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Biden en Hanoi, estrategia y liderazgo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Biden saca máximo provecho de su viaje a Asia haciendo una parada estratégica en Vietnam con el propósito de mostrar el tremendo interés que Washington tiene en la región y especialmente en ese país. La visita busca, además de cultivar y ampliar la lista de aliados, reforzar la relación bilateral y elevarla a un nivel más estratégico, “estamos avanzando a una era de mayor cooperación cincuenta años después que las tropas estadounidenses se retiraran” fueron algunas de las afirmaciones hechas por el presidente Biden durante la visita.

La comitiva del viaje estuvo conformada por un grupo de destacadas figuras de la Administración que buscan profundizar las relaciones bilaterales a todos los niveles con énfasis en la parte económica llevando la producción de semiconductores a Vietnam y con ello blindando otro frente de protección contra China.

Vietnam tiene enormes reservas de metales raros que serían claves para la creación de una cadena de suministros alternativa a China. Justamente un elemento que tiene obsesionado a los estadounidenses después de los problemas de abastecimiento que ocasionó la pandemia y los cierres de puertos e industrias en China.

Dada la complejidad del sistema político y jerárquico en Vietnam, Biden se tomó el tiempo de reunirse en privado con cada uno de los líderes nacionales, como el primer ministro Pham Minh Chinh, el presidente de la nación, Vo Van Thuong y el presidente de la Asamblea Nacional, Vuong Dinh Hue, así como también lo hizo con el Secretario general del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phú Trong, que es un veterano en política doméstica muy respetado, por lo que el encuentro trascendió de lo meramene diplomático.

Está visita de Estado eleva a otro nivel la relación entre dos viejos rivales cambiando considerablemente el tablero regional, aún cuando el establecimiento de relaciones formales entre Vietnam y Estados Unidos tuvo lugar en 1995 de manos del presidente Clinton y más adelante, en  2013, se estableció el acuerdo de integración integral que ha estado vigente y rigiendo las relaciones hasta ahora y que permitió una intensa relación bilateral.

Las favorables reformas puestas en práctica en Vietnam en los ochenta, a pesar de su sistema comunista, arrojaron un resultado muy positivo para la nación, consiguió entrar en la OMC en el 2007 y ha venido ocupando un lugar estable en el crecimiento económico desde 2010.

El protagonismo de Vietnam ha ido aumentando en las dos últimas décadas, sin duda. Hasta fue él lugar escogido para el segundo encuentro entre Trump y Kim Jong-un, y que los vietnamitas supieron aprovechar para mostrar un país que trabaja por la paz internacional, activo en las organizaciones internacionales como la ASEAN y encauzado en su propio desarrollo.

Durante el encuentro del G20, al que el presidente chino, Xi, decidió no asistir y ante los rumores sobre las razones de su ausencia junto con la visita oficial de Biden a Vietnam, los chinos no tardaron en protestar con múltiples y arriesgadas maniobras marítimas en el mar del sur de China mostrando su poderío naval, además de haberlo hecho a través de sus portavoces, quienes han afirmaron que Washington sigue expandiendo su mentalidad de guerra fría en el Pacífico.

En otra forma de queja, Beijing también anunció que detendría las exportaciones agrícolas vietnamitas, lo que supone un golpe para su economía, pues los contenedores de fruta listos para zarpar a China se han quedado varados en puerto vietnamita dada la retaliación y con la incertidumbre de cualquier otra medida china que pueda venir.

De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica (OEC), solo en junio de 2023 China exportó 11 mil millones de dólares a Vietnam e importó más de 8,4 mil millones de dólares de Vietnam por lo que mantiene una intensa actividad comercial bilateral.

Washington entiende como necesaria la relación con Vietnam además de consolidar aliados porque Hanoi mantiene una relación histórica con Rusia desde la época de la Unión Soviética. En efecto, justo a horas de que aterrizara la comitiva de la Casa Blanca en Hanoi, Hannah Beech, periodista del New York Times, publicaba un artículo en el que afirma que Vietnam está negociando en secreto con Moscú la compra de armamento, tal y como muestra un documento de marzo de este año. Por lo que los estadounidenses también estarían buscando la decapitación de ese supuesto acuerdo mientras apuestan por venderles sus armas.

