de intervención militar de países vecinos para restaurar el orden democrático derrocado.

Aparentemente, porque la claridad y la transparencia no son precisamente valores de ninguno de los dos países, Pekín habría acusado a Rusia de “dejar hacer” a los golpistas y de favorecer la inestabilidad regional. Es más, Pekín ha sugerido la posibilidad de suspender sus proyectos en Níger si la situación se agrava.

China es más pragmática que Rusia y planea a medio y largo plazo, y Rusia, además, está urgida por trasladar a Occidente toda la inestabilidad posible y no puede jugar, como los chinos, con inversiones para las que no tiene capacidad financiera. China tiene en Africa proyectos estratégicos globales y Rusia actúa a corto plazo y con más riesgo y Pekín está molesto y más en un momento en que afronta algunas dificultades financieras.

Macron, China y Taiwán

El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.

A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.

Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.

Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).

Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos  de quiebra en la  alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.

Y Xi sigue adelante

Aunque la neumonía del presidente de Brasil, Lula Da Silva, ha impedido a Pekín disfrutar por el momento de su presencia en la ciudad imperial, Xi y su gobierno prosiguen su ofensiva diplomática para blanquear su política totalitaria y su persistencia en ignorar las leyes internacionales presentándose como defensor de la paz y la estabilidad internacional. Recibirá al presidente español, Pedro Sánchez, y poco más tarde al presidente francés, Enmanuel Macron, y a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, China, en este caso, además de potenciar su protagonismo engañoso, sigue la estrategia (en la que ha fracasado Putin) de intentar detectar y explotar contradicciones y discrepancias entre los socios europeos en relación con las necesidades de inversiones extranjeras y las oportunidades para el capital (controlado por el Estado) de las empresas chinas.

China sigue acelerando en la medida en que decrece la presencia rusa en algunas zonas y cree detectar problemas occidentales derivados de la crisis económica y de la pérdida de prestigio de Estados Unidos en muchas regiones del planeta. No en vano, subrayan analistas y expertos, las sanciones a Rusia promovidas por Occidente sólo son respetadas y aplicadas más o menos rigurosamente en la Unión Europea y Norteamérica mientras el resto del mundo las mira con escepticismo y desconfianza. Y esta zona gris es en la que China se mueve como pez en el agua y extiende su desinformación y su influencia regadas con inversiones tramposas y promesas dudosas.

Pero, como hemos señalado en ediciones anteriores, la realidad corrige los planes chinos. El gobierno de Pekín no vive en una buena situación económica debido a la crisis general, aunque esté aprovechando la crisis rusa y comprando energía y tecnología a precios bajos y con ventas por las necesidades de Moscú. Este es un elemento que condiciona los planes de Pekín y le impone alguna contención, además de constatar la solidez de la alianza occidental en la crisis ucraniana y en sus alianzas en el Pacífico.

INTERREGNUM: Manila se acerca a Washington. Fernando Delage

Una nueva pieza se ha vuelto contra China en el tablero estratégico asiático. Después de contar Pekín durante seis años con la simpatía del gobierno de Rodrigo Duterte, su sucesor como presidente de Filipinas, Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr., ha reforzado la relación con Estados Unidos. Como Duterte, Marcos defiende una política exterior independiente, pero, frente al complejo equilibrio que debe mantener el archipiélago entre su principal aliado de seguridad y su principal socio comercial, la balanza se ha inclinado esta vez hacia Washington, proporcionando a Manila un papel no menor en la estrategia de la administración Biden hacia el Indo-Pacífico. Es, con todo, un giro causado por las propias acciones chinas, más que por las diferentes perspectivas de ambos líderes filipinos.

Tras llegar a la presidencia, Duterte prefirió hacer caso omiso a la sentencia del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya que, en julio de 2016, falló a favor de Filipinas en la demanda presentada ante el Tribunal por su antecesor, Benigno Aquino III, contra las reclamaciones de soberanía de Pekín sobre las islas del mar de China Meridional. Duterte pensaba que una relación más estrecha con China reduciría las tensiones por los conflictos marítimos, supondría un apoyo externo a su guerra contra las drogas y, sobre todo, se traduciría en inversiones para el desarrollo de su ambicioso plan nacional de infraestructuras. El fracaso de dicha política se haría pronto evidente, sin embargo. Los compromisos de inversiones chinas nunca fueron los previstos, y los incidentes entre buques de pesca filipinos y unidades paramilitares chinas tampoco cesaron.

El propio Duterte terminaría dando marcha atrás, al ser consciente del carácter indispensable de la alianza con Washington para la seguridad de Filipinas. La normalización de las relaciones con Estados Unidos no es por tanto una sorpresa ni una decisión abrupta.  Pero conforme la presión china ha ido a más—las patrullas de sus buques guardacostas se han incrementado notablemente en los últimos meses—, también Marcos ha ido más lejos en su acercamiento a la administración Biden. Además de la integridad territorial filipina, otro factor explica ese resultado:

Taiwán. Marcos ha manifestado públicamente su preocupación por el aumento de la tensión en el estrecho, pues, dada su cercanía, todo escenario de conflicto implicaría de una manera u otra a Filipinas.