Como han afirmado altos funcionarios estadounidenses, Rusia es una piedra incomoda que molesta y que, no se puede desatender y, a pesar de que no sea lo que fuera. todavía representa un gran riesgo. No hay mejor ejemplo que la guerra de Ucrania por lo que es necesario neutralizarla. Pero hoy en día él mayor peligro que enfrenta el mundo, sin lugar a duda es China por lo que todos los pasos que se den en unificar fuerzas para proteger el estado de derecho internacional y las libertades tal y como las hemos conocido son pocos.

Vietnam tiene todo para convertirse en la nueva China donde ya algunas empresas han comenzado a situarse, y otros inversores podrían potencialmente ver como un destino muy atractivo. Cada vez más empresas estadounidenses anuncian su salida de China, bien sea por la presión política interna, las sanciones o por su propia seguridad, y la visita de Biden certifica a Vietnam como un atractivo destino económico, además de un estratégico aliado regional necesario.

 

China y Rusia chocan en Níger

El golpe de Estado de Níger y las reacciones, a favor y en contra, de los países de la región han añadido una nota de alarma más en el complicado escenario internacional. Además, Níger es un país estratégico en la ruta de la inmigración ilegal hacia Europa y es productor de uranio, oro, petróleo con una estructura económica necesitada de infraestructuras y modernización y hasta ahora ligada estrechamente a Francia que ha mantenido fuerzas militares en el país para defender intereses franceses y para frenar la creciente influencia del terrorismo islamista. Esto hace que su estabilidad y su crecimiento sean clave para Europa. Esto había orientado a dirigentes del país a iniciar un proceso de institucionalización democrática que quedó abruptamente cortada con el golpe de Estado.

Pero hay más elementos. Los golpistas han buscado desde el primer momento el apoyo de Rusia, que ya inspiró los golpes militares de Mali y Burkina Faso y han solicitado la presencia de mercenarios de Wagner en su apoyo. A la vez, China lleva años realizando inversiones en la región y, desde 2011, la compañía Petrochina viene explotando el yacimiento de Agadem en un consorcio en el que China ha invertido 4.000 millones de euros en infraestructura y en la construcción de la refinería Soraz, en la frontera con Nigeria. Y China, embarcada en una estrategia de desplazamiento progresivo de Francia y de los intereses europeos, no ha visto con buenos ojos el golpe militar ni la mano rusa que ha traído sanciones y amenazas de intervención militar de países vecinos para restaurar el orden democrático derrocado.

Aparentemente, porque la claridad y la transparencia no son precisamente valores de ninguno de los dos países, Pekín habría acusado a Rusia de “dejar hacer” a los golpistas y de favorecer la inestabilidad regional. Es más, Pekín ha sugerido la posibilidad de suspender sus proyectos en Níger si la situación se agrava.

China es más pragmática que Rusia y planea a medio y largo plazo, y Rusia, además, está urgida por trasladar a Occidente toda la inestabilidad posible y no puede jugar, como los chinos, con inversiones para las que no tiene capacidad financiera. China tiene en Africa proyectos estratégicos globales y Rusia actúa a corto plazo y con más riesgo y Pekín está molesto y más en un momento en que afronta algunas dificultades financieras.

Macron, China y Taiwán

El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.

A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.

Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.

Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).

Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos  de quiebra en la  alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.

Y Xi sigue adelante

Aunque la neumonía del presidente de Brasil, Lula Da Silva, ha impedido a Pekín disfrutar por el momento de su presencia en la ciudad imperial, Xi y su gobierno prosiguen su ofensiva diplomática para blanquear su política totalitaria y su persistencia en ignorar las leyes internacionales presentándose como defensor de la paz y la estabilidad internacional. Recibirá al presidente español, Pedro Sánchez, y poco más tarde al presidente francés, Enmanuel Macron, y a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, China, en este caso, además de potenciar su protagonismo engañoso, sigue la estrategia (en la que ha fracasado Putin) de intentar detectar y explotar contradicciones y discrepancias entre los socios europeos en relación con las necesidades de inversiones extranjeras y las oportunidades para el capital (controlado por el Estado) de las empresas chinas.

China sigue acelerando en la medida en que decrece la presencia rusa en algunas zonas y cree detectar problemas occidentales derivados de la crisis económica y de la pérdida de prestigio de Estados Unidos en muchas regiones del planeta. No en vano, subrayan analistas y expertos, las sanciones a Rusia promovidas por Occidente sólo son respetadas y aplicadas más o menos rigurosamente en la Unión Europea y Norteamérica mientras el resto del mundo las mira con escepticismo y desconfianza. Y esta zona gris es en la que China se mueve como pez en el agua y extiende su desinformación y su influencia regadas con inversiones tramposas y promesas dudosas.

Pero, como hemos señalado en ediciones anteriores, la realidad corrige los planes chinos. El gobierno de Pekín no vive en una buena situación económica debido a la crisis general, aunque esté aprovechando la crisis rusa y comprando energía y tecnología a precios bajos y con ventas por las necesidades de Moscú. Este es un elemento que condiciona los planes de Pekín y le impone alguna contención, además de constatar la solidez de la alianza occidental en la crisis ucraniana y en sus alianzas en el Pacífico.

INTERREGNUM: Manila se acerca a Washington. Fernando Delage

Una nueva pieza se ha vuelto contra China en el tablero estratégico asiático. Después de contar Pekín durante seis años con la simpatía del gobierno de Rodrigo Duterte, su sucesor como presidente de Filipinas, Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr., ha reforzado la relación con Estados Unidos. Como Duterte, Marcos defiende una política exterior independiente, pero, frente al complejo equilibrio que debe mantener el archipiélago entre su principal aliado de seguridad y su principal socio comercial, la balanza se ha inclinado esta vez hacia Washington, proporcionando a Manila un papel no menor en la estrategia de la administración Biden hacia el Indo-Pacífico. Es, con todo, un giro causado por las propias acciones chinas, más que por las diferentes perspectivas de ambos líderes filipinos.

Tras llegar a la presidencia, Duterte prefirió hacer caso omiso a la sentencia del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya que, en julio de 2016, falló a favor de Filipinas en la demanda presentada ante el Tribunal por su antecesor, Benigno Aquino III, contra las reclamaciones de soberanía de Pekín sobre las islas del mar de China Meridional. Duterte pensaba que una relación más estrecha con China reduciría las tensiones por los conflictos marítimos, supondría un apoyo externo a su guerra contra las drogas y, sobre todo, se traduciría en inversiones para el desarrollo de su ambicioso plan nacional de infraestructuras. El fracaso de dicha política se haría pronto evidente, sin embargo. Los compromisos de inversiones chinas nunca fueron los previstos, y los incidentes entre buques de pesca filipinos y unidades paramilitares chinas tampoco cesaron.

El propio Duterte terminaría dando marcha atrás, al ser consciente del carácter indispensable de la alianza con Washington para la seguridad de Filipinas. La normalización de las relaciones con Estados Unidos no es por tanto una sorpresa ni una decisión abrupta.  Pero conforme la presión china ha ido a más—las patrullas de sus buques guardacostas se han incrementado notablemente en los últimos meses—, también Marcos ha ido más lejos en su acercamiento a la administración Biden. Además de la integridad territorial filipina, otro factor explica ese resultado:

Taiwán. Marcos ha manifestado públicamente su preocupación por el aumento de la tensión en el estrecho, pues, dada su cercanía, todo escenario de conflicto implicaría de una manera u otra a Filipinas.