Su respuesta a la asertividad china se concretó el mes pasado. Por una parte, durante la visita a Manila del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, ambas naciones anunciaron la ampliación del acuerdo de cooperación en defensa de 2014 de las cinco instalaciones militares contempladas originalmente a un total de nueve (incluyendo al menoscuna situada enfrente de Taiwán). Las fuerzas norteamericanas, que además podrán establecerse de manera permanente y no rotatoria, contarán de este modo con una capacidad adicional de proyección desde el archipiélago en el caso de futuras contingencias.

Sólo unos días después Marcos viajó a Tokio, donde firmó con el primer ministro, Fumio Kishida, un acuerdo que permitirá a las fuerzas de autodefensa japonesas operar en Filipinas en caso de desastres naturales y urgencias humanitarias. Para los dos gobiernos se trata tan sólo del primer paso hacia una mayor cooperación militar entre ambas naciones. La relación Manila-Tokio—aliado clave de Estados Unidos—complementa así la estrategia norteamericana con respecto al mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán. De hecho, el propio Marcos reveló que los tres países mantienen conversaciones acerca de un posible pacto de defensa trilateral.

INTERREGNUM: China-EE UU: la espiral que no cesa. Fernando Delage

Aunque el incidente del globo espía chino aún no ha llegado al final de su recorrido, ha hecho evidente cómo, en un contexto de competición estructural entre dos grandes potencias, cualquier hecho menor puede magnificarse. El problema no es que China espíe—sería del todo anormal que no lo hiciera—, sino que el incidente haya distraído a ambos gobiernos con respecto a cuestiones mucho más relevantes. Y que lo haya hecho, además, cuando—tras el encuentro entre Biden y Xi Jinping en noviembre—se había restaurado la intención de volver al diálogo. La suspendida visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tenía precisamente como objetivo intentar avanzar hacia alguna fórmula estable de interacción entre los dos países. Su encuentro en Múnich el pasado sábado con su homólogo chino, Wang Yi, reunión que no se confirmó hasta el último momento, no sirvió más que para una nueva escalada retórica en sus denuncias mutuas.

Tanto Blinken como Wang se encontraban, es cierto, con un limitado margen de maniobra. Por parte norteamericana, el globo espía no ha hecho sino agravar la percepción de la amenaza china, convertida en tema central de la política nacional. Por parte china, no puede descartarse que todo haya respondido a un fallo de coordinación, y que la trayectoria del globo en cuestión fuera desconocida por los máximos dirigentes. No tiene realmente sentido que el presidente chino diera su visto bueno a una incursión en el espacio aéreo de Estados Unidos cuando trataba de rebajar la tensión con Washington.

Sin embargo, tras un breve intento de disculpa inicial, el gobierno chino pasó a la ofensiva. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores culpó a Washington de exagerar la cuestión y “recurrir a la fuerza de manera inaceptable e irresponsable” al derribar al artefacto, además de atribuirle el despliegue de sus propios globos espía sobre territorio chino. En Múnich, fue el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, quien advirtió a Washington sobre la “erosión de la confianza mutua y el riesgo de un accidente”. Urgió asimismo a Estados Unidos a “cambiar de dirección, y a reconocer y reparar el daño causado a las relaciones bilaterales”.

Lejos de atender sus sugerencias, Blinken dio a entender que China podría estar dispuesta a proporcionar ayuda militar a Rusia en su campaña contra Ucrania; un comentario que resta credibilidad al anuncio hecho por Wang de que Pekín ofrecerá una propuesta para poner fin a la guerra. Lo que intenta la República Popular es tratar de normalizar la relación con los europeos después de haber levantado las restricciones por la pandemia y, de paso, evitar un completo alineamiento del Viejo Continente con Estados Unidos. Antes de acudir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wang visitó Francia e Italia, y esta misma semana viajará a Hungría y Moscú. La preparación de los próximos viajes de Macron y Meloni a Pekín le ofrecieron una oportunidad para tantear el terreno, aunque con escasos resultados, pues China no abandona la posición de que Estados Unidos y la OTAN son los responsables del conflicto en Ucrania.

Las circunstancias no facilitan pues la restauración de un entorno de estabilidad. Es habitual que, en las relaciones entre Estados Unidos y China, se produzca cada cierto tiempo una crisis, cuya consecuencia es el bloqueo diplomático, hasta que ambas partes coinciden en que ha llegado el momento para un deshielo y retoman las conversaciones. La crisis del globo espía es aún muy reciente. Pero el calendario electoral norteamericano no ayudará a una rápida desescalada. De cara a su reelección, Biden puede estar predispuesto a reforzar su línea dura hacia China. Mientras, tampoco Xi puede ceder cuando observa a los aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos formando un frente común contra la República Popular. El previsto viaje a Moscú del presidente chino podrá darnos, no obstante, algunas claves sobre lo que cabrá esperar en los próximos meses.