Su respuesta a la asertividad china se concretó el mes pasado. Por una parte, durante la visita a Manila del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, ambas naciones anunciaron la ampliación del acuerdo de cooperación en defensa de 2014 de las cinco instalaciones militares contempladas originalmente a un total de nueve (incluyendo al menoscuna situada enfrente de Taiwán). Las fuerzas norteamericanas, que además podrán establecerse de manera permanente y no rotatoria, contarán de este modo con una capacidad adicional de proyección desde el archipiélago en el caso de futuras contingencias.

Sólo unos días después Marcos viajó a Tokio, donde firmó con el primer ministro, Fumio Kishida, un acuerdo que permitirá a las fuerzas de autodefensa japonesas operar en Filipinas en caso de desastres naturales y urgencias humanitarias. Para los dos gobiernos se trata tan sólo del primer paso hacia una mayor cooperación militar entre ambas naciones. La relación Manila-Tokio—aliado clave de Estados Unidos—complementa así la estrategia norteamericana con respecto al mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán. De hecho, el propio Marcos reveló que los tres países mantienen conversaciones acerca de un posible pacto de defensa trilateral.

INTERREGNUM: China-EE UU: la espiral que no cesa. Fernando Delage

Aunque el incidente del globo espía chino aún no ha llegado al final de su recorrido, ha hecho evidente cómo, en un contexto de competición estructural entre dos grandes potencias, cualquier hecho menor puede magnificarse. El problema no es que China espíe—sería del todo anormal que no lo hiciera—, sino que el incidente haya distraído a ambos gobiernos con respecto a cuestiones mucho más relevantes. Y que lo haya hecho, además, cuando—tras el encuentro entre Biden y Xi Jinping en noviembre—se había restaurado la intención de volver al diálogo. La suspendida visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tenía precisamente como objetivo intentar avanzar hacia alguna fórmula estable de interacción entre los dos países. Su encuentro en Múnich el pasado sábado con su homólogo chino, Wang Yi, reunión que no se confirmó hasta el último momento, no sirvió más que para una nueva escalada retórica en sus denuncias mutuas.

Tanto Blinken como Wang se encontraban, es cierto, con un limitado margen de maniobra. Por parte norteamericana, el globo espía no ha hecho sino agravar la percepción de la amenaza china, convertida en tema central de la política nacional. Por parte china, no puede descartarse que todo haya respondido a un fallo de coordinación, y que la trayectoria del globo en cuestión fuera desconocida por los máximos dirigentes. No tiene realmente sentido que el presidente chino diera su visto bueno a una incursión en el espacio aéreo de Estados Unidos cuando trataba de rebajar la tensión con Washington.

Sin embargo, tras un breve intento de disculpa inicial, el gobierno chino pasó a la ofensiva. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores culpó a Washington de exagerar la cuestión y “recurrir a la fuerza de manera inaceptable e irresponsable” al derribar al artefacto, además de atribuirle el despliegue de sus propios globos espía sobre territorio chino. En Múnich, fue el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, quien advirtió a Washington sobre la “erosión de la confianza mutua y el riesgo de un accidente”. Urgió asimismo a Estados Unidos a “cambiar de dirección, y a reconocer y reparar el daño causado a las relaciones bilaterales”.

Lejos de atender sus sugerencias, Blinken dio a entender que China podría estar dispuesta a proporcionar ayuda militar a Rusia en su campaña contra Ucrania; un comentario que resta credibilidad al anuncio hecho por Wang de que Pekín ofrecerá una propuesta para poner fin a la guerra. Lo que intenta la República Popular es tratar de normalizar la relación con los europeos después de haber levantado las restricciones por la pandemia y, de paso, evitar un completo alineamiento del Viejo Continente con Estados Unidos. Antes de acudir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wang visitó Francia e Italia, y esta misma semana viajará a Hungría y Moscú. La preparación de los próximos viajes de Macron y Meloni a Pekín le ofrecieron una oportunidad para tantear el terreno, aunque con escasos resultados, pues China no abandona la posición de que Estados Unidos y la OTAN son los responsables del conflicto en Ucrania.

Las circunstancias no facilitan pues la restauración de un entorno de estabilidad. Es habitual que, en las relaciones entre Estados Unidos y China, se produzca cada cierto tiempo una crisis, cuya consecuencia es el bloqueo diplomático, hasta que ambas partes coinciden en que ha llegado el momento para un deshielo y retoman las conversaciones. La crisis del globo espía es aún muy reciente. Pero el calendario electoral norteamericano no ayudará a una rápida desescalada. De cara a su reelección, Biden puede estar predispuesto a reforzar su línea dura hacia China. Mientras, tampoco Xi puede ceder cuando observa a los aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos formando un frente común contra la República Popular. El previsto viaje a Moscú del presidente chino podrá darnos, no obstante, algunas claves sobre lo que cabrá esperar en los próximos meses.

INTERREGNUM: Poder e influencia en Asia. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, el Lowy Institute, el conocido think tank australiano con sede en Sidney, ha publicado una nueva edición del “Asia Power Index”; un estudio que, mediante el examen comparativo de 133 indicadores en 26 naciones, evalúa los cambios que se van produciendo en la distribución de poder en el continente. Aunque en los resultados de la entrega de 2023 todavía pesan los efectos de la pandemia, las conclusiones deparan algunas sorpresas de interés.

La más significativa es quizá la relativa al parón del ascenso internacional de la República Popular China. En coincidencia con otros análisis que han venido publicándose durante los últimos meses, los datos recogidos por el informe rechazan, en efecto, la posibilidad de un “siglo chino”. No sólo se considera improbable que el PIB de China pueda alcanzar al de Estados Unidos hacia finales de esta década como proyectaban estimaciones anteriores, sino que, incluso, si lo lograra más adelante, su estatus tampoco sería comparable al disfrutado por Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría.

El escepticismo sobre las posibilidades chinas deriva de los malos resultados económicos obtenidos en 2022—en particular de la drástica caída de la inversión extranjera en China y la de ésta en el exterior—, así como del completo aislamiento que ha sufrido el país por el covid,  una medida que contrajo su conectividad con los Estados de la región. El desarrollo de sus capacidades militares se mantuvo, no obstante, al alza. Y, como matiza el Índice, aunque su poder militar siga estando por debajo del de Estados Unidos, supera cada vez en mayor medida al de sus vecinos.

Por este motivo, y puesto que el Índice mantiene en cualquier caso que no hay marcha atrás con respecto al fin de la hegemonía norteamericano, podría pensarse que el escenario alternativo al liderazgo chino sería un Indo-Pacífico multipolar, apoyado en una fórmula de equilibrio de poder entre varias grandes potencias. El estudio no encuentra evidencias, sin embargo, a ese respecto. Lo que observa es un significativo desfase entre el poder de China y el de Japón e India, ambos a la baja en sus respectivos indicadores. Por la misma razón, y en contra de opiniones muy extendidas (incluidas las de Pekín), tampoco se considera que la región se esté dividiendo en dos grandes bloques geopolíticos. Sin negar la división entre unos y otros Estados, lo que revela la compleja red de interacciones económicas, diplomáticas y de defensa entre ellos es la intención compartida de navegar de manera simultánea entre Washington y Pekín.

El papel desempeñado por los Estados intermedios es así otra de las más importantes lecciones del informe. A falta, por lo demás, de un claro consenso, actúan—como ha dicho el ministro indio de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam  Jaishankar—en una especie de bazar; es decir, en un sistema definido por un importante número de actores, con patrones cruzados de interacción, y con una significativa volatilidad. Si quieren evitar tener que elegir entre una u otra gran potencia, lo que les une es la voluntad de asegurar—además de su respectiva soberanía nacional—la estabilidad y prosperidad de la región en su conjunto.

En último término, el Índice muestra los altibajos en la posición relativa de Estados Unidos y China en la región, pero subraya igualmente la importancia del ecosistema regional y de los movimientos de terceros actores. Si ni Estados Unidos ni China pueden establecer su primacía, las acciones de medianos y pequeños países no sólo condicionan las decisiones de los dos gigantes, sino que determinan en buena medida la naturaleza del orden asiático. Si éste continúa definiéndose como un conjunto desordenado de coaliciones varias, o bien puede catalizar en la formación de un concierto multipolar institucionalizado, es una pregunta que seguirá sin respuesta a medio plazo.

Terremotos y geopolítica

Las terribles consecuencias de los temblores de tierra que han asolado el Mediterráneo oriental van más allá de los miles de muertos que han causado y que ponen de relieve la importancia de tener buenas infraestructuras, edificaciones de calidad y servicios públicos eficientes.

Los terremotos, además. Van a impactar en la política interna de Turquía y las relaciones con sus vecinos y aflorar la debilidad de la situación en Siria, con zonas donde la guerra se mantiene, zonas sin control estatal ni nadie que haga llegar ayudas con lo que la contribución internacional corre grave riesgo de pillaje.

Pero, además, los seísmos han introducido una variante económica que puede tener un efecto profundo en el escenario internacional, dese Ucrania a China. Y es que la catástrofe ha destruido casi en su totalidad los oleoductos que suministran petróleo y gas desde Asia Central a Europa. Por esa vía ha venido llegando energía a Europa, en sustitución de los recursos rusos (aunque también gas y petróleo ruso de contrabando) y obteniendo así aquellas repúblicas ex soviéticas, sobre todo Azerbaijan, ingresos occidentales imprescindibles para su desarrollo y culminar el proceso de desligamiento de los lazos económicos con Rusia, que en estos momentos no está en una buena situación ni para ayudar ni para invertir. Y ahí juega un papel importante China, que venía financiando infraestructuras en su estrategia de reconstruir una Ruta de la Seda terrestre hacia Europa.

Todo este escenario ha quedado del revés y va a afectar profundamente una región tradicionalmente inestable, política, económica y militarmente, y al juego de la influencia de las grandes potencia en una región tan estratégica como Asia Central. La naturaleza y sus reajustes internos ha introducido un elemento nuevo que va a tener que ser incluido en los planes a corto, medio y largo plazo de los que intentan adivinar y planificar el futuro.

INTERREGNUM: La gira de Kishida. Fernando Delage  

Apenas un mes después de anunciar la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, realizó la semana pasada una gira por cinco países que confirma el punto de inflexión que se ha producido en la diplomacia del país del sol naciente, así como en su alianza con Estados Unidos. Aunque el viaje respondía formalmente a la preparación de la cumbre del G7 que se celebrará en Hiroshima en mayo (Tokio preside el grupo n 2023), Kishida no sólo obtuvo el apoyo de los principales socios occidentales a la renovación de la política de seguridad japonesa, sino que hizo evidente las implicaciones de dichos cambios para la dinámica estratégica asiática.

Kishida visitó sucesivamente Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Sólo Alemania quedó fuera de sus encuentros. En todas las capitales se expresó una misma preocupación por el desafío revisionista planteado por Moscú y Pekín, y se subrayó la necesidad de reforzar la cooperación entre las democracias liberales. En Londres, Kishida firmó además con su homólogo británico, Rishi Sunak, un Acuerdo de Acceso Recíproco entre las fuerzas armadas de los dos países; el tipo de acuerdo que, hasta la fecha, Japón sólo había concluido—hace ahora un año— con Australia y—desde principios de la década de los sesenta—con Estados Unidos, último destino de su viaje.

Aunque Kishida se vio con Biden en Tokio el pasado mes de mayo, aún no había viajado oficialmente a Washington desde su nombramiento al frente del gobierno. La reunión de ambos líderes fue a su vez precedida, dos días antes, por el encuentro del Comité Consultivo de Seguridad, el foro en el que participan los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores de ambos países (lo que se conoce como formato “2+2”).  Entre otros asuntos, los ministros reiteraron el compromiso de afrontar “las crecientes amenazas militares de China en el mar de China Oriental y en torno a Taiwán”;el desarrollo de una nueva estructura conjunta de mando y control; la reorganización del cuerpo de marines basado en Okinawa—la isla japonesa más cercana a Taiwán—; y la ampliación de la cooperación bilateral al espacio y el ciberespacio. En la Casa Blanca, Biden y Kishida ratificaron este salto cualitativo en la alianza que refuerza las capacidades de disuasión, a la vez que se pone en marcha el proceso de creación de una estructura operativa conjunta que facilite la adopción de decisiones en el caso de estallar un conflicto (esos mecanismos nunca ha existido, al contrario de lo que ocurre en el caso de la alianza Estados Unidos-Corea del Sur).

Con el aumento del presupuesto de defensa, la adquisición de los medios para responder a un ataque enemigo (novedades ambas de la nueva estrategia de seguridad), y la profundización de la alianza con Washington, Japón adquiere una nueva posición en el escenario geopolítico regional y global. Estados Unidos se ve igualmente beneficiado en su presencia asiática: además de contar en  el archipiélago japonés con el mayor contingente de tropas en el extranjero, contará con nuevos medios frente a una hipotética invasión de Taiwán.

Son cambios que no se producen, por lo demás, al margen de los movimientos de otros actores (India, Australia, Corea del Sur, etc.) que comparten la inquietud por el comportamiento de Pekín. El resultado de todo ello es una estructura de seguridad regional en la que múltiples acuerdos bilaterales, minilaterales y multilaterales se refuerzan entre sí. China, Rusia y Corea del Norte estarán tomando buena nota.

 

2023: escenarios temibles, líderes ausentes

Estados Unidos, en maniobras militares casi constantes en el Pacífico y más frecuentemente en aguas de Corea del Sur y Japón, sigue reforzando su presencia frente a las  costas chinas y contra la pretensión de Pekín de extender, a través de una política de hechos consumados, el dominio sobre rutas comerciales fuera de las aguas de soberanía que le reconoce el derecho internacional. En estas maniobras, los militares norteamericanos engrasan, prueban y refuerzan los sistemas de coordinación y reacción conjuntas con cada uno de sus aliados en de estos entre sí, tratando de superar viejos recelos nacidos del pasado.

Recientemente se han ampliado los importantes ejercicios aeronavales con Japón mientras se mantienen las patrullas conjuntas con Corea del Sur frente a las costas de la agresiva Corea del Norte, vigiladas de cerca por China que, a su vez, realiza maniobras militares con Rusia.

Ese es el telón de fondo de un escenario en el que, obviamente, hay otros actores como Australia que tiene una estrecha alianza militar con Reino Unido y EEUU; India, que juega sola pero intentando mantener un difícil equilibrio entre sus lazos históricos con Rusia y un medio acercamiento a Estados Unidos, y países menores pero estratégicamente claves como Vietnam y Filipinas.

No parece caber duda acerca del marco en el que los estrategas militares de las principales potencias mundiales creen se que puede desarrollar el próximo gran conflicto, aunque el curso de los acontecimientos pueda luego sorprender con aventuras criminales como las de Putin o con nuevos episodios del siempre ardiente de Oriente Próximo donde, por cierto, también juegan con enorme riesgo Estados Unidos, Rusia y China.

En este panorama, con focos de tensión creciente y unos dirigentes políticos cada vez más alejados del análisis racional para situarse en el plano de la emoción y el discurso fácil de la demagogia y el populismo, cualquier error de cálculo puede llevar a la catástrofe y en el caos siempre ganan, aunque sea por un tiempo corto, los malos, los que desprecian las instituciones, menosprecian las libertades y las garantías y anuncian su superioridad moral.

Así comienza 2023, con su cola de crisis económica, en gran parte fruto de estos conflictos, pandemias y aventuras liberticidas que estallan en todas partes. Un futuro abierto, incierto y temible que requiere medidas y líderes que se hacen esperar